viernes, 12 de julio de 2013

Importancia del fuego en la evolución humana: cambios del cerebro (II)

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Como ya hemos visto, el descubrimiento del fuego representó un cambio esencial en la vida de nuestros antepasados. Podemos asegurar que las consecuencias del uso del fuego por el Homo erectus, condujeron a modificaciones no solo en el orden social, sino también en la propia anatomía del cerebro y, desde luego, en la mente. Sobre cuáles fueron estos cambios y qué importancia tuvieron en la evolución humana vamos a conversar hoy. Continuemos.

¿Cómo influyó el uso del fuego en el desarrollo del cerebro humano?

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Sin dudas el uso del fuego posibilitó la supervivencia del hombre en aquellos períodos tan hostiles: defensa de las fieras, luz y calor, alimentación adecuada y mejoría en sus armas de caza, son algunos de los cambios que introdujo tras descubrir el fuego. Sin embargo, el efecto más importante de todo este proceso recayó en que el cerebro de nuestros ancestros creció de tamaño y, por tanto, se diversificaron y especializaron sus funciones, desarrollándose capacidades como la memoria a largo plazo y la solución de problemas. Ello ocurrió a través de los procesos siguientes.

Cocción de los alimentos

Una vez que el hombre llevó a cabo la cocción de los alimentos, estos sabían mejor, se digerían más fácilmente y se lograba una digestión más rápida y eficiente. Resultados:
  • Las proteínas y los nutrientes influyeron sobre el sistema nervioso dándole un extra energético y modificándolo.
  • Nuestros ancentros ahorraron tiempo en buscar alimentos y mascarlos, el cual pudo ser invertido en otras actividades sociales, lo que hizo que el cerebro ampliara su funcionalidad.
  • En torno a los hogares se desarrolló la familia con mayores interacciones sociales, lo que pudo influir en la comunicación y en el desarrollo del lenguaje.

Construcción de herramientas y otros utensilios

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Al dominar el fuego, la construcción de herramientas y otros utensilios se desarrolló considerablemente, lo cual redundó en la creatividad de nuestros ancestros:
  • Con el fuego se podía afilar las puntas de las lanzas con mucha facilidad.
  • El fuego permitió combar la madera, con la que se hicieron luego vasijas, canoas, arcos, etc.
  • Usando dicho elemento, nuestros antepasados también pudieron comenzar a trabajar la cerámica, de la cual se deriva posteriormente una rama artística.
  • El fuego permitió que se pudiera finalmente doblegar el hierro y otros metales, para elaborar diferentes tipos de utensilios.

Universo artístico

importancia-del-fuego-en-la-evolucion-humana-II-4.jpg AbleStock.com/Hemera Technologies/Thinkstock
Sin dudas el universo artístico encontrado en las cuevas de los primeros hombres ―innumerables pinturas rupestres de animales y hombres cazando―nos permite entender que ya entonces nuestros sistemas nerviosos habían sufrido profundas transformaciones. Un cerebro que pinta es un cerebro que piensa, que puede hacer abstracciones a determinado nivel.
Sin el fuego no habría posibilidad de tener una iluminación que permitiera llevar a cabo la tarea ni contemplar el resultado. Por tanto, no solo se desarrollaba el artista, sino también la visión de los espectadores, y luego la experiencia mental de entrar en contacto con imágenes artísticas que evoquen referencias más allá de la propia realidad: como el sentido de tener antepasados.

Religión y filosofía

Desde el principio el fuego parece haber cobrado un valor mágico para nuestros ancestros. Al estar en contacto con este elemento y confirmar sus poderes, se le incorporó a los distintos rituales religiosos y funerarios. La idea de que el fuego nace de la nada, crece y finalmente muere puede haber suscitado en los antepasados interrogantes cuyas respuestas requirieron durante milenios del desarrollo de muchas zonas de nuestro cerebro.
Por otra parte, la vida antes del fuego era diurna: se cazaba de día y se dormía de noche. Con la aparición del fuego, surgió el tiempo nocturno para reunirse alrededor del fuego y establecer una comunicación que llevara al intercambio de historias. Y posiblemente aparecieran los primeros y muy incipientes elementos de lo que con el tiempo llegaría a ser la filosofía.

