martes, 23 de noviembre de 2010

La cultura rige también la actividad del cerebro


La cultura, así como el nivel de identificación que tengamos con ella, no sólo condiciona nuestros comportamientos, sino que también rige los patrones de la actividad neuronal, según un estudio llevado a cabo en Estados Unidos con individuos de dos grupos culturales diferentes. A través de imágenes de resonancia magnética funcional, la investigación descubrió enormes diferencias entre los patrones neuronales de ambos grupos culturales, así como la gran actividad neuronal que se despliega en las áreas cerebrales relacionadas con la atención, cuando se emiten juicios alejados de nuestra cosmovisión cultural. Por Yaiza Martínez. 

La cultura condiciona la forma en que usamos el cerebro, señala un estudio del McGovern Institute for Brain Research, del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por un equipo de investigadores de la Stony Brook University de Nueva York, del MIT, y de la Stanford University de California.

A esta conclusión han llegado los científicos a partir de una serie de exploraciones de resonancia magnética funcional (fMRI -tecnología que permite medir la respuesta hemodinámica (respuesta de regulación dinámica del flujo de sangre) vinculada a la actividad neuronal- de los cerebros de 20 personas, 10 de ellas orientales recién llegados a Estados Unidos, y otras 10 de origen norteamericano, informa el MIT en un comunicado.

Los resultados obtenidos de dichas exploraciones han demostrado por vez primera que la cultura en que crecemos, así como el nivel de identificación que tengamos con ella, influye en los patrones de la actividad cerebral de nuestras neuronas. Los científicos han publicado un artículo al respecto en la revista especializada Psychological Science.

Memoria y percepción condicionadas

En ella explican que investigaciones anteriores sobre el comportamiento, en las que se ha basado el presente estudio, habían demostrado que las personas procedentes de contextos culturales occidentales rinden mejor en tareas en las que se enfatizan las dimensiones independientes (absolutas) en lugar de las dimensiones interdependientes (relativas), y que exactamente a la inversa sucede con las personas que proceden de contextos orientales.

Así, el hecho de que la cultura americana, de valores individualistas, acentúe la independencia de los objetos en relación a sus contextos, mientras que en las sociedades de Extremo Oriente se acentúe lo colectivo y la interdependencia contextual de los objetos, afecta a las percepciones.

Dichas investigaciones anteriores habían demostrado asimismo que estas diferencias culturales pueden influir también en la memoria. En el origen de la presente investigación estaba la pregunta de si estas diferencias culturales podrían condicionar incluso la actividad neuronal del cerebro.

Para descubrirlo, los científicos, liderados por John Gabrieli, del McGovern Institute for Brain del MIT, pidieron a los participantes en la investigación que realizaran rápidos juicios de percepción de una serie de imágenes presentadas, al mismo tiempo que sus cerebros eran escaneados con la fMRI.

Cultura en la actividad cerebral

Según explica la Stony Brooks University, las respuestas de los participantes, simultáneas a la medición de su actividad cerebral, sirvieron para medir su percepción de la independencia o interdependencia de los objetos.

Las imágenes presentadas consistían en diagramas consecutivos en los que había una línea vertical dentro de una caja. A los participantes se les mostró una serie de estos dibujos para que emitieran su juicio de percepción en función de dos reglas: una de ellas les exigía ignorar el contexto y definir la longitud de la línea sin tener en cuenta el tamaño de los cuadrados (juicio absoluto). La otra regla consistía en tener en cuenta el contexto, y comparar las proporciones de las líneas con los cuadrados en los que estaban (juicio relativo).

Los cerebros de todos los participantes fueron sometidos a las mediciones del escáner mientras realizaban estos juicios aplicando los dos tipos de reglas. La intención era descubrir si los patrones de actividad cerebral diferían según una u otra norma de atención.

