martes, 3 de septiembre de 2013

Just Thinking about Science Triggers Moral Behavior


Psychologists find deep connection between scientific method and morality

Public opinion towards science has made headlines over the past several years for a variety of reasons — mostly negative. High profile cases of academic dishonesty and disputes over funding have left many questioning the integrity and societal value of basic science, while accusations of politically motivated research fly from left and right. There is little doubt that science is value-laden. Allegiances to theories and ideologies can skew the kinds of hypotheses tested and the methods used to test them. These, however, are errors in the application of the method, not the method itself. In other words, it’s possible that public opinion towards science more generally might be relatively unaffected by the misdeeds and biases of individual scientists.  In fact, given the undeniable benefits scientific progress yielded, associations with the process of scientific inquiry may be quite positive.
Researchers at the University of California Santa Barbara set out to test this possibility. They hypothesized that there is a deep-seated perception of science as a moral pursuit — its emphasis on truth-seeking, impartiality and rationality privileges collective well-being above all else. Their new study, published in the journal PLOSOne, argues that the association between science and morality is so ingrained that merely thinking about it can trigger more moral behavior.
The researchers conducted four separate studies to test this. The first sought to establish a simple correlation between the degree to which individuals believed in science and their likelihood of enforcing moral norms when presented with a hypothetical violation. Participants read a vignette of a date-rape and were asked to rate the “wrongness” of the offense before answering a questionnaire measuring their belief in science. Indeed, those reporting greater belief in science condemned the act more harshly.
Of course, a simple correlation is susceptible to multiple alternative explanations. To rule out these possibilities, Studies 2-4 used experimental manipulations to test whether inducing thoughts about science could influence both reported, as well as actual, moral behavior. All made use of a technique called “priming” in which participants are exposed to words relevant to a particular category in order to increase its cognitive accessibility. In other words, showing you words like “logical,” “hypothesis,” “laboratory” and “theory” should make you think about science and any effect the presentation of these words has on subsequent behavior can be attributed to the associations you have with that category.
Participants first completed a word scramble task during which they either had to unscramble some of these science-related words or words that had nothing to do with science. They then either read the date-rape vignette and answered the same questions regarding the severity of that transgression (Study 2), reported the degree to which they intended to perform a variety of altruistic actions over the next month (Study 3), or engaged in a behavioral economics task known as the dictator game (Study 4). In the dictator game the participant is given a sum of money (in this case $5) and told to divide that sum however they please between themselves and an anonymous other participant.  The amount that participants give to the other is taken to be an index of their altruistic motivation.
Across all these different measures, the researchers found consistent results. Simply being primed with science-related thoughts increased a) adherence to moral norms, b) real-life future altruistic intentions, and c) altruistic behavior towards an anonymous other. The conceptual association between science and morality appears strong.

Actividad humana afecta el cerebro de animales

 La memoria de un ratón es registrada en un laboratorio. El cerebro de los animales ha cambiado a medida que el hombre ha modificado su ecosistema.
Voz de América - Redacción
El continuo proceso de evolución se puede medir en los cráneos de mamíferos pequeños, según revela un nuevo estudio.

La bióloga de la Universidad de Minnesota, Emilie C. Snell-Rood, sugiere que el cerebro de animales como los ratones y murciélagos, se han agrandado en la medida en que la actividad de los seres humanos ha provocado cambios en el medio ambiente.

Al medir la dimensión de decenas de cráneos que fueron recogidos durante más de un siglo y que han sido preservados en el Museo de Historia Natural, la bióloga Snell-Rood y la estudiante Naomi Wick, consiguieron estimar la evolución del tamaño del cerebro de 10 especies diferentes de roedores.

La investigación reveló que al comparar el cerebro de los ratones de patas blancas y los ratones de campo, se observó que los animales de las zonas urbanas tenían un cerebro 6% más grande que el de los roedores provenientes de las granjas.

Pero a la misma vez, algunas especies de musarañas y murciélagos de las zonas rurales también mostraron un aumento en sus cajas craneanas.

En su artículo, preparado para la publicación Proceedings de la Royal Society B, Snell-Rood propone su teoría de que el cerebro de seis especies consideradas se han hecho más grandes, porque los seres humanos han cambiado radicalmente el medio ambiente en Minnesota.

El estado del centro norte de Estados Unidos ha visto un cambio donde ciudades y granjas han sustituido a los bosques y praderas. En este ambiente alterado por la actividad humana, los animales tuvieron que aprender y desarrollar nuevos comportamientos para tener más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.

Si bien otros biólogos evolucionistas necesitan poner a prueba la hipótesis, si finalmente la teoría de Snell-Rood demuestra ser acertada, los cráneos de las colecciones de museos de otras regiones del mundo desarrollado mostrarán una tendencia similar.

Previniendo el suicidio

Una vez más parece que la realidad se acerca a la ciencia ficción. Un grupo de investigación parece haber descubierto algunos marcadores sanguíneos que podrían detectar ciertas intenciones suicidas. El estudio publicado en la revista especializada  Molecular Psychiatry todavía está en fase preliminar, por lo que habrá que esperar a nuevos datos para confirmar su validez.

Durante los últimos años Alexander Niculescu, psiquiatra de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana en Indianápolis, y sus colegas han buscado algún vínculo entre algo físico (biomarcadores) y las tendencias suicidas. En otros estudios ya se habían encontrado biomarcadores para ciertos desórdenes de la personalidad, como la bipolaridad, la psicosis o el alcoholismo. Sin embargo es la primera vez que obtienen datos sobre las tendencias suicidas.

Para intentar conseguir biomarcadores fiables en la sangre, los investigadores tomaron muestras de personas que se habían suicidado (sin ingesta de productos químicos) y que habían sido observados por su psiquiatra al menos un día antes de la muerte. Dichas muestras se compararon con otras de individuos varones bipolares que habían pasado de no querer suicidarse a sí pretender hacerlo, con datos de pacientes de otro estudio y un grupo de hombres con esquizofrenia.

Tras tomar muestras de sangre de 75 personas los científicos localizaron cinco posibles biomarcadores que debían ser analizados pormenorizadamente. Una vez realizado el escrutinio, con todos estos datos en la mano, se vieron sorprendidos por la claridad de los resultados, sobre todo de uno en particular, el SAT 1, implicado en el daño celular y el estrés. En las personas que se habían suicidado los niveles de SAT 1 eran muchísimo más altos que en los otros individuos, incluso en aquellos que mostraban intención de suicidarse.

En cualquier caso los investigadores son precavidos respecto los datos obtenidos. Tanto por el pequeño tamaño de la muestra como porque todas las personas muestreadas eran varones. Además como explica el propio Niculescu, "es poco probable que estos marcadores sean específicos para el suicidio, sino más bien por factores como la función celular anormal debido al estrés". Para los científicos el hallazgo de este tipo de biomarcadores deben ser combinados con datos psicológicos, como la ansiedad o el estado de ánimo, momento en el cual serán "potencialmente mucho más útiles", apuntan.

Para el psicólogo Mateo Nock, de la Universidad de Harvard, "ningún análisis será un predictor perfecto" aunque sí apunta que, puestos a buscar señales biológicas que den pistas de tendencias suicidas, esta investigación es "una pieza importante del rompecabezas".