Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
viernes, 19 de abril de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
The Reading Brain in the Digital Age: The Science of Paper versus Screens
E-readers and tablets are becoming more popular as
such technologies improve, but research suggests that reading on paper
still boasts unique advantages
By
Ferris Jabr
In a viral YouTube video from October 2011 a one-year-old girl sweeps her fingers across an iPad's touchscreen, shuffling groups of icons. In the following scenes she appears to pinch, swipe and prod the pages of paper magazines as though they too were screens. When nothing happens, she pushes against her leg, confirming that her finger works just fine—or so a title card would have us believe.
The girl's father, Jean-Louis Constanza, presents "A Magazine Is an iPad That Does Not Work" as naturalistic observation—a Jane Goodall among the chimps moment—that reveals a generational transition. "Technology codes our minds," he writes in the video's description. "Magazines are now useless and impossible to understand, for digital natives"—that is, for people who have been interacting with digital technologies from a very early age.
Perhaps his daughter really did expect the paper magazines to respond the same way an iPad would. Or maybe she had no expectations at all—maybe she just wanted to touch the magazines. Babies touch everything. Young children who have never seen a tablet like the iPad or an e-reader like the Kindle will still reach out and run their fingers across the pages of a paper book; they will jab at an illustration they like; heck, they will even taste the corner of a book. Today's so-called digital natives still interact with a mix of paper magazines and books, as well as tablets, smartphones and e-readers; using one kind of technology does not preclude them from understanding another.
Nevertheless, the video brings into focus an important question: How exactly does the technology we use to read change the way we read? How reading on screens differs from reading on paper is relevant not just to the youngest among us, but to just about everyone who reads—to anyone who routinely switches between working long hours in front of a computer at the office and leisurely reading paper magazines and books at home; to people who have embraced e-readers for their convenience and portability, but admit that for some reason they still prefer reading on paper; and to those who have already vowed to forgo tree pulp entirely. As digital texts and technologies become more prevalent, we gain new and more mobile ways of reading—but are we still reading as attentively and thoroughly? How do our brains respond differently to onscreen text than to words on paper? Should we be worried about dividing our attention between pixels and ink or is the validity of such concerns paper-thin?
Since at least the 1980s researchers in many different fields—including psychology, computer engineering, and library and information science—have investigated such questions in more than one hundred published studies. The matter is by no means settled. Before 1992 most studies concluded that people read slower, less accurately and less comprehensively on screens than on paper. Studies published since the early 1990s, however, have produced more inconsistent results: a slight majority has confirmed earlier conclusions, but almost as many have found few significant differences in reading speed or comprehension between paper and screens. And recent surveys suggest that although most people still prefer paper—especially when reading intensively—attitudes are changing as tablets and e-reading technology improve and reading digital books for facts and fun becomes more common. In the U.S., e-books currently make up between 15 and 20 percent of all trade book sales.
Even so, evidence from laboratory experiments, polls and consumer reports indicates that modern screens and e-readers fail to adequately recreate certain tactile experiences of reading on paper that many people miss and, more importantly, prevent people from navigating long texts in an intuitive and satisfying way. In turn, such navigational difficulties may subtly inhibit reading comprehension. Compared with paper, screens may also drain more of our mental resources while we are reading and make it a little harder to remember what we read when we are done. A parallel line of research focuses on people's attitudes toward different kinds of media. Whether they realize it or not, many people approach computers and tablets with a state of mind less conducive to learning than the one they bring to paper.
"There is physicality in reading," says developmental psychologist and cognitive scientist Maryanne Wolf of Tufts University, "maybe even more than we want to think about as we lurch into digital reading—as we move forward perhaps with too little reflection. I would like to preserve the absolute best of older forms, but know when to use the new."
