“Este es el rostro que hizo zarpar mil barcos…” Doctor Faustus (al contar la leyenda de Helena y la guerra de Troya que se libró por ella).
Desde la lucha entre poderosos ciervos en celo, a la incursión sorpresa de un chimpancé al amanecer, la violencia en la naturaleza es perpetrada por machos que luchan entre sí compitiendo por emparejarse con las hembras. Un nuevo estudio aporta pruebas fehacientes de que ocurre lo mismo con los seres humanos. Las diferencias culturales, los recursos limitados y los avances tecnológicos también juegan un papel importante –por supuesto-, pero este estudio sugiere que la causa última de la guerra humana es provocada por el instinto sexual masculino. Los autores argumentan que, por razones evolutivas, el cerebro masculino responde a la presencia de una mujer atractiva preparándose para el conflicto con otros machos, un efecto que pudo ser muy ventajoso en el pasado, pero que persiste en el hombre moderno a pesar de que su utilidad está, en gran medida, obsoleta.
A través de cuatro experimentos Lei Chang y su equipo demostraron que imágenes de mujeres atractivas o simplemente de sus piernas, ejercían un importante efecto “de combate” en los participantes heterosexuales de sexo masculino, como por ejemplo:
- modificar sus juicios hacia “ser más agresivos” contra países hostiles,
- mejorar su capacidad para localizar un soldado armado en una pantalla, y
- mejorar su capacidad para reconocer y localizar palabras relacionadas con la guerra en una pantalla.
Los efectos que mostraron los participantes masculinos al mirar mujeres atractivas son específicos del combate ya que, por ejemplo, su capacidad para localizar imágenes de agricultores en una pantalla, a diferencia de las de soldados, no se vio mejorada. También los efectos suscitados por las imágenes de mujeres atractivas son mayores que los provocados por estímulos potencialmente provocadores pero no sexuales, como la bandera nacional de un país hostil. Por último, el reconocimiento de palabras relacionadas con la guerra después de mirar fotografías de piernas femeninas comparado con los efectos después de ver banderas, fue específico para palabras relacionadas con la guerra, y no se vio afectado en el caso de palabras agresivas pero no relacionadas con el combate.
Los autores de la investigación afirmaron que “el hecho de que exista esta asociación entre apareamiento y comportamiento agresivo sugiere que el subconsciente promueve el conflicto porque era un comportamiento que en el pasado -pero no necesariamente hoy en día- quedó vinculado al éxito reproductivo”. Los investigadores también admitieron que su estudio puede tener varias limitaciones, como por ejemplo que la guerra es un esfuerzo de colaboración, mientras que ellos sólo estudiaron respuestas individuales. Sin embargo, los nuevos resultados concuerdan con las investigaciones anteriores que mostraban por ejemplo que los hombres, pero no las mujeres, responden a la amenaza de otros grupos mediante el aumento de la cooperación dentro del propio grupo. Estos datos además concuerdan también con la investigación antropológica, que ha puesto de manifiesto que los hombres guerreros en las sociedades tradicionales tribales tienen más parejas sexuales que los otros hombres, al igual que ocurre con los miembros masculinos de las pandillas modernas.
En definitiva, este es uno de los primeros estudios empíricos en examinar la asociación entre apareamiento y guerra, y además, los resultados obtenidos se suman a otras evidencias sobre los comportamientos de los machos humanos a la hora de emparejarse, así como promueve nuevos debates sobre la presencia de contenidos eróticos o sexuales en los medios de comunicación, ya que pueden promover la agresividad, o también nuevas pistas para posteriores estudios sobre los orígenes de la guerra humana.
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