“La emoción es más potente que la razón”
Tiene
49 años y en 1977 trabajó en el Colegio Médico de la Universidad de
Cornell. Desde 1989 es profesor del Centro de Ciencias Neurológicas de
la Universidad de Nueva York y miembro de la Sociedad de Neurociencia.
En su libro El cerebro emocional,
LeDoux explica cómo se originó su interés por este estudio: “Mi padre
era carnicero, y yo pasé la mayor parte de mi niñez alrededor de la
carne. A temprana edad aprendí cómo se ve el interior de una vaca; la
parte que más me interesaba era el viscoso y arrugado cerebro.
Ahora, muchos años más tarde, paso mis días –y algunas noches– tratando
de descubrir cómo funcionan los cerebros; y lo que más quiero saber
acerca de ellos es cómo producen las emociones”.
Pero todo lo que tiene de osado al abordar en su libro cuestiones como
el amor, la alegría o la tristeza lo tiene de cauto en esta entrevista
para no ir más allá de lo científicamente demostrado.
–Decir de una persona que es más emocional que racional
puede tener un matiz peyorativo. Pero en los últimos años lo emocional
parece haber experimentado cierta rehabilitación. ¿Por qué?
–En
la ciencia ha sido muy difícil estudiar la emoción. En cambio, los
científicos pudieron estudiar la razón empezando a investigar la memoria,
la percepción, la atención, y así fue posible hacer grandes progresos
en la comprensión de estas cuestiones. Pero el concepto de emoción ha
sido algo demasiado intangible, porque no hay nada más subjetivo en
cuanto a percepción que la de una emoción. Lo que yo he tratado de
demostrar es que es posible estudiar la emoción del modo en que se ha
estudiado la razón;
podemos analizar cómo el cerebro procesa estímulos emocionales para
producir una respuesta emocional, dejando de lado todos los aspectos
subjetivos. Lo que ocurre es que algunas personas nos dicen que entonces
ya no estamos investigando la emoción. Pero a mí no me importa cómo la
llamemos; lo que me interesa es estudiarla.
–¿Y qué es entonces la emoción para la ciencia? ¿En qué se diferencia de la idea que tiene de ella la gente de la calle?
–El
conocimiento científico de la emoción de alguna manera contribuye a lo
que el público en general considera como emoción. Me cuesta explicar
esto sin un dibujo.
LeDoux coge entonces un papel y, tras dibujar la
secuencia estímulo-amígdala-respuesta, explica que “el estímulo de miedo
activa la amígdala que es la que produce la respuesta de miedo.
¿Entonces dónde está el sentimiento del miedo?
En el pasado se pensaba que el estímulo producía el sentimiento de
miedo y esto es lo que causaba la respuesta. Pero ahora pensamos que no
es así, y que lo que ocurre es que el estímulo llega a la amígdala y a
partir de ahí se produce por un lado la respuesta y por otro el
sentimiento de miedo”.
–¿Qué faceta pesa más en la conducta, la racional o la emocional?
–Creo
que la emoción es más fuerte que la razón, porque es fácil para la
primera controlar la reflexión, y en cambio es muy difícil que el
pensamiento racional controle la emoción. Cuando sentimos ansiedad o
depresión, la razón puede decir basta, pero casi nunca consigue
eliminarlas.
–¿Quiere decir que la emoción llega a controlar el pensamiento?
–Sí.
Coge de nuevo papel y lápiz y dibuja dos zonas del cerebro, el neocórtex y la amígdala,
como dos polos enfrentados, y a continuación traza tres flechas que van
del neocórtex a la amígdala y nueve que van en sentido contrario. Y
argumenta: “Hay muchas más fibras nerviosas en este sentido –de la
amígdala al córtex– que en este otro –al revés–. De modo que cuando se
recurre al psicoterapeuta es para intentar reforzar mediante la palabra
las señales que van del neocórtex a la amígdala. En cambio, la
farmacoterapia ayuda a que las vías de comunicación que van de la
amígdala al córtex tengan menos potencia, ayudando a debilitar las
señales que van en este sentido”.