Las tareas eran lo suficientemente fáciles como para que los dos grupos las llevaran a cabo correctamente, pero sí hubo diferencia en la actividad cerebral medida. Los individuos de ambos grupos mostraron patrones de actividad cerebral distintos en el momento de realizarlas: la activación de determinadas áreas del cerebro era mucho menor cuando los juicios emitidos coincidían con los valores de sus culturas.

Implicación cultural y percepción

Según el artículo aparecido en Psychological Science, “en cada grupo, la activación en las regiones frontal y parietal del cerebro, que se sabe están asociadas al control de la atención, fue mayor durante la emisión de juicios no-preferidos culturalmente que durante la emisión de juicios preferidos culturalmente”.

Los científicos quedaron sorprendidos por la magnitud de la diferencia de los patrones neuronales entre ambos grupos culturales, así como de la enorme actividad neuronal vinculada al sistema de atención del cerebro que se ponía en marcha cuando los participantes emitían juicios alejados de su cosmovisión cultural.

Profundizando más en este fenómeno, los investigadores descubrieron que en aquellos individuos más identificados con su cultura, el efecto neuronal de los juicios que les resultaban “extraños”, se acentuaba aún más que en el resto de individuos de su misma cultura, pero menos implicados en ella.

Utilizando una serie de cuestionarios de preferencias y valores en las relaciones sociales de los participantes, calibraron su grado de identificación con su propia cultura. Así, pudo demostrarse que, en ambos grupos, una identificación más fuerte se correspondía con un patrón más intenso de activación cerebral específico de cada cultura.

De esta manera, explican los investigadores, “el trasfondo cultural individual, así como el grado en que un individuo da crédito a sus valores culturales, modera la activación de las redes del cerebro implicadas, incluso durante la realización de tareas visuales y de atención muy simples”.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Los macacos saben hacer amigos

Los macacos macho de la especie Macaca assamensis establecen relaciones cercanas y estables con otros machos de su grupo con los que no están emparentados. Estas relaciones son parecidas a las de amistad en seres humanos, y la motivación para mantener estos lazos es de naturaleza política, según revela un artículo publicado en la revista Current Biology.

Oliver Schülke, de la Universidad Georg August-Göttingen de Alemania, y su equipo se centraron en estudiar el comportamiento de los machos salvajes de la familia del macaco de Assam (Macaca assamensis), que viven en Tailandia. El estudio demuestra que los machos mantienen relaciones sociales con otros machos, pasan tiempo juntos y se asean unos a otros. Además, los científicos comprobaron que los machos con vínculos más fuertes con otros machos tienden a formar coaliciones que predecían un futuro dominio social. Y que la fuerza de los lazos sociales de los machos estaba vinculada directamente con el número de crías que tenían. “Por primera demostramos que el hecho de tener amigos íntimos otorga más éxito a los machos en lo que se refiere al estatus social y a la paternidad”, afirman los autores.

“Hemos demostrado que las ventajas de las relaciones sociales se acumulan a través de la manipulación de las relaciones propias y ajenas, y esa es una buena definición de política”, puntualiza Schülke. Según el científico, “estos lazos no afectan directamente al acceso a recursos, sino que también ayudan a los machos a subir posiciones en la escala social y a permanecer ahí arriba a costa de que otros machos pierdan su estatus”.

El placer disminuye el estrés

Un estudio de la Universidad de Cincinnati (EE UU) revela que las actividades placenteras, como el sexo o la comida, reducen el estrés inhibiendo la respuesta de ansiedad en nuestro cerebro. El efecto dura hasta siete días, según afirman los autores en el último número de la revista PNAS.

En sus experimentos, la investigadora Yvonne Ulrich-Lai y sus colegas del Laboratorio de Neurobiología del Estrés suministraron una solución de agua con azúcar a un grupo de ratas durante dos semanas para, a continuación, estudiar su respuesta fisiológica y su comportamiento ante situaciones de estrés. En comparación con los roedores que no habían tomado azúcar, mostraban un ritmo cardíaco disminuido y menos nivel de hormonas del estrés en su sangre. Los mismos efectos aparecían cuando el agua estaba edulcorada con sacarina. “Son las propiedades placenteras de las comidas apetecibles, y no las calorías, las que reducen el estrés”, asegura Ulrich-Lai.

