jueves, 24 de octubre de 2013

Una nueva hipótesis simplifica la evolución humana


 
Dicho de otro modo, lo que está verdaderamente en juego es si la evolución humana ha sido ramificada o más bien lineal, y la multiplicidad de especies es aparente, por haberse subestimado la variabilidad intraespecífica.
El estudio ha aparecido en la revista Science y viene firmado por el paleoantropólogo georgiano David Lordkipanidze y otros colegas. Según estos investigadores, el cráneo, que fue hallado en la campaña de 2005 y es conocido como D4500, presenta unas características jamás observada hasta ahora en un mismo espécimen de esa antigüedad (1,8 millones de años). En efecto, la caja craneal es de apenas 546 cm3 (el promedio de los humanos actuales es de 1.350 cm3); pero y la cara es grande aunque con rasgos arcaicos, tales como unos arcos superciliares pronunciados, una mandíbula también grande (aunque descubierta en 2000, ellos creen que pertenece al mismo individuo) y dientes de un tamaño mayor del que corresponde a un cráneo tan pequeño.
La escasa capacidad craneal de este espécimen ha llevado a los investigadores a concluir que los primeros humanos no necesitaron poseer grandes cerebros para abandonar África y emprender la travesía que les llevaría hasta las estribaciones meridionales del Cáucaso, como se venía suponiendo hasta hace poco. En cambio, se estima que las proporciones corporales de este individuo ya debían de ser como las nuestras: brazos más cortos que las piernas, mediría en torno al metro y medio y pesaría unos 50 kilos.
El yacimiento de Dmanisi viene proporcionando restos humanos desde 1991 y los hallazgos realizados allí han sido verdaderamente sorprendentes. Se han encontrado restos fosilizados correspondientes al menos a cinco individuos distintos, que el anterior director de este yacimiento asignó a una especie nueva: Homo georgicus. Serían unos humanos que todavía no dominaban el fuego y tenían una industria lítica rudimentaria pero que les permitió adaptarse al entorno de aquel paraje caucásico, cuyas condiciones climáticas eran más benignas que en la actualidad.
Cinco especies reducidas a una
Pero lo más sorprendente de todo son las conclusiones a las que llegan los autores de la investigación en relación a la posición filogenética de este cráneo. Según ellos, durante los primeros estadios de la evolución humana solamente existió una especie, que algunos de ellos consideran que fue H. erectus. De modo que todos los fósiles de H. rudolfensis, H. habilis y H. ergaster hallados en África, así como los de H. georgicus, deberían atribuirse a H. erectus; un clado que debería de comprender, según ellos, una gran variabilidad, aunque no más de la que se observa hoy en día en nuestra propia especie. Tal tesis choca frontalmente con la práctica, tan extendida en la paleoantropología, de usar las variaciones de los rasgos morfológicos para definir especies nuevas.
Ya se han alzado algunas voces contra esta propuesta. Para empezar, no todos los científicos están de acuerdo en que los fósiles hallados en Dmanisi representen a una misma especie humana: hay quienes dicen que podrían pertenecer, al menos, a dos distintas. Otros, como Fred Spoor, del instituto Max Planck de Biología Evolutiva, considera inadmisible incluir los cráneos africanos de H. habilis dentro del grupo de los H. erectus. Él mismo, recuerda, ya en 2007 presentó en Nature un fragmento de maxilar derecho de H. habilis y una calota de H. erectus que evidenciaban elementos distintivos entre estas especies; el de Dmanisi, afirma, se podría relacionar más con esta última especie que con la otra.
Ron Clarke, de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo), opina lo contrario; y ve más semejanzas entre D4500 y los H. habilis africanos que con los H. erectus. José María Bermúdez de Castro, codirector de los yacimientos de Atapuerca junto con Juan Luis Arsuaga y Eudald Carbonell, considera que es una temeridad ir tan lejos con estos datos y extrapolar las conclusiones sobre Dmanisi a todos los yacimientos africanos de 2,5 a 1,5 millones de años. También Arsuaga opina que es una hipótesis precipitada.
En lo que sí coincide todo el mundo, más allá de las repercusiones taxonómicas, es en reconocer el gran valor científico que tiene este cráneo para ampliar nuestro conocimiento de las primeras etapas del desarrollo del género humano. El yacimiento de Dmanisi se ha demostrado de gran importancia y promete nuevos descubrimientos de gran interés.

