WASHINGTON.- Chismosear puede contribuir a reducir el estrés y la ansiedad, reveló un estudio en Estados Unidos que vincula una hormona femenina con el comportamiento social y el estado de ánimo de las mujeres.
Se trata de la progesterona, una hormona sexual que fluctúa con el ciclo menstrual y que, junto con los estrógenos, contribuye a la formación de los caracteres sexuales secundarios femeninos.
La razón de ese "chismorreo sano" es que sentirse emocionalmente cerca de un amigo aumenta los niveles de progesterona, ayudando a reducir la ansiedad y el estrés, según el estudio, de la Universidad de Michigan.
La investigación apunta a la progesterona como "posible parte de la base neuroendocrina para la vinculación social en los seres humanos", según la doctora Stephanie Brown, su autora principal.
Investigaciones anteriores habían revelado que mayores niveles de progesterona aumentan el deseo de vincularse con otros, pero el estudio actual demuestra que la vinculación con otros aumenta los niveles de esta hormona.
El estudio también vincula los incrementos de la hormona con una mayor voluntad de ayudar a otras personas, algo que, según la doctora, ayuda a entender mejor el comportamiento humano.
Para los investigadores, dijo, es "importante encontrar los vínculos entre los mecanismos biológicos y el comportamiento social humano".
"Estos vínculos nos pueden ayudar a entender por qué la gente que vive en relaciones muy cercanas son más felices, están más sanos y viven más que los que están socialmente aislados", subrayó Brown.
Para realizar el estudio, los investigadores examinaron la relación entre cercanía interpersonal y progesterona de 160 mujeres.
Al inicio del estudio midieron los niveles de progesterona y de la hormona del estrés a través de la saliva y analizaron sus ciclos menstruales.
Las mujeres fueron asignadas al azar por parejas y realizaron distintas actividades juntas para generar sentimientos de cercanía emocional o una tarea emocionalmente neutra.
Los científicos observaron que los niveles de progesterona de las mujeres que habían participado en las tareas emocionalmente neutras tendieron a disminuir, mientras que los de las mujeres que participaron en la tarea destinada a obtener la cercanía continuaron siendo iguales o se elevaron.
Otras hormonas relacionadas con el comportamiento social del hombre pueden contribuir a reducir el estrés y la ansiedad, pero según Brown "ahora vemos que el aumento de los niveles de progesterona pueden ser parte de las base fisiológica para estos efectos".
El estudio se publicará en la edición de junio de la revista Hormones and Behavior.
Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
jueves, 4 de junio de 2009
Nuevo homínido
Desde el año 2004, Salvador Moyà-Solà, director del Institut Catalá de Paleontología, no deja de asombrarse de los hallazgos de Els Hostalets: en seis años, han sacado cerca de 40.000 fósiles. La mayoría de ellos de primates. De hecho ya han descubierto tres especies. Primero fue el driopiteco Jordi hallado en Can Llobateres (Sabadell), en el 2003, el pieralopiteco Pau hallado en Els Hostalets de Pierola en el 2003. Y ahora ha llegado la joya de la corona: Lluc, un homínido de 12 millones de años de antiguedad. Su descubrimiento es único porque indica que la cuna de nuestra familia de primates fue la región mediterránea y no el África subsahariana.
Las pruebas son la siguientes: tiene una mandíbula robusta y unos dientes gruesos, ideales para masticar vegetales coriáceos y muy similares a aquellos de los primates primitivos llegados de África a Europa 15 millones de años atrás. Pero su apertura nasal triangular (base de la nariz ancha y una parte superior estrecha) y unos pómulos que se asemejan más a los de los homínidos que más tarde se extendieron por África y Eurasia. Esto lo sitúa como un eslabón intermedio entre aquellos primates primitivos y los homínidos más modernos; entre ellos, los humanos.
"Lo más asombroso es que tiene la cara vertical como nosotros y no inclinada hacia atrás como cualquier otro homínido; es una cara extrañamente moderna para un animal de hace 11,9 millones de años", asegura Salvador Moyà, refiriéndose a Lluc "porque significa el que ilumina y es un simio que aporta luz sobre aquel periodo clave en que aparecieron los homínidos", agrega el investigador.
Lluc era un macho adulto que debía pesar entre 30 y 35 kilos, aproximadamente como una hembra de chimpancé. De los anteriores descubrimientos de Moyá, Lluc y Pau vivieron en la misma época y serían nuestrps bisabuelos, pero Jordi vivió unos dos millones de años después y no está en nuestra familia más cercana; sería una suerte de tío abuelo.
