Según una investigación reciente de la Universidad Libre de Ámsterdam, los esquemas almacenados en el cerebro hacen que interpretemos los datos visuales de una u otra manera.
Este mecanismo se exacerbaría en la oscuridad: psicólogos como Richard Wiseman han hecho notar que las visiones espectrales se manifiestan casi siempre durante las horas en las que se producen claroscuros.
El estudio mencionado explica que, por ejemplo, solemos deducir cuál es la reflectancia –cantidad de luz reflejada por la superficie– de los objetos a partir de sus sombras, que sirven de base para componer toda la figura.
Evidentemente, este proceso produce muchos fallos, pero también estimula nuestra psique. El antropólogo británico Chris Stringer nos recuerda que el cerebro del Homo sapiens, menos voluminoso que el de los neandertales, tiene más desarrollados los lóbulos temporales y la corteza orbitofrontal, áreas relacionadas con la capacidad de anticiparse y desentrañar aquello que desconocemos.
La profesora de la Universidad de Oxford Eiluned Pearce completa esa idea. En un estudio publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B Journal llegaba a la conclusión de que la extraordinaria agudeza visual del Homo neanderthalensis fue en realidad su perdición, pues esa ventaja con respecto a nuestra especie redujo sus lóbulos frontales.
De algún modo, fue en detrimento de su capacidad para imaginar y adentrarse en los límites del pensamiento. Quizá somos los descendientes de quienes supieron adaptarse a la noche: su cerebro era más apto para descifrar los misterios de las tinieblas.
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