Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
viernes, 11 de septiembre de 2009
Programando las emociones
¿Què importancia tienen las emociones en la toma de decisiones, en la contrucción de conocimiento?, el siguiente video nos puede dar pistas mediante el análisis del estudio de la emociones en laboratorio, esta vez mediante la programación de la emociones.
jueves, 10 de septiembre de 2009
El color de las emociones
Documento tomado de la revista de ciencias cognitivas
(http://medina-psicologia.ugr.es/cienciacognitiva/?s=emociones)
Julio Santiago
Dept. de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento, Universidad de Granada, España.
¿Son capaces los colores de afectar a cómo pensamos y razonamos? ¿Pueden hacerlo sin que nos demos cuenta de ello? Estudios recientes empiezan a responder a estas cuestiones.
La psicología popular sabe bien que colores y emociones mantienen entrañables relaciones. Todos, con llamativas excepciones, somos muy conscientes de estas relaciones cuando elegimos la ropa que ponernos cada día, procurando que el resultado sea agradable para uno mismo y los demás. Estas relaciones se reflejan también en el lenguaje cotidiano, que está plagado de expresiones y modismos como “estaba verde de envidia”, “alerta roja”, o “ponerse rojo de ira”. En otros idiomas sucede igual, como en la expresión “feeling blue” en inglés, que significa sentirse triste. Pero hasta hace muy poco no disponíamos de ningún análisis sistemático de este tipo de expresiones, ni mucho menos de demostraciones experimentales rigurosas de la influencia que los colores ejercen sobre nuestro estado emocional.
Recientemente, la lingüista Gill Philip (2006) ha abordado el aspecto descriptivo de la relación entre colores y emociones. Utilizando dos corpora (inglés e italiano) de varios millones de palabras cada uno, ha trazado los contextos de aparición de los términos básicos del color. Así, ha podido constatar muchas similitudes, y algunas diferencias, en las connotaciones que adoptan los términos del color en ambos idiomas, connotaciones que coinciden en gran medida con las que, intuitivamente, les asignamos en castellano. Por ejemplo, “blanco” y “negro” (o mejor, “claro” y “oscuro”) se asocian respectivamente a lo bueno y lo positivo, y lo malo y negativo. “Rojo” mantiene relaciones con una familia de significados que en su mayoría tienen connotaciones negativas (ira, vergüenza, peligro, amenaza, agotamiento físico), aunque con excepciones (amor, pasión). “Amarillo” toma prestadas algunas connotaciones del “blanco” por ser un color claro, y participa en otras como la que lo asocia a cierto tipo de prensa sensacionalista. Finalmente, el “verde” muestra algunas asociaciones con estados emocionales, como la envidia o la esperanza, pero hoy en día se asocia mayoritariamente con el ecologismo y la naturaleza.
Una gran cuestión, por supuesto, es de dónde vienen estas connotaciones. Algunas están claramente cargadas de cultura, como la del amarillo y la prensa sensacionalista, pero otras pueden estar mediadas por asociaciones muy básicas, con gran carga biológica. Por ejemplo, el rojo se relaciona con el color de la sangre (tanto sangre derramada como el enrojecimiento de la piel bien irrigada), y esto puede mediar tanto sus evocaciones negativas como las positivas. Pero también se asocia el rojo sistemáticamente con el peligro y la evitación a través de su uso en semáforos, señales de tráfico y otros símbolos de uso habitual en culturas concretas.
Pero aunque estas connotaciones estén presentes en el modo de hablar de las personas, ¿hasta qué punto nos afectan? Y, si lo hacen, ¿pueden afectarnos sin darnos cuenta? Dos estudios recientes han comenzado a aportar respuestas a estas preguntas. El psicólogo Brian Meier y sus colaboradores (2004) presentaron palabras con carga emocional positiva (”bebé”, “campeón”, “jardín”…) y palabras con carga negativa (”enemigo”, “fraude”, “veneno”…) sobre una pantalla de ordenador con un fondo gris. Cada palabra aparecía en dos versiones, una vez impresa en blanco y otra en negro. Los participantes debían responder, para cada palabra, presionando una tecla si su significado era positivo y otra si era negativo, y el ordenador recogía el tiempo transcurrido desde la presentación de la palabra hasta la respuesta (tiempo de reacción). Los resultados fueron contundentes: el tiempo de reacción aumenta cuando la palabra es positiva y está impresa en negro, y también cuando es negativa y está impresa en blanco. En cambio, cuando la combinación emoción-color es la adecuada (positivo-blanco, negativo-negro), el significado emocional de la palabra se valora más rápidamente.
