Un investigador del Centro Nacional de Investigación
sobre la Evolución Humana ha formulado la hipótesis de que la enfermedad
de Alzheimer sería el precio que tenemos que pagar por nuestras
capacidades cognitivas. Nuestro cerebro es más complejo, pero también
más frágil, metabólicamente hablando. La evolución habría seleccionado
esta característica puesto que el Alzheimer sólo se desarrolla a edades
tardías, irrelevantes para la reproducción.
El investigador del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) Emiliano Bruner acaba de publicar junto con la neuropsiquiatra Heidi Jacobs, del Instituto alemán de Neurociencia y Medicina de Jülich, un trabajo en la revista Journal of Alzheimer’s Disease en el que formulan una hipótesis que integra informaciones paleontológicas y biomédicas para proponer un marco evolutivo al origen de la enfermedad de Alzheimer, y sugiere que la sensibilidad al proceso neurodegenerativo sería el precio que tenemos que pagar para tener las capacidades cognitivas peculiares de nuestra especie.
De acuerdo con la hipótesis propuesta en su artículo titulado Alzheimer's Disease: The Downside of a Highly Evolved Parietal Lobe?, dicha sensibilidad al proceso neurodegenerativo del Alzheimer es la consecuencia secundaria de la especialización y de la complejidad metabólica de nuestras áreas parietales.
“De hecho, en las primera fases de esta enfermedad se observa un déficit metabólico, es decir, en la gestión de la energía, de éstas misma áreas que caracterizan el origen de nuestra especie”, explica el Dr. Bruner, responsable del Grupo de Paleoneurología del CENIEH, en la nota de prensa de la institución.
Se supone que la evolución de las áreas parietales se relaciona con las capacidades cognitivas. En este sentido, el registro fósil y paleoneurológico enseña que nuestra especie se caracteriza a nivel de geometría cerebral por una marcada reorganización de dichas áreas y quizás de su sistema vascular.
Estos procesos de crecimiento y desarrollo que llevan a estos cambios cerebrales, están ausentes en los simios antropomorfos así como en homínidos con gran volumen cerebral como los neandertales. Además, a nivel de tejidos neurales, en la corteza parietal profunda, los humanos tenemos áreas que tampoco se encuentran en los otros primates.
El precio de nuestra inteligencia
Por tanto, este desarrollo de las capacidades cognitivas del Homo sapiens puede que haya conllevado una mayor sensibilidad a defectos metabólicos: balance energético, toxinas, gestión del calor, etc. Y, como señala el Dr. Bruner, sería “el precio” que tendríamos que pagar por disfrutar de nuestras capacidades peculiares. Y es que el Alzheimer sólo se conoce en nuestra propia especie.
Bruner concluye afirmando que el silencioso filtro de la selección natural sólo reconoce las ventajas cognitivas y ninguna de sus desventajas, ya que al afectar a edades tardías, éste “efecto secundario” no influye sobre las capacidades reproductivas del individuo.
La perspectiva evolutiva planteada en este artículo no proporciona directamente una cura para una patología como la enfermedad de Alzheimer, pero puede ofrecer una interpretación diferente de sus causas, acercándose a sus mecanismos no desde su situación presente, sino desde su pasado.