–¿Podemos decir que
existe, aunque sea provisional, una teoría científica de las emociones
que nos explica qué son y para qué sirven?
–Para saber cuál es el propósito de las emociones, tendríamos que leer la mente a lo largo de la evolución. Y, claro, no existe un registro fósil de las emociones.
–¿Pero para qué se supone que sirven las emociones?
–Con
el miedo está claro, y lo único que yo estudio es el miedo (risas).
Pero es mucho mejor ser concretos y específicos, porque si generalizas
creas confusión en un área muy compleja como es ésta.
–¿Podemos hablar de emociones primarias y secundarias, o universales e individuales?
–Por
una parte está el miedo a las serpientes, a las arañas o a objetos,
como los ascensores. Son miedos primarios que pueden causar fobias.
Existen también factores que no tienen un valor intrínseco amenazante,
como puede ser la esquina de una calle de Barcelona, pero en la que te
han asaltado, de forma que los nuevos estímulos crean nuevos miedos.
Éstas son respuestas básicas. Pero luego existen otros miedos
secundarios, como el miedo a tener miedo, que son tipos de emociones
completamente distintas.
–¿Y qué hay respecto a otro tipo de emociones supuestamente básicas como la alegría o la tristeza?
–Yo
no hablo de esas emociones, porque sólo he estudiado el miedo, y lo
estudio porque es práctico. Durante décadas, la investigación era muy
difícil, ya que no existía un concepto de emoción. Pero gracias a que
nos hemos concentrado en una única emoción y nos hemos mantenido muy
enfocados en ella, hemos podido avanzar.
–¿Son iguales los miedos de hombres y mujeres?
–Se
han hecho investigaciones sobre las diferencias entre el miedo de
hombres y mujeres, lamentablemente yo no estoy muy familiarizado con
ellas.
–Pero parece que existen.
–No he
examinado este tema, no he leído la literatura al respecto. Sé que
existen diferencias en el miedo entre ratas macho y hembra, y esto está
relacionado con las hormonas. Pero no sé qué relación tendría esto con
las diferencias entre los miedos de hombres y mujeres.
–¿Cree
que todas estas investigaciones redundarán en fármacos o píldoras
contra el miedo, por ejemplo, pero también contra otro tipo de
emociones?
–Mi trabajo de investigación en particular no nos conducirá a una píldora, pero quizá el de otros sí.
–¿Está la timidez relacionada con el miedo? ¿Podría existir una píldora contra la timidez?
–Humm. Es una noticia que se ha podido leer en los periódicos.
–¿Y esa píldora qué hacía?
–Actúa sobre la serotonina (un neurotrasmisor cerebral). Sí podría
ser posible, pues si se reduce el miedo y la ansiedad se tiende a ser
menos tímido. Pero es difícil responder, porque no sabemos cómo la
investigación sobre animales podrá ser traducida a los seres humanos.
Tampoco sabemos si vale la pena que un niño tímido, por ejemplo, lo sea
menos pero viva con un sistema de serotonina alterado. Ni qué
consecuencias traería tomar píldoras de este tipo durante, pongamos, 20
años.
–La premio Nobel Rita Levi-Montalcini decía que
cerebro y mente son la misma cosa. Otro neurocientífico insigne, Antonio
Damasio, en su libro El error de Descartes establece la ecuación de que
mente es igual a cerebro más cuerpo. ¿Usted qué dice?
–Yo
no creo que el cuerpo necesariamente deba ser incluido en esa ecuación,
porque entonces podríamos decir que el cuerpo simplemente refleja la
reacción del cerebro. Si incluimos el cuerpo podríamos añadir el entorno
y al final resulta que todo influye sobre la mente. Yo diría más bien
que la mente es un aspecto de la función del cerebro, pero algunos de
estos aspectos no son mente.
–¿Cómo se podría explicar para qué sirve la amígdala? ¿Se puede vivir sin amígdala?