Las pruebas son la siguientes: tiene una mandíbula robusta y unos dientes gruesos, ideales para masticar vegetales coriáceos y muy similares a aquellos de los primates primitivos llegados de África a Europa 15 millones de años atrás. Pero su apertura nasal triangular (base de la nariz ancha y una parte superior estrecha) y unos pómulos que se asemejan más a los de los homínidos que más tarde se extendieron por África y Eurasia. Esto lo sitúa como un eslabón intermedio entre aquellos primates primitivos y los homínidos más modernos; entre ellos, los humanos.
"Lo más asombroso es que tiene la cara vertical como nosotros y no inclinada hacia atrás como cualquier otro homínido; es una cara extrañamente moderna para un animal de hace 11,9 millones de años", asegura Salvador Moyà, refiriéndose a Lluc "porque significa el que ilumina y es un simio que aporta luz sobre aquel periodo clave en que aparecieron los homínidos", agrega el investigador.
Lluc era un macho adulto que debía pesar entre 30 y 35 kilos, aproximadamente como una hembra de chimpancé. De los anteriores descubrimientos de Moyá, Lluc y Pau vivieron en la misma época y serían nuestrps bisabuelos, pero Jordi vivió unos dos millones de años después y no está en nuestra familia más cercana; sería una suerte de tío abuelo.
lunes, 1 de junio de 2009
Felicidad cerebral
El cerebro feliz
Louis van Gaal, aquél polémico entrenador del Fútbol Club Barcelona, reprendió el 23 de diciembre de 1999 a un periodista holandés con una frase que hizo historia: “Tú, siempre negativo, nunca positivo”. Aquel cerebro deportivo hizo diana en una conducta que atormenta al ser humano con una frecuencia inusitada. A menudo, sentimos que no nos encontramos bien, mentalmente hablando. Comenzamos a ver todo oscuro, negro, con una preconcepción de la vida, de las cosas, del trabajo, de la familia y de las amistades, donde no brilla lo positivo de la vida. Proyectamos en todo lo que nos rodea nuestro propio estado de des-ánimo [sic] y comenzamos a verlo todo, siempre, de forma negativa, nunca positiva. Y aquí es donde adquiere carta de naturaleza la inteligencia, el cerebro humano. Porque con independencia del aserto afortunado de Van Gaal, ¿es cierto que algunas personas suelen actuar así de forma habitual?, ¿se puede justificar esta conducta humana?.
Las zonas señaladas en rojo, la corteza cingulada anterior y la amígdala, aparecen con activación importante en la RMNf (fotografía del experimento citado en Nature)
El pasado 24 de octubre saltó a la Noosfera un mensaje muy esperanzador, porque se ha descubierto cómo funciona el cerebro optimista, posiblemente feliz, habiéndose detectado mediante resonancia magnética nuclear funcional (RMNf) que se puede localizar ya la predisposición a esperar hechos positivos. En un artículo publicado en la revista Nature (1), por la doctora israelí Tali Sharot y colaboradores, pertenecientes al Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York, se ha demostrado que a través de las imágenes obtenidas mediante la RMNf se puede observar el mecanismo cerebral que subyace al optimismo y las diferencias entre unos individuos y otros. También se ha concluido que este mecanismo está localizado en la amígdala y en la región de la corteza cingulada anterior. También se ha comprobado que estas estructuras son más pequeñas cuando las personas sometidas a este estudio pensaban en situaciones negativas del futuro y cuando se recordaba el pasado. Por el contrario, estas áreas son mayores en los más optimistas.