Aún más sugerente es el estudio realizado por el psicólogo Andrew Elliot y sus colaboradores (2007) sobre el efecto que tiene una breve exposición al color rojo en un contexto de logro. Estos investigadores decían a sus participantes que iban a realizar un test de inteligencia (unas veces era la resolución de un conjunto de analogías, del tipo “caro es a raro, lo que barato es a…”; otras veces, continuar una sucesión de números…). A lo largo de varios experimentos, compararon el efecto del rojo con el de un color con asociaciones positivas (el verde) y otro que consideraron neutro (negro, blanco o gris, aunque según los datos de Meier, ni negro ni blanco son tan neutros).
En un experimento, el número de la página en el cuadernillo del test estaba escrito con un bolígrafo de color rojo, verde o negro. En otros experimentos, la portada del test, en la que los participantes se paraban sólo durante 2 segundos, era de color rojo, verde, blanco o gris. Tan escueta exposición al color rojo fue suficiente para conseguir que el número de ejercicios realizado correctamente fuese menor para el grupo de participantes que vio ese color. (El verde no se diferenció de los colores “neutros”). Preguntados después de acabar el test, todos los participantes recordaban haber visto el color que les tocó, pero ninguno supuso en ningún momento que tenía algo que ver con el estudio, y ni mucho menos que le estuviera afectando a su realización del test.
Quedan muchas cuestiones por resolver. ¿Afectará el rojo de igual manera en un contexto que no sea de logro, sino, p.ej., en un contexto de relación social, donde sus asociaciones son mayormente positivas? ¿Se encontrarán los mismos efectos en otras culturas en las que no se dan las asociaciones cotidianas del rojo con el peligro? Si fuese así, se apoyaría la idea de que el origen de la emocionalidad del rojo está en parte enraizada en nuestro pasado como especie.
En todo caso, si vas a presentarte a unas oposiciones, un examen o a defender un proyecto, evita los bolígrafos rojos, y ruega porque ninguno de los presentes lleve una camiseta roja.
Referencias
Elliot, A. W., Maier, M. A., Moller, A. C., Friedman, R., & Meinhart, J. (2007) Color and psychological functioning: The effect of red on performance attainment. Journal of Experimental Psychology: General, 136, 154-168.
Meier, B. P., Robinson, M. D. & Clore, G. L. (2004) Why good guys wear white: Automatic inferences about stimulus valence based on brightness. Psychological Science, 15(2), 82-87.
Philip, G. (2006) Connotative meaning in English and Italian Colour-word metaphors. Metaphorik.de, 10, 59-93.
(http://medina-psicologia.ugr.es/cienciacognitiva/?s=emociones)
Julio Santiago
Dept. de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento, Universidad de Granada, España.
¿Son capaces los colores de afectar a cómo pensamos y razonamos? ¿Pueden hacerlo sin que nos demos cuenta de ello? Estudios recientes empiezan a responder a estas cuestiones.
La psicología popular sabe bien que colores y emociones mantienen entrañables relaciones. Todos, con llamativas excepciones, somos muy conscientes de estas relaciones cuando elegimos la ropa que ponernos cada día, procurando que el resultado sea agradable para uno mismo y los demás. Estas relaciones se reflejan también en el lenguaje cotidiano, que está plagado de expresiones y modismos como “estaba verde de envidia”, “alerta roja”, o “ponerse rojo de ira”. En otros idiomas sucede igual, como en la expresión “feeling blue” en inglés, que significa sentirse triste. Pero hasta hace muy poco no disponíamos de ningún análisis sistemático de este tipo de expresiones, ni mucho menos de demostraciones experimentales rigurosas de la influencia que los colores ejercen sobre nuestro estado emocional.