Investigan la evolución del clima a partir de fósiles de anfibios y reptiles hallados en la Gran Dolina
Conocer las características y las variaciones del clima del
pasado es básico para saber las circunstancias que determinaron la
evolución humana en Europa
Conocer cómo era el clima de la Tierra en el pasado es el objetivo de los paleoclimatólogos. Estos científicos emplean diversas técnicas para realizar sus estimaciones, como el análisis de capas de hielo polares, los anillos de los árboles o los sedimentos. En esta última línea trabajan miembros del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA), quienes estudian desde hace varios años la evolución del clima a partir de restos de microfauna hallados en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca.
Se trata de un nuevo enfoque para abordar el problema en base a las variaciones registradas en la composición de la microfauna la Sierra. El equipo, dirigido por la profesora de la Universidad de Zaragoza Gloria Cuenca-Bescós, tiene en el yacimiento de la Gran Dolina una gran fuente de información, ya que cuenta con un amplio registro paleontológico que permite investigar el clima del último millón de años.
Así lo explica a DiCYT Hugues-Alexandre Blain, investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), uno de los miembros de este grupo, formado además por científicos de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, la Universidad de Zaragoza y el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh) de Burgos.
En concreto, Blain ha profundizado en el estudio de las comunidades de anfibios y reptiles hallados en los distintos niveles del yacimiento de Gran Dolina. Tritones, ranas, sapos, lagartos y serpientes son los animales analizados, cuya importancia reside en dos aspectos. Por un lado, se trata de animales que siguen vivos hoy día en la península Ibérica mientras que todas las especies de mamíferos encontradas “corresponden a especies extinguidas”. De este modo, analizando las variaciones de los anfibios y reptiles actuales frente a los anfibios y reptiles fósiles “se pueden calcular parámetros climáticos”.
Por otro lado, aunque se considera popularmente que anfibios y reptiles son animales de sangre fría, regulan su temperatura corporal en función de la temperatura ambiente (al contrario que los mamíferos que mantienen siempre la misma temperatura) por lo que son animales “muy dependientes del agua y de la temperatura” y por tanto de las variaciones del clima.
Últimos trabajos
Los últimos trabajos realizados por el grupo completan los datos climáticos aportados por los sondeos de hielo en el Polo Sur y por los sondeos marinos realizados en el océano Pacífico, en los que se observó que hace 450.000 años los momentos cálidos o interglaciares empezaron a ser más cálidos que hasta la fecha. Hace aproximadamente dos años otros científicos analizaron el caso de Inglaterra y observaron que no había estos picos de calor en momentos posteriores a los 450.000 años.
El grupo de microfauna del Equipo de Investigación de Atapuerca ha estudiado el caso Mediterráneo y ha concluido que se produjo un importante cambio en las condiciones de temperatura y pluviosidad hace unos 450.000 años. Los fósiles de anfibios y reptiles anteriores a esa fecha ponen de manifiesto la existencia de un clima relativamente frío y húmedo, mientras que los registros posteriores a los 450.000 años revelaron un importante cambio en las condiciones climáticas, con temperaturas mayores y lluvias más escasas.
La importancia de estos estudios radica en que conocer las características y las variaciones del clima del pasado es básico para saber las circunstancias que determinaron la evolución humana en Europa.
El estudio de anfibios y reptiles centró parte de la tesis doctoral del investigador del IPHES, realizada en Francia entre 2001 y 2005. De cara al futuro apunta su intención avanzar en dos líneas: la paleoecología humana, es decir, el estudio de restos fósiles para reconstruir el medio ambiente y los ecosistemas del pasado; y la paleoclimatología. “Me gustaría investigar el tema del agua, ya que siempre se ha hablado de la temperatura pero creo que los homínidos y la fauna han estado más ligados al agua que a la temperatura, sobre todo en el Mediterráneo donde las sequías pueden tener consecuencias muy graves”, señala.
