jueves, 22 de noviembre de 2012

Sexo y evolución

La sexualidad, en el mundo natural representa la mayor expresión de la complementariedad evolutiva.  Con esta afirmación no quiero decir que no existan otras formas.  Sin embargo, entre animales de una misma especie que se reproduzcan gracias a la diferenciación sexual, el sexo es algo imprescindible. La singamia es la interacción más fuerte entre seres de la misma especie. A través de este proceso aseguramos la reproducción. Por lo tanto, verificamos que se cumpla una de las propiedades más importantes de la vida de los organismos: sin reproducción no hay sucesión, no hay secuencia, no existe la filogenia, no se traspasa información.
Lo femenino y lo masculino interaccionan de manera que la vida se hace probable y posible, en multitud de casos. La reproducción, es por lo tanto, una consecuencia de la interacción. El sexo desempeña un papel trascendente en la evolución de las especies. En los homínidos humanos, el sexo ha evolucionado hacia un horizonte en el que muchas veces no se busca la complementariedad, al contrario, se busca el antagonismo, hembra-macho, en un choque intraespecífico.
Reproducción
Complementariedad sexual para garantizar la supervivencia de la especie

El sexo como proceso evolutivo se encuentra dentro de los sistemas de inevitabilidad biológica. Se muestra en primer plano como factor determinante de la diversidad y complejidad animal. El sexo y la sexualidad reproductiva explican por ellos mismos la importancia de la redundancia para asegurar la viabilidad en la memoria de los sistemas vivos. Observamos entonces, que también es una propiedad de la complementariedad sexual.
La etología animal y, por supuesto, la humana, están condicionadas por un cerebro estructurado y preparado para la reproducción y, por un sistema social que asegura la pervivencia de las crías, en cualquier tipo de condiciones. Los genes y el proceso de su trasmisión, forman parte de un sistema guiado por la selección natural.
La diversidad de comportamientos sexuales forma parte de la naturaleza y se expresan con normalidad. Así, el sexo reproductivo es la manifestación lógica de la biología y la etología animal. Representa, por lo tanto, la expresión natural de lo que constituye la vida en la naturaleza.
El sexo y la sexualidad al convertirse en apropiación humana desencadenan una serie de variaciones en su concepción que va mucho más allá de la reproducción. Sin embargo, el papel del sexo reproductivo aún sigue siendo crucial en nuestra especie, independientemente de los hábitos sexuales. Lo que ocurre es que, al ser conducido por una mente racional,  se establecen unas pautas culturales en el marco de las relaciones sociales.  Desde ese mismo momento,  el sexo deja de ser reproductivo y complementario en muchos entornos para convertirse en procesos de cohesión dentro de la diversificación de las conductas sexuales.

En la Sierra de Atapuerca (Burgos) se localiza el yacimiento de la Sima de los Huesos, donde se encuentra el registro fósil de homínidos más importante del mundo. Se han contabilizado restos de  29 individuos pertenecientes a la especie Homo heildebergensis, de más 400.000 años de antigüedad.
El estudio de esta comunidad biológica nos ha permitido conocer que estos especímenes sólo en casos excepcionales llegaban a los cincuenta años de edad. Era normal que murieran de manera traumática antes de los 30 años. Si estos individuos representan el conjunto de poblaciones de homininos del Pleistoceno medio, podemos inferir que una gran cantidad de hembras morían entre los  14 y los 22 años de edad, como se constata en el yacimiento.
Si realmente el modelo es extrapolable, la mayoría de  hembras  fallecían seguramente mucho antes de la llegada de la menopausia. Para que una población pueda mantenerse estable o crecer, sin peligro de desaparición, necesita una reproducción que iguale a la población que la hace posible. Esto quiere decir, que la progenie debe estar en equilibrio con los progenitores o ser ligeramente superior.
Homo heidelbergensis
Cráneos de Homo heidelbergensis hallados en la Sima de los Huesos