Recientemente, la lingüista Gill Philip (2006) ha abordado el aspecto descriptivo de la relación entre colores y emociones. Utilizando dos corpora (inglés e italiano) de varios millones de palabras cada uno, ha trazado los contextos de aparición de los términos básicos del color. Así, ha podido constatar muchas similitudes, y algunas diferencias, en las connotaciones que adoptan los términos del color en ambos idiomas, connotaciones que coinciden en gran medida con las que, intuitivamente, les asignamos en castellano. Por ejemplo, “blanco” y “negro” (o mejor, “claro” y “oscuro”) se asocian respectivamente a lo bueno y lo positivo, y lo malo y negativo. “Rojo” mantiene relaciones con una familia de significados que en su mayoría tienen connotaciones negativas (ira, vergüenza, peligro, amenaza, agotamiento físico), aunque con excepciones (amor, pasión). “Amarillo” toma prestadas algunas connotaciones del “blanco” por ser un color claro, y participa en otras como la que lo asocia a cierto tipo de prensa sensacionalista. Finalmente, el “verde” muestra algunas asociaciones con estados emocionales, como la envidia o la esperanza, pero hoy en día se asocia mayoritariamente con el ecologismo y la naturaleza.
Una gran cuestión, por supuesto, es de dónde vienen estas connotaciones. Algunas están claramente cargadas de cultura, como la del amarillo y la prensa sensacionalista, pero otras pueden estar mediadas por asociaciones muy básicas, con gran carga biológica. Por ejemplo, el rojo se relaciona con el color de la sangre (tanto sangre derramada como el enrojecimiento de la piel bien irrigada), y esto puede mediar tanto sus evocaciones negativas como las positivas. Pero también se asocia el rojo sistemáticamente con el peligro y la evitación a través de su uso en semáforos, señales de tráfico y otros símbolos de uso habitual en culturas concretas.
Pero aunque estas connotaciones estén presentes en el modo de hablar de las personas, ¿hasta qué punto nos afectan? Y, si lo hacen, ¿pueden afectarnos sin darnos cuenta? Dos estudios recientes han comenzado a aportar respuestas a estas preguntas. El psicólogo Brian Meier y sus colaboradores (2004) presentaron palabras con carga emocional positiva (”bebé”, “campeón”, “jardín”…) y palabras con carga negativa (”enemigo”, “fraude”, “veneno”…) sobre una pantalla de ordenador con un fondo gris. Cada palabra aparecía en dos versiones, una vez impresa en blanco y otra en negro. Los participantes debían responder, para cada palabra, presionando una tecla si su significado era positivo y otra si era negativo, y el ordenador recogía el tiempo transcurrido desde la presentación de la palabra hasta la respuesta (tiempo de reacción). Los resultados fueron contundentes: el tiempo de reacción aumenta cuando la palabra es positiva y está impresa en negro, y también cuando es negativa y está impresa en blanco. En cambio, cuando la combinación emoción-color es la adecuada (positivo-blanco, negativo-negro), el significado emocional de la palabra se valora más rápidamente.
Aún más sugerente es el estudio realizado por el psicólogo Andrew Elliot y sus colaboradores (2007) sobre el efecto que tiene una breve exposición al color rojo en un contexto de logro. Estos investigadores decían a sus participantes que iban a realizar un test de inteligencia (unas veces era la resolución de un conjunto de analogías, del tipo “caro es a raro, lo que barato es a…”; otras veces, continuar una sucesión de números…). A lo largo de varios experimentos, compararon el efecto del rojo con el de un color con asociaciones positivas (el verde) y otro que consideraron neutro (negro, blanco o gris, aunque según los datos de Meier, ni negro ni blanco son tan neutros).
En un experimento, el número de la página en el cuadernillo del test estaba escrito con un bolígrafo de color rojo, verde o negro. En otros experimentos, la portada del test, en la que los participantes se paraban sólo durante 2 segundos, era de color rojo, verde, blanco o gris. Tan escueta exposición al color rojo fue suficiente para conseguir que el número de ejercicios realizado correctamente fuese menor para el grupo de participantes que vio ese color. (El verde no se diferenció de los colores “neutros”). Preguntados después de acabar el test, todos los participantes recordaban haber visto el color que les tocó, pero ninguno supuso en ningún momento que tenía algo que ver con el estudio, y ni mucho menos que le estuviera afectando a su realización del test.