Conocer cómo era el clima de la Tierra en el pasado es el objetivo de los paleoclimatólogos. Estos científicos emplean diversas técnicas para realizar sus estimaciones, como el análisis de capas de hielo polares, los anillos de los árboles o los sedimentos. En esta última línea trabajan miembros del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA), quienes estudian desde hace varios años la evolución del clima a partir de restos de microfauna hallados en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca.
Se trata de un nuevo enfoque para abordar el problema en base a las variaciones registradas en la composición de la microfauna la Sierra. El equipo, dirigido por la profesora de la Universidad de Zaragoza Gloria Cuenca-Bescós, tiene en el yacimiento de la Gran Dolina una gran fuente de información, ya que cuenta con un amplio registro paleontológico que permite investigar el clima del último millón de años.
Así lo explica a DiCYT Hugues-Alexandre Blain, investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), uno de los miembros de este grupo, formado además por científicos de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, la Universidad de Zaragoza y el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh) de Burgos.
En concreto, Blain ha profundizado en el estudio de las comunidades de anfibios y reptiles hallados en los distintos niveles del yacimiento de Gran Dolina. Tritones, ranas, sapos, lagartos y serpientes son los animales analizados, cuya importancia reside en dos aspectos. Por un lado, se trata de animales que siguen vivos hoy día en la península Ibérica mientras que todas las especies de mamíferos encontradas “corresponden a especies extinguidas”. De este modo, analizando las variaciones de los anfibios y reptiles actuales frente a los anfibios y reptiles fósiles “se pueden calcular parámetros climáticos”.
Por otro lado, aunque se considera popularmente que anfibios y reptiles son animales de sangre fría, regulan su temperatura corporal en función de la temperatura ambiente (al contrario que los mamíferos que mantienen siempre la misma temperatura) por lo que son animales “muy dependientes del agua y de la temperatura” y por tanto de las variaciones del clima.
Últimos trabajos
Los últimos trabajos realizados por el grupo completan los datos climáticos aportados por los sondeos de hielo en el Polo Sur y por los sondeos marinos realizados en el océano Pacífico, en los que se observó que hace 450.000 años los momentos cálidos o interglaciares empezaron a ser más cálidos que hasta la fecha. Hace aproximadamente dos años otros científicos analizaron el caso de Inglaterra y observaron que no había estos picos de calor en momentos posteriores a los 450.000 años.
El grupo de microfauna del Equipo de Investigación de Atapuerca ha estudiado el caso Mediterráneo y ha concluido que se produjo un importante cambio en las condiciones de temperatura y pluviosidad hace unos 450.000 años. Los fósiles de anfibios y reptiles anteriores a esa fecha ponen de manifiesto la existencia de un clima relativamente frío y húmedo, mientras que los registros posteriores a los 450.000 años revelaron un importante cambio en las condiciones climáticas, con temperaturas mayores y lluvias más escasas.
La importancia de estos estudios radica en que conocer las características y las variaciones del clima del pasado es básico para saber las circunstancias que determinaron la evolución humana en Europa.
El estudio de anfibios y reptiles centró parte de la tesis doctoral del investigador del IPHES, realizada en Francia entre 2001 y 2005. De cara al futuro apunta su intención avanzar en dos líneas: la paleoecología humana, es decir, el estudio de restos fósiles para reconstruir el medio ambiente y los ecosistemas del pasado; y la paleoclimatología. “Me gustaría investigar el tema del agua, ya que siempre se ha hablado de la temperatura pero creo que los homínidos y la fauna han estado más ligados al agua que a la temperatura, sobre todo en el Mediterráneo donde las sequías pueden tener consecuencias muy graves”, señala.
lunes, 15 de abril de 2013
Bigger Not Always Better for Penis Size
A new study reveals diminishing returns in the attractiveness to females of larger-than-average genitalia
By
Regina Nuzzo
and
Nature magazine
Researchers report today that penis size does matter to women — though within limits. The finding suggests that women’s preferences could have fuelled the evolution of the human male penis, which is longer and thicker than that of any other primate.