Two Monkeys Were Paid Unequally: Excerpt from Frans de Waal's


lunes, 21 de octubre de 2013

El cerebro pasa muchísimo tiempo hablando consigo mismo.


Ya estoy otra vez hablando conmigo mismo. Haga lo que haga, las palabras se amontonan en mi cabeza en un diálogo incesante. Medir el contenido de la mente es difícil, pero parece que hasta 80% de nuestras experiencias mentales son verbales. Nuestro cerebro se pasa la mayor parte del tiempo hablando, y nuestro monólogo interior podría exceder en mucho al número de palabras que decimos en voz alta. “El 70% de las experiencias verbales se queda en la mente”, estima Lera Boroditsky, de la Universidad de Stanford en California.
Dónde se forma
¿Cómo se produce la voz interior que lee en tu cabeza? ¿Cómo identificas una palabra escrita, la dotas de significado y sale de tu boca convertida en un sonido reconocible? Desde que ves escrita la palabra “METEORITO” hasta que la has pronunciado han transcurrido, según han descubierto en la Universidad de California, 450 milisegundos.
Pero, ¿qué sucede en ese tiempo? Ned Sahin cronometró al “duende lector”, como llama al entramado de neuronas que se ocupa de identificar y pronunciar la palabra escrita. Sus mediciones muestran que el área de Broca hace más de lo que creían los científicos, incluyendo la ejecución de todas las medidas que van de la lectura al habla.
Para empezar, se produce el reconocimiento de la palabra en 200 milisegundos. Luego, solo hacen falta 120 milisegundos más para interpretarla como verbo o sustantivo. Solo 450 milisegundos después de la primera vez que la leíste, tu cerebro está listo para articularla en silencio. El estudio disipa la teoría hasta ahora aceptada de que el área de Broca sólo estaba implicada en el habla, mientras que otra región del cerebro, el área de Wernicke, se ocupaba de la lectura y el oídoo. Broca puede con todo.

Para qué sirve
El ingente volumen de palabras sin vocalizar podría sugerir que el lenguaje es más que un mero utensilio para comunicarse con otros. Pero, ¿para qué otra cosa podría servir? Gary Lupyan, de la Universidad de Wisconsin en Madison, lleva años intentando averiguarlo. En uno de sus estudios, pidió a 44 adultos que observasen una serie de imágenes de extraterrestres imaginarios.
Si la criatura era amistosa u hostil venía determinado por varias características sutiles, aunque a los participantes no se les decía cuáles eran. Tenían que suponer quién era amigo y quién enemigo, y después de cada respuesta se les decía si tenían razón o estaban equivocados. A un cuarto de los participantes se les comentaba por anticipado que los alienígenas amistosos se llamaban “leebish” y los hostiles “grecious”, mientras que a otro cuarto se le decía justo lo contrario. Para el resto, no tenían nombre.
Lupyan halló que los participantes a quienes se les habían dado nombres para los alienígenas, es decir, aquellos que tenían una “etiqueta” que su voz interior podía utilizar para clasificar, detectaban a los predadores más rápidamente, y alcanzaban 80% de exactitud en menos de la mitad del tiempo que les llevaba a aquellos a quienes no se les había facilitado ningún nombre.