Quedan muchas cuestiones por resolver. ¿Afectará el rojo de igual manera en un contexto que no sea de logro, sino, p.ej., en un contexto de relación social, donde sus asociaciones son mayormente positivas? ¿Se encontrarán los mismos efectos en otras culturas en las que no se dan las asociaciones cotidianas del rojo con el peligro? Si fuese así, se apoyaría la idea de que el origen de la emocionalidad del rojo está en parte enraizada en nuestro pasado como especie.
En todo caso, si vas a presentarte a unas oposiciones, un examen o a defender un proyecto, evita los bolígrafos rojos, y ruega porque ninguno de los presentes lleve una camiseta roja.
Referencias
Elliot, A. W., Maier, M. A., Moller, A. C., Friedman, R., & Meinhart, J. (2007) Color and psychological functioning: The effect of red on performance attainment. Journal of Experimental Psychology: General, 136, 154-168.
Meier, B. P., Robinson, M. D. & Clore, G. L. (2004) Why good guys wear white: Automatic inferences about stimulus valence based on brightness. Psychological Science, 15(2), 82-87.
Philip, G. (2006) Connotative meaning in English and Italian Colour-word metaphors. Metaphorik.de, 10, 59-93.
DESLIGAR LA PERCEPCION DEL "YO" DE LA UBICACION ESPACIAL DEL PROPIO CUERPO
DESLIGAR LA PERCEPCION DEL "YO" DE LA UBICACION ESPACIAL DEL PROPIO CUERPO
Cuando sentimos que somos tocados, usualmente alguien o algo nos está tocando físicamente, y percibimos que estamos ubicados en el mismo lugar que nuestro cuerpo. Unos neurocientíficos en la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza) han analizado en una nueva investigación la relación entre la autoconciencia corporal y la forma en que se representan espacialmente los estímulos de tacto en los humanos. Y han descubierto que las sensaciones de tacto se pueden sentir y ubicar allí donde se ve un cuerpo "virtual". Este hallazgo proporcionará nuevas estrategias para reforzar la percepción sensorial en los sistemas de Realidad Virtual y para crear mundos virtuales más vívidos y realistas.
En su investigación anterior, el laboratorio del profesor Olaf Blanke en la Escuela Politécnica Federal de Lausana encontró que se puede alterar la conciencia de nuestro propio cuerpo (el sentido de autoidentificación y autoubicación) en personas sanas bajo ciertas condiciones experimentales, produciendo sensaciones similares a las que se sienten en las experiencias descritas como "extracorporales".
Varios estudios anteriores mostraron que si se coloca una mano de goma de forma tal que se extienda desde el brazo de una persona y oculte de la vista su mano real, y se tocan a la vez su mano real y la mano de goma, a la persona le parece sentir el contacto en el lugar donde ve que se toca la mano de goma. Este efecto y la "pertenencia" experimentada de la mano de goma se conocen como la "ilusión de la mano de goma".
Los autores del nuevo estudio buscaron expandir esta investigación para ver si la percepción del tacto varía cuando los humanos experimentamos la sensación de poseer un cuerpo virtual completo. Ellos diseñaron una tarea de comportamiento innovadora en la cual los participantes en el experimento tuvieron que tratar de detectar dónde se manifestaban unas vibraciones en su cuerpo. Al mismo tiempo, los participantes veían su propio cuerpo mediante una pantalla sujetada en su cabeza. Esta pantalla estaba conectada a una cámara que filmaba al participante desde dos metros atrás. Los participantes tenían que ignorar destellos de luz que aparecían en su cuerpo cerca de los dispositivos de vibración. A los sujetos se les indujo la sensación de que estaban ubicados en la posición donde veían su cuerpo, o sea, a dos metros en frente de ellos.
