viernes, 7 de junio de 2013

¿Por qué abres más los ojos cuando sientes miedo?

Imagina que estás platicando frente a una persona cuando, de repente, deja de hablar y mirando detrás de ti abre los ojos de par. ¿Cuál sería tu reacción inmediata? Seguramente, voltear. Un nuevo estudio demuestra que las expresiones de miedo ayudan a localizar el peligro, tanto para la persona que lo ve como para quien simplemente observa la reacción.
Los investigadores Daniel Lee y el Dr. Adam Anderson, de la Universidad de Toronto, aseguran que las expresiones emotivas tienen su razón de ser. Al asustarse y abrir los ojos, se agranda el campo de visión al mismo tiempo que se señala con la mirada en dónde se encuentra la posible amenaza.
Durante un experimento, los científicos encontraron que aquellos participantes cuyos gestos de miedo les ocasionaban abrir los ojos, podían discernir mejor elementos de la visión periférica que aquellos partícipes que mantenían expresiones neutras o de asco.
Posteriormente, investigaron los beneficios que las expresiones de ojos abiertos aportaban a quienes las miraban. Encontraron que los partícipes sabían en qué dirección miraban unos ojos conforme se agrandaban. Esto se debe a que al ampliarse los ojos, se logra observar la parte blanca o membrana esclerótica, la cual crea un mayor contraste con el iris. Por lo tanto, resulta sencillo saber hacia dónde ven los ojos. La mirada se vuelve una especie de señal.
El estudio demuestra cuan sociales somos. Los ojos actúan como señas ya que la habilidad humana para procesar la mirada ajena es sorprendente. Nuestras reacciones y gestos, por innatas que parezcan, cumplen una función social.
 ¿Por qué abres más los ojos cuando sientes miedo?

Fossils indicate common ancestor for two primate groups

 Chris Palmer
Find suggests Old World monkeys and apes diverged 25 million years ago.

 
Palaeontologists working in Tanzania have discovered the oldest known fossils from two major primate groups — Old World monkeys, which include baboons and macaques, and apes, which include humans and chimpanzees. The study, published online today in Nature1, reveals new information about primate evolution.
A team led by Nancy Stevens, a palaeontologist at Ohio University in Athens, recovered a lone tooth and a jaw fragment with three teeth from a site in the Rukwa Rift Basin in southwestern Tanzania. Precise geological dating of nearby rocks indicates that the fossils are 25.2 million years old, several million years older than any other example from either primate group.
This dating places the discovery in the Oligocene epoch, which extends from about 34 million to 23 million years ago. “Before the discoveries from Rukwa, only three primate genera had been described from all of the late Oligocene, globally,” says Stevens. The new find “underscores the importance of palaeontological reconnaissance in under-sampled regions.”
More importantly, the fossil trove “fills in a roughly 10-million-year gap in primate evolution,” says John Fleagle, an anthropologist at Stony Brook University in New York.
The discovery also reconciles the fossil record analyses of 'molecular clocks' — mutations in DNA that can be traced back to estimate how long ago two species diverged. Molecular clocks suggest that Old World monkeys and apes split from their common ancestor 25 million to 30 million years ago.
“It’s a confirmation that the molecular-clock studies are decent estimates for what’s going on in geological time,” says Michael Steiper, an anthropologist at Hunter College of the City University of New York.
Previous geological evidence gathered by the team suggests that tectonic activity in the East African rift system during the late Oligocene may have helped to trigger the evolutionary divergence between Old World monkeys and apes2.

Tale of the tooth

To place the latest finds in the evolutionary family tree, Stevens' team took high-resolution computed-tomography scans of the fossil teeth to look for subtle variations in the size and shape of several features.
The researchers assigned the single tooth — thought to be a lower third molar — to a species that they call Nsungwepithecus gunnelli. It displays nine characteristics that set it apart from other Old World monkeys. Likewise, the jaw segment with three teeth, from a specimen that the authors have named Rukwapithecus fleaglei, displays nine characteristics that set it apart from other catarrhines — the class that includes Old World monkeys and apes.
The species names of the new primates honour Fleagle and palaeontologist Gregg Gunnell of the Duke Lemur Centre in Durham, North Carolina.
Many fossils from the late Oligocene are teeth, so it is common to use them for species identification. However, basing the identification of a new primate on a single tooth fossil has lead to the occasional case of mistaken identity in the fossil record.
“Given what [the authors] have, they’ve given the best interpretation possible,” says Fleagle.
Nature
doi:10.1038/nature.2013.12997

