Mientras las “culturas” de otras especies animales se basan
exclusivamente en la imitación y otros procesos de aprovechamiento, las
culturas humanas no sólo entrañan aprovechar sino, fundamentalmente,
cooperar. El Homo Sapiens está adaptado para actuar y pensar
cooperativamente en grupos culturales hasta un grado desconocido en
otras especies. De hecho, las hazañas cognitivas más formidables de
nuestra especie, sin excepción, no son producto de individuos que
obraron solos, sino de individuos que interactuaban entre sí, y lo dicho
vale para las tecnologías complejas, los símbolos lingüísticos y
matemáticos, y las más complicadas instituciones sociales. Por Michael
Tomasello.
En muchas especies animales, los individuos aprovechan la experiencia y
la empeñosa labor de otros aprendiendo de ellos en el intercambio
social. En la actualidad, los biólogos utilizan el término cultura
cuando se produce un aprendizaje social tal que distintas poblaciones de
una misma especie desarrollan maneras también distintas de hacer las
cosas. Desde esta perspectiva tan amplia, se puede decir que muchas
especies animales viven en grupos que difieren desde el punto de vista
cultural, entre ellos una diversidad de especies de aves, mamíferos
marinos y primates.
Desde luego, los seres humanos son el paradigma de las especies
culturales. A diferencia de sus parientes más próximos, los grandes
simios -que habitan las zonas ecuatoriales de África o de Asia- los
seres humanos se han diseminado por todo el planeta. Dondequiera que
van, inventan artefactos y prácticas comportamentales nuevas para lidiar
con las exigencias del medio ambiente local.
En el Ártico, las poblaciones indígenas construyen iglús y cazan
ballenas en kayaks; en los trópicos, construyen chozas de paja y cazan
mamíferos terrestres con arcos y flechas. Para ellos, esos artefactos y
comportamientos no son detalles interesantes sino necesidades. Pocos
seres humanos podrían sobrevivir en la tundra o en las pluviselvas
tropicales si no pertenecieran a un grupo con cultura, munido de
artefactos y prácticas comportamentales preexistentes y pertinentes. Si
tenemos en cuenta el número de cosas que el individuo humano debe
aprender en sociedad (entre ellas, las convenciones lingüísticas
necesarias para comunicarse), comprenderemos que la cultura de esta
especie es cuantitativamente única en comparación con las de otros
animales.
Peculiaridades de la cultura humana
Hay, sin embargo, dos características fácilmente observables de
esa cultura que indican que es única también cualitativamente. La
primera es la evolución cultural acumulativa. A menudo, los artefactos y
las prácticas de comportamiento de los humanos adquieren mayor
complejidad con el paso del tiempo (tienen una "historia"). Cuando un
individuo inventa un artefacto o una manera de hacer las cosas apropiada
para las circunstancias, los otros la aprenden pronto. Ahora bien,
cuando otro individuo introduce alguna mejora al procedimiento, todos
-incluso los niños en pleno desarrollo- aprenden la nueva versión
perfeccionada. Se genera así una suerte de "trinquete cultural" que
instala cada versión en el repertorio del grupo y asegura su vigencia
hasta que alguien encuentra algo más novedoso y más útil. Así como los
individuos de esta especie heredan genes que implicaron adaptaciones en
el pasado, también heredan a través de la cultura artefactos y prácticas
comportamentales que representan, de algún modo, la sabiduría colectiva
de sus antepasados. Hasta el presente, no sabemos de ninguna otra
especie animal que acumule las modificaciones comportamentales y
garantice su complejidad con esta suerte de "trinquete cultural".
La segunda característica que hace única la cultura humana es la
creación de instituciones sociales. Se trata de conjuntos de prácticas
comportamentales guiadas por distintos tipos de normas y reglas que los
individuos reconocen mutuamente. Por ejemplo, en todas las culturas los
individuos se atienen a reglas culturales para aparearse y casarse. Si
alguien transgrede esas reglas, sufre una sanción, que puede llegar al
ostracismo absoluto. En el curso de ese proceso, los seres humanos crean
entidades concretas definidas culturalmente; por ejemplo, maridos,
esposas (y padres) que tienen derechos y obligaciones también definidos
por la cultura (el filósofo John Searle concibe ese proceso como
creación de nuevas "funciones de estatus" [status functions]).
Daré otro ejemplo: en todas las culturas humanas existen reglas y
normas para compartir los alimentos y otros objetos valiosos, y para la
eventualidad de comerciarlos. Durante el proceso de intercambio,
atribuimos a algunos objetos la condición de dinero (es decir, un papel
impreso de determinada manera), hecho que les confiere un rol definido,
respaldado por la cultura. Hay otros tipos de reglas y de normas para
instituir líderes grupales -jefes y presidentes, por ejemplo-, que
tienen derechos y obligaciones especiales con respecto a la toma de
decisiones. Y también es posible crear nuevas reglas para el grupo. Lo
que dijimos acerca del "trinquete cultural" podemos repetirlo con
respecto a las instituciones sociales: ninguna otra especie animal tiene
algo que se parezca ni remotamente a las instituciones sociales.