Elisabeth Phelps, coautora del artículo de referencia y directora del laboratorio donde se ha llevado a cabo la investigación, ha declarado al respecto que “Comprender el optimismo es crítico, ya que se lo relaciona con la salud física y mental. Por otro lado, una visión pesimista está correlacionada con la gravedad de los síntomas de la depresión”. La bondad de este tipo de avances científicos es que nos permite vislumbrar los efectos contrarios de los hallazgos, descubriéndose al mismo tiempo que la depresión sabemos también dónde reside, por decirlo de forma metafórica. Tal y como se sabe a través del artículo publicado en Nature, el equipo de Phelps sometió a un grupo de siete hombres y a ocho mujeres, de edades comprendidas entre los 18 y los 36 años, a que pensaran en acontecimientos de su pasado, y que luego imaginaran su futuro durante 14 segundos, mientras sus cerebros eran analizados mediante resonancia magnética funcional, pidiéndoles también que se imaginaran a sí mismos en situaciones futuras como “ganar un premio” o “terminar con una relación amorosa”.”Cuando los participantes imaginaban circunstancias positivas, se detectaba una mejora de la activación en el cíngulo anterior y en la amígdala, que son las mismas áreas cerebrales que parecen funcionar mal en la depresión”, dijo la doctora Tali Sharot, principal autora del trabajo, que actualmente realiza un posdoctorado en el University College London, en Gran Bretaña. Los participantes más optimistas mostraban una mayor actividad en esta región al imaginar eventos futuros positivos”, agregó la doctora Sharot. “Nuestros resultados sugieren que mientras el pasado está cerrado, el futuro está abierto a interpretación, lo que permite a las personas tomar distancia de posibles eventos negativos y acercarse hacia aquellos que son positivos”, declaró Phelps por su parte.
En el post que publiqué sobre la estructura de la amígdala en este cuaderno de inteligencia digital, el 25 de febrero de 2007, Cerebro y género: una cuestión de amígdalas, abría unas líneas de investigación muy importantes para conocer bien esta pequeña estructura cerebral: “Desde el punto de vista científico, ya sabemos muchas cosas de la amígdala cerebral. Es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Dependiendo de su tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y agresión. Se puede llegar a conocer hoy, a través de técnicas no invasivas de tomografía mediante emisión de positrones (PET), el coeficiente de las emociones en cada lado de la amígdala”. Y así fui adentrándome en el conocimiento de esta maravillosa central emocional y sentimental que tantos quebraderos de cabeza (nunca mejor dicho) suele darnos a lo largo de la vida. Sobre todo porque como finalizaba en ese post, es probable que cambie nuestra actitud ante la vida sabiendo que depende muchas veces de procesos en la neurotransmisión que, si los conocemos bien, podemos autojustificar las reacciones del periodista holandés que no gustaba a Van Gaal: “Tengo la impresión que la próxima vez que nos comamos una almendra, vamos a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacemos. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno, ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que ya sabe por qué está sintiendo algo especial. Misión cumplida”.
Hoy, de forma especial, porque ya sé que muchas veces no se puede controlar de forma autónoma la actitud positiva o negativa ante la vida propia ó asociada, maravillándonos de dos pequeñas estructuras, del tamaño de una almendra, las amígdalas cerebrales, que me proporcionan un bien-estar ó un bien-ser (perdón por el neologismo), que el cerebro se encarga de tratarlo para que cada persona sea más inteligente en el acontecer diario, con sus cadaunadas, de cada una, de cada uno, de todos.
(1) Tali Sharot, Alison M. Riccardi, Candace M. Raio & Elizabeth A. Phelps (2007). Neural mechanisms mediating optimism bias. Nature 450, 102-105 (1 November 2007).
Louis van Gaal, aquél polémico entrenador del Fútbol Club Barcelona, reprendió el 23 de diciembre de 1999 a un periodista holandés con una frase que hizo historia: “Tú, siempre negativo, nunca positivo”. Aquel cerebro deportivo hizo diana en una conducta que atormenta al ser humano con una frecuencia inusitada. A menudo, sentimos que no nos encontramos bien, mentalmente hablando. Comenzamos a ver todo oscuro, negro, con una preconcepción de la vida, de las cosas, del trabajo, de la familia y de las amistades, donde no brilla lo positivo de la vida. Proyectamos en todo lo que nos rodea nuestro propio estado de des-ánimo [sic] y comenzamos a verlo todo, siempre, de forma negativa, nunca positiva. Y aquí es donde adquiere carta de naturaleza la inteligencia, el cerebro humano. Porque con independencia del aserto afortunado de Van Gaal, ¿es cierto que algunas personas suelen actuar así de forma habitual?, ¿se puede justificar esta conducta humana?.
