Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
martes, 31 de julio de 2012
Pueblos San de África muestran que la cultura moderna empezó hace 44.000 años
Una pregunta clave sobre la evolución humana es cuándo surgieron las culturas modernas y un equipo internacional ha encontrado entre los pueblos San de África pruebas de que ese comienzo ocurrió hace unos 44.000 años, según un artículo que publica hoy Proceedings of the National Academy of Sciences.
Washington, 30 jul.- Una pregunta clave sobre la evolución humana es cuándo surgieron las culturas modernas y un equipo internacional ha encontrado entre los pueblos San de África pruebas de que ese comienzo ocurrió hace unos 44.000 años, según un artículo que publica hoy Proceedings of the National Academy of Sciences.
Hasta ahora la mayoría de los arqueólogos creía que las trazas más antiguas de la cultura San de cazadores y recolectores en el sur de África databan de 10.000 o, como máximo, 20.000 años.
El equipo internacional lo integraron científicos de Sudáfrica, Francia, Italia, Noruega, Estados Unidos y el Reino Unido.
"El estudio muestra que el comienzo de la Edad de Piedra Tardía en Sudáfrica probablemente tuvo lugar hace unos 44.000 o 42.000 años", indicó Paola Villa, curadora en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Colorado y principal autora del trabajo.
Las nuevas fechas se sustentan en el uso de un sistema precisamente calibrado de radiocarbono que vincula los artefactos orgánicos que se encontraron en la Cuve Border, de las montañas Lebombo en la frontera de Sudáfrica y Suazilandia.
"La datación y el análisis de los materiales arqueológicos descubiertos en Cave nos han permitido demostrar que muchos de los elementos de cultura material que caracterizan a los cazadores y recolectores San en el sur de África eran parte de la cultura y la tecnología de los habitantes de ese sitio hace 44.000 años", señaló Lucinda Blackwell, de la Universidad Wits e integrante del equipo.
Blackwell añadió que los resultados muestran, sin duda, que hace más de 440 siglos los habitantes de Border Cave usaban para excavar estacas reforzadas con piedras perforadas, como las que usan tradicionalmente los San.
"Se adornaban con cáscaras de huevo de avestruz y cuentas hechas con conchas marinas, y hacían muescas en huesos con propósitos de anotaciones", añadió. "Afilaban las puntas de huesos para hacer punzones y cabezas de flecha envenenadas".
"Una de tales puntas está decorada con una ranura en espiral llena de ocre, lo cual se asemeja mucho a las marcas similares que hacen los San en sus cabezas de flecha cuando cazan", dijo Blackwell.
El análisis clínico mostró que el veneno usado en esas puntas de hueso era, probablemente, ácido ricinoleico que puede obtenerse de las semillas en las plantas de aceite de castor.
"Esas puntas de hueso podían penetrar cueros gruesos, pero la falta de potencia como para matar por impacto o penetración significa que se requería el uso de veneno para matar a la presa", señaló Villa.
También se encontró una bola de cera de abeja, que data de unos 40.000 años y es la porción de cera de abeja, usada por humanos, más antigua que se haya descubierto. Esa cera está envuelta en fibras de planta que pueden haber sido similares a las fibras usadas en las cuerdas de los arcos de caza, explicó Villa.
La cera, mezclada con la resina de euforbia tóxica y posiblemente huevos, se encontró envuelta en fibras que proceden de la parte interior de la corteza de una planta de madera.
"Esta combinación compleja, que puede haberse usado como mango de las cabezas de flecha o de las herramientas, data también de 40.000 años y es prueba del uso de cera más antiguo que se conozca", añadió Blackwell.