Cuando las poblaciones no alcanzan un ratio de mantenimiento, decrecen y acaban por desaparecer. Los homininos de la Sima de los Huesos perteneciente a Homo heildebergensis, esuna especie con gran éxito en Europa desde los 600.000 a los 250.000 años antes del presente. Por eso sabemos que  la reproducción de esta especie estaba en equilibrio y que en algunos momentos creció. Esto explica que viviesen en un amplio territorio, al menos, en todo el apéndice de continente Euroasiático.
El sexo y la reproducción están en el eje de la vida de las especies y, por ende, son fundamentales en la evolución. Este sistema biológico que permite que las especies sobrevivan, condiciona su comportamiento y constituye un factor básico en la organización de los especimenes en los grupos ecológicos y sociales. Hasta tal punto que la etología y la ecología de estas comunidades están determinadas por la manera en que evoluciona el sexo reproductivo y el mantenimiento de las crías.

Las hembras de Homo heildebergensis, que podrían haber tenido la primera menarquia sobre los 14 años, se reproducían a un ritmo cuatrienal. Cuando destetaban podían ser cubiertas otra vez, de manera que la máxima producción potencial de crías, en el caso que muriesen con la menopausia a los 45 años, hubiese sido de entre 6 a 8 crías. Teniendo en cuenta que existía una gran mortandad antes de los 30 años, la media  hubiese sido de 2 o 3 crías supervivientes por hembra.
Con este ritmo, podemos pensar que el sexo reproductivo era muy importante, pero que lo era más el sexo social, ya que éste permitía el cuidado y desarrollo de las crías vivas. Sin duda, y con estas ratios de reproducción, el coste de mantenimiento de las mismas era muy elevado, por lo que toda la población joven y adulta tenía que cuidar de la progenie del grupo.
El sexo socializado explicaría el mantenimiento de grupos de homininos prehistóricos, puesto que gracias a ello, la selección natural actuaría de manera más matizada, que si el grupo no era social. Por lo que hemos de pensar que eran grupos que mantenían relaciones sexuales abiertas.




Los descendientes en Europa de Homo heildebergensis fueron los Homo neanderthalensis. Esta especie emerge hacia los 250.000 años, vivió básicamente en el subcontinente europeo, al igual que su antecesor, y ocupó mínimamente una porción de territorio de Asia del Este, llegando a Asia Central. Al menos esto es lo que conocemos hasta el momento sobre la territorialidad de esta especie que desaparece, misteriosamente, no sin antes haberse cruzado esporádicamente con nuestra especie, Homo sapiens,  llegada de África a Europa hace unos 40.000 años.
¿Que sabemos del sexo de Homo neanderthalensis? Conocemos que Homo heildebergensis tenía un bajo dimorfismo sexual. Esto quiere decir que hembras y machos eran parecidos a nivel de estructura corporal. No ocurría lo mismo en especies de homininos de hace más de dos millones de años, en los que el dimorfismo era muy marcado.
¿Por qué hacemos referencia al dimorfismo sexual? Pues para poder explicar la importancia de esta característica en el comportamiento etológico y cultural de los machos y hembras. En los primates, el dimorfismo marca el comportamiento en el sexo social de estos mamíferos. Cuando es muy acusado nos indica una asimetría en la estructuración social, que se hace muy significativa. El peso de la etología sobre la cultura es muy importante. Esto quiere decir que hembras y machos tienen roles muy diferenciados, y que entre los machos también quedan muy evidenciados los roles de poder y  jerarquía.
Dimorfismo sexual
El dimorfismo marca en las especies el comportamiento en el sexo

