La sexualidad, en el mundo natural representa la mayor expresión de
la complementariedad evolutiva. Con esta afirmación no quiero decir que
no existan otras formas. Sin embargo, entre animales de una misma
especie que se reproduzcan gracias a la diferenciación sexual, el sexo
es algo imprescindible. La singamia es la interacción más fuerte entre
seres de la misma especie. A través de este proceso aseguramos la
reproducción. Por lo tanto, verificamos que se cumpla una de las
propiedades más importantes de la vida de los organismos: sin
reproducción no hay sucesión, no hay secuencia, no existe la filogenia,
no se traspasa información.
Lo femenino y lo masculino interaccionan de manera que la vida se
hace probable y posible, en multitud de casos. La reproducción, es por
lo tanto, una consecuencia de la interacción. El sexo desempeña un papel
trascendente en la evolución de las especies. En los homínidos humanos,
el sexo ha evolucionado hacia un horizonte en el que muchas veces no se
busca la complementariedad, al contrario, se busca el antagonismo,
hembra-macho, en un choque intraespecífico.
Complementariedad sexual para garantizar la supervivencia de la especie
El sexo como proceso evolutivo se encuentra dentro de los sistemas de
inevitabilidad biológica. Se muestra en primer plano como factor
determinante de la diversidad y complejidad animal. El sexo y la
sexualidad reproductiva explican por ellos mismos la importancia de la
redundancia para asegurar la viabilidad en la memoria de los sistemas
vivos. Observamos entonces, que también es una propiedad de la
complementariedad sexual.
La etología animal y, por supuesto, la humana, están condicionadas
por un cerebro estructurado y preparado para la reproducción y, por un
sistema social que asegura la pervivencia de las crías, en cualquier
tipo de condiciones. Los genes y el proceso de su trasmisión, forman
parte de un sistema guiado por la selección natural.
La diversidad de comportamientos sexuales forma parte de la
naturaleza y se expresan con normalidad. Así, el sexo reproductivo es la
manifestación lógica de la biología y la etología animal. Representa,
por lo tanto, la expresión natural de lo que constituye la vida en la
naturaleza.
El sexo y la sexualidad al convertirse en apropiación humana
desencadenan una serie de variaciones en su concepción que va mucho más
allá de la reproducción. Sin embargo, el papel del sexo reproductivo aún
sigue siendo crucial en nuestra especie, independientemente de los
hábitos sexuales. Lo que ocurre es que, al ser conducido por una mente
racional, se establecen unas pautas culturales en el marco de las
relaciones sociales. Desde ese mismo momento, el sexo deja de ser
reproductivo y complementario en muchos entornos para convertirse en
procesos de cohesión dentro de la diversificación de las conductas
sexuales.
En la
Sierra de Atapuerca
(Burgos) se localiza el yacimiento de la Sima de los Huesos, donde se
encuentra el registro fósil de homínidos más importante del mundo. Se
han contabilizado restos de
29 individuos pertenecientes a la especie
Homo heildebergensis, de más 400.000 años de antigüedad.
El estudio de esta comunidad biológica nos ha permitido conocer que
estos especímenes sólo en casos excepcionales llegaban a los cincuenta
años de edad. Era normal que murieran de manera traumática antes de los
30 años. Si estos individuos representan el conjunto de poblaciones de
homininos del Pleistoceno medio, podemos inferir que una gran cantidad
de hembras morían entre los 14 y los 22 años de edad, como se constata
en el yacimiento.
Si realmente el modelo es extrapolable, la mayoría de hembras
fallecían seguramente mucho antes de la llegada de la menopausia. Para
que una población pueda mantenerse estable o crecer, sin peligro de
desaparición, necesita una reproducción que iguale a la población que la
hace posible. Esto quiere decir, que la progenie debe estar en
equilibrio con los progenitores o ser ligeramente superior.