–Sí,
hay gente que vive sin amígdala, pero es complicado explicar para qué
sirve. La amígdala es útil para desencadenar respuestas rápidas ante
situaciones de peligro. Pero seguramente es mucho más dañino extraer la
amígdala de una rata que de una persona, porque una persona puede
conceptualizar el peligro y formular un plan para reaccionar ante él. De
modo que si está enfrentada a un peligro, sabe que lo es y lo
racionaliza. Digamos que las personas pueden no tener la respuesta
instintiva pero sí la cognitiva que compensa la falta de la amígdala. Y
mientras antes pierdes la amígdala en tu vida más tiempo tienes para
compensar su pérdida.
–En esta década de los noventa que
ahora concluye y que fue proclamada como década del cerebro, ¿qué pasos
se han dado en la comprensión de este órgano?
–Creo que se
ha hecho un gran progreso en la biología de la memoria, la emoción o la
genética molecular de ciertas enfermedades, como la Corea de Huntington.
Se ha hecho además un avance importantísimo en la comprensión del
desarrollo cerebral. Ahora sabemos que el cerebro tiene capacidad de
generar nuevas neuronas en algunas áreas, y esto puede conducirnos a
desarrollar terapias contra enfermedades como el mal de Parkinson o los
trastornos de la memoria.
–¿Cree que se podría conseguir en los próximos años una teoría global del cerebro? ¿Qué aportación le gustaría hacer?
–Pienso
que actualmente existe demasiada fragmentación. Existen módulos
distintos para la memoria, para la cognición, para la emoción... Y creo
que lo que necesitamos es integrarlos. En estos momentos estoy
escribiendo un nuevo libro que de alguna manera intenta hacerlo y se
titula El yo sináptico.
Gonzalo Casino
Esta entrevsita fue publicada en enero de 2000, en el número 224 de MUY Interesante.
Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
viernes, 20 de abril de 2012
Emociones, imágenes y recuerdos
Una magdalena y una taza de té son suficientes para desatar la epifanía
sensorial y mnemónica de Proust en "Por el camino de Swann".
Recientemente un estudio ha confirmado la teoría lanzada por Marcel Proust en “En busca del tiempo perdido”.
El conocido ‘fenómeno proustiano” propone que los olores tienen más
poder que cualquier otro sentido para ayudarnos a traer a nuestra mente
recuerdos del pasado. Según los científicos de la Universidad de Utrecht
(Países Bajos), la especial incidencia del olor en nuestra memoria podría estar relacionada con la proximidad entre el bulbo olfatorio –que
nos ayuda a interpretar los olores- y la amígdala y el hipocampo,
regiones de nuestro cerebro que controlan las emociones y la memoria.
La
investigación se realizó con 70 mujeres estudiantes. Mientras veían
vídeos para estimular la aversión, los científicos impregnaron el
ambiente con grosella negra, dirigieron las luces a la pared del fondo y
jugaron con música neutra en el entorno. Las que percibieron el olor de
la grosella recordaron más detalles sobre la película y encontraron sus
recuerdos más desagradables.
miércoles, 18 de abril de 2012
martes, 17 de abril de 2012
Los orangutanes usan técnicas de ingeniería
Los orangutanes utilizan técnicas avanzadas de ingeniería cuando construyen sus nidos, según un nuevo estudio.
Un grupo de investigadores filmó orangutanes en los bosques de Sumatra, en el oeste de Indonesia, y analizó en detalle sus nidos para analizar cómo fueron construidos.Contenido relacionado
Las ramas verdes no se quiebran fácilmente y es necesario doblarlas repetidas veces. Los animales utilizan estas ramas flexibles para entretejer su nido y luego lo llenan con hojas.
Esto demuestra que los orangutanes "pueden ser constructores y usar herramientas en forma sofisticada", dijo a la BBC Roland Ennos, investigador de la Universidad de Manchester y uno de los autores del estudio.