Se comprobó que el mapa de las sensaciones de tacto estaba alterado durante la ilusión de cuerpo completo. La comprobación se basó en medir cuánto interferían los destellos de luz en la percepción de las vibraciones. El mapa del tacto en el espacio estaba desplazado hacia el cuerpo virtual cuando los sujetos sentían que ellos estaban ubicados en el cuerpo virtual que veían.
Este estudio demuestra que ciertos cambios cruciales en la autoconciencia (¿Dónde me encuentro? y ¿Cuál es mi cuerpo?) están acompañados por cambios en la ubicación física que creemos que ocupa una parte de nuestro cuerpo sometida a sensaciones táctiles.
Estos datos revelan que los mecanismos cerebrales de procesamiento multisensorial son vitales para la experiencia consciente del "Yo" y pueden ser manipulados científicamente para hacer que una persona sienta que su cuerpo es el de un avatar digital, el de un robot controlado por telepresencia, o el de otras máquinas.
Scitech News
Cuando sentimos que somos tocados, usualmente alguien o algo nos está tocando físicamente, y percibimos que estamos ubicados en el mismo lugar que nuestro cuerpo. Unos neurocientíficos en la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza) han analizado en una nueva investigación la relación entre la autoconciencia corporal y la forma en que se representan espacialmente los estímulos de tacto en los humanos. Y han descubierto que las sensaciones de tacto se pueden sentir y ubicar allí donde se ve un cuerpo "virtual". Este hallazgo proporcionará nuevas estrategias para reforzar la percepción sensorial en los sistemas de Realidad Virtual y para crear mundos virtuales más vívidos y realistas.
En su investigación anterior, el laboratorio del profesor Olaf Blanke en la Escuela Politécnica Federal de Lausana encontró que se puede alterar la conciencia de nuestro propio cuerpo (el sentido de autoidentificación y autoubicación) en personas sanas bajo ciertas condiciones experimentales, produciendo sensaciones similares a las que se sienten en las experiencias descritas como "extracorporales".
Varios estudios anteriores mostraron que si se coloca una mano de goma de forma tal que se extienda desde el brazo de una persona y oculte de la vista su mano real, y se tocan a la vez su mano real y la mano de goma, a la persona le parece sentir el contacto en el lugar donde ve que se toca la mano de goma. Este efecto y la "pertenencia" experimentada de la mano de goma se conocen como la "ilusión de la mano de goma".
Los autores del nuevo estudio buscaron expandir esta investigación para ver si la percepción del tacto varía cuando los humanos experimentamos la sensación de poseer un cuerpo virtual completo. Ellos diseñaron una tarea de comportamiento innovadora en la cual los participantes en el experimento tuvieron que tratar de detectar dónde se manifestaban unas vibraciones en su cuerpo. Al mismo tiempo, los participantes veían su propio cuerpo mediante una pantalla sujetada en su cabeza. Esta pantalla estaba conectada a una cámara que filmaba al participante desde dos metros atrás. Los participantes tenían que ignorar destellos de luz que aparecían en su cuerpo cerca de los dispositivos de vibración. A los sujetos se les indujo la sensación de que estaban ubicados en la posición donde veían su cuerpo, o sea, a dos metros en frente de ellos.
Se comprobó que el mapa de las sensaciones de tacto estaba alterado durante la ilusión de cuerpo completo. La comprobación se basó en medir cuánto interferían los destellos de luz en la percepción de las vibraciones. El mapa del tacto en el espacio estaba desplazado hacia el cuerpo virtual cuando los sujetos sentían que ellos estaban ubicados en el cuerpo virtual que veían.
Este estudio demuestra que ciertos cambios cruciales en la autoconciencia (¿Dónde me encuentro? y ¿Cuál es mi cuerpo?) están acompañados por cambios en la ubicación física que creemos que ocupa una parte de nuestro cuerpo sometida a sensaciones táctiles.
Estos datos revelan que los mecanismos cerebrales de procesamiento multisensorial son vitales para la experiencia consciente del "Yo" y pueden ser manipulados científicamente para hacer que una persona sienta que su cuerpo es el de un avatar digital, el de un robot controlado por telepresencia, o el de otras máquinas.