Los científicos registraron también la actividad de una estructura cerebral, el del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HPA), que responde en situaciones de estrés. Y comprobaron que el cerebro de las ratas expuestas a actividades placenteras, como consumir bebidas dulces o practicar sexo, respondía con menos intensidad al estrés que el de sus compañeras.

¿Qué excita a las mujeres?

Lorena Sánchez
El pincel es fino. La hembra parece relajada. El clítoris, claramente visible. Mayte Parada, investigadora del Laboratorio de Neurobiología de la Universidad de Concordia (Canadá), levanta la cola de la rata para que se aprecie el foco de su investigación. El epicentro del placer de la hembra, de esta y otras especies cercanas, apunta ahí, al clítoris.
Esta díscola cápsula aglutina más de ocho mil terminaciones nerviosas, y en ella podría encontrarse el velado secreto de la sexualidad femenina. Muchos y muchas estarían de acuerdo con esa afirmación. Más aún si agregamos que el 90% de las mujeres necesita estimulación clitoridiana para que se produzca el gran apagón. Pero no podía ser tan fácil resolver un enigma que cada año produce más textos científicos que la teoría de cuerdas.
Mayte Parada es una de los centenares de ilustres investigadores que tratan de desmadejar el ovillo del sexo rosa. ¿Qué quieren las mujeres en el sexo? Sus ratas son afortunadas en el mundo de los laboratorios. Parada les inyecta hormonas que predisponen a las hembras a la cópula, provocando su ovulación. Después, les estimula el clítoris con el pincel impregnado en un aroma cargante. “El clítoris es un órgano que envía señales a áreas específicas del cerebro que regulan el comportamiento sexual de la hembra. Hemos descubierto que solo asocia la estimulación con placer si se hace con roces alternos (distribuidos en el tiempo), no constantes. El área preoccipital (MPIO) responde con mucha más actividad a la estimulación entrecortada, y no ante el estimulo constante”. Vaya con las ratas. Si les dan a elegir, se quedan con el macho impregnado con el mismo aroma.
“Esto nos dice que la estimulación del clítoris ayuda a asociar esa experiencia positiva con un macho específico. El clítoris de la rata funciona como un órgano de placer y de aprendizaje.” Si la rata se lo pasa bien, y no le ocurre con cualquier pincel, recuerda al macho que tenía el olor adecuado. “Estos estudios”, explica Mayte, “son un primer paso para entender la función del clítoris en el comportamiento sexual de la mujer”.