Las zonas señaladas en rojo, la corteza cingulada anterior y la amígdala, aparecen con activación importante en la RMNf (fotografía del experimento citado en Nature)
El pasado 24 de octubre saltó a la Noosfera un mensaje muy esperanzador, porque se ha descubierto cómo funciona el cerebro optimista, posiblemente feliz, habiéndose detectado mediante resonancia magnética nuclear funcional (RMNf) que se puede localizar ya la predisposición a esperar hechos positivos. En un artículo publicado en la revista Nature (1), por la doctora israelí Tali Sharot y colaboradores, pertenecientes al Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York, se ha demostrado que a través de las imágenes obtenidas mediante la RMNf se puede observar el mecanismo cerebral que subyace al optimismo y las diferencias entre unos individuos y otros. También se ha concluido que este mecanismo está localizado en la amígdala y en la región de la corteza cingulada anterior. También se ha comprobado que estas estructuras son más pequeñas cuando las personas sometidas a este estudio pensaban en situaciones negativas del futuro y cuando se recordaba el pasado. Por el contrario, estas áreas son mayores en los más optimistas.
Elisabeth Phelps, coautora del artículo de referencia y directora del laboratorio donde se ha llevado a cabo la investigación, ha declarado al respecto que “Comprender el optimismo es crítico, ya que se lo relaciona con la salud física y mental. Por otro lado, una visión pesimista está correlacionada con la gravedad de los síntomas de la depresión”. La bondad de este tipo de avances científicos es que nos permite vislumbrar los efectos contrarios de los hallazgos, descubriéndose al mismo tiempo que la depresión sabemos también dónde reside, por decirlo de forma metafórica. Tal y como se sabe a través del artículo publicado en Nature, el equipo de Phelps sometió a un grupo de siete hombres y a ocho mujeres, de edades comprendidas entre los 18 y los 36 años, a que pensaran en acontecimientos de su pasado, y que luego imaginaran su futuro durante 14 segundos, mientras sus cerebros eran analizados mediante resonancia magnética funcional, pidiéndoles también que se imaginaran a sí mismos en situaciones futuras como “ganar un premio” o “terminar con una relación amorosa”.”Cuando los participantes imaginaban circunstancias positivas, se detectaba una mejora de la activación en el cíngulo anterior y en la amígdala, que son las mismas áreas cerebrales que parecen funcionar mal en la depresión”, dijo la doctora Tali Sharot, principal autora del trabajo, que actualmente realiza un posdoctorado en el University College London, en Gran Bretaña. Los participantes más optimistas mostraban una mayor actividad en esta región al imaginar eventos futuros positivos”, agregó la doctora Sharot. “Nuestros resultados sugieren que mientras el pasado está cerrado, el futuro está abierto a interpretación, lo que permite a las personas tomar distancia de posibles eventos negativos y acercarse hacia aquellos que son positivos”, declaró Phelps por su parte.
En el post que publiqué sobre la estructura de la amígdala en este cuaderno de inteligencia digital, el 25 de febrero de 2007, Cerebro y género: una cuestión de amígdalas, abría unas líneas de investigación muy importantes para conocer bien esta pequeña estructura cerebral: “Desde el punto de vista científico, ya sabemos muchas cosas de la amígdala cerebral. Es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Dependiendo de su tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y agresión. Se puede llegar a conocer hoy, a través de técnicas no invasivas de tomografía mediante emisión de positrones (PET), el coeficiente de las emociones en cada lado de la amígdala”. Y así fui adentrándome en el conocimiento de esta maravillosa central emocional y sentimental que tantos quebraderos de cabeza (nunca mejor dicho) suele darnos a lo largo de la vida. Sobre todo porque como finalizaba en ese post, es probable que cambie nuestra actitud ante la vida sabiendo que depende muchas veces de procesos en la neurotransmisión que, si los conocemos bien, podemos autojustificar las reacciones del periodista holandés que no gustaba a Van Gaal: “Tengo la impresión que la próxima vez que nos comamos una almendra, vamos a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacemos. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno, ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que ya sabe por qué está sintiendo algo especial. Misión cumplida”.
Hoy, de forma especial, porque ya sé que muchas veces no se puede controlar de forma autónoma la actitud positiva o negativa ante la vida propia ó asociada, maravillándonos de dos pequeñas estructuras, del tamaño de una almendra, las amígdalas cerebrales, que me proporcionan un bien-estar ó un bien-ser (perdón por el neologismo), que el cerebro se encarga de tratarlo para que cada persona sea más inteligente en el acontecer diario, con sus cadaunadas, de cada una, de cada uno, de todos.
(1) Tali Sharot, Alison M. Riccardi, Candace M. Raio & Elizabeth A. Phelps (2007). Neural mechanisms mediating optimism bias. Nature 450, 102-105 (1 November 2007).