jueves, 6 de junio de 2013

Neandertales, más cerca de nosotros

Las reconstrucciones que hacen los paleoartistas son tan buenas y realistas que nos vemos obligados a preguntarnos si de verdad ganaríamos algo viajando al pasado. Veríamos las especies en movimiento, sí, pero hasta eso se consigue ya con las modernas técnicas de animación digital. Ahora bien, los ruidos producidos por los animales desaparecidos para siempre, sus gruñidos, rugidos y bramidos, no son fáciles de reconstruir, y un viaje al pasado nos serviría para ponerle sonido al documental de la prehistoria.
En el caso de las especies humanas extinguidas, podríamos de este modo saber qué tipo de sonidos emitían al comunicarse, si eran parecidos a los nuestros o, por el contrario, similares a los de los chimpancés, aunque incluso esto puede llegar a determinarse a través de los fósiles. Pero ni siquiera así sabríamos si «hablaban», si tenían un lenguaje como el nuestro, porque no seríamos capaces de decir si las vocalizaciones que producían «significaban» algo. Nuestra comunicación se realiza a base de símbolos, y detrás tiene que haber una mente capaz de crearlos y manejarlos. Curiosamente, nunca ha existido un lenguaje humano universal, ni siquiera «antes de Babel», porque cada comunidad acuña su lengua, y de haber tenido los neandertales lenguaje humano, habría que ver si se entendían los de Asia Central con los ibéricos. La fragmentación de un idioma es cuestión de tiempo y distancia.
La reconstrucción que se hacía antiguamente de los neandertales era la de unos seres muy desgarbados, con las rodillas flexionadas, pero ya hace mucho tiempo que se sabe que la postura bípeda completa, del mismo tipo que la nuestra, se alcanzó hace más de cuatro millones de años, con los primeros australopitecos. Los neandertales eran más anchos de caderas y de tronco que nosotros, y muy musculosos, de piernas y antebrazos cortos. La frente era huida, bajo las cejas había un engrosamiento óseo que hacía que sobresaliesen, y carecían de mentón.