Scitech News
La Amistad Influye en la Conducta Alimentaria
9 de Septiembre de 2009.
Foto: U. BuffaloUn nuevo estudio sobre obesidad infantil en Estados Unidos, ha desvelado que algunos factores sociales, tales como la presencia de amigos, pueden influir en el nivel de riesgo que los jóvenes con sobrepeso tienen de comer más de lo debido. La amistad tiene influencia sobre el comportamiento alimentario, pero sobre todo en quienes tienen sobrepeso.
La investigación demuestra que los amigos pueden actuar como "autorizadores" de la cantidad de comida que el niño o niña consume.
"Estos resultados son importantes, considerando el papel de los amigos como agentes de cambio en la infancia y la adolescencia", destaca Sarah Salvy, profesora en la División de Medicina de la Conducta, Departamento de Pediatría, en la Escuela de Medicina y Ciencias Biomédicas de la Universidad de Buffalo.
A los jóvenes con sobrepeso, estar en compañía de otros de su edad y con sobrepeso, puede darles "permiso" para comer más, o, en otras palabras, puede reducir sus reticencias, incrementando el límite máximo de consumo de ciertos alimentos dentro de lo que es visto como el reglamento de una nutrición adecuada, o cuánto puede uno comer.
El estudio se hizo sobre 23 niños con sobrepeso y 42 con peso normal, de edades comprendidas entre los 9 y los 15 años, quienes fueron asignados al azar a participar con un amigo o con un desconocido de edad similar, en un encuentro para jugar y comer juntos. El proceso de asignación dejó como resultado 33 pares de amigos y 39 pares de jóvenes que no se conocían.
Antes de tomar parte en el experimento, los participantes hicieron una lista de lo que habían comido en las últimas 24 horas, y no podían haber comido nada en las dos horas previas al experimento. Asimismo, los participantes calificaron en una escala el grado de hambre que sentían.
Cada par de participantes pasó 45 minutos en una habitación equipada con juegos, puzles y cuencos para consumo individual llenos de alimentos de dos clases: Una, formada por alimentos bajos en calorías y altos en nutrientes, como uvas y trocitos de zanahorias peladas. La otra, integrada por productos de alto valor calórico, como patatas chips y galletas. A los niños se les dijo que comieran si les apetecía, y que lo hicieran en la cantidad que deseasen, con la condición de que comieran sólo de sus cuencos personales.
Los investigadores observaron a los niños a través d un circuito cerrado de televisión y grabaron sus actividades. Al final de cada sesión, pesaron la comida que cada uno había dejado, para determinar cuánto había comido cada participante de cada tipo de alimentos y calcular las calorías.
Los resultados mostraron, entre otras cosas, que los pares de amigos que comieron juntos consumieron más alimentos que los pares de niños que no se conocían entre sí, y que era más probable que comieran cantidades similares los amigos que quienes no se conocían. Además, los niños con sobrepeso que estaban con otro también con sobrepeso, comieron más que los participantes con sobrepeso que estuvieron con un niño de peso normal.
Información adicional en:
* Scitech News
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Un viaje al origen de la humanidad
La siguiente es una entevista muy interesante del periodísta científico Eduardo Punset a Nicholas Wade, titulada Un viaje al origen de la humanidad
Más información en: http://www.eduardpunset.es/charlascon_detalle.php?id=27
Nicholas Wade es periodista científico del New York Times y ha trabajado para las revistas Nature y Science. Desde su privilegiada perspectiva ha podido conocer las investigaciones que rastrean el genoma humano hasta los ciento cincuenta ancestros africanos que, hace cincuenta mil años, dieron origen a toda la humanidad.
Eduard Punset:
En nuestra metamorfosis evolutiva, ¿hemos mantenido muchas cosas de los simios, o somos muy distintos?
Nicholas Wade:
Hemos conservado mucho, y esto queda patente en el ADN. El 99% de nuestro ADN es idéntico al de los simios. Además, nuestra conducta también es muy similar: somos muy sociables, muy territoriales, y peleamos por defender el territorio.
EP:
La gran novedad es que, por primera vez, se utiliza el ADN para explicar cosas que carecían de una explicación sencilla hasta ahora como la agresividad. Nuestros antepasados eran terriblemente agresivos, ¿verdad?
