Ademanes
y miradas pueden contribuir a que los niños aprendan palabras, con
independencia de lo que conversen el padre y la madre con ellos.
Los niños que poseen un amplio
vocabulario se desenvuelven mejor en la escuela y, más tarde, en el
mundo laboral. Cuánto les hablen sus padres desempeña una función de
primer orden, pero investigaciones recientes apuntan a que no es solo la
cantidad, sino también la calidad de la aportación familiar lo que
cuenta. Gestos explicativos y miradas intencionadas pueden facilitar a
los hijos la comprensión de ciertos conceptos.
En un estudio publicado en junio de 2013 en PNAS,
Erica Cartmill, de la Universidad de Chicago, y su equipo grabaron
vídeos de padres que, en casa, leían cuentos a sus hijos, de entre 14 y
18 meses de edad, o jugaban con ellos. De estas interacciones se
extrajeron cientos de grabaciones mudas, de 40 segundos de duración cada
una. Otro grupo de participantes visionó las filmaciones. Por los
gestos y pistas que mostraban las escenas, trataron de adivinar qué
sustantivos pronunciaban los padres en distintos momentos de las
secuencias. Los investigadores se valieron de la proporción de aciertos
de estos adultos para valorar el éxito de los progenitores para aclarar
el significado de alguna palabra mediante indicaciones gestuales
(señalar objetos o mirar en su dirección, entre otros).
Los investigadores hallaron que la calidad de las
señales no verbales de los padres permitía pronosticar la extensión del
vocabulario de los niños al cabo de tres años. La posición
socioeconómica no afectaba a la calidad de esa gesticulación. Este
resultado sugiere que las diferencias de vocabulario infantil, que es
sabido que están en relación con la renta familiar, son consecuencia de
lo mucho o poco que los padres les hablen a sus niños, lo que depende de
sus ingresos, más que de la mímica que les ofrezcan durante esas
interacciones.
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