Al final del test, los que sabían el nombre podían categorizar 88% de estos seres, comparado con solo 80% que alcanzaba el resto. Por lo tanto, Lupyan concluyó que nombrar las cosas nos ayuda a clasificarlas y a memorizarlas.
Estudios de finales de la década de 1990 indican que los niños desarrollan más capacidad para agrupar objetos en categorías (por ejemplo, animales frente a coches) si ya han aprendido a nombrarlas. Y una investigación publicada en 2005 por Dedre Gentner, de la Northwestern University en Evanston, Illinois, sugirió que el razonamiento espacial de los niños mejora si se les recuerdan palabras como “arriba”, “en medio” y “abajo”. Mientras, otros estudios han descrito cómo las personas que perdían la capacidad del lenguaje tras un ictus tenían que esforzarse en tareas como agrupar y categorizar objetos.
Estos hallazgos sugieren que el lenguaje aporta beneficios a los niños más allá de la comunicación. Pero, ¿también se verifica en adultos sanos?  En otro experimento, Lupyan pidió a un grupo de gente que observase mobiliario de un catálogo de una tienda de muebles. Se les ordenaba que pusieran una etiqueta al objeto  (si era una silla, una lámpara, etc.); luego, tenían que decir si les gustaba o no. Lupyan descubrió que cuando les pedía poner etiquetas, los voluntarios eran posteriormente menos propensos a acordarse de los detalles específicos de los productos, como por ejemplo, si una silla tenía o no brazos. Eso se debe, según el experto, a que poner etiquetas ayuda a nuestra mente a construir un prototipo típico del objeto dentro del grupo, a expensas de las características individuales.
Esto puede que no sea tan inútil como parece. “La memoria es muy categórica porque a menudo no tenemos que recordar los detalles específicos”, añade.

Leer y ver una calabaza
Según el investigador, las palabras que dices, piensas y escuchas tienen un impacto sumamente real sobre tu modo de ver las cosas. Gabriella Vigliocco, del University College de Londres, ha descubierto que escuchar verbos asociados con el movimiento vertical (como saltar, elevarse...) afecta a la sensibilidad del ojo hacia ese movimiento. Mostró a varios voluntarios una pantalla que consistía en 1,000 puntos, cada uno de los cuales se movía vertical o aleatoriamente.
Vigliocco halló que los voluntarios eran más propensos a detectar la dirección predominante del movimiento cuando oían un verbo que cuadraba con ella (por ejemplo, “elevarse” cuando la mayoría de los puntos iban en esa dirección). Y viceversa: eran menos propensos a detectar el movimiento si el verbo describía la dirección opuesta, como “caer”, si los puntos subían.
Este no es el único ejemplo de cómo el lenguaje ayuda a la percepción: nos puede ayudar a identificar una imagen medio escondida. Lupyan y la investigadora Emily Ward mostraron a los voluntarios una imagen de un objeto, una calabaza, que podían ver con un ojo, mientras con el otro veían una masa de garabatos, con la intención de enmascarar la percepción del objeto. Algunos de los voluntarios oían al mismo tiempo el nombre del objeto, otros oían el nombre de uno diferente y los demás no oían nada.
Después de seis segundos, el objeto y la máscara desaparecían, y a los voluntarios se les preguntaba qué habían visto. Los sujetos lo identificaron 80% de las veces, pero escuchar el nombre del objeto subía el porcentaje de éxitos a 85%. Por el contrario, quienes oían un nombre incorrecto  solo vieron la imagen oculta aproximadamente en 75% de los casos.
Esto parece deberse a que las palabras mejoran los sistemas visuales de nuestro cerebro conjurando una imagen mental que nos vuelve más sensibles a los estímulos cuando vemos un objeto. Este fenómeno, en el que nuestros pensamientos y las sensaciones procedentes de otros sentidos pueden alimentar el sistema visual y alterar lo que contemplamos, se conoce como “proceso descendente”.
Para averiguar si las palabras habladas son más evocadoras que los estímulos no verbales, Lupyan inventó seis objetos y les dio a cada uno un nombre ficticio y un sonido artificial. Una vez que sus sujetos de estudio se hicieron familiares con los instrumentos, los nombres y los sonidos, les puso una grabación con el nombre y su sonido,
y entonces hacía aparecer dos imágenes del mismo objeto en la pantalla: una boca abajo y otra normal.
La tarea era decir qué parte de la pantalla contenía el elemento en posición correcta. Lupyan se figuró que si las palabras son más evocadoras que los sonidos, entonces los sujetos deberían ser más rápidos si oían el nombre del objeto, y eso es lo que sucedió.
Tras 10 minutos, el nombre ya afectaba a la forma en que los sujetos percibían”, explica.
Boroditsky ha descubierto que los ruso- parlantes, que tienen dos palabras para los diferentes tonos de azul, son más rápidos a la hora de distinguir esos dos matices que los angloparlantes.
Una unión verbal
Lupyan cree que nuestro soliloquio tiene un efecto significativo sobre la cognición. “No creo que necesitemos oír las palabras en alto o verlas escritas para que tengan un impacto sobre nosotros”, explica. Dado que 80% de nuestra vida parece ser verbal, es una afirmación muy importante.
Las palabras quizá ayudaron a nuestros ancestros a aprender qué animales eran peligrosos, o cuáles eran los frutos venenosos y cuáles nutritivos. Es imposible volver atrás en el tiempo y comprobar la veracidad de esta idea, pero una emulación de la tarea de cazador-recolector podría ser interesante.
Lupyan y Daniel Swingley, de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia, en Estados Unidos, pidieron a unos voluntarios que encontraran cajas de Cheerios o botellas de Sprite escondidas en fotos de un supermercado. A la mitad de los participantes se le pedía que se repitieran el nombre del producto a sí mismos, lo que les ayudó a encontrar sus objetivos con mucha más eficacia.
Parece que nuestra voz interior cambia la forma en que experimentamos el mundo. “El lenguaje es un revestimiento que modifica cómo razonamos y vemos”, dice Clark. Boroditsky cree que esto es tan relevante para nosotros como lo fue para los primeros humanos: el lenguaje es la forma en que el cerebro se centra en detalles esenciales. “Es como una guía que se ha ido desarrollando antes en miles de personas, que han ido imaginando lo que es importante para la supervivencia.