Origenes de la cultura moderna
Francesco d’Errico / Lucinda Backwell
Los habitantes de Border Cave, en el sur de África, ya utilizaban artefactos para la caza y elementos de adorno presentes en el estilo de vida de los bosquimanos
Una
de las cuestiones fundamentales de la evolución humana es conocer
cuándo emergieron culturas similares a la nuestra, que podamos
considerar modernas. Hasta ahora, la mayoría de los arqueólogos creían
que esto había ocurrido hace unos 10.000 o como mucho 20.000 años en el
sur de África. Sin embargo, una nueva investigación realizada por un
equipo internacional de investigadores cree que el surgimiento de la cultura moderna se produjo mucho antes, hace 44.000 años, en
el mismo lugar. Nuestros predecesores allí establecidos ya utilizaban
muchos de los artefactos y elementos materiales como armas, adornos o
elementos simbólicos que caracterizan el estilo de vida de los
bosquimanos o hombres de San, pueblos africanos tradicionalmente cazadores-recolectores.
La
investigación realizada por un equipo de científicos de Sudáfrica,
Francia, Italia, Noruega, EE.UU. y Gran Bretaña, aparece en dos
artículos publicados en la prestigiosa revista Proceedings de la
Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. (PNAS).
Situado
en las estribaciones de las montañas de Lebombo en KwaZulu-Natal,
Sudáfrica, el yacimiento Border Cave ha conservado material orgánico de
una forma excepcional. Los autores del estudio dicen que sus resultados
han demostrado sin lugar a dudas que en torno a 44.000 años atrás la
gente de ese enclave ya empleaba, por ejemplo, palos para excavar similares a los tradicionalmente utilizan los San.
Cera de abeja
«Se adornaban con cuentas hechas con cáscaras de huevo de avestruz y conchas marinas, y huesos con muescas con propósitos de notación. Utilizaban punzones de hueso y puntas de flecha envenenadas», dice Lucinda Backwell, de la Universidad de Wits en Sudáfrica.
El
análisis químico de los residuos en un palo de madera decorado con
incisiones revela que, al igual que hacen los San, los utilizaban para
mantener y llevar un veneno que contiene ácido ricinoleico, que se
encuentra en las semillas del ricino. Es la primera evidencia jamás
descubierta del uso de este veneno.
Los científicos también han encontrado un trozo de cera de abeja, mezclado
con resina y huevo y envuelto en fibras vegetales elaboradas a partir
de la corteza interior de una planta leñosa. Este compuesto se utilizaba
para fijar las puntas de flecha y otras herramientas y es la evidencia más antigua conocida de la utilización de la cera de abejas. Además, los colmillos de jabalí se empleaban en punzones y puntas de lanza.
lunes, 30 de julio de 2012
Mostly the Big-Brained Survive Animals' brain-to-body size ratio predicts their likelihood of extinction, a new analysis finds
By Emma Marris and Nature magazine
|
July 17, 2012 |
Large-brained animals may be less likely to go extinct in a changing world, perhaps because they can use their greater intelligence to adapt their behaviour to new conditions, according to an analysis presented to a meeting of conservation biologists this week. The finding hints at a way to prioritize future conservation efforts for endangered species.
Brain size relative to body size is fairly predictable across all mammals, says Eric Abelson, who studies biological sciences at Stanford University in Palo Alto, California. “As body size grows, brain size grows too, but at slower rate,” he says. Plotting brain size against body size creates a tidy curve. But some species have bigger or smaller brains than the curve would predict for their body size. And a bigger brain-to-body-size ratio usually means a smarter animal.
Abelson looked at the sizes of such deviations from the curve and their relationships to the fates of two groups of mammalian species — ‘palaeo’ and ‘modern’. The palaeo group contained 229 species in the order Carnivora from the last 40 million years, about half of which are already extinct. The modern group contained 147 species of North American mammals across 6 orders. Analysis of each group produced similar results: species that weighed less than 10 kilograms and had big brains for their body size were less likely to have gone extinct or be placed on the International Union for Conservation of Nature red list for endangered species.
For species larger than about 10 kilograms, the advantage of having a large brain seems to be swamped by the disadvantage of being big. Large species tend to reproduce later in life, have fewer offspring, require more resources and larger territories, and catch the attention of humans, either as food or as predators. Hunting pressure or reductions in available space can hit them particularly hard.