Me pido un combinado

El botón rojo, el clítoris, según todos los protocolos es un buen punto de partida para acabar con la guerra fría en las alcobas. Pero no está solo. Y aquí comienzan las complicaciones. Otras áreas genitales merecerían un tratamiento semejante. Según la región de donde proceda la señal que llega al cerebro, la sensación de orgasmo es distinta, y de ahí que sea común hablar de orgasmos clitoridianos, vaginales y “combinados”. Para acertar en la diana, hay que hacer un máster con mucha práctica; es decir, “masturbarse mucho”, recomiendan los sexólogos.
La senda por la que los impulsos nerviosos viajan de los genitales al cerebro es la médula espinal. Barry Komisaruk, especialista en psicobiología, relata en su libro La ciencia del orgasmo, publicado por la Universidad Johns Hopkins (EEUU), el caso de una mujer con una lesión en la médula que “crepitaba” al estimularse con un vibrador a la altura de las cervicales.
Komisaruk y sus colegas hicieron numerosas investigaciones de campo con voluntarias. “Creo que una de nuestras grandes sorpresas”, explica, “fue cuando encontramos mujeres que tenían orgasmos sin ninguna estimulación física. Alcanzaban el clímax (the big O) solo con la imaginación”. Algunas recreaban escenas eróticas; otras, paisajes… y una de ellas imaginaba ondas de energía que recorrían su cuerpo sinuosamente, enredándose en el vértice que formaba el ángulo de sus piernas. Komisaruk asegura que si estas mujeres pueden alcanzar el orgasmo solo con la imaginación, se debe a que el pistoletazo de salida de una buena carrera no está en el clítoris, sino detrás de los ojos. El “barrio rojo” del cerebro está perfectamente localizado. Algunos enfermos de párkinson, con implantes eléctricos ubicados en esa área para controlar los temblores característicos de la enfermedad, experimentan orgasmos o sensaciones muy parecidas de forma espontánea.
Para lubricar el cerebro hacen falta todos esos complementos intangibles que las mujeres piden con denuedo: “Imaginación, fantasía, sentirse deseada…” King Kong, el gorila, los tenía todos. En la versión sin censuras del filme, la bestia, colosal y peluda, sujeta a la bella Ann. King Kong, con esa manaza hecha para aplastar rocas, le quita la ropa muy despacio, mientras la música del metraje enciende la imaginación, y la mira con un gesto inconfundible: ¡la adora! El invencible Kong hace jirones el sedoso vestido, se lo lleva a la boca y lo olfatea como un fetiche. La sexy rubia se mueve como una anguila en las manos de su captor. Censuraron la escena por su carga erótica. Le quitaron la música, dejaron a Ann con el vestido intacto y añadieron unos alaridos de terror que aniquilaban cualquier reducto de tensión sexual. Da igual que King Kong sea un gorila peludo. Lo que acaban de demostrar en Toronto es que a la mujer, más que el personaje de la acción, lo que le excita es el contexto.
Meredith Chivers, de la Universidad de Toronto (Canadá), investigó las diferencias entre hombres y mujeres ante los estímulos sexuales. Las voluntarias observaron varios modelos de imágenes: parejas haciendo el amor, hombres desnudos haciendo deporte, mujeres desnudas, y también bonobos y chimpancés copulando al sol entre ramas y hojarasca.