Cráneos de Homo heidelbergensis hallados en la Sima de los Huesos
Cuando las poblaciones no alcanzan un ratio de mantenimiento,
decrecen y acaban por desaparecer. Los homininos de la Sima de los
Huesos perteneciente a
Homo heildebergensis, esuna especie con gran éxito en Europa desde los 600.000 a los 250.000 años antes del presente. Por eso sabemos que
la
reproducción de esta especie estaba en equilibrio y que en algunos
momentos creció. Esto explica que viviesen en un amplio territorio, al
menos, en todo el apéndice de continente Euroasiático.
El sexo y la reproducción están en el eje de la vida de las especies
y, por ende, son fundamentales en la evolución. Este sistema biológico
que permite que las especies sobrevivan, condiciona su comportamiento y
constituye un factor básico en la organización de los especimenes en los
grupos ecológicos y sociales. Hasta tal punto que la etología y la
ecología de estas comunidades están determinadas por la manera en que
evoluciona el sexo reproductivo y el mantenimiento de las crías.
Las hembras de
Homo heildebergensis, que podrían haber
tenido la primera menarquia sobre los 14 años, se reproducían a un ritmo
cuatrienal. Cuando destetaban podían ser cubiertas otra vez, de manera
que la máxima producción potencial de crías, en el caso que muriesen con
la menopausia a los 45 años, hubiese sido de entre 6 a 8 crías.
Teniendo en cuenta que existía una gran mortandad antes de los 30 años,
la media hubiese sido de 2 o 3 crías supervivientes por hembra.
Con este ritmo, podemos pensar que el sexo reproductivo era muy
importante, pero que lo era más el sexo social, ya que éste permitía el
cuidado y desarrollo de las crías vivas. Sin duda, y con estas ratios de
reproducción, el coste de mantenimiento de las mismas era muy elevado,
por lo que toda la población joven y adulta tenía que cuidar de la
progenie del grupo.
El sexo socializado explicaría el mantenimiento de grupos de
homininos prehistóricos, puesto que gracias a ello, la selección natural
actuaría de manera más matizada, que si el grupo no era social. Por lo
que hemos de pensar que eran grupos que mantenían relaciones sexuales
abiertas.
Los descendientes en Europa de
Homo heildebergensis fueron los
Homo neanderthalensis.
Esta especie emerge hacia los 250.000 años, vivió básicamente en el
subcontinente europeo, al igual que su antecesor, y ocupó mínimamente
una porción de territorio de Asia del Este, llegando a Asia Central. Al
menos esto es lo que conocemos hasta el momento sobre la territorialidad
de esta especie que desaparece, misteriosamente, no sin antes haberse
cruzado esporádicamente con nuestra especie,
Homo sapiens, llegada de África a Europa hace unos 40.000 años.
¿Que sabemos del sexo de
Homo neanderthalensis? Conocemos que
Homo heildebergensis
tenía un bajo dimorfismo sexual. Esto quiere decir que hembras y machos
eran parecidos a nivel de estructura corporal. No ocurría lo mismo en
especies de homininos de hace más de dos millones de años, en los que el
dimorfismo era muy marcado.
¿Por qué hacemos referencia al dimorfismo sexual? Pues para poder
explicar la importancia de esta característica en el comportamiento
etológico y cultural de los machos y hembras. En los primates, el
dimorfismo marca el comportamiento en el sexo social de estos mamíferos.
Cuando es muy acusado nos indica una asimetría en la estructuración
social, que se hace muy significativa. El peso de la etología sobre la
cultura es muy importante. Esto quiere decir que hembras y machos tienen
roles muy diferenciados, y que entre los machos también quedan muy
evidenciados los roles de poder y jerarquía.
El dimorfismo marca en las especies el comportamiento en el sexo
La conducta sexual entre primates es ya muy conocida. Así, por
ejemplo, decenas de documentales nos explican el control visual del
macho alfa gorila sobre el grupo de hembras y la imposibilidad de los
machos que no son dominantes de cruzarse con éstas. Por lo tanto, están
subordinados al alfa.