Male genitalia evolve quickly. They diversify earlier than other physical traits, with a wide variation in size and shape across the animal kingdom that can reveal a species’ evolutionary pressures. Biologists have puzzled, therefore, over what factors might have caused the human penis to become so large.
Now, a study published in the Proceedings of the National Academy of Sciences finds that women consider penis size and height equally when judging men’s attractiveness, but both exhibit diminishing returns with greater size and are less important than a masculine body type.
The findings add to a debate that began in 1966 when sexuality researchers William Masters and Virginia Johnson declared penis size to be unimportant to most females. Subsequent studies of women’s preferences, based on questionnaires or line drawings, have reported conflicting results.
For the latest study, researchers developed computer-generated images of males that varied independently in three factors: height, shoulder-to-hip ratio and penis length. A sample of 105 heterosexual Australian women each viewed life-sized projections of 53 of the images and rated their sexual attractiveness.
Too big to succeed?
The data showed an upside-down-U-shaped curve for each trait. The women considered taller men with a more masculine body type (indicated by a larger shoulder-to-hip-size ratio) and longer penis to be more attractive, but not without limits — there were diminishing returns for extreme size, and men with substantially larger-than average features were not found much more attractive than those with only slightly above-average features.
Study leader Brian Mautz, a biologist now at the University of Ottawa in Canada, says that there seems to be a ceiling effect for each trait — a point of theoretical peak attractiveness, beyond which women’s ratings will begin to decline. The team’s model predicts that the most attractive penis would measure 12.8–14.2 centimetres in its flaccid state. Mautz notes that this ideal size is relatively closer to the population average (of 9 centimetres) than are the predicted ideals for the other traits, implying that women prefer more extreme shoulder-to-hip ratio and tallness but less extreme penis size.
Other researchers say that the findings are an important first step but fall short of showing a role for sexual selection in the evolution of human penis size, a point that Mautz concedes. “It's hard to extrapolate much from the data,” he says. ”More work needs to be done to connect the dots.”
Alan Dixson, a primatologist at Victoria University of Wellington in New Zealand, says that the research should be broadened to include women from other countries and cultures — especially those from indigenous populations in which full clothing is not usually worn.
More crucially, female preference needs to be tied to reproductive success, says William Eberhard, an evolutionary biologist at the University of Costa Rica in San Pedro. Women may prefer a large penis when choosing a partner, but that doesn’t necessarily translate into more offspring who carry those genes.
Still, the findings have immediate implications for sexual medicine and counselling, says Geoffrey Miller, an evolutionary psychologist at New York University. “This research will allow an uncomfortable subject to become a legitimate topic of discussion.”
This article is reproduced with permission from the magazine Nature. The article was first published on April 8, 2013.
Extraña criatura daría nuevas luces sobre la evolución humana
Australopithecus sediba se llama el homínido de dos millones de años que posee una mezcla de rasgos de humanos y simios.
Un mosaico de rasgos de humanos y simios es lo que un grupo internacional de investigadores ha descubierto en el "Australopithecus sediba", el homínido de hace dos millones de años descubierto en Sudáfrica y del que se dispone la mejor colección de restos fósiles.
Los estudios realizados a estos huesos fueron publicados por la revista Science, donde el paleontólogo del Instituto de Estudios Evolutivos de la Universidad de Witwaterstrand de Johanesburgo, Lee Berger, señaló que las investigaciones de los fósiles permite "una penetración sin precedentes en la anatomía y la posición filogenética de uno de los primeros antepasados del hombre".
Entre los descubrimientos realizados hasta ahora destacan que la pelvis, las manos y los dientes son distintivos de los humanos, mientas que los pies se asemejan a los de los chimpancés.
"Cuando observas a un Australopithecus sediba de la cabeza a los pies, te encuentras con un conjunto que es muy diferente de cualquier cosa que hayamos podido ver o predecir hasta ahora", agrega Berger.