NW:
Me parece que los arqueólogos han intentado que el pasado pareciera más pacífico de lo que fue realmente porque no querían justificar la guerra. Pero no han sido fieles a los hechos, porque existen muchas pruebas de que las sociedades primitivas peleaban continuamente.
EP:
Había mucho canibalismo, matanzas de niños… Pensemos por ejemplo en la guerra con los Neandertales, que duró unos 12.000 años antes de que los elimináramos.
NW:
La exterminación era una práctica habitual. Cuando las sociedades primitivas se enzarzaban en una guerra, no hacían prisioneros, salvo para traerlos luego a casa, cebarlos, y comérselos. Era una guerra hasta la muerte.
EP:
Uno de los méritos de tu investigación radica en divulgar la importancia de los genes en la evolución. Afirmas que hemos descubierto un gen del lenguaje, el FOXP2. Es formidable pensar que incluso el habla tiene que ver con la genética.
NW:
Noam Chomsky afirmó que la facultad del lenguaje es innata. Es lo que llamó “Gramática Universal”. También Steve Pinker afirmó que la capacidad lingüística es innata porque, si no fuera así, los niños no podrían aprender a hablar en sólo tres años. De hecho, se trata de un programa genético que se desarrolla a una edad determinada, cuando el niño empieza a aprender el idioma que lo rodea. Se necesitan muchos genes para establecer los circuitos neurales necesarios para aprender el lenguaje.
EP:
Cuando la gente me dice “el lenguaje es muy importante para entendernos unos a otros”, yo suelo responder “¡y para confundir a los demás!”.
NW:
Si el único propósito del lenguaje fuera la comunicación, éste habría permanecido inmutable y todos hablaríamos el mismo idioma. Pero como estábamos sumidos en tantas peleas, el lenguaje fue una manera de reconocer a los intrusos. Por eso tenemos tantos dialectos. Antiguamente, antes de que viajáramos tanto, era fácil decir a qué distancia estaba el pueblo del que venía una persona solamente con escuchar su dialecto. Por eso la evolución diseñó el lenguaje para que cambiara con facilidad y lograr muchos dialectos.
Una sociedad con nuevas relaciones
EP:
Luego hubo un cambio radical hacia una sociedad sedentaria. Ello probablemente también cambió los sentimientos entre las personas. ¿Cómo fueron esos cambios?
NW:
El nivel de confianza aumentó hasta alcanzar un nivel extraordinario en nuestras sociedades. Somos el único animal capaz de confiar en un completo desconocido y dejar a nuestros hijos a su cuidado durante el día. Esta confianza se ha ido desarrollando gradualmente. Probablemente el grado de confianza era bastante bajo hace cincuenta mil años entre nuestros antepasados y ha ido aumentando paulatinamente desde las primeras sociedades sedentarias hasta las grandes ciudades que empezaron a surgir hace cinco mil años.
EP:
Pero antes hubo un cambio en las relaciones amorosas.
NW:
Sí, es un cambio anterior al aumento de confianza. El vínculo de pareja que se establece entre un hombre y una o varias mujeres es muy poco frecuente entre los primates. Los chimpancés tienen una jerarquía de machos y otra de hembras bastante diferenciadas y pasan la mayor parte del día separados. Se juntan para aparearse, y luego la hembra cuida a las crías. El macho no defiende a la hembra ni a su descendencia directamente, sino que defiende un territorio global con todas las hembras que haya dentro. No se fraguan relaciones individuales entre los machos y las hembras.
EP:
¿Y cuándo surgió el vínculo de pareja?
NW:
Las pruebas arqueológicas sugieren que probablemente fuera hace 1,7 millones de años; y que la relación cambió por el aumento del tamaño cerebral. En ese entonces, en la época del Homo Erectus, empezaron a nacer bebés cuyo cerebro todavía debía crecer mucho y que, por tanto, dependían mucho de la madre. Eso hizo que las madres necesitaran una protección directa de un único hombre. Y los hombres se dieron cuenta de que tenían que atender a la madre y a su prole si querían que sus descendientes sobrevivieran. Los arqueólogos creen que fue sobre esa época cuando tuvo lugar esta transición profunda que pasó de una jerarquía masculina y femenina separada a un vínculo de pareja entre el hombre y la mujer.