Tu cerebro elimina la basura mientras duermes

Investigadores de la Universidad de Rochester (EE UU) han llevado a cabo un estudio que demuestra la naturaleza reparadora del sueño y que podría explicar por qué necesitamos dormir, según publica la revista Science en su última edición.

"Dormimos para limpiar el cerebro; dormir parece ser el resultado de la liquidación activa de los subproductos de la actividad neuronal que se acumulan durante la vigilia", explica Maiken Nedergaard, autora principal del artículo, en declaraciones a la agencia SINC. En concreto, su trabajo apunta que durante el sueño el cerebro es muy activo en la eliminación de residuos, como la proteína beta-amiloide responsable de la enfermedad de Alzheimer y otros trastornos neurológicos.

El conocido como 'sistema glinfático', que fue descubierto el año pasado por los mismos investigadores, suple el papel del sistema responsable de la eliminación de residuos celulares en el resto del cuerpo –el sistema linfático–, cuya función no se extiende a este órgano.

El proceso del cerebro para limpiar residuos no era conocido hasta ahora por los científicos ya que, al observarse solo en el cerebro vivo, no ha sido posible hasta la llegada de nuevas tecnologías de imagen como la microscopía de dos fotones. Gracias a esta técnica, los investigadores pudieron observar en ratones –cuyos cerebros son muy similares a los seres humanos– una especie de sistema de tuberías en los vasos sanguíneos del cerebro que permite al líquido cefalorraquídeo ‘lavar’ los residuos e incorporarlos al sistema circulatorio para acabar, finalmente, en el hígado, que elimina de la sangre las sustancias nocivas para el organismo.



Los científicos de Rochester comprobaron que el sistema glinfático es casi diez veces más activo durante el sueño y que, al dormir, el cerebro elimina de forma significativa más beta-amiloide. Una de las pistas para entender que este sistema puede ser más activo durante el sueño fue el hecho de que la cantidad de energía consumida por el cerebro no disminuye drásticamente disminuirá mientras dormimos. Además, los investigadores encontraron que, mientras dormimos, las células del cerebro encogen y se reducen un 60%, lo que permite que los residuos se eliminen con mayor eficacia.

Los científicos apuntan que esta contracción crea más espacio entre las células y permite al líquido cefalorraquídeo limpiar más libremente los residuos a través del tejido cerebral. Por el contrario, cuando se está despierto las células del cerebro están más cerca, restringiendo el flujo del líquido cefalorraquídeo.

"Entender exactamente cómo y cuándo el cerebro activa el sistema glinfático y limpia los residuos es un primer paso en los esfuerzos para modular este sistema y hacer que funcione de manera más eficiente", subraya Nedergaard.

Profesores 'quemados': problemas de memoria y peor salud

El síndrome de Burnout o lo que se conoce como ‘estar quemado’ es un conjunto de síntomas que se produce a causa del estrés laboral interpersonal. Al parecer, más del 65% de los profesores de E.S.O. en Madrid sufre este problema en cierto grado, tal como señala un estudio reciente realizado por la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Camilo José Cela.