Estructuras fuertes
Cuando los animales se despertaban y dejaban sus nidos en la mañana, Van Casteren trepaba a los árboles para medir los nidos que a veces se encontraban a más de 30 metros de altura.
"Desarmaba cada nido para estudiarlo y tomaba una muestra", dijo el investigador a la BBC.
Los orangutanes "eligen ramas de acuerdo a sus propiedades estructurales. Los machos pueden pesar hasta 80 kilos por lo que los nidos deben ser muy fuertes".
Para Van Casteren, estudiar los orangutanes también permite comprender mejor "la forma en que ven el mundo".
"En lugar de ver solamente una rama, los orangutanes también saben que se trata de un posible material para su nido".
Habilidades cognitivas
Los orangutanes, al igual que los gorilas y los chimpancés y bonobós, construyen nidos, pero a diferencia de las aves arman uno nuevo cada noche. A veces lo hacen durante el día para disfrutar una siesta luego de una comida abundante. Los orangutanes jóvenes también suelen armar nidos de práctica, aparentemente para mejorar sus habilidades."Los investigadores definen una herramienta como un objeto separado utilizado como una extension del cuerpo. En el caso de los nidos, las ramas quebradas pueden seguir unidas al árbol", señaló Byrne.
"Pero las capacidades cognitivas necesarias para armar un nido pueden estar en la base de las habilidades que permiten la construcción de herramientas sofisticadas".
El estudio fue publicado en la revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, Proceedings of the National Academy of Sciences, PNAS.
¿La sonrisa se hereda o se aprende?
Aunque se pensaba que las expresiones faciales que indican sentimientos como la alegría, tristeza o enfado eran universales, un nuevo estudio publicado en Proceedings of the National Academies of Science sugiere que, por el contrario, la cultura influye mucho en lo que refleja nuestra cara.
El primer científico que planteó que las expresiones faciales significan lo mismo en todo el mundo fue Charles Darwin. El naturalista identificó un conjunto de seis emociones básicas: felicidad, sorpresa, miedo, repugnancia, enfado y tristeza. Según su hipótesis, si los gestos de la cara que se corresponden con dichos sentimientos se transmiten culturalmente de generación en generación, sus significados deberían haber ido variando gradualmente de forma que hoy en día, por ejemplo, una señal de alegría pudiera indicar tristeza en otras culturas.
A través de su correspondencia con investigadores de todo el mundo, Darwin llegó a la conclusión de que, al contrario de lo esperado, nuestros ancestros tenían el mismo conjunto básico de emociones que se correspondían con gestos faciales como parte de nuestra herencia genética. La sonrisa era un rasgo biológico, no cultural.
Los resultados revelaron que, mientras que la sonrisa significaba lo mismo para todos los participantes, las emociones reflejaban sorpresa, miedo, repugnancia y enfado no eran clasificadas con claridad por los individuos de origen asiático. Los investigadores concluyen que cada cultura tiene sus propias expresiones que no tienen que ser compartidas en otras regiones. Para los originarios del este de Asia, por ejemplo, las expresiones faciales podrían responder a otras emociones fundamentales como la vergüenza, el orgullo o la culpa.
El primer científico que planteó que las expresiones faciales significan lo mismo en todo el mundo fue Charles Darwin. El naturalista identificó un conjunto de seis emociones básicas: felicidad, sorpresa, miedo, repugnancia, enfado y tristeza. Según su hipótesis, si los gestos de la cara que se corresponden con dichos sentimientos se transmiten culturalmente de generación en generación, sus significados deberían haber ido variando gradualmente de forma que hoy en día, por ejemplo, una señal de alegría pudiera indicar tristeza en otras culturas.
A través de su correspondencia con investigadores de todo el mundo, Darwin llegó a la conclusión de que, al contrario de lo esperado, nuestros ancestros tenían el mismo conjunto básico de emociones que se correspondían con gestos faciales como parte de nuestra herencia genética. La sonrisa era un rasgo biológico, no cultural.
