jueves, 21 de mayo de 2015

Un ensayo sobre las nuevas fronteras del cerebro alentadas por las neurociencias

El autor, radicado en Francia desde los 70, busca desactivar la identificación del cerebro con una computadora -para ser más precisos con una máquina de estados discretos (MED) o máquina de Turing, según acota- y trabaja en cambio sobre la idea de que la inteligencia humana no se reduce a un entramado de circuitos establecidos sino que es el resultado de una trama de aprendizajes y experiencias que modifican y esculpen el cerebro.

¿Cómo cree viable la biología ampliar la expectativa de vida hasta los mil años sin tener en cuenta que los mecanismos de autorregulación y control que conlleva la muerte son vitales para la supervivencia del planeta y la distribución de recursos?

"Cuando los investigadores en biología nos prometen una vida que puede durar mil años, no nos damos cuenta del horror que esta promesa comporta. Imaginemos que una parte privilegiada de la población mundial pudiera vivir mil años: qué desastre ecológico causaría esa población monstruo, que para su vida utilizaría una cantidad infinita de recursos", sostiene Benasayag en "El cerebro aumentado..." (Paidós).

En diálogo con Télam, este autor de más de veinte ensayos alerta sobre las expectativas y proyectos para ampliar los niveles de recordación: la memoria no es un simple receptáculo de almacenamiento sino "un mecanismo complejo en el que intervienen la ficción, la adulteración y por supuesto el olvido".




Télam: Frente a tanta obra auspiciosa sobre esta nueva frontera del conocimiento, tu libro impone una mirada cautelosa y sugiere repensar un poco ese optimismo ¿Por qué?
Miguel Benasayag: Trato de decir que lo que estamos conociendo sobre el cerebro y las posibilidad de incrementar sus facultades es en un punto fascinante pero cambia absolutamente la concepción del ser humano. El cerebro siempre fue considerado como el lugar de la libertad, de los afectos... de la diferencia con respecto a otras especies y las leyes de la física general.
La ideología científica actual se enrola en la idea de una continuidad que establece que todo funciona de acuerdo a las leyes físicas en continuidad, sin que haya ruptura cualitativa.

La primera consecuencia de eso es que si se estudia el cerebro de acuerdo a leyes de determinación física, desde el punto de vista filosófico, ético y antropológico resulta que lo consideramos que era el ser humano -la libertad, los afectos, la dignidad- pasa a ser un entramado de circuitos y redes cerebrales.

La idea de agregar un chip de memoria para expandirla a límites insospechados -uno de los proyectos que hoy insume más dinero en neurociencia es el de modelizar y transferir el cerebro a un disco duro- se entronca con el ideario monoteísta judeo-cristiano de la eternidad: la posibilidad de morirse pero seguir existiendo a través de algoritmos de tres, cuatro, diez generaciones.

Hablamos de algoritmos de transferencia del cerebro al disco duro que son de aprendizaje profundo, por lo cual una persona después de muerta continúa aprendiendo. Eso va a generar que ya no se sepa la diferencia entre la vida y un artefacto. Esta hipótesis tiene fallas enormes en su base: lo que pasa que del lado de la fascinación está también el dinero.

 T: ¿Nos confrontamos entonces a un cambio de paradigma propiciado por la digitalización de lo real? ¿Por qué es peligroso equiparar al cerebro con una computadora?
M.B: La memoria humana es una escultura donde lo negativo, la pérdida, la fragilidad es fundamental. En esa línea, las constricciones, la fatiga y el olvido, es decir lo negativo, no son solamente lo que molesta en el camino sino justamente lo que permite que haya vida.



Los investigadores pero también la sociedad tienen que hacer hoy un esfuerzo por comprender que la tecnología no es buena ni mala sino que debemos tener en claro la diferencia entre el mundo de lo vivo -y el del cerebro- y el mundo de la técnica que puede permitir en el futuro una continuidad por medios artificiales. Si entonces comprendemos la discontinuidad, la tecnología entonces puede ser articulada como una potenciación fantástica de lo vivo y la cultura, pero si no la comprendemos la tecnología nos coloniza y el cerebro va siendo modelado y formateado por el artefacto.

Efectivamente estamos viviendo una mutación terrible. Al ignorar esta discontinuidad se producen distorsiones que producen malestar, angustia e incluso el problema de la psiquiatrización o medicalización de la infancia. Estamos viendo las consecuencias pero las tratamos, las combatimos, sin analizar a qué obedecen. Por el momento esta hibridación artefacto-vida, que es irreversible, se está produciendo bajo una colonización total de parte del artefacto.

T: Hacés una objeción central a la posibilidad de ampliar el caudal de memoria: la idea de la memoria como un mero receptáculo de almacenamiento ¿Por qué se supone que sería beneficioso aumentar el caudal de memoria?
M.B: Se piensa que el cerebro es un hardware sobre el cual circula el software, algo que es totalmente erróneo. Cualquier decisión u operación importante implica la intervención de todo el cuerpo, con su amplia gama de redes y relaciones. Cuando hablamos del cerebro nos concentramos en su información simbólica, pero en realidad no funcionamos de esa manera tan simplificada.

La memoria es una reconstrucción en permanencia siempre actual donde los hecho hacen parte de una reconstrucción actual con partes de olvido. La memoria se funda en el olvido, en el hecho de que se puedan filtrar y dejar de lado cosas que uno vivió. El olvido no es un mecanismo periférico. Ahí vemos esta asimilación peligrosa y estúpida entre el hombre y la máquina: si uno tuviera una computadora que olvidara parte de la información seguramente la descartaría.

El reduccionismo de la ciencia actual confunde los ladrillos con la casa. Un puñado de ladrillos no hacen necesariamente una casa, de la misma manera que Borges cuando dice que si tuviera un mono eterno que escribiera a máquina terminaría por escribir el Quijote. Seguro que no. Aunque parezca mentira, esto es incomprensible para la ciencia dominante actual. El mundo está dividido en dos entre los que están convencidos que el mono va a escribir el Quijote y lo que creemos que no.