Hay excitacion... y excitación

Las voluntarias de la doctora Chievers tenían que pulsar una barra de ordenador para indicar lo que les parecía excitante. Por otro lado, un pletismógrafo vaginal medía el aumento de la presión sanguínea de la pared del útero y del flujo. Según Meredith, las mujeres se excitaron físicamente, es decir, el pletismógrafo “pitó” con las imágenes de hombres y mujeres, tanto hetero como homo, haciendo el amor. También con los vídeos porno de bonobos copulando. Nada que ver con lo que pasaba por sus cabezas. Las mujeres solo reconocieron excitación sexual ante las imágenes de parejas. Para los hombres, sin embargo, excitación mental y genital son la misma cosa. Las mujeres tienen síntomas físicos de “deseo”, sin que por eso tenga que haber impepinablemente deseo erótico.
Si hay una “misión” hasta ahora imposible para los sexólogos, es encontrar el afrodisíaco perfecto que active ese deseo erótico. La ostra definitiva. Hay estudios sobre el café, el vino, el chocolate… Sin embargo, uno de ellos acaba de demostrar que la administración de un placebo mejora la falta de excitación de algunas mujeres. Creer que estaban tomando una píldora para la libido sirvió para que obtuviesen beneficios. El estudio se publico en Journal of Sexual Medicine, y era parte de una investigación que evaluaba los efectos del medicamento tadalafilo (Cialis) para los problemas de falta de deseo en las mujeres. Este producto pertenece a la familia de Viagra y Levitra, para la erección en varones. Había indicios de que favorecería la vasodilatación de la vagina y la lubricación. No resistió la comparación con un placebo, o sea, una pastilla de “nada”.
“Yo creo que las mujeres no saben lo que quieren en el sexo…”, lo dice Juan, un amigo felizmente casado. “Ah! ¿Pero es que quieren sexo?”, esto lo pregunta Manolo, también casado y satisfecho. Sigmund Freud lo decía de otro modo: “La gran cuestión que nunca ha sido respondida y que no he podido responder, a pesar de 30 años de investigación sobre la mente femenina, es ¿qué desean las mujeres?”
El doctor Pedro La Calle, ginecólogo y sexólogo del centro Galena Salud, en Madrid, tiene una respuesta. Asegura que vivimos días gloriosos para un investigador de la sexualidad humana: “Es un momento de cambios profundos, y uno de los más interesantes es el de la comprensión del deseo en la mujer”. Las ganas de sexo siguen siendo un motivo de consulta, pero ahora se aborda de otra manera: “Algunas autoras han propuesto un modelo distinto para interpretarlo, en el que se habla, más que de deseo, de interés en la relación sexual en el momento en que esta comienza, y no antes. El deseo previo a la relación se considera más propio del modelo masculino”.
Ana Belen Carmona, psicóloga y sexóloga de la Asociación Lasexología.com, lo explica de otro modo: “Cuando una pareja viene a consulta y nos dice que ‘ella no tiene deseo’, preguntamos: ‘Deseo, ¿de qué?’ Si hablamos de deseo de coito, pues es probable que los hombres lo tengan de forma más explícita y clara. Pero el gran problema es que lo que desea la mujer hasta ahora no se considera sexualidad; lo llaman cariño, afecto... Parece sexo de segunda división. Si hablamos de caricias, contacto físico… te diría que el deseo es mayor en las mujeres. Ese deseo de la mujer es tan importante como el del hombre. A los ‘preámbulos’ deberíamos quitarles el prefijo ‘pre’ y entender que eso ya es sexo, y del bueno. Al hombre aún le cuesta entrar ahí…”
Veamos qué dicen ellas: “A mí me gustan los juguetes, mucha masturbación, alcohol, los dos tipos de orgasmo… Me gusta a la hora del aperitivo y después de comer. Que no me despierten por la mañana para hacer el amor… ¡me pone de una mala leche!” Así responde Adela, 35 años. Lucía, 33: “No concibo el sexo sin preliminares… y largos. Si estoy en la cama con alguien que se salta el ‘calentamiento’, no entro en juego”. Paloma, 24 años: “Me gusta sentir que me han elegido a mí, que en ese momento soy alguien especial, aunque se trate de un polvo en el baño de la discoteca y ambos sepamos que no volveremos a vernos”.
Tanto el doctor La Calle como la doctora Carmona hablan de un momento de emancipación sexual de la mujer. Lo confirman los éxitos de la pornografía para mujeres de , la saludable venta de novela erótica femenina, las 335 asesoras de La Maleta Roja que organizan reuniones a puerta cerrada con las madres de las AMPA de los coles o las compañeras de trabajo ofreciendo productos que parecen joyas para llevar en el bolso. El curso de Enriquecimiento erótico, online, impartido por Lasexología.com que dirige Ana Carmona, por 200 euros, va como la seda. Erika Lust
La erótica de la mujer mejora, dicen los expertos. “Llevamos una década manejando las cifras de un trabajo poblacional que se hizo en EEUU y que arrojaba como resultado que en un 43% de las mujeres podía tener problemas sexuales. Ahora, dentro del grupo para la Investigación de la Respuesta Sexual de la Universidad de Almería hemos obtenido datos muy distintos. Encontramos que el porcentaje de mujeres con probabilidad de problema sexual está entre un 9 y un 11 por ciento… Son datos que coinciden con otros estudios internacionales. Y parecen mucho más realistas que los de hace diez años”.
¿Mejora, entonces, nuestro entendimiento en la alcoba? El profesor La Calle carraspea antes de contestar: “Verás, no hay datos científicos, porque los criterios han cambiado de 2000 a 2010. Mi opinión como experto es que se ve que la mujer está evolucionando, pero no el hombre; o al menos, su proceso de evolución erótica es más tímido”. La mujer ha dejado de querer en la cama príncipes azules que la rescaten del dragón, para quedarse con el dragón que escupe fuego. Y además, le basta con imaginarlo.
Lorena Sánchez