NEW YORK – Scientists who decoded the DNA of some southern Africans have found striking new evidence of the genetic diversity on that continent, and uncovered a surprise about the ancestry of Archbishop Desmond Tutu.
They found, for example, that any two Bushmen in their study who spoke different languages were more different genetically than a European compared to an Asian. That was true even if the Bushmen lived within walking distance of each other.
"If we really want to understand human diversity, we need to go to (southern) Africa and we need to study those people," said Stephan Schuster of Pennsylvania State University. He's an author of the study, which appears in Thursday's issue of the journal Nature.
The study also found 1.3 million tiny variations that hadn't been observed before in any human DNA. That should help scientists sort out whether particular genes promote certain diseases or influence a person's response to medications. Findings like that could have payoffs both within Africa and elsewhere, experts said.
The genetic diversity of Africa's population is no surprise to scientists. Modern humans evolved on that continent about 200,000 years ago and have lived there longer than anyplace else. So that's where they've had the most time to develop genetic differences. The varied environments of Africa have also encouraged genetic differences.
Africa was the ancient source of modern humans worldwide, so "we're looking really back into the wellspring of our genetic origins here," said Richard Gibbs, a study author from the Baylor College of Medicine in Houston.
The study focused on genomes, a person's complete collection of DNA. The researchers decoded genomes of a Kalahari Desert bushman and of Tutu, the 1984 Nobel Peace laureate and former head of the Anglican Church of Southern Africa. They also decoded partial genomes from three other Bushmen.
Tutu was included to represent a Bantu ancestry, in contrast to Bushmen. Bantu people have a tradition of farming, while Bushmen are longtime hunter-gatherers who represent the oldest known lineage of modern humans.
But when researchers looked at Tutu's genome, they found surprising evidence that his mother's ancestry includes at least one Bushman woman. It's not clear how many generations back that woman lived.
Tutu told The Associated Press that discovering he is related to "these wise people" made him feel "very privileged and blessed."
While the study found many previously unknown DNA variations in Tutu's genome and especially the Bushman DNA, it's important to remember that overall, the genomes of any two people are virtually identical. The differences tracked in the new study lie in individual "letters" of the 3 billion-letter genetic sequence.
"We are all very, very similar to one another," Schuster said. Gibbs said the DNA differences discovered in the African subjects can't be used to support racist arguments. He noted that DNA diversity within a continent is greater than the differences between continents. The study found, in fact, that Bushmen are as different from a previously studied Yoruba man in Nigeria as a European man is.
The new work "is a great start" toward more genome-decoding studies in Africa, said Sarah Tishkoff of the University of Pennsylvania.
More studies are needed to get a fuller picture of the continent's diversity, said Tishkoff, who studies that topic.
Este es un espacio para compartir unas serie de temas sobre las ciencias cognitivas y áreas del saber relacionadas
viernes, 19 de febrero de 2010
Los bebés reconocen las intenciones de los adultos
Un estudio demuestra, además, que los más pequeños responden en consecuencia
Un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad de York, en Canadá, ha revelado que bebés muy pequeños –de sólo seis meses de edad-, saben cuándo se les está “tomando el pelo”, que esta actitud no les gusta, y que expresan su disconformidad o reaccionan en consecuencia. Los resultados de esta investigación demuestran empíricamente por vez primera que los niños de esas edades son capaces de identificar las intenciones de los adultos y de dar una respuesta a éstas. Hasta el momento, esta habilidad se había podido demostrar sólo a partir de los nueve meses. Por Yaiza Martínez.
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Un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad de York, en Canadá, ha revelado que bebés muy pequeños –de sólo seis meses de edad-, saben cuándo se les está “tomando el pelo”, que esta actitud no les gusta, y que expresan su disconformidad o reaccionan en consecuencia.
Según publica dicha universidad en un comunicado, en la investigación fueron analizadas las reacciones de bebés de seis y nueve meses ante un juego que consistía en que un adulto se mostraba bien incapaz bien reticente a compartir un juguete con los pequeños.
Los bebés detectaron y aceptaron con calma el hecho de que el adulto no fuera capaz de compartir con ellos el juguete por razones que escapaban a su control pero, por el contrario, se mostraron agitados cuando resultó evidente que el adulto, simplemente, no tenía intención de compartir.
Comprender intenciones
Según la directora del estudio, una estudiante de doctorado llamada Heidi Marsh que trabajó bajo la dirección de Maria Legerstee, directora del Centro de Estudios de la Infancia de la Universidad de York, los bebés son capaces de diferenciar si se les está gastando una broma o si se está siendo manipulador con ellos, y además saben cómo transmitir su opinión al respecto.
Marsh afirma, asimismo, que los resultados obtenidos constituyen la primera demostración empírica de que niños de hasta seis meses de edad son capaces de comprender las intenciones de los actos de los adultos.
Hasta el momento, se habían obtenido evidencias basadas únicamente en la habituación visual de los niños ante determinados estímulos (la habituación en psicología es el proceso de acostumbramiento o aprendizaje no asociativo a los estímulos del medio interno o externo, y está considerada una forma alternativa de integración).
Es decir, que estudios previos habían observado los patrones de las miradas de los pequeños cuando a éstos les eran presentados estímulos diversos pero, según la investigadora, esta fórmula de estudio resulta demasiado abierta a interpretaciones y, en consecuencia, a conclusiones confusas.
Respuestas sociales
Por otro lado, en investigaciones anteriores se concluyó que la capacidad de diferenciar las intenciones de los adultos no se desarrollan hasta los nueve meses de edad, algo que el estudio de Marsh desmiente.
La investigadora señala que un niño de seis meses de edad, comparado con uno de nueve meses, expresa de manera distinta lo que sabe.
El aspecto innovador de estudio radica en que se han usado medidas acordes con el comportamiento cotidiano de los bebés de seis meses con el fin de comprender lo que éstos son capaces de entender.
Los científicos registraron las respuestas sociales de los pequeños, como la tristeza, las miradas de rechazo, las sonrisas o sus vocalizaciones, además de atender a otras respuestas más físicas, como el hecho de dar golpes.
Incapacidad, resistencia
Al estudio fueron sometidos 40 niños, de ambos sexos. Los bebés fueron sentados sobre el regazo de sus madres junto a una mesa, y situados enfrente de otro adulto.
En la mitad de las pruebas realizadas, el juguete no les fue entregado a los niños porque dicho adulto no “quería” compartirlo y, en otras pruebas, no les fue entregado porque el adulto, aunque intentaba dárselo, no era capaz de hacerlo.
A los niños se les sometió a tres situaciones: de bloqueo, de burla y de juego. En cada una de estas situaciones hubo una condición de incapacidad de compartir el juguete y otra de resistencia a compartirlo por parte del adulto.
Así, por ejemplo, en la situación de burla, el adulto extraño sostuvo un sonajero cerca de los niños y, después, lo ocultó detrás de él (condición de resistencia a compartir). Asimismo, una atractiva pelota cayó “accidentalmente”, de manera que quedó fuera del alcance del adulto (condición de incapacidad de compartir).
Independencia y reacciones
Los movimientos visibles tanto del adulto como del juguete fueron reflejo de las condiciones de cada prueba, esto es, fueron diseñados para que los niños pudieran comprender las intenciones o la situación del adulto.
Incluso las expresiones faciales de éste se utilizaron para expresar resistencia a compartir o incapacidad para hacerlo.
Los resultados fueron los siguientes: los niños de ambas edades (seis y nueve meses) desviaron sus miradas durante las pruebas en que el adulto se mostró renuente a compartir.
En estas pruebas, además, los niños de nueve meses dieron golpes con sus brazos, mientras que los bebés de seis meses mostraron otro tipo de reacciones correspondientes a afectos negativos, como fruncimiento del ceño. Estas reacciones no se dieron en ningún bebé en las condiciones de incapacidad para compartir el juguete.
Otro dato revelado por la investigación fue, según Marsh, que aquellos niños más independientes resultaron ser menos expresivos ante las situaciones de renuencia a compartir (por ejemplo, lloraban menos que otros), pero físicamente más proclives a demostrar una resistencia activa a la situación.
Esta diferencia sugiere que es importante analizar las habilidades sociales y cognitivas de los niños para comprender el espectro de comportamientos sociales que puede darse a estas edades. La revista Infancy ha publicado un artículo detallado sobre esta investigación.
El cerebro nace preparado
La inteligencia y las capacidades de los más pequeños han sido objeto de diversos estudios en los últimos años.
Sus resultados han permitido constatar el sorprendente grado de conciencia de los bebés, demostrando, por ejemplo, que éstos, con tan sólo cinco meses, son ya capaces de diferenciar entre sólidos y líquidos o que, con sólo dos o tres días de edad, ya pueden detectar el ritmo de la música.
Los especialistas señalan que estas habilidades tan precoces se deben a que el ser humano nace con conocimientos innatos y que es un experimentador muy precoz. Es decir, que el cerebro de los individuos de nuestra especie no es un papel en blanco al nacer.
Según publica dicha universidad en un comunicado, en la investigación fueron analizadas las reacciones de bebés de seis y nueve meses ante un juego que consistía en que un adulto se mostraba bien incapaz bien reticente a compartir un juguete con los pequeños.
Los bebés detectaron y aceptaron con calma el hecho de que el adulto no fuera capaz de compartir con ellos el juguete por razones que escapaban a su control pero, por el contrario, se mostraron agitados cuando resultó evidente que el adulto, simplemente, no tenía intención de compartir.
Comprender intenciones
Según la directora del estudio, una estudiante de doctorado llamada Heidi Marsh que trabajó bajo la dirección de Maria Legerstee, directora del Centro de Estudios de la Infancia de la Universidad de York, los bebés son capaces de diferenciar si se les está gastando una broma o si se está siendo manipulador con ellos, y además saben cómo transmitir su opinión al respecto.
Marsh afirma, asimismo, que los resultados obtenidos constituyen la primera demostración empírica de que niños de hasta seis meses de edad son capaces de comprender las intenciones de los actos de los adultos.
Hasta el momento, se habían obtenido evidencias basadas únicamente en la habituación visual de los niños ante determinados estímulos (la habituación en psicología es el proceso de acostumbramiento o aprendizaje no asociativo a los estímulos del medio interno o externo, y está considerada una forma alternativa de integración).
Es decir, que estudios previos habían observado los patrones de las miradas de los pequeños cuando a éstos les eran presentados estímulos diversos pero, según la investigadora, esta fórmula de estudio resulta demasiado abierta a interpretaciones y, en consecuencia, a conclusiones confusas.
Respuestas sociales
Por otro lado, en investigaciones anteriores se concluyó que la capacidad de diferenciar las intenciones de los adultos no se desarrollan hasta los nueve meses de edad, algo que el estudio de Marsh desmiente.
La investigadora señala que un niño de seis meses de edad, comparado con uno de nueve meses, expresa de manera distinta lo que sabe.
El aspecto innovador de estudio radica en que se han usado medidas acordes con el comportamiento cotidiano de los bebés de seis meses con el fin de comprender lo que éstos son capaces de entender.
Los científicos registraron las respuestas sociales de los pequeños, como la tristeza, las miradas de rechazo, las sonrisas o sus vocalizaciones, además de atender a otras respuestas más físicas, como el hecho de dar golpes.
Incapacidad, resistencia
Al estudio fueron sometidos 40 niños, de ambos sexos. Los bebés fueron sentados sobre el regazo de sus madres junto a una mesa, y situados enfrente de otro adulto.
En la mitad de las pruebas realizadas, el juguete no les fue entregado a los niños porque dicho adulto no “quería” compartirlo y, en otras pruebas, no les fue entregado porque el adulto, aunque intentaba dárselo, no era capaz de hacerlo.
A los niños se les sometió a tres situaciones: de bloqueo, de burla y de juego. En cada una de estas situaciones hubo una condición de incapacidad de compartir el juguete y otra de resistencia a compartirlo por parte del adulto.
Así, por ejemplo, en la situación de burla, el adulto extraño sostuvo un sonajero cerca de los niños y, después, lo ocultó detrás de él (condición de resistencia a compartir). Asimismo, una atractiva pelota cayó “accidentalmente”, de manera que quedó fuera del alcance del adulto (condición de incapacidad de compartir).
Independencia y reacciones
Los movimientos visibles tanto del adulto como del juguete fueron reflejo de las condiciones de cada prueba, esto es, fueron diseñados para que los niños pudieran comprender las intenciones o la situación del adulto.
Incluso las expresiones faciales de éste se utilizaron para expresar resistencia a compartir o incapacidad para hacerlo.
Los resultados fueron los siguientes: los niños de ambas edades (seis y nueve meses) desviaron sus miradas durante las pruebas en que el adulto se mostró renuente a compartir.
En estas pruebas, además, los niños de nueve meses dieron golpes con sus brazos, mientras que los bebés de seis meses mostraron otro tipo de reacciones correspondientes a afectos negativos, como fruncimiento del ceño. Estas reacciones no se dieron en ningún bebé en las condiciones de incapacidad para compartir el juguete.
Otro dato revelado por la investigación fue, según Marsh, que aquellos niños más independientes resultaron ser menos expresivos ante las situaciones de renuencia a compartir (por ejemplo, lloraban menos que otros), pero físicamente más proclives a demostrar una resistencia activa a la situación.
Esta diferencia sugiere que es importante analizar las habilidades sociales y cognitivas de los niños para comprender el espectro de comportamientos sociales que puede darse a estas edades. La revista Infancy ha publicado un artículo detallado sobre esta investigación.
El cerebro nace preparado
La inteligencia y las capacidades de los más pequeños han sido objeto de diversos estudios en los últimos años.
Sus resultados han permitido constatar el sorprendente grado de conciencia de los bebés, demostrando, por ejemplo, que éstos, con tan sólo cinco meses, son ya capaces de diferenciar entre sólidos y líquidos o que, con sólo dos o tres días de edad, ya pueden detectar el ritmo de la música.
Los especialistas señalan que estas habilidades tan precoces se deben a que el ser humano nace con conocimientos innatos y que es un experimentador muy precoz. Es decir, que el cerebro de los individuos de nuestra especie no es un papel en blanco al nacer.
EL AUTOCONTROL ES CONTAGIOSO
EL AUTOCONTROL ES CONTAGIOSO |
Renunciar a comer esas galletas tan sabrosas pero que engordan, o caer en la tentación y dar buena cuenta de ellas, puede depender no sólo de nuestra fuerza de voluntad sino también de la de quienes nos rodean. Una investigación ha revelado que el autocontrol es contagioso, y que también lo es la falta de éste. Los hallazgos hechos por Michelle vanDellen, profesora visitante en el departamento de psicología de la Universidad de Georgia, son el resultado de cinco experimentos realizados por separado a lo largo de más de dos años junto con Rick Hoyle, coautor del estudio, en la Universidad Duke. En estos experimentos con cientos de voluntarios, los investigadores han descubierto que observar a alguien con un buen autocontrol, o incluso tan sólo pensar en esa persona, aumenta las probabilidades de que los espectadores ejerzan el suyo. Y también han comprobado que lo mismo ocurre a la inversa: Las personas con mal autocontrol influyen negativamente en los demás. El efecto es tan poderoso que el mero hecho de ver el nombre de alguien con buen o mal autocontrol destellando en una pantalla durante sólo 10 milisegundos cambió el comportamiento de los voluntarios. La conclusión práctica de este estudio es que recibir influencias sociales positivas mejora nuestro autocontrol, y que, si lo mostramos, también estamos ayudando a hacer lo mismo a las personas de nuestro entorno. Las personas tendemos a imitar el comportamiento de la gente de nuestro entorno. Y fenómenos tales como el tabaquismo, el consumo de drogas y la obesidad tienden a propagarse a través de las redes sociales. Sin embargo, el estudio de vanDellen parece ser el primero en demostrar que el autocontrol también se "contagia" a través del comportamiento. Eso significa que pensar en alguien que se autocontrola con regularidad y logra así cosas que de otro modo no conseguiría, puede hacer que nos esforcemos más para alcanzar nuestras metas profesionales o cualquier otra cosa para la que necesitemos ejercer el autocontrol. Scitech News |
jueves, 18 de febrero de 2010
Oxytocin May Alleviate Some Autism
A study in the Proceedings of the National Academy of Sciences
To find out, the researchers [led by Angela Sirigu of the Center of Cognitive Neuroscience in Lyon, France] gave oxytocin to 13 patients with high-functioning autism and then monitored their attentiveness to social cues. They found that the subjects on oxytocin were more likely to make eye contact when viewing pictures of faces, and they reported feeling connected to players who were nice to them in a virtual ball toss game. These results suggest that people with autism do have hidden social skills. They just need a little hormonal help expressing them.
—Karen Hopkin
Some call it the “hormone of love.” It’s oxytocin and it helps moms bond with and breast-feed their babies, and even keeps romantic couples content. Now a study suggests that this same hormone might also help people with autism—by improving their social awareness. The work is in the Proceedings of the National Academy of Sciences.
People with autism or with high-functioning autism spectrum disorders like Asperger’s syndrome have difficulty engaging in social situations. They rarely initiate social encounters, and often have trouble even meeting someone’s eye. They also have low levels of oxytocin. Now, given this hormone’s reputation as a cuddle-inducing chemical, scientists got to wondering whether people with autism might benefit by taking it.To find out, the researchers [led by Angela Sirigu of the Center of Cognitive Neuroscience in Lyon, France] gave oxytocin to 13 patients with high-functioning autism and then monitored their attentiveness to social cues. They found that the subjects on oxytocin were more likely to make eye contact when viewing pictures of faces, and they reported feeling connected to players who were nice to them in a virtual ball toss game. These results suggest that people with autism do have hidden social skills. They just need a little hormonal help expressing them.
—Karen Hopkin
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