En esas reconstrucciones antiguas les ponían en todo el cuerpo el pelo de los chimpancés, y eso los hacía parecer muy primitivos. Hoy se los representa con cabello y barba, y el resto del cuerpo poco velludo, y así parecen mucho más humanos. Sin embargo, no hay ningún dato científico que avale que tenían cabello (es decir, pelo de crecimiento continuo) y barba (también de crecimiento permanente), ya que nuestra especie es la única que muestra este tipo de pelo en la biosfera actual. Quizás algún día nos lo diga la paleogenética (el estudio del ADN de los fósiles). Si pudiéramos mirar a través del tiempo, resolveríamos de un vistazo esa duda.
Cualquier fotografía o grabado de un grupo humano actual o de los últimos siglos, sea cual sea, nos mostrará a sus miembros más o menos desnudos, pero siempre adornados. La nuestra es una especie que, además de los rasgos naturales que distinguen a los sexos, modifica su cuerpo para controlar su imagen, es decir, la forma en la que los demás nos ven. Eso incluye el modo de arreglarse el pelo y la barba, las deformaciones a las que en algunas culturas se someten los labios o los lóbulos de las orejas, o las que se practicaban sobre los cráneos de los niños pequeños para moldearlos, por no hablar de los aros para estirar el cuello de las mujeres, los cortes en la piel para producir cicatrices (escarificación), los tatuajes, las mutilaciones, las extracciones de dientes o el aguzamiento de los mismos y un largo etcétera. Si pudiéramos asomarnos al mundo de los neandertales, veríamos si eran tan humanos como nosotros en estas formas de cambiar el cuerpo.
¿Podemos imaginar a un neandertal con un enorme plato en el labio inferior? Parece poco compatible con el tipo de vida que llevaban y su forma de alimentarse. Sabemos a ciencia cierta que no se arrancaban dientes ni se los afilaban, ni deformaban el cráneo de sus pequeños, ni se automutilaban, pero hay otras modificaciones del cuerpo, como la perforación de la nariz, que no dejan huella en el esqueleto, y nos quedaremos sin saber si eran prácticas comunes. Y no se trata de una simple curiosidad, porque estas prácticas culturales son inseparables del lenguaje simbólico. Si los neandertales se arreglaban el pelo, por ejemplo, seguro que hablaban.
Pero, además, los humanos de todas las culturas nos coloreamos el cuerpo y lo decoramos con collares, pulseras, anillos, pendientes y otros muchos objetos simbólicos. Que los neandertales se protegían del frío cubriéndose de pieles es seguro, pero ¿se pintaban el cuerpo? ¿Se colgaban objetos del cuello o alrededor de la muñeca? ¿Se ponían cintas o plumas en la cabeza? Bastaría con tener la certeza de que usaban cualquiera de estos elementos para que supiéramos que su mente era tan simbólica como la nuestra.
Los neandertales transportaban almagre (óxido rojo de hierro, también llamado ocre rojo) a sus cuevas y quizá lo utilizasen como pigmento para pintarse el cuerpo, aunque también podrían darle otros usos. Tal vez se adornaban con hojas o flores, claro, pero estos elementos vegetales no perduran y no forman parte del registro arqueológico.
Un tocado de plumas en la cabeza de un neandertal produciría un gran efecto a quienes lo vieran, sobre todo si las plumas eran de grandes aves planeadoras, como las carroñeras y rapaces. Pero las plumas no se conservan, así que, ¿cómo sabremos si las usaban?
La primera respuesta a esta pregunta llegó en 2011 de un yacimiento italiano del Véneto, en los Prealpes, llamado Fumane. Se trata de una cueva que fue utilizada por los neandertales. Entre los huesos de animales que transportaron hasta el lugar se encuentran los de diversas especies de aves. Muchos de ellos son de las alas y tienen rastros de haber sido rotos intencionada­mente, o pelados, y algunos muestran pulidos que indican que fueron usados. Pero hay seis especialmente interesantes porque presentan cortes producidos por instrumentos de piedra con objeto de desarticularlos. Pertenecen a un ala de quebrantahuesos, otra de cernícalo patirrojo, otra de paloma, dos de chova piquigualda (todos ellos datados en torno a 44.000 años) y otra de buitre negro (procedente de un nivel más antiguo). Estas partes del cuerpo no proporcionaban alimento alguno a los neandertales, por lo que no fueron llevadas a la cueva para comérselas. Una explicación muy razonable es que usaran las alas para arrancarles las plumas y utilizarlas como adorno. Eso por lo menos es lo que piensan los autores de la investigación, dirigida por el antropólogo italiano Marco Peresani, de la Universidad de Ferrara, y financiada en parte por National Geographic Society.
En esta gruta se ha encontrado también una falange ungueal de águila real con marcas de corte que indican que le extrajeron la garra (uña). Cabe pensar que también utilizasen las garras para su arreglo personal.
A partir de esta idea, Fabio Fogliazza, del Laboratorio de Paleontología del Museo de Historia Natural de Milán, ha imaginado el aspecto de un neandertal masculino con el pelo cuidadosamente cortado y además adornado con plumas de quebrantahuesos, de paloma y de chova piquigualda, sujetas con tiras de piel de corzo. Las orejas han sido decoradas con cañones de plumas de paloma y se abriga el cuello con una piel de zorro, de la que cuelgan garras de águila. La cara está pintada con almagre (color rojo) y óxido de manganeso (color negro).
Para reconstruir la cabeza el paleoartista ha recurrido a una réplica de un cráneo neandertal masculino muy completo del yacimiento de La Ferrassie, en la Dordoña francesa. Por supuesto, no se sabe quiénes utilizaban las plumas, si eran los hombres, las mujeres o ambos sexos. Tampoco se tiene idea de qué significaban para los neandertales, pero si tenían algún significado (edad, estatus social, género, pertenencia a un grupo...), ya eran objetos simbólicos, una forma de lenguaje codificado para enviar un mensaje a los demás, la expresión de una mente racional.
Por otra parte, este no es el único yacimiento que ha proporcionado indicios del uso de plumas por parte de los neandertales. En tres cuevas de Gibraltar (Gorham, Vanguard e Ibex) se han encontrado también huesos de alas de rapaces y de córvidos con señales de haber actuado sobre ellos. El interés de los neandertales por las alas de las grandes aves de presa (águilas, halcones) y las carroñeras (quebrantahuesos, buitres), así como por los córvidos, es muy notable, y se ex­­tiende a otros muchos yacimientos de Europa, como han mostrado en un estudio de 2012 Clive Finlayson y otros autores. Finalmente, en dos cuevas de Francia (Combe-Grenal y Les Fieux) se han hallado falanges de águila real y de pigargo (otra gran rapaz) con las mismas características (marcas de corte) que las de Fumane.
El consumo de aves por neandertales arcaicos ha sido atestiguado en el yacimiento valenciano de Bolomor, en un estudio encabezado por la arqueóloga Ruth Blasco, que constituyó una gran sorpresa el año pasado porque hasta entonces se pensaba que los animales pequeños solo habían sido objeto de caza sistemática por hu­­manos más modernos, mucho después de la extinción de los neandertales. Sin embargo, el interés de estos por las rapaces, especies siempre poco abundantes por hallarse en la cúspide de la pirámide ecológica y de escaso o nulo valor alimenticio, tiene que obedecer a razones que no son la obtención de calorías. Y el valor de las plumas con fines de adorno es una hipótesis muy digna de ser tenida en cuenta.
Estas teorías cambian la imagen de los neandertales, nunca mejor dicho. No hay más que ver la reconstrucción del neandertal con tocado de plumas para imaginarse a un ser humano como nosotros. Además, sabemos que hacían fuego, eran expertos tallando la piedra y su economía no era diferente de la de sus contemporáneos de nuestra especie. También enterraban a los muertos y hasta parece que llevamos unos pocos genes suyos (menos los africanos que viven al sur del Sahara). Hay ya muchos indicios que parecen probar que la mente consciente, simbólica y capaz de expresarse a través del lenguaje no es exclusiva de Homo sapiens y que no es cuestión de todo (nosotros) o nada (las demás especies). Pero también es posible, y abre una fascinante perspectiva, que los neandertales tuvieran otro tipo de mente consciente, una mentalidad diferente.