Conclusiones

El uso sistemático del fuego, entonces, parece haber obligado a los primeros humanos a fijar su atención en distintas actividades y a desarrollar la creatividad, las memorias a corto y largo plazo, la concentración y la comunicación con el otro.
Una vez que tuvieron el control de su atención, nuestros ancestros comenzaron a hacer planes, lo cual evidentemente nos ubicaba ya en un peldaño mental mayor respecto al resto de los primates y, por consiguiente, en el árbol evolutivo.
Podemos decir pues, sin temor a equivocarnos, que la herramienta más importante que desarrolló el descubrimiento del fuego fue el cerebro humano.

El nacimiento humano y la evolución

El primer viaje de nuestra vida
Juan Luis Arsuaga
Editorial Temas de Hoy. Madrid, 2012
430 págs. 19,90 €
 
Todos hemos nacido. Es nuestro primer y quizá más trascendental viaje. Juan Luis Arsuaga afirma que en la evolución humana todo gira en torno al parto. Puede que haya cierta exageración en estas palabras aunque, evidentemente, encierran una gran verdad. No olvidemos que es norma en todo lo vivo la preeminencia de las funciones reproductoras sobre las demás y el ser humano no escapa a ese condicionante.
 
Nuestro nacimiento es uno de los más laboriosos que se dan en la naturaleza. En ello tiene mucho que ver la forma de nuestra pelvis, cuya evolución se dio principalmente en animales que caminaban a cuatro patas. Sólo en los últimos tiempos, unos pocos millones de años, se ha debido adaptar al extraño caminar sobre dos piernas propio de nuestra especie.
 
A poco que lo pensemos, nos daremos cuenta que somos cabezones, en el sentido literal del término, producto del desmesurado crecimiento de nuestro cerebro del que, por otra parte, nos sentimos tan orgullosos. Lo malo es que esa gran cabeza debe pasar a través de la pelvis, lo que complica mucho el parto. Algunas artimañas han permitido subsanar en parte este problema. Por ejemplo, nacemos muy inmaduros, lo que nos obliga a permanecer durante mucho tiempo desvalidos y absolutamente dependientes de nuestra madre. Dicho de otra manera: las limitaciones del parto no se acaban con él, sino que perduran durante los primeros años de nuestra vida.
 
Desde luego, nacer es un viaje. Pero, aunque las modernas tecnologías lo hayan suavizado, al menos en el mundo más avanzado, no es una excursión programada, de agencia, con confortables cruceros y autobuses, o rápidos aviones. Se trata más bien de una travesía épica, una expedición peligrosa como la de aquellos aventureros del siglo XVIII y XIX que se adentraban en mundos desconocidos, selvas, hielos o montañas, y muchas veces no regresaban.
 
¿Exageramos? Hace un siglo, en España, que tampoco era el peor de los mundos posibles, casi la cuarta parte de los niños morían antes de cumplir un año y casi la mitad antes de los cinco. No se trata sólo del laborioso tránsito a través del canal del parto, sino que, además, el recién nacido se enfrenta a un mundo hostil cuya primera línea de combate puede ser las temibles infecciones puerperales que tradicionalmente se han llevado por delante la vida de niños y sus madres. De todo esto también trata el libro.
 
¿Cómo hemos llegado a ello? ¿De qué manera nos hemos transformado en lo que somos? Arsuaga nos lo cuenta y lo hace de forma amena pero no exenta de rigor. Toma como marco y excusa una exposición imaginaria cuyo tema sería la historia natural del parto y adentra al visitante en las salas en las que se explican los distintos aspectos relacionados con ella.
 
Como seguramente conocerá el lector español, el autor es uno de los codirectores del importante yacimiento de Atapuerca en donde se han encontrado numerosos fósiles humanos y cuyos hallazgos se asoman a veces al texto. La antropología, por tanto, ocupa aquí un papel muy importante, pero que no apabulla, lo cual es de agradecer si tenemos en cuenta lo complejo del tema. ¿Qué diferencia hay entre el parto de un chimpancé y el del humano moderno? ¿Qué sabemos de la reproducción de nuestros parientes extintos? ¿Qué podemos decir del nacimiento de un australopiteco o de un neandertal?
 