Las emociones básicas no son las mismas en todas las regiones
Sin embargo, el nuevo estudio de la Universidad de Glasgow (Reino Unido) ha encontrado pruebas de lo contrario. Los investigadores crearon rostros virtuales con 4.800 expresiones clasificadas según las seis emociones básicas de Darwin. La mitad de las expresiones se mostraban en caras de origen caucásico y la otra mitad en caras con rasgos del este de Asia. Los participantes en el estudio, de origen tanto asiático como caucásico, tuvieron que identificar las emociones en dichos rostros virtuales. Si las seis emociones básicas de Darwin son universales, todos los individuos deberían asociar las mismas caras con las mismas emociones.Los resultados revelaron que, mientras que la sonrisa significaba lo mismo para todos los participantes, las emociones reflejaban sorpresa, miedo, repugnancia y enfado no eran clasificadas con claridad por los individuos de origen asiático. Los investigadores concluyen que cada cultura tiene sus propias expresiones que no tienen que ser compartidas en otras regiones. Para los originarios del este de Asia, por ejemplo, las expresiones faciales podrían responder a otras emociones fundamentales como la vergüenza, el orgullo o la culpa.
Crea UNAM equipo de resonancia para medir efectos de la música en el cerebro
Algunos sonidos generan emociones y evocan recuerdos cotidianos en el lóbulo temporal humano, el cual tiene entre sus funciones principales la audición, el lenguaje y la memoria.
Foto: Tomada de publicdomainpictures.net
México • La Universidad Nacional Autónoma de México desarrolló equipos de resonancia magnética dedicados a medir con precisión los efectos musicales del lóbulo temporal humano para no sólo generar emociones y evocar recuerdos cotidianos, sino también expande la zona del lenguaje.
"Si logramos separar qué regiones están más involucradas en el lenguaje, se podrían diseñar mejores terapias para el lenguaje y, por otro lado, ayudar a los músicos a ejercer mejor su profesión”, comentó sobre algunas aplicaciones futuras Luis Concha Loyola, médico e ingeniero biomédico.
Concha Loyola, encargado del equipo de investigación del Instituto de Neurobiología (INb) de la UNAM, se ha dado a la tarea de indagar con equipos de resonancia magnética la diferencia de sonidos, los provenientes de instrumentos como pianos y violines, que aumentan la actividad del lóbulo temporal, tiene entre sus funciones principales la audición, el lenguaje y la memoria.
Luego de medir en varios voluntarios la reacción cerebral ante la música mediante imágenes de resonancia magnética funcional, el investigador del Departamento de Neurobiología Conductual y Cognitiva del INb identificó algunas reacciones.
“Los sonidos de música que escuchamos habitualmente producen ciertas activaciones selectivas en una parte muy específica del lóbulo temporal. La actividad en esa zona es mayor que si oímos algo producido por un auto, un estornudo o voces de personas que hablan”, detalló.
En su estudio, confrontó la reacción de profesionales de la música con quienes la escuchan esporádicamente.
“Al comparar a músicos con no músicos, encontramos que los primeros reclutan más actividad en esa área del lóbulo temporal, lo hacen de los dos lados del cerebro, y en una parte donde los no músicos normalmente reclutamos para el lenguaje”, dijo "ayuda a procesar e interpretar la información musical".
La resonancia magnética funcional. Para su análisis, Concha Loyola utilizó tecnología para estudiar la función del cerebro.
“Les presentamos a los voluntarios (músicos y no músicos) los estímulos auditivos a través de unos audífonos compatibles con el resonador.
"Luego, medimos la actividad de la señal que recibimos a través de resonancia magnética a lo largo del tiempo y vemos si, en el momento que las personas escuchan música, la señal es más alta que si oyen otro tipo de estímulos auditivos”, explicó.
Concha Loyola destacó que la medición precisa de esta actividad cerebral es importante para separar el procesamiento auditivo del lenguaje, de aquellas señales musicales o “no lenguaje”.