Las feromonas presentes en el sudor masculino establecen jerarquías


El sudor hace más que refrescar al cuerpo (y hacerte ver desarreglado). Según un estudio publicado en la revista Plos ONE, las feromonas contenidas en el fluido hacen que los hombres puedan cooperar.
La razón es el químico, conocido como androstendiona, anteriormente ligado con el atractivo masculino percibido por las mujeres. Sin embargo, ahora se sabe que la sustancia también afecta la interacción entre hombres.
El doctor Paavo Huoviala y el doctor Markus Rantala, de la Universidad de Turku, en Finlandia, estudiaron el efecto de la androstendiona en un grupo de 40 jugadores computacionales; el “juego del dictador” consistía en repartir 20 euros entre ellos a manera de negociación. Tras llevar a cabo el experimento, los científicos comprobaron que los hombres con una mayor cantidad de testosterona, típicamente líderes, liberaban más androstendiona y eran los más propensos a cooperar.
Esto pudiera proveer fuertes incentivos para que los demás cooperen con individuos de ‘alto rango’, ya que la cooperación brinda beneficios inmediatos y a largo plazo. Además, los costos de un conflicto aumentarían con el estatus del oponente”, explicaron Hioviala y Rantala al diario inglés Daily Mail.
Por otro lado, los hombres con menos testosterona solían trabajar más en beneficio propio que por el beneficio del grupo. Si bien estaban dispuestos a cooperar con líderes, más que felices tomaban ventaja de alguien del mismo rango.
Sin embargo, cuando los hombres olían la androstendiona antes de jugar, todos cooperaban como un buen equipo.
Así que en lugar de asquearte, la próxima vez que estés empapado en sudor, aplica tus capacidades de liderazgo; en una de esas, acabas ganándote al grupo.