Habilidades cooperativas
Tras estas dos características de la cultura humana -los
artefactos acumulativos y las instituciones sociales- hay todo un
conjunto de habilidades cooperativas y motivaciones para colaborar que
son exclusivas de nuestra especie. Esta afirmación es evidente en el
caso de las instituciones sociales, que representan maneras de
interactuar organizadas en cooperación y acordadas por el grupo, entre
las cuales hay reglas para lograr que, los que no cooperan cumplan lo
acordado. Las funciones de estatus representan acuerdos cooperativos
según los cuales existen entidades tales como los maridos, los padres,
el dinero y los jefes, con los derechos y las obligaciones que tienen.
Inspirándonos en la obra de filósofos de la acción como Michael Bratman,
Margaret Gilbert, Searle y Raimo Tuomela, podemos dar el nombre de
"intencionalidad compartida" a los procesos psicológicos subyacentes que
hacen posibles esas formas únicas de cooperación.
Básicamente, la intencionalidad compartida comprende la capacidad
de generar con otros las intenciones y los compromisos conjuntos para
las empresas cooperativas. Esos compromisos e intenciones acordados en
común se estructuran por medio de procesos de atención conjunta y
conocimiento mutuo, que descansan todos sobre las motivaciones
cooperativas de ayudar a otros y compartir cosas con ellos.
Aunque son menos evidentes, las enormes tendencias cooperativas de
los seres humanos también desempeñan un papel decisivo en la
producción del “efecto de trinquete” cultural. Es verdad que el proceso
más elemental involucrado en el efecto de trinquete es el aprendizaje
imitativo (según parece, los humanos lo emplean con gran fidelidad de
transmisión), cuya característica intrínseca no es la cooperación sino
el aprovechamiento. Sin embargo, existen además otros dos procesos
cooperativos fundamentales para producir el efecto trinquete.
En primer lugar, los seres humanos se enseñan mutuamente distintas
cosas y no reservan sus enseñanzas para los parientes. Enseñar es una
forma de altruismo mediante la cual ciertos individuos donan información
a otros para que la utilicen. Si bien existen algunas otras especies en
las que encontramos actividades similares a la enseñanza (en su
mayoría, comportamientos aislados dirigidos a las crías), no hay datos
sistemáticos de ensayos reproducibles que indiquen una instrucción
activa en el caso de los primates que no son humanos.
En segundo lugar, los seres humanos tienden a imitar a otros
individuos del grupo para parecerse a ellos, es decir, para no
desentonar (tal vez en aras de la identidad grupal). Además, a veces
invocan ante otros miembros del grupo normas sociales de conformidad o
de aquiescencia acordadas de manera cooperativa, y respaldan su
apelación esgrimiendo frente a quienes no las acatan la posibilidad de
castigos y sanciones. Por lo que sabemos hasta ahora, ninguno de los
otros primates crea colectivamente y pone en evidencia normas grupales
tendientes a la conformidad. Tanto la enseñanza con estas normas hacen
su aporte a la cultura acumulativa conservando en el grupo las
innovaciones hasta que surge una innovación posterior.
Cultura de cooperación
En consecuencia, mientras las “culturas” de otras especies
animales se basan exclusivamente en la imitación y otros procesos de
aprovechamiento, las culturas humanas no sólo entrañan aprovechar sino,
fundamentalmente, cooperar. Los Homo sapiens están adaptados para actuar
y pensar cooperativamente en grupos culturales hasta un grado
desconocido en otras especies. De hecho, las hazañas cognitivas más
formidables de nuestra especie, sin excepción, no son producto de
individuos que obraron solos sino de individuos que interactuaban entre
sí, y lo dicho vale para ls tecnologías complejas, los símbolos
lingüísticos y matemáticos, y las más complicadas instituciones
sociales.
A medida que crecen, se desarrolla en los niños un tipo especial
de inteligencia natural, que abarca habilidades exclusivas de nuestra
especie para colaborar, comunicarnos y aprender socialmente, además de
tomar parte e otras formas de intencionalidad compartida, habilidades
que van constituyendo su capacidad de participar en ese pensar grupal
cooperativo. Esas habilidades especiales surgieron de los procesos de
construcción de un nicho cultural y de la coevolución genético-cultural:
en otras palabras, surgieron como adaptaciones que permitieron a los
seres humanos actuar con eficacia en cualquiera de los numerosos mundos
culturales que se han construido.
Es necesario adoptar muchos enfoques distintos para explicar la
cooperación y la cultura humanas; para explicar las donaciones
caritativas, los símbolos lingüísticos y matemáticos, y las
instituciones sociales. En el escenario actual, la cooperación y la
cultura son objeto de estudio de la biología evolucionista, de la
economía experimental, de la teoría de juegos, de la antropología
cultural y biológica, de la psicología cognitiva, social y evolutiva y
de muchas otras disciplinas. En nuestro grupo de investigación hemos
decidido abordar estos temas por medio de estudios comparativos entre
niños y sus parientes más próximos entre los primates, los chimpancés.
Abrigamos la esperanza de ver con mayor claridad lo que ocurre en estos
casos algo más simples que en las mil complejidades del comportamiento
adulto y de las sociedades. Desde luego, la comparación entre los niños y
los chimpancés puede echar alguna luz sobre los orígenes de la
cooperación humana en sus aspectos filogenéticos y ontogenéticos.
Michael Tomasello es co Director del Instituto Max Planck de
Antropología Evolutiva en Leipzig y Manchester y del Centro de
Investigación de Primates Wolfgang Köhler. Este texto es un extracto de
su libro ¿Por qué cooperamos?, publicado por Katz Editores, Madrid 2010. Se reproduce con autorización.
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