Empatía
La empatía es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que un individuo diferente puede sentir. Y según Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples la llama inteligencia interpersonal.
Un estudio ha descubierto por qué sentimos empatía por otras personas.
Un grupo de científicos ha descubierto por qué las personas sienten una conexión especial con alguien desconocido, y atribuyen tal afinidad con la actividad de una región del cerebro donde residen las recompensas y la euforia, publica hoy la revista Science.
Dean Mobbs, del Consejo de Investigación Médica en Cambridge (Reino Unido), y Luca Passamonti, del Consejo Nacional de Investigación en Cosenza (Italia), encabezaron un grupo de investigadores que estudió las áreas del cerebro que intervienen en la empatía entre las personas.
Los investigadores recurrieron a los juegos de competencia que son tan populares en la televisión para analizar por qué poseemos una tendencia inherente a alegrarnos cuando vemos que extraños, con los que no tenemos relación alguna, ganan.
Sobre el modelo de esos juegos, los investigadores hicieron que un grupo de voluntarios viera dos películas de personas diferentes que describían sus puntos de vista personales, sociales y éticos.
Uno de ellos dio puntos de vista agradables y aceptables, en tanto que otro expresó actitudes que disgustaron a los voluntarios.
Luego los investigadores observaron los cerebros de los voluntarios mientras estos miraban la competencia de las dos personas en el juego, en el que el ganador recibía un premio en dinero efectivo.
Para su estudio, los investigadores escanearon imágenes de resonancia magnética para ubicar las áreas del cerebro asociadas con la percepción de otra persona como similar a uno mismo, y luego, el sentimiento placentero acerca de los logros de esa persona.
Mobbs y su equipo observaron que cuando el voluntario veía que la persona con la cual más simpatizaba ganaba el juego, se tornaba activo el estriato ventral, una región del cerebro involucrada en la experiencia de recompensa o euforia.
Esa misma región se mostró activa cuando los voluntarios participaron en el juego ellos mismos y cuando ganaron.
Los investigadores vieron luego que otra región del cerebro, la corteza cingulada ventral anterior, implicada en los sentimientos relevantes para el "sí mismo", también se mostraba activo y correlacionado positivamente con el estriato ventral.
A la luz de estos resultados, los investigadores indican que la corteza cingulada ventral anterior modula los sentimientos positivos acerca de "sí mismo", y luego los transmite al estriato ventral para que se exprese el sentimiento de recompensa o euforia cuando vemos ese "sí mismo" en otras personas.
Memoria y alimentos
Las Grasas Alimentarias Promueven la Formación de Ciertos Recuerdos Permanentes
¿Guarda un intenso recuerdo de ese postre delicioso que comió la noche pasada? Si es así, no debería sentirse como una persona glotona. La intensidad de un recuerdo de esta clase es algo natural.
Un grupo de investigadores de la Universidad de California en Irvine ha descubierto que comer alimentos ricos en grasa promueve la formación de recuerdos a largo plazo de dicha actividad. El estudio se añade al trabajo reciente de esos mismos expertos relacionando las grasas en la dieta con el control del apetito, y puede ser un paso previo a nuevos enfoques para el tratamiento de la obesidad y otros trastornos alimentarios.
Daniele Piomelli colaboró con James McGaugh, un reputado experto sobre los mecanismos cerebrales del aprendizaje y la memoria, para examinar cómo las grasas alimentarias facilitan la retención de los recuerdos.
Los estudios anteriores de Piomelli identificaron cómo los ácidos oleicos de las grasas se transforman en un compuesto llamado OEA en la parte superior del intestino delgado. El OEA envía mensajes de reducción del apetito hacia el cerebro para aumentar la sensación de saciedad. A niveles altos, el OEA puede reducir el apetito, producir la pérdida de peso y disminuir los niveles de triglicéridos y colesterol en sangre.
Piomelli y McGaugh descubrieron que el OEA también provoca la consolidación de la memoria, el proceso mediante el cual los recuerdos superficiales y breves se tornan significativos y de largo plazo. Esto ocurre al activarse señales que refuerzan la memoria en la amígdala, una parte del cerebro involucrada en la consolidación de los recuerdos de sucesos emocionales.