Dentro de este síndrome, el cansancio emocional, uno de los componentes principales, tiene lugar como consecuencia de la interacción con los alumnos, padres y compañeros, y toda la problemática que ello conlleva. Pero parece que el profesor que sufre de este tipo de agotamiento, podría tener otras complicaciones. Feuerhahn y sus colaboradores de diversas universidades alemanas, han publicado muy recientemente un estudio en Stress and Health donde describen como el cansancio emocional puede afectar al rendimiento cognitivo del profesor y a su salud física.  Entre otras cosas, evaluaron los síntomas de estrés que sentían un grupo de 100 profesores y le realizaron una evaluación neuropsicológica con un test de memoria. Encontraron que cuanto mayor era la percepción de estrés por el profesor, peor era el rendimiento en la tarea de memoria y peor la estimación de la salud física.
No es la primera vez que se confirma que el estrés crónico produce estragos en la salud, aunque resulta importante destacar que parece afectar también a nuestras capacidades mentales. Los programas antiestrés y el entrenamiento en memoria podrían ser vías recomendables que ayuden a esas personas a recuperar su salud.

Marisa Fernández, Neuropsicóloga Senior, Unobrain

El rechazo social libera analgésicos naturales

Un reciente estudio estadounidense indica que, cuando nos enfrentamos el rechazo social, el cerebro tiene medios para aliviar el dolor que nos produce. Según publican en Molecular Psychiatry científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan, el sistema de analgésicos naturales del cerebro no solo responde al dolor físico corporal, como ya se había demostrado, sino también al rechazo social.

Combinando el uso de escáneres cerebrales capaces de rastrear la liberación de compuestos químicos en el cerebro con un modelo de rechazo social sustentado en las citas románticas concertadas por Internet, los científicos descubrieron que los opioides naturales se liberan en el cerebro humano durante situaciones de angustia social, aislamiento y rechazo.

El estudio involucró a dieciocho adultos a quienes se pidió que observaran fotografías y perfiles personales ficticios de cientos de personas. Cada uno de los participantes seleccionó algunos perfiles de quienes podrían interesarle más románticamente, una situación similar a las citas románticas por internet.

Pero luego, a la vez que eran situados en un escáner PET para tomar imágenes de sus cerebros, se les comunicó que los individuos que habían encontrado más atractivos e interesantes no mostraban un interés recíproco. Las neuroimágenes durante ese momentos desvelaron la liberación de opioides. El efecto fue mayor en las regiones del cerebro llamadas parte central del cuerpo estriado, la amígdala, el tálamo medio, y la sustancia gris central, áreas también conocidas por su activación en el dolor físico. Por otro lado, cuanto mayor fue la liberación de opioides durante el rechazo social en otra área del cerebro llamado córtex del cíngulo anterior, menor fue el mal humor que mostraron los participantes cuando recibieron la noticia de que habían sido rechazados.

A pesar de los investigadores se habían asegurado de que los participantes supieran que los perfiles para "citas" no eran reales, y que por lo tanto tampoco era real el “rechazo”, el rechazo social simulado fue suficiente como para causar una respuesta emocional y una respuesta de opioides.

Los investigadores analizaron, asimismo, qué ocurría cuando a los participantes se les dijo que alguien en quien ellos habían expresado interés expresaba interés en ellos, es decir la aceptación social. En ese caso algunas regiones cerebrales también tuvieron más liberación de opioides. "Se sabe que el sistema de opioides desempeña un papel en la reducción del dolor y en la promoción del placer, y nuestro estudio muestra que esto también sucede en el contexto social", dijo David T. Hsu, coautor del trabajo.

Las personas con alta puntuación en un rasgo de personalidad llamado resiliencia, entendida como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, mostraron niveles más altos de activación de los analgésicos naturales, sobre todo en la amídgala, una región del cerebro involucrada en el procesamiento emocional. Por el contrario, "es posible que las personas con depresión o ansiedad social sean menos capaces de liberar opioides durante los momentos de estrés social y, por lo tanto, no se recuperan tan rápida o plenamente de una experiencia social negativa", sugirió Hsu.