La conducta sexual entre primates es ya muy conocida. Así, por ejemplo, decenas de documentales nos explican el control visual del macho alfa gorila sobre el grupo de hembras y la imposibilidad de los machos que no son dominantes de cruzarse con éstas.  Por lo tanto, están subordinados al alfa.
Las hembras, de tamaño mucho más reducido que los machos y, sobre todo, del dominante, están controladas por éste en todo momento, no pudiendo desafiar esta conducta etológica que les ha dado el éxito evolutivo. Muy distinto a esto se da en otras especies y géneros donde el dimorfismo sexual es más reducido, como ocurre ya en Homo erectus, Homo heidebergensis, Homo neanderthalensis, y por supuesto, en nuestra especie, Homo sapiens. Se supone que la relación sexual no esta determinada por la estructura corpórea, sino que responde a otras estrategias donde la cultura tiene un papel relevante en el comportamiento.
Como hemos visto, Homo neanderthalensis, con un bajo dimorfismo sexual tiene que tener un sexo social ligado a esta característica anatómica de igualdad entre macho y hembra. Esto quiere decir que las relaciones sociales que se producen en estos grupos son distintas de los primates, que tienen un abultado dimorfismo sexual como los gorilas que hemos puesto de ejemplo. Esto nos ayuda a revisar la conducta sexual de muchas especies fósiles.


La selección natural es la que modula los ritmos de crecimiento y mantenimiento de las poblaciones. La forma como éstas se adaptan en cada momento determinado de la   historia nos indica el éxito evolutivo de la especie y la capacidad de supervivencia de la misma.
Gracias a los importantes estudios que se están realizando sobre registro de Homo neanderthalensis, en cuevas, abrigos y al aire libre, sabemos que esta especie que vivió en Europa entre hace 250.000 y 25.000 años, tuvo un progreso técnico social importante en su desarrollo. Esta constatación es significativa porque existen muchos colegas que tratan a las especies como si fueran inmutables en todo su conjunto, desde que emergen hasta que se extinguen.
Como ya hemos planteado anteriormente, es necesario saber cómo estaban compuestos los grupos para entender cómo se podían relacionar entre ellos y con los demás, con el fin de mantener la especie en funcionamiento en el planeta, sin problemas de supervivencia.
Las excavaciones que desde hace más de treinta años venimos realizando un equipo del Institut Català de Paleoecología Humana i Evolució Social (IPHES), en el Abric Romaní de Capellades, cerca de Barcelona, nos han permitido acercarnos, gracias a los descubrimientos secuenciales realizados, al conocimiento de algunos de los comportamientos de las sociedades neandertales que son claves para poder conocer su estructuración social.
Abric Romaní
Excavaciones en el Abric Romaní en agosto de 2012

La relación de los hogares con áreas domésticas, así como probables espacios cerrados como consecuencia de construcciones creadas con vegetales, nos permiten plantear la hipótesis de una ocupación de entre 20 y 25 metros cuadrados por unidad doméstica, con lo cual podemos inferir que estos grupos debían de estar compuestos por más de seis especímenes, pero por menos de doce.
Esta hipótesis nos permite postular que estos grupos estaban constituidos por familias nucleares, que podían autoabastecerse, siempre y cuando estuvieran dentro de una red de comunicación con miembros de otros territorios. Esto quiere decir que podían conformar clanes y tribus. De este modo, se estructuraban en redes que les permitían contactos cíclicos, lo que hacia operativo la supervivencia de los grupos en este sistema.
Los grupos nucleares debían estar compuestos por machos y hembras de diferente edad, combinándose la experiencia de los mayores con la capacidad reproductiva de hembras y machos más jóvenes. Por lo tanto, entre otras cosas, les carecterizaba la intergeneracionalidad.
Los intercambios sexuales podrían producirse en momentos especiales del año en abrigos, cuevas y lugares al aire libre, donde se intercambiaban elementos de los grupos para que las tribus y los clanes tuvieran continuidad.
Hemos planteado la hipótesis que algunos de los niveles excavados en el Abríc Romaní fueran los restos de este tipo de ocupaciones producto de agregaciones o reuniones.

Eudald Carbonell

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