Nuestra historia escrita en los genes
EP:
Has escrito un libro maravilloso en el que cuentas la historia de la gran migración procedente de África. ¿Cómo fue esa migración?
NW:
Por medio de la genética, podemos saber que, hace poco más de cincuenta mil años, sólo quedaban unas cinco mil personas. No sabemos por qué la cifra de seres humanos se redujo tanto; quizá se debiera a una gran sequía u otra catástrofe similar. Los estudios genéticos también indican que las personas que abandonaron África pertenecían a un único grupo tribal de unas ciento cincuenta personas –el tamaño típico de este tipo de tribus, ya que si una tribu superaba esa cantidad, empezaba a dividirse-. Al concentrarse la migración en un solo grupo, podemos deducir que todas la gente que vive hoy fuera de África desciende de unas pocas parejas.
EP:
Todas las personas que abandonaron África tenían la piel oscura, y probablemente hablaban el mismo idioma. Algunos llegaron hasta Australia y otros se fueron a Asia y Europa. Veinte o treinta mil años después, los aborígenes de Australia están en un estado de civilización prácticamente igual al de sus antepasados, mientras que en Asia y Europa hemos cambiado completamente. ¿Cómo demonios se explica esto?
NW:
La presión del ambiente fue determinante para modelar los diferentes modos de vida. Las personas de las diversas zonas del mundo tuvieron que adaptarse a condiciones y a entornos diferentes. Las primeras personas que salieron de África fueron hacia el este hasta que llegaron a Australia y se quedaron allí porque la especie humana era una especie tropical y que prefería vivir en países cálidos. Pero los que llegaron a Asia y Europa empezaron a trasladarse tierra adentro. En esa época, estábamos en la cúspide de la última glaciación, de modo que los que se fueron hacia latitudes del norte estuvieron sometidos a enormes presiones para sobrevivir en climas muy fríos. No tuvieron más remedio que recrear nuevas formas de organización y supervivencia.
EP:
Sin embargo, el cambio más espectacular sucedió más recientemente, ¿verdad?
NW:
En la primera etapa, las diferencias entre las distintas formas de vida probablemente no fuesen tan marcadas como ulteriormente ya que el ser humano siguió siendo cazador-recolector en todos los rincones del mundo durante unos treinta y cinco mil años. El gran cambio no sucedió hasta hace quince mil años, cuando empezaron los primeros asentamientos humanos, probablemente a raíz de un profundo cambio genético en el ADN mitocondrial que nos transformó en seres menos agresivo y suficientemente pacíficos como para poder establecernos en comunidades estables y aprender a convivir.
EP:
Hay algo fascinante de tu enfoque de la evolución: afirmas que las personas no se volvieron sedentarias porque de repente utilizaran la agricultura, sino que fue al revés. Primero se asentaron, y fue después cuando se volvieron agrarias.
NW:
Es un nuevo descubrimiento que han hecho los arqueólogos. Solíamos pensar que la agricultura y el sedentarismo sucedieron a la vez, pero no es verdad.
EP:
Remontémonos 11.500 años atrás en Oriente Próximo. Allí arranca una nueva era para la evolución humana con las primeras comunidades asentadas. Fue un cambio fantástico y nos volvimos personas distintas a partir de entonces.
NW:
Así fue porque el universo mental de una comunidad sedentaria es completamente distinto al de una comunidad de cazadores-recolectores. Por ejemplo, ser más inteligente en una comunidad de cazadores-recolectores no beneficiaba necesariamente al individuo en una comunidad de cazadores recolectores porque el cazador debía repartir la carne por igual entre todos sin poder acumularla para sí mismo. En cambio, en una comunidad sedentaria, todo el horizonte de la experiencia humana cambia: las personas se establecen, aprenden a comerciar para acumular propiedades y utilizarlas para mantener a más hijos. Esto mejora las posibilidades de la evolución cognitiva.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)