El experto indica que estos restos fósiles permite a la ciencia acercarse cada vez más al "eslabón perdido", aquella criatura intensamente buscada por ser el trampolín evolutivo entre los simios y los humanos que dio origen al hombre.
El análisis de las extremidades inferiores indican que el "Australopithecus sediba" tenía una forma única de de caminar, mezcla entre chimpancé y humanos modernos, con lo que podía desplazarse erguido o trepar los árboles como lo hacen los simios.
Según indica la publicación, los resultados de los estudios ubican inequívocamente a esta extraña criatura dentro de la línea evolutiva de Homo, género que incluye al hombre.
Nuestro ancestro más cercano volvió a trepar a los árboles
Hace dos millones de años los humanos evolucionaron a partir de
australopitécidos de cerebro pequeño. Uno de ellos, Australopitecus
sediba, es el que más se parece al género Homo
Colin Barras (Trad. J. Méndez) | Human Evolution / ScienceNuestro más cercano antepasado no-humano vivió en el sur de África. Esa es la conclusión de una serie de estudios llevados a cabo sobre dos extraños esqueletos descubiertos cerca de Johannesburgo (Sudáfrica) en 2008. Ambos descubrimientos son un ‘mojón’ que se interpone entre los australopitécidos simiescos y los primeros miembros de nuestro propio género.
El origen de las especies sigue siendo sorprendentemente oscuro. Pero los dos esqueletos, de manera inusual, sugieren que nuestros antepasados volvieron a los árboles después de haber evolucionado para caminar sobre el suelo.
Hace dos millones de años que los primeros humanos evolucionaron de australopitécidos de cerebros pequeños. Las especies que dieron origen a la humanidad nunca se han encontrado, pero parece que el Australopithecus sediba, descubierto en 2008, estuvo estrechamente relacionado con ellas.
Un nuevo conjunto de estudios confirma que A. sediba tenía una extraña combinación de australopitécido antiguo y características modernas del Homo, por lo que es posible que los fósiles sean una "forma ideal ancestral del género Homo", según Peter Schmid de la Universidad de Zurich.
Su estudio de la caja torácica de A. sediba, junto con otros de la columna vertebral, parte inferior del cuerpo y los dientes, revelan que A. sediba es el más parecido a los humanos de todos los australopitécidos.
Una cintura muy humana
Una evidencia es que el A. sediba tenía el mismo número de vértebras que las especies Homo, a diferencia de otros australopitécidos. Las costillas inferiores estrechan la caja torácica para formar una cintura similar a la humana. Otros australopitécidos carecían de una cintura, por lo que la cintura de A. sediba acomodó sus músculos abdominales para hacer que caminar sea más eficiente.
Sus dientes también son muy parecidos a los humanos. Sus colmillos son pequeños, como los de los humanos modernos, lo que los diferencia de los caninos grandes y prominentes de otros australopitécidos
Semejanzas y Diferencias
Así se movían y caminaban
1 Las manos son muy parecidas a las humanas, lo mismo que la cintura y el tórax.
2 Caminaba con pasos cortos; rotaba pies, rodillas y cadera hacia adentro.
3 Pese a que es el más parecido al humano, sus brazos indican que se sentía más cómodo en los árboles.
4 El Australopitecus afarensis (Lucy) surgió hace 3,9 millones de años. A. sediba no evolucionó de él.
Recreación del paleoartista John Gurche. En el momento de su muerte, A. sediba tenía un poco más de 13 años de edad
El Australopithecus sediba
El Australopithecus sediba fue hallado en una cueva sudafricana. Su mandíbula y su dentadura se parecen a las de los humanos.