En cuanto a la creatividad e imaginación que requiere una actividad artística como la producción e interpretación de música, consideró que no tienen áreas específicas de desarrollo. “Creo que son resultado de que muchas áreas cerebrales funcionan de una manera que promueve cierto tipo de creatividad”.
Entre las preguntas abiertas están desentrañar si los músicos nacen con estas habilidades o las hacen con entrenamiento; si una persona adulta se puede convertir a esa actividad, y si todos los niños prodigio nacieron en familias musicales. “Es muy difícil en términos de medición saber qué es genético, o por nacimiento, y qué se ha logrado por entrenamiento”.
En el Instituto de Neurobiología, Luis Concha Loyola está asociado al grupo de Fernando Barrios, que trabaja en la entidad desde 1995.
“Hacemos investigación por el placer de hacerla y con el afán de adquirir conocimientos que en un futuro, quizás no tan lejano, tendrá aplicación práctica”, finalizó.
"Si logramos separar qué regiones están más involucradas en el lenguaje, se podrían diseñar mejores terapias para el lenguaje y, por otro lado, ayudar a los músicos a ejercer mejor su profesión”, comentó sobre algunas aplicaciones futuras Luis Concha Loyola, médico e ingeniero biomédico.
Concha Loyola, encargado del equipo de investigación del Instituto de Neurobiología (INb) de la UNAM, se ha dado a la tarea de indagar con equipos de resonancia magnética la diferencia de sonidos, los provenientes de instrumentos como pianos y violines, que aumentan la actividad del lóbulo temporal, tiene entre sus funciones principales la audición, el lenguaje y la memoria.
Luego de medir en varios voluntarios la reacción cerebral ante la música mediante imágenes de resonancia magnética funcional, el investigador del Departamento de Neurobiología Conductual y Cognitiva del INb identificó algunas reacciones.
“Los sonidos de música que escuchamos habitualmente producen ciertas activaciones selectivas en una parte muy específica del lóbulo temporal. La actividad en esa zona es mayor que si oímos algo producido por un auto, un estornudo o voces de personas que hablan”, detalló.
En su estudio, confrontó la reacción de profesionales de la música con quienes la escuchan esporádicamente.
“Al comparar a músicos con no músicos, encontramos que los primeros reclutan más actividad en esa área del lóbulo temporal, lo hacen de los dos lados del cerebro, y en una parte donde los no músicos normalmente reclutamos para el lenguaje”, dijo "ayuda a procesar e interpretar la información musical".
La resonancia magnética funcional. Para su análisis, Concha Loyola utilizó tecnología para estudiar la función del cerebro.
“Les presentamos a los voluntarios (músicos y no músicos) los estímulos auditivos a través de unos audífonos compatibles con el resonador.
"Luego, medimos la actividad de la señal que recibimos a través de resonancia magnética a lo largo del tiempo y vemos si, en el momento que las personas escuchan música, la señal es más alta que si oyen otro tipo de estímulos auditivos”, explicó.
Concha Loyola destacó que la medición precisa de esta actividad cerebral es importante para separar el procesamiento auditivo del lenguaje, de aquellas señales musicales o “no lenguaje”.
En cuanto a la creatividad e imaginación que requiere una actividad artística como la producción e interpretación de música, consideró que no tienen áreas específicas de desarrollo. “Creo que son resultado de que muchas áreas cerebrales funcionan de una manera que promueve cierto tipo de creatividad”.
Entre las preguntas abiertas están desentrañar si los músicos nacen con estas habilidades o las hacen con entrenamiento; si una persona adulta se puede convertir a esa actividad, y si todos los niños prodigio nacieron en familias musicales. “Es muy difícil en términos de medición saber qué es genético, o por nacimiento, y qué se ha logrado por entrenamiento”.
En el Instituto de Neurobiología, Luis Concha Loyola está asociado al grupo de Fernando Barrios, que trabaja en la entidad desde 1995.
“Hacemos investigación por el placer de hacerla y con el afán de adquirir conocimientos que en un futuro, quizás no tan lejano, tendrá aplicación práctica”, finalizó.
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