Los investigadores descubrieron que el suministro de OEA a roedores mejoró su retención de recuerdos en dos pruebas diferentes. Si se bloqueaban los receptores celulares activados por el OEA, disminuían los efectos vinculados a la retención de recuerdos.
El OEA es parte del "pegamento" molecular que hace que los recuerdos se mantengan firmes en vez de disolverse. Al ayudar a los mamíferos a recordar dónde y cuándo han ingerido una comida rica en grasa, la actividad de potenciación de recuerdos del OEA parece haber sido una herramienta evolutiva importante en los primeros humanos y otros mamíferos.
Las grasas alimentarias son importantes para la salud en general, pues ayudan a la absorción de vitaminas y a la protección de órganos vitales. La dieta humana actual en muchas naciones suele ser rica en grasas, pero ese no fue el caso para los primeros humanos. De hecho, los alimentos ricos en grasa no son comunes en la naturaleza.
Recordar la ubicación y el contexto de un alimento rico en grasa fue probablemente un mecanismo de supervivencia importante para los primeros humanos. Tiene sentido que los mamíferos posean esta capacidad.
Actualmente, por supuesto, la potenciación de este tipo de recuerdos puede no ser tan beneficiosa para una cantidad importante de personas. Si bien el OEA contribuye a la sensación de saciedad tras una comida, también podría provocar anhelos duraderos hacia ciertos alimentos ricos en grasa, que, cuando se comen en exceso, suelen causar obesidad.
¿Guarda un intenso recuerdo de ese postre delicioso que comió la noche pasada? Si es así, no debería sentirse como una persona glotona. La intensidad de un recuerdo de esta clase es algo natural.
Un grupo de investigadores de la Universidad de California en Irvine ha descubierto que comer alimentos ricos en grasa promueve la formación de recuerdos a largo plazo de dicha actividad. El estudio se añade al trabajo reciente de esos mismos expertos relacionando las grasas en la dieta con el control del apetito, y puede ser un paso previo a nuevos enfoques para el tratamiento de la obesidad y otros trastornos alimentarios.
Daniele Piomelli colaboró con James McGaugh, un reputado experto sobre los mecanismos cerebrales del aprendizaje y la memoria, para examinar cómo las grasas alimentarias facilitan la retención de los recuerdos.
Los estudios anteriores de Piomelli identificaron cómo los ácidos oleicos de las grasas se transforman en un compuesto llamado OEA en la parte superior del intestino delgado. El OEA envía mensajes de reducción del apetito hacia el cerebro para aumentar la sensación de saciedad. A niveles altos, el OEA puede reducir el apetito, producir la pérdida de peso y disminuir los niveles de triglicéridos y colesterol en sangre.
Piomelli y McGaugh descubrieron que el OEA también provoca la consolidación de la memoria, el proceso mediante el cual los recuerdos superficiales y breves se tornan significativos y de largo plazo. Esto ocurre al activarse señales que refuerzan la memoria en la amígdala, una parte del cerebro involucrada en la consolidación de los recuerdos de sucesos emocionales.
Los investigadores descubrieron que el suministro de OEA a roedores mejoró su retención de recuerdos en dos pruebas diferentes. Si se bloqueaban los receptores celulares activados por el OEA, disminuían los efectos vinculados a la retención de recuerdos.
El OEA es parte del "pegamento" molecular que hace que los recuerdos se mantengan firmes en vez de disolverse. Al ayudar a los mamíferos a recordar dónde y cuándo han ingerido una comida rica en grasa, la actividad de potenciación de recuerdos del OEA parece haber sido una herramienta evolutiva importante en los primeros humanos y otros mamíferos.
Las grasas alimentarias son importantes para la salud en general, pues ayudan a la absorción de vitaminas y a la protección de órganos vitales. La dieta humana actual en muchas naciones suele ser rica en grasas, pero ese no fue el caso para los primeros humanos. De hecho, los alimentos ricos en grasa no son comunes en la naturaleza.
Recordar la ubicación y el contexto de un alimento rico en grasa fue probablemente un mecanismo de supervivencia importante para los primeros humanos. Tiene sentido que los mamíferos posean esta capacidad.
Actualmente, por supuesto, la potenciación de este tipo de recuerdos puede no ser tan beneficiosa para una cantidad importante de personas. Si bien el OEA contribuye a la sensación de saciedad tras una comida, también podría provocar anhelos duraderos hacia ciertos alimentos ricos en grasa, que, cuando se comen en exceso, suelen causar obesidad.
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