El 10% de los humanos no puede amar

Es un trastorno llamado alexitimia y afecta a una décima parte de la población mundial, según la Sociedad Española de Neurología. La persona que lo sufre se siente incapaz de reconocer sus emociones y expresarlas verbalmente. Este trastorno puede provocarlo un daño en las estructuras neurológicas vinculadas con las emociones o un trauma grave que interrumpe el aprendizaje emocional. Se trata de un desorden complejo que condiciona la vida de quien lo padece, ya que perjudica los sistemas de atención, memoria y racionamiento. Esa incapacidad de identificar o interpretar emociones desecha una información muy valiosa para la vida, la toma de decisiones y la creación de vínculos.

Comer hierbas y tubérculos en vez de árboles fue clave en evolución humana

Cuatro estudios estadounidenses confirman que ocurrió hace 3,5 millones de años.
Los humanos primitivos se alimentaban casi exclusivamente de hojas y frutos de los árboles -igual que chimpancés y gorilas en la actualidad-, pero hace 3, 5 millones de años iniciaron un cambio de dieta que fue crucial para la evolución humana: bajaron de los árboles a probar pastos, juncos, semillas, raíces y tubérculos. Este cambio no sólo influyó en su desarrollo cerebral y en su habilidad para caminar. Permitió que los ancestros humanos siguieran diversificando su dieta hasta llegar a la carne, un millón de años después, dando lugar a cerebros más grandes.
Así lo determinaron cuatro investigaciones de universidades estadounidenses, que estudiaron la dentadura de 11 especies de homínidos, de entre 4,4 y 1,3 millones de años de antigüedad. “Sabemos que la fecha del cambio fue por lo menos hace 3,5 millones de años, pero podría haber sido un poco más temprano”, dijo a La Tercera Matt Sponheimer, antropólogo de la U. de Colorado en Boulder y autor principal de uno de los estudios.
De acuerdo al autor, la dieta es considerada uno de los motores de la evolución humana. “Las personas a menudo han pensado que los inusualmente grandes cerebros de los humanos estaban relacionados con el aumento del consumo de alimentos de origen animal, ricos en nutrientes. Otros podrían haber reemplazado los alimentos de origen animal con tubérculos, como la papa en este escenario, pero, de una forma u otra, la dieta está implicada”.
Los nuevos estudios sugieren que la ingesta de alimentos que no son comidos por chimpancés en cantidades apreciables habría permitido a los homínidos usar su entorno de nuevas maneras y manejar mejor los cambios de éste.
“Cuando los primeros humanos vieron los recursos del suelo como confiables, debió ser un momento importante en la evolución humana”, dice Sponheimer, pues las hierbas estaban disponibles en la sabana africana desde hace unos siete millones de años.

Descubren en China el esqueleto más antiguo de un primate

 Un área rica en lagos y exuberantes bosques tropicales fue el hogar – hace 55 millones de años– del primate más antiguo cuyo esqueleto casi íntegro fue hallado en la provincia de Hube, en China.
El fósil denominado Archicebus achilles, se preservó en excelentes condiciones encapsulado en una roca y corresponde a el antepasado más antiguo del ser humano hallado hasta el momento, según un estudio publicado hoy en la revista Nature .
El animal sorprendió a los investigadores por sus características anatómicas nunca antes vistas en un primate. “Parece un híbrido extraño, con los pies de un mono pequeño, los brazos, piernas y dientes de un primate muy primitivo, y un cráneo con ojos sorprendentemente pequeños”, comentó Chris Beard, del Carnegie Museum of Natural History de Pittsburgh (EEUU), quien participó en la investigación.
Este primate era minúsculo,apenas alcanzaba unos poco centímetros de altura, incluso más pequeño que el lémur ratón de Berthe (Microcebus berthae), un lémur pigmeo de Madagascar que, con sus 9 centímetros, es el primate viviente más pequeño del mundo.
Se estima que el Archicebus pesaba cerca de 30 gramos y gracias a sus extremidades delgadas y alargadas y su larguísimo rabo saltaba con agilidad entre los árboles. Era un animal diurno que posiblemente se alimentaba de insectos
Los científicos consideran que por sus características, este fósil único ayudará a completar el árbol genealógico de la evolución de los primates, entre los cuales está el ser humano.
“Archicebus nos permite por primera vez un panorama más claro del momento en que las especies de primates (tarseros y antropoides) empezaron a dividirse”, explicó Xijun Ni, de la Academia de las Ciencias de Pekín.
Lo que sucedió fue que en