Las hembras, de tamaño mucho más reducido que los machos y, sobre
todo, del dominante, están controladas por éste en todo momento, no
pudiendo desafiar esta conducta etológica que les ha dado el éxito
evolutivo. Muy distinto a esto se da en otras especies y géneros donde
el dimorfismo sexual es más reducido, como ocurre ya en
Homo erectus, Homo heidebergensis,
Homo neanderthalensis, y por supuesto, en nuestra especie,
Homo sapiens.
Se supone que la relación sexual no esta determinada por la estructura
corpórea, sino que responde a otras estrategias donde la cultura tiene
un papel relevante en el comportamiento.
Como hemos visto,
Homo neanderthalensis, con un bajo
dimorfismo sexual tiene que tener un sexo social ligado a esta
característica anatómica de igualdad entre macho y hembra. Esto quiere
decir que las relaciones sociales que se producen en estos grupos son
distintas de los primates, que tienen un abultado dimorfismo sexual como
los gorilas que hemos puesto de ejemplo. Esto nos ayuda a revisar la
conducta sexual de muchas especies fósiles.
La selección natural es la que modula los ritmos de crecimiento y
mantenimiento de las poblaciones. La forma como éstas se adaptan en cada
momento determinado de la historia nos indica el éxito evolutivo de
la especie y la capacidad de supervivencia de la misma.
Gracias a los importantes estudios que se están realizando sobre registro de
Homo neanderthalensis,
en cuevas, abrigos y al aire libre, sabemos que esta especie que vivió
en Europa entre hace 250.000 y 25.000 años, tuvo un progreso técnico
social importante en su desarrollo. Esta constatación es significativa
porque existen muchos colegas que tratan a las especies como si fueran
inmutables en todo su conjunto, desde que emergen hasta que se
extinguen.
Como ya hemos planteado anteriormente, es necesario saber cómo
estaban compuestos los grupos para entender cómo se podían relacionar
entre ellos y con los demás, con el fin de mantener la especie en
funcionamiento en el planeta, sin problemas de supervivencia.
Las excavaciones que desde hace más de treinta años venimos realizando un equipo del
Institut Català de Paleoecología Humana i Evolució Social (IPHES), en el
Abric Romaní
de Capellades, cerca de Barcelona, nos han permitido acercarnos,
gracias a los descubrimientos secuenciales realizados, al conocimiento
de algunos de los comportamientos de las sociedades neandertales que son
claves para poder conocer su estructuración social.
Excavaciones en el Abric Romaní en agosto de 2012
La relación de los hogares con áreas domésticas, así como probables
espacios cerrados como consecuencia de construcciones creadas con
vegetales, nos permiten plantear la hipótesis de una ocupación de entre
20 y 25 metros cuadrados por unidad doméstica, con lo cual podemos
inferir que estos grupos debían de estar compuestos por más de seis
especímenes, pero por menos de doce.
Esta hipótesis nos permite postular que estos grupos estaban
constituidos por familias nucleares, que podían autoabastecerse, siempre
y cuando estuvieran dentro de una red de comunicación con miembros de
otros territorios. Esto quiere decir que podían conformar clanes y
tribus. De este modo, se estructuraban en redes que les permitían
contactos cíclicos, lo que hacia operativo la supervivencia de los
grupos en este sistema.
Los grupos nucleares debían estar compuestos por machos y hembras de
diferente edad, combinándose la experiencia de los mayores con la
capacidad reproductiva de hembras y machos más jóvenes. Por lo tanto,
entre otras cosas, les carecterizaba la intergeneracionalidad.
Los intercambios sexuales podrían producirse en momentos especiales
del año en abrigos, cuevas y lugares al aire libre, donde se
intercambiaban elementos de los grupos para que las tribus y los clanes
tuvieran continuidad.
Hemos planteado la hipótesis que algunos de los niveles excavados en el
Abríc Romaní fueran los restos de este tipo de ocupaciones producto de agregaciones o reuniones.
Eudald Carbonell