El tema es tan amplio y con tantas facetas que preferimos invitar al lector a que las repase en este libro entretenido, casi absorbente en algunas de sus secciones. No obstante, permítasenos anotar algo negativo, según nuestra opinión. Dentro de un contenido con un eminente y muy logrado carácter divulgativo, consideramos absolutamente excesivas algunas descripciones anatómicas, más propias de cursos universitarios destinados a futuros médicos. Reconocemos la importancia de, por ejemplo, la morfología pélvica en el parto, pero creemos que sobra su descripción prolija en el texto principal de una obra como ésta. Dado que se encuentra en las primeras páginas del libro, puede llevar al lector a pensar que el resto será igual (afortunadamente no es así) y propiciar su abandono.
 
Hecha esta salvedad, resaltamos nuestra valoración muy positiva de “El primer viaje de nuestra vida”, un trabajo interesante, ameno y muy apropiado para estudiantes de Medicina o Biología.
 
Además, cualquiera que, teniendo una formación científica básica, desee informarse del nacimiento humano encontrará en estas páginas datos curiosos y apasionantes de cómo nuestro nacimiento ha influido en lo que somos y cómo lo que somos ha influido en nuestro nacimiento.

La capacidad de lanzar, clave en la evolución humana

Jabalina
Foto: WIKIMEDIA COMMONS
MADRID, 26 Jun. (EUROPA PRESS) -
   La capacidad de lanzar un objeto a gran velocidad y con precisión es una adaptación humana única que fue crucial en el proceso evolutivo del hombre, según una investigación publicada este miércoles en 'Nature'. Una serie de cambios en nuestros hombros y brazos permitieron a los primeros seres humanos cazar de manera más eficiente, lanzando proyectiles, lo que ayudó a nuestros ancestros a volverse carnívoros a tiempo parcial y allanó el camino a una serie de adaptaciones posteriores, como el aumento del tamaño del cerebro y la emigración de África.
   "Cuando comenzamos esta investigación, hubo básicamente dos preguntas que nos hicimos: una de ellas era por qué los seres humanos son los único buenos en lanzar cosas, mientras que todas las otras criaturas, incluyendo a nuestros primos los chimpancés no lo son", dijo Neil Roach, director del estudio e investigador postdoctoral en la Universidad de George Washington, en Estados Unidos. "La otra pregunta era: ¿Cómo lo hacemos ¿Qué pasa con nuestro cuerpo que permite este comportamiento y podemos identificar los cambios en el registro fósil?", añadió.
   El equipo encontró que se trataba de una serie de cambios físicos, como la reducción y ampliación de los hombros, una expansión de la cintura, y una torsión del húmero, que hacen a los seres humanos especialmente buenos para los lanzamientos. Si bien algunos de esos cambios ocurrieron antes durante la evolución humana, otro de los autores, el profesor de Ciencias Bioloógicas de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) Daniel Lieberman dijo que no fue hasta la aparición del Homo erectus, hace unos dos millones de años, cuando todos ellos aparecieron juntos.
   El mismo periodo se caracteriza también por algunos de los primeros signos de la caza efectiva, lo que sugiere la capacidad de lanzar un objeto muy rápido y reproduce con exactitud un papel crítico en la capacidad del ser humano para llegar a la cima de la cadena alimenticia. "La capacidad de lanzar fue uno de los pocos cambios que nos permitieron convertirnos en carnívoros, que a su vez desencadenó una serie de cambios que ocurrieron más tarde en nuestra evolución", afirmó Lieberman.
   "Si no fuéramos buenos en lanzar y correr y algunas otras cosas, nuestros cerebros no habrían evolucionado a tamaños mayores ni se habrían desarrollado todas las habilidades cognitivas como el lenguaje que vienen con él. Si no fuera por nuestra capacidad de lanzar, no seríamos lo que somos hoy", sentencia este experto.
   Para empezar a desempacar los orígenes evolutivos de la destreza de lanzar, Roach comenzó el estudio analizando cómo lo hacen nuestros parientes más cercanos, los chimpancés. Aunque se les conoce por lanzar objetos (a menudo las heces), los chimpancés, en raras ocasiones, tiran algo por encima de la cabeza, pero los lanzaimientos son mucho menos precisos y potentes que un lanzador medio de béisbol de pequeñas ligas, además de que lo realizan como parte del comportamiento de alarde, no para cazar.
   Parte del motivo de los malos resultados de lanzamiento del chimpancé, según Lieberman, se debe a su técnica, que está limitada por su anatomía. "Los chimpancés tiran cosas por encima de la cabeza con un movimiento de lanzamiento de dardos, donde se extiende el codo, o mucho más como un jugador de críquet, en los que su codo se mantiene recto y se genera fuerza moviendo sus hombros", explicó Lieberman.
   "Eso nos llevó a estudiar a los jugadores de cricket y tratando de entender lo que sucede cuando se mantiene el brazo recto y por qué disminuye su capacidad de lanzar --dijo Roach--. Con el tiempo, empezamos a pensar que los cambios en la forma en que el hombro está orientado con respecto al resto del cuerpo podría cambiar la forma en que se genera la fuerza cuando se está lanzando".
   Para explorar los cambios físicos, Roach y colegas crearon un modelo complejo que incorpora la investigación actual sobre la biomecánica de lanzar y fueron capaces de explorar cómo los cambios morfológicos en el cuerpo, hombros más anchos, brazos que están más altos o más bajos en el cuerpo, capacidad de torcer la parte superior del cuerpo independientemente de las caderas y las piernas, y la anatomía del húmero, afectaban al rendimiento del lanzamiento.
   Además del modelaje, Roach realizó una serie de experimentos en el mundo real en el Laboratorio de Biología del Esqueleto de Lieberman con miembros del equipo de béisbol de Harvard y una serie de aparatos diseñados para limitar sus movimientos. La idea era que al restringir ciertos movimientos, los jugadores se verían obligados a un estado más primitivo, dándole la oportunidad de ver cómo los diferentes aspectos anatómicos contribuyen a la mecánica de lanzamiento moderna.
   Armado con un método conocido como dinámica inversa, Roach y sus colegas fueron capaces no sólo de cuantificar la cantidad de restringir ciertos tipos de movimientos afectando al desempeño de lanzamiento, sino que también pudieron rastrear el efecto de los cambios específicos en la mecánica de cada jugador.
   "Lo importante de nuestros experimentos es que fueron más allá de ser sólo capaces de medir cómo la restricción afecta a la capacidad de alguien para lanzar rápida y precisamente, sino que nos permitieron averiguar la física subyacente, por ejemplo, cuando la velocidad de un lanzador se redujo un 10 por. ciento, podríamos rastrear de nuevo dónde se produjo el cambio", explica Roach.
   "Para probar nuestras hipótesis evolutivas, necesitamos vincular los cambios que habíamos visto en el registro fósil con el desempeño en términos de lanzar -continuó--. Este tipo de análisis nos permitió hacerlo". Lo que encontramos fueron tres cambios físicos claves que ayudaron a tomar decisiones más rápidas y precisas sobre la posibilidad de lanzar.
   Los cambios evolutivos en el hombro que al lanzar hacen que se mueva el brazo hacia atrás, "lo que hace estirar los ligamentos y los tendones que se ejecutan a través de su hombro", dijo Roach. "Los tendones y ligamentos se cargan para arriba como las bandas elásticas en una honda, y al final de un saque de banda liberan esa energía rápidamente y con fuerza para girar la parte superior del brazo con extraordinaria velocidad y la fuerza", añade.
   La rotación es el movimiento más rápido que el cuerpo humano puede producir. "La rotación del húmero puede alcanzar hasta 9.000 grados por segundo, lo que genera una cantidad increíble de energía, lo que le permite ampliar rápidamente el codo, produciendo un tiro muy rápido", destacó el director de la investigación.
   Entre los cambios evolutivos que resultaron clave para generar un potente movimientos de lanzamiento, están un giro en el hueso de la parte superior del brazo y una cintura móvil expandida, que dio a los primeros seres humanos la la capacidad de almacenar y liberar más energía elástica.
   "El punto central es realmente lo que está pasando con el hombro --insiste Roach--. Hay un cambio de un hombro de un chimpancé a uno más relajado similar al humano, que permite este almacenamiento masivo de energía. Muchos de los cambios evolutivos que hemos estudiado, tanto en el torso o la muñeca, puede preceder al Homo erectus, pero cuando se ve el cambio final en el hombro, es lo que da sentido a todo".