But for smaller mammals, such as rodents, the future may belong to the big-brained. Animals with larger brains relative to their body size have been shown to be more likely to thrive when introduced to new places, and Abelson’s work suggests that they would outperform their dimmer peers when it comes to adapting to changes at home as well. This behavioural flexibility of the brainy could tide them over until the slower process of genetic change is able to catch up to a changed environment, Abelson says. "If the climate cools significantly I may not be able to adapt anatomically in my lifetime, but if I was sufficiently flexible I could build a warmer house."
Other investigations into the links between particular traits and extinction risk have found that variations in body size, diet, population density, home range, lifespan and growth rate are tied to the risk of a species dying out. Walter Jetz, an ecologist at Yale University in New Haven, Connecticut, says that analyses of extinction risk using many traits will probably be more powerful and accurate than predictions based on single traits. Such analyses should also take climate change and other environmental changes into account, says Jetz.
Abelson is agnostic on how the extinction-brain size relationship should inform conservation efforts. One could argue for expending more resources on the smaller-brained species that are at high risk. Or one could decide to spend more energy smoothing the way for the smarter, more adaptable species, since they might have a higher likelihood of surviving. “All I can say is that I hope it is useful for whoever is making those decisions,” he says.
Large-brained animals may be less likely to go extinct in a changing world, perhaps because they can use their greater intelligence to adapt their behaviour to new conditions, according to an analysis presented to a meeting of conservation biologists this week. The finding hints at a way to prioritize future conservation efforts for endangered species.
Brain size relative to body size is fairly predictable across all mammals, says Eric Abelson, who studies biological sciences at Stanford University in Palo Alto, California. “As body size grows, brain size grows too, but at slower rate,” he says. Plotting brain size against body size creates a tidy curve. But some species have bigger or smaller brains than the curve would predict for their body size. And a bigger brain-to-body-size ratio usually means a smarter animal.
Abelson looked at the sizes of such deviations from the curve and their relationships to the fates of two groups of mammalian species — ‘palaeo’ and ‘modern’. The palaeo group contained 229 species in the order Carnivora from the last 40 million years, about half of which are already extinct. The modern group contained 147 species of North American mammals across 6 orders. Analysis of each group produced similar results: species that weighed less than 10 kilograms and had big brains for their body size were less likely to have gone extinct or be placed on the International Union for Conservation of Nature red list for endangered species.
For species larger than about 10 kilograms, the advantage of having a large brain seems to be swamped by the disadvantage of being big. Large species tend to reproduce later in life, have fewer offspring, require more resources and larger territories, and catch the attention of humans, either as food or as predators. Hunting pressure or reductions in available space can hit them particularly hard.
But for smaller mammals, such as rodents, the future may belong to the big-brained. Animals with larger brains relative to their body size have been shown to be more likely to thrive when introduced to new places, and Abelson’s work suggests that they would outperform their dimmer peers when it comes to adapting to changes at home as well. This behavioural flexibility of the brainy could tide them over until the slower process of genetic change is able to catch up to a changed environment, Abelson says. "If the climate cools significantly I may not be able to adapt anatomically in my lifetime, but if I was sufficiently flexible I could build a warmer house."
Other investigations into the links between particular traits and extinction risk have found that variations in body size, diet, population density, home range, lifespan and growth rate are tied to the risk of a species dying out. Walter Jetz, an ecologist at Yale University in New Haven, Connecticut, says that analyses of extinction risk using many traits will probably be more powerful and accurate than predictions based on single traits. Such analyses should also take climate change and other environmental changes into account, says Jetz.
Abelson is agnostic on how the extinction-brain size relationship should inform conservation efforts. One could argue for expending more resources on the smaller-brained species that are at high risk. Or one could decide to spend more energy smoothing the way for the smarter, more adaptable species, since they might have a higher likelihood of surviving. “All I can say is that I hope it is useful for whoever is making those decisions,” he says.
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