Su cerebro medía unos 420 centímetros cúbicos, un tamaño similar al de un cerebro de chimpancé. Pero su mandíbula y su dentadura recuerdan más a la humana que a la de los simios. Su tórax tenía forma de campana, como la de los primates que viven en árboles, y no de barril, como la de los humanos que corren por el suelo. Pero su columna vertebral ya tenía una estructura como la humana, con el mismo número de vértebras lumbares y la misma curvatura en la parte inferior de la espalda. Sus brazos y sus hombros también estaban diseñados para ser ágiles por las ramas. Pero sus piernas y su pelvis ya estaban adaptadas a la marcha bípeda.
Este es el retrato que hizo un equipo internacional de paleoantropólogos, dirigidos por Lee Berger, de una especie de australopiteco descubierta en Sudáfrica en 2008. Después de cuatro años de investigación, la imagen que emerge del Australopithecus sediba es la de un homínido mitad simio mitad humano. Una criatura desconcertante que los científicos aún no saben dónde ubicar en el árbol de la evolución humana.
Sus descubridores sostienen que puede ser la especie a partir de la que se originó el género humano. Le pusieron como denominación sediba precisamente porque significa manantial en la lengua sotho que se habla en la región.
Si esta hipótesis es correcta, los 7.000 millones de personas que vivimos hoy en la Tierra seríamos descendientes de un puñado de Australopithecus sediba que vivieron en Africa hace unos dos millones de años. Y, por el contrario, no seríamos descendientes de la especie de Lucy, Australopithecus afarensis , que quedaría relegada –siempre y cuando tenga consenso este nuevo plateo– a una vía secundaria de la evolución.
Por ahora ningún paleoantropólogo considera que esta hipótesis esté demostrada. Y algunos, aun reconociendo que la nueva especie aporta una valiosa pieza al rompecabezas de la evolución, se declaran abiertamente escépticos. Si los primeros humanos ya habían aparecido hace unos dos millones de años, y los restos que se han encontrado de Australopithecus sediba tienen la misma antigüedad, “llegó demasiado tarde a la fiesta para ser el ancestro de Homo”, ha declarado Brian Richmond, de la Universidad George Washington, a la revista Science. El primer fósil del australopiteco se descubrió en agosto del 2008 en el yacimiento de Malapa, en Sudáfrica.
Esos restos tan valiosos fueron encontrados por casualidad por el hijo de Lee Berger, que entonces tenía nueve años, un día que acompañaba a su padre al yacimiento. Desde entonces se han hallado más de 220 fósiles de cuatro especímenes que han permitido reconstruir el esqueleto casi completo del nuevo australopiteco.
Más de cien investigadores de varios continentes, coordinados por Berger desde la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), han trabajado durante más de cuatro años para comprender cómo era el Australopithecus sediba y qué lugar ocupó en la historia de la evolución humana. Los resultados del trabajo se presentaron ayer en seis artículos en la web de Science.
Estos resultados amplían los de las primeras investigaciones de la nueva especie que se presentaron en el 2010 y el 2011. Los últimos datos indican que el sediba tiene múltiples rasgos en común con el Australopithecus africanus que vivió poco antes en la misma región y con los humanos que vivieron poco después. En cambio, comparte menos rasgos con la especie de Lucy, que se extinguió en el este de Africa hace 2,9 millones de años. Berger propone que el Australopithecus sediba pudo ser descendiente del africanus y ancestro del género Homo.
Como se ve entonces, muchas posibilidades están abiertas para catalogar a este nuevo integrante de la familia del hombre. Pero ninguna de ellas puede confirmarse hasta el momento. Se necesitan más estudios para saber cuál sería la definitiva.
Una hipótesis alternativa sería que el linaje humano fuera descendiente del africanus, pero no del sediba. También cabe la opción de que no fuera descendiente de ninguno de los dos. La solución al enigma la pueden aportar los restos de Little Foot, otro australopiteco descubierto en Sterkfontein, a 15 kilómetros de Malapa.
Las investigaciones sobre Little Foot, que probablemente tiene unos tres millones de años de antigüedad, todavía están en curso.
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