lunes, 19 de mayo de 2014

Releer para mejorar la comprensión


Un estudio pone en entredicho la efectividad de las aplicaciones de lectura rápida para móviles.
Psychological Science

Volver a leer un texto es esencial para su comprensión.

¿Leer más rápido significa leer mejor? Según los desarrolladores de numerosas aplicaciones móviles de lectura rápida la respuesta es afirmativa, pues aseguran que sus productos no tan solo aumentan el número de palabras de un texto que el usuario puede leer por minuto, sino también mejoran su nivel de comprensión. Pero según un nuevo estudio, el mismo fenómeno que incrementa la velocidad de lectura también obstaculiza el camino del entendimiento.
Cuando uno lee a un ritmo natural, sus ojos se mueven de un lado a otro a lo largo de una frase, en lugar de ir directo hasta su final. En cambio, las aplicaciones móviles como Spritz o Speed Read están diseñadas a partir de la idea de que estos movimientos oculares, llamados sacádicos, representan una pérdida de tiempo. Es más eficiente, según sus desarrolladores, presentar al lector las palabras de una en una en un punto fijo de la pantalla; ello le desanima a realizar dichos movimientos del ojo y, al propio tiempo, le ayuda a terminar de «consumir» el texto de una manera más rápida. Este método, llamado Presentación Visual Serial Rápida (PVSR), ha sido motivo de controversia desde los años 80, cuando ciertos ensayos demostraron una disminución en la comprensión del lector, aunque los investigadores no entendían el porqué.
Tras la aparición en el mercado de productos de lectura rápida para móviles, tres psicólogos de la Universidad de California en San Diego decidieron profundizar un poco más en su funcionamiento y descubrieron, finalmente, el fallo del método PVSR: según sus resultados, el lector necesita, de vez en cuando, volver atrás y leer de nuevo una frase para mejorar su comprensión del texto.
Los investigadores llegaron a estas conclusiones tras someter una muestra de 40 estudiantes universitarios a una prueba de lectura de un texto con frases ambiguas e interrumpidas («Mientras el hombre bebió el agua que desbordaba de un inodoro y que era limpia y fría»), a la vez que una cámara de rastreo ocular les seguía la mirada. Tras un descanso, los investigadores repitieron el ejercicio, pero esta vez borraron las palabras que los participantes ya habían leído, lo que les impedía volver a leerlas («xxxxx xxx xxx bebió el agua ...»).
Según publicaron en la revista Psychological Science, el nivel de comprensión se redujo en alrededor de un 25 por ciento en los ensayos que impedían la relectura del texto. Además, registraron aproximadamente la misma disminución cuando los sujetos podían volver a leer partes de una frase, pero no lo hacían. Estos resultados no fueron tampoco muy diferentes cuando utilizaron frases menos confusas («Mientras el hombre dormía, el agua ...»).
En sus conclusiones, los responsables del estudio afirman que el hecho de volver a leer un texto no representa una pérdida de tiempo, sino que es esencial para su comprensión.
Más información en Psychological Science.

Gestos para reforzar el vocabulario


Ademanes y miradas pueden contribuir a que los niños aprendan palabras, con independencia de lo que conversen el padre y la madre con ellos.

Los niños que poseen un amplio vocabulario se desenvuelven mejor en la escuela y, más tarde, en el mundo laboral. Cuánto les hablen sus padres desempeña una función de primer orden, pero investigaciones recientes apuntan a que no es solo la cantidad, sino también la calidad de la aportación familiar lo que cuenta. Gestos explicativos y miradas intencionadas pueden facilitar a los hijos la comprensión de ciertos conceptos.
En un estudio publicado en junio de 2013 en PNAS, Erica Cartmill, de la Universidad de Chicago, y su equipo grabaron vídeos de padres que, en casa, leían cuentos a sus hijos, de entre 14 y 18 meses de edad, o jugaban con ellos. De estas interacciones se extrajeron cientos de grabaciones mudas, de 40 segundos de duración cada una. Otro grupo de participantes visionó las filmaciones. Por los gestos y pistas que mostraban las escenas, trataron de adivinar qué sustantivos pronunciaban los padres en distintos momentos de las secuencias. Los investigadores se valieron de la proporción de aciertos de estos adultos para valorar el éxito de los progenitores para aclarar el significado de alguna palabra mediante indicaciones gestuales (señalar objetos o mirar en su dirección, entre otros).
Los investigadores hallaron que la calidad de las señales no verbales de los padres permitía pronosticar la extensión del vocabulario de los niños al cabo de tres años. La posición socioeconómica no afectaba a la calidad de esa gesticulación. Este resultado sugiere que las diferencias de vocabulario infantil, que es sabido que están en relación con la renta familiar, son consecuencia de lo mucho o poco que los padres les hablen a sus niños, lo que depende de sus ingresos, más que de la mímica que les ofrezcan durante esas interacciones.

Así aprendemos a cooperar


Un estudio modeliza por primera vez el proceso por el que los humanos establecemos comportamientos altruistas.
Journal of the Royal Society Interface

¿Qué mecanismos nos impulsan a cooperar? Un estudio formula el primer modelo matemático que reproduce el comportamiento observado en humanos.

Cooperar consiste en sacrificar parte del beneficio propio en aras del bien común. Lejos de ser exclusivo de los humanos, dicho comportamiento se observa en todo tipo de seres vivos, desde las bacterias hasta los simios. Sin embargo, aunque su utilidad resulta clara a posteriori (revierte en el bien del grupo y, por ende, en el del individuo), el mecanismo por el que se establece una conducta altruista no se entiende bien en términos evolutivos. Cuando un macaco despioja a otro, invierte en esa actividad un tiempo y una energía que podría aprovechar para buscar alimento o pareja. ¿No debería una criba darwinista seleccionar los comportamientos que reportan el máximo beneficio para el individuo?
Los humanos somos la especie más cooperativa que existe. Desde hace años, son varios los mecanismos que se han propuesto para explicar la emergencia de la cooperación; entre ellos, corresponder a (o traicionar) quienes antes nos han ayudado (o no), o imitar las acciones de aquellos individuos que vemos que obtienen un mayor provecho. Aunque estos y otros mecanismos resultan satisfactorios desde un punto de vista teórico, hasta hace poco su validez no había sido puesta a prueba mediante experimentos con humanos.
En 2010 y 2012, investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid y la Universidad de Zaragoza llevaron a cabo los primeros ensayos a gran escala con sujetos reales. Observaron que, cuando los miembros de una red social jugaban repetidas veces al dilema del prisionero (un juego tipo en esta clase de estudios), la probabilidad de que un individuo cooperase o no quedaba condicionada por sus acciones previas. Quienes habían traicionado una vez volvían a hacerlo en la ronda siguiente con una probabilidad fija; sin embargo, quienes cooperaban eran más propensos a volver a hacerlo si sus vecinos se habían comportado de manera altruista.
Ahora, Giulio Cimini y Anxo Sánchez, del Grupo Interdisciplinar de Sistemas Complejos de la Universidad Carlos III, han referido el primer modelo matemático que reproduce con acierto ese comportamiento. Los resultados fueron publicados hace unas semanas en la revista Journal of the Royal Society Interface.
Los autores simularon numéricamente el dilema del prisionero en redes de jugadores con varias topologías. Tras programar en los agentes un gran número de estrategias plausibles, comprobaron que la única que reproducía el comportamiento observado experimentalmente en humanos era la que denominaron «aprendizaje por refuerzo». En ella, cada agente partía con ciertas aspiraciones sobre el beneficio que esperaba obtener; tras actuar, comparaba el resultado de sus acciones con dichas expectativas y actualizaba su estrategia en consecuencia.
«La cooperación condicional [colaborar o no dependiendo de cuánta ayuda hayamos recibido con anterioridad] parece un intento de que se establezca la cooperación, pero poniendo un límite de hasta dónde está uno dispuesto a que lo exploten», explica Sánchez. «Lo realmente sorprendente es que la disposición a cooperar dependa de haberlo hecho antes. La estrategia debería ser siempre la misma, y no tener ese aspecto de "enfado", de "vaya, como ya me habéis fastidiado, ahora os voy a traicionar un buen rato". No encuentro ninguna intuición clara que justifique esa estrategia, más allá del —por otra parte muy humano— deseo de vengarse.»
Según los autores, el trabajo corrobora los resultados experimentales obtenidos en 2010 y 2012; estos, a su vez, parecen invalidar buena parte de las dinámicas evolutivas propuestas desde hace años para explicar la emergencia de la cooperación, al menos en humanos.
«Muchos de los modelos teóricos previos partían de la hipótesis de que la decisión de un individuo usaba los beneficios de los demás de una forma u otra; por ejemplo, imitando lo que hizo el jugador que ganó más la vez anterior. Nuestros experimentos y este trabajo teórico muestran de manera definitiva que esto no es así, que la gente decide basándose en las acciones de los otros, pero no en lo que ganen», apunta Sánchez. «Creo que cualquiera que lidere un equipo de trabajo tiene que entender que esta es la manera en que se comporta la gente», concluye el investigador.
Más información en Journal of the Royal Society Interface. Una versión gratuita del artículo técnico se encuentra disponible en el repositorio arXiv.

Física de la diversidad biológica



Un modelo matemático halla un nuevo patrón para definir la dinámica evolutiva de un colectivo.


Cuando los físicos «juegan» con las matemáticas y la genética de poblaciones pueden descubrir vínculos inesperados entre migración y diversidad biológica de las poblaciones, según un nuevo artículo publicado por un grupo de investigadores en la revista científica Physical Review Letters. [Daniela Hartmann / Flickr]



La comprensión y predicción del efecto de los flujos migratorios entre poblaciones en su biodiversidad genética (entendida como coexistencia de diferentes rasgos genéticos) presenta, hoy en día, un gran potencial en diferentes disciplinas científicas como la ecología de la conservación, el estudio del lenguaje y el aprendizaje, la genética de poblaciones y la epidemiología. Con todo, este campo de investigación sigue planteando muchas cuestiones. ¿Aumenta la migración la variabilidad genética de un colectivo? ¿Es este vínculo más complejo de lo que pensamos?
Para intentar dar respuesta a dichas preguntas, un grupo de investigadores ha llevado a cabo un experimento teórico en el que han imaginado una población que vive repartida en las diferentes islas de un archipiélago. En cada una de ellas viven dos grupos, A y B, de individuos que se caracterizan por un determinado rasgo genético; por ejemplo, los miembros del primero presentan el pelo rubio, los del segundo, castaño.
Si no existiese migración entre las islas, la biodiversidad de cada colectivo variaría solamente según dinámicas «estocásticas», es decir, que presenten un componente aleatorio, vinculadas con la alternancia de las generaciones. En cambio, si se garantizara una cierta movilidad en el interior del archipiélago (algunas personas emigran de su lugar nativo), la biodiversidad genética «saldría del aislamiento» y se vería afectada por dicha migración.
Los investigadores han reproducido este escenario a través de un modelo matemático, a partir de las bases de la genética de poblaciones y las analogías con ciertos fenómenos físicos naturales completamente distintos. A medida que variaba la tasa de migración y, por tanto, la evolución de la biodiversidad genética, «nos percatamos de que la complejidad del modelo aumentaba con el tiempo» afirma Pierangelo Lombardo, de la Escuela Internacional de Estudios Superiores Avanzados (SISSA) de Trieste.
Además, según trabajos anteriores, existe una proporcionalidad inversa entre la migración y la biodiversidad. «En una primera fase, nuestro modelo también describe este comportamiento, pero, con el incremento progresivo de los valores de la primera variable, detectamos una inversión de esta tendencia, por lo que, tras alcanzar un mínimo la segunda también empezaba a crecer», concluye Lombardo.
Los resultados, publicados en Physical Review Letters, pueden ayudar a diseñar experimentos pensados para controlar la relación entre migración y biodiversidad. Según los científicos, si las observaciones experimentales confirmasen su teoría, esta podría aplicarse para predecir el comportamiento de poblaciones más allá de las genéticas y en diferentes ámbitos científicos como, por ejemplo, la microbiología, para el control de las colonias bacterianas.
Más información en Physical Review Letters. Una versión gratuita del artículo está disponible en el repositorio arXiv.