Antes se pensaba que hasta los nueve meses los bebés no eran capaces
de entender el significado de ninguna palabra. Pero al parecer, en este
aspecto los seres humanos somos más precoces de lo que se pensaba, pues
recientemente se ha demostrado que ya desde los seis meses de edad somos
capaces de asociar el sonido de ciertas palabras con los objetos a los
que esas palabras denominan.
Esa conclusión se ha alcanzado mediante experimentos en los que a los
bebés se les mostraban imágenes de una serie de objetos (partes de la
anatomía corporal, facial, o alimentos) en una pantalla a la vez que su
padre o su madre pronunciaba la palabra correspondiente a cada objeto.
La investigación en cuestión constó de dos experimentos principales con
bebés de entre 6 y 9 meses, y otros adicionales con bebés de hasta 20
meses de edad.
En el primer experimento, a cada bebé se le mostraban dos objetos y
al mismo tiempo su padre o su madre pronunciaba la palabra que
denominaba uno de los dos, y lo hacía siguiendo una pauta y ritmo
previamente establecido. Un rastreador de trayectoria de la pupila
(eyetracker) colocado frente al bebé y conectado a un ordenador equipado
con el software adecuado, permitía determinar la dirección de su mirada
y el tiempo en que permanecía fija en cada objeto. En el segundo
experimento, a los bebés se les mostraba una fotografía en la que
aparecía una escena, que podía ser una persona (vestida y de cuerpo
entero), una cara, o una mesa con diferentes alimentos. De nuevo, el
padre o la madre pronunciaba la palabra que denominaba, -dependiendo de
la escena de que se tratase-, una parte del cuerpo, de la cara, o uno de
los alimentos encima de la mesa, y el rastreador registraba la
dirección y permanencia de la mirada en unos motivos u otros de la
escena. El primer experimento servía para comparar el tiempo en que el
bebé fijaba la mirada en cada una de las dos imágenes, de manera que un
tiempo más prolongado en la palabra nombrada se interpretaba como
indicativo de la comprensión de esa palabra. Y en el segundo se
comparaban los tiempos de permanencia de la mirada en el elemento diana,
por comparación con el tiempo en que la mirada estaba fijada en ese
mismo elemento antes de que el padre o la madre pronunciasen su nombre.
De este modo se descartaba que los bebés fijasen la mirada en un
elemento determinado simplemente porque les resultaba más llamativo que
los demás.
En total, 26 de los 33 bebés presentaron una puntuación media
positiva (y estadísticamente significativa) en la identificación de los
palabras objeto del experimento; o sea, cuando se les mostraban dos
objetos en la pantalla, fijaban su mirada durante más tiempo en los
objetos nombrados por sus padres. Y considerados los 33 bebés en
conjunto, la diferencia de tiempo en que fijaban la mirada en el objeto
nombrado con relación al tiempo durante el que observaban el otro objeto
en la misma imagen fue altamente significativa. En el experimento en
que se utilizaban escenas, en 22 de los 33 bebés la proporción de tiempo
durante el que fijaron su mirada en el objeto resultó positiva y
estadísticamente significativa.
Por otro lado, los resultados no eran diferentes en los bebés de
menor edad que en los más mayores; esto es, la capacidad para asociar
nombres a objetos era la misma en todo el intervalo entre los 6 y los 9
meses. Además, mediante experimentos adicionales a los dos principales,
se observó que los bebés de entre 6 y 9 meses tenían una capacidad
similar a la de bebés de más edad, de hasta 13 meses. Solo a partir de
14 meses se observaban mejoras significativas en la capacidad para
comprender los nombres de los objetos utilizados en este trabajo. Los
datos sugieren, de hecho, que hay una cierta discontinuidad en la
capacidad de comprensión en torno a esa edad. Es posible, por lo tanto,
que a partir de los 14 meses de edad se produzca un especial progreso en
la adquisición de conocimiento lingüístico y el desarrollo de
habilidades sociales o comunicativas.
La capacidad de los bebés para vincular ciertas palabras con los
objetos que expresan es independiente de su experiencia, pues ninguna de
las figuras utilizadas en las imágenes representaban objetos que les
resultasen conocidos en la forma en que las observaban. Es lógico pensar
que algunas de las diferencias observadas fuesen debidas al azar, pero
igualmente, es muy posible que los bebés desconociesen algunas de las
palabras que pronunciaban sus padres. Y además, en ningún caso se
comprobó si las palabras utilizadas en los experimentos formaban parte
de la experiencia de los bebés. Por eso, los datos deben ser
considerados en su conjunto. Este trabajo no se diseñó para saber qué
palabras concretas conocía cada bebé (en ese aso, la metodología,
particularmente la estadística, tendría que haber sido diferente), sino
para establecer si, en general, eran capaces de vincular palabras y
objetos muy comunes. Y lo que indican los datos obtenidos es que,
efectivamente, los bebés de seis meses de edad en adelante, tienen la
capacidad de asociar a ciertos objetos muy comunes para ellos las
palabras que los denominan. Así pues, y de acuerdo con estos
experimentos, los bebés aprenden el significado de las palabras antes de
lo que suponíamos.
Los niños adquieren el lenguaje muy rápidamente; a la edad de dos
años conocen centenares de palabras. Pues bien, parece que, al menos en
parte, esa rapidez de aprendizaje se debe al hecho de que empiezan muy
temprano a aprender palabras, aunque lo hagan sin que los adultos se
percaten de que las están aprendiendo. Antes de que, ni tan siquiera
lleguen a balbucear algunos sonidos, ya entienden parte de lo que les
dicen.
Fuente: Elika Bergelson y Daniel Swingley (2012): “At 6–9 months, human infants know the meanings of many common nouns” PNAS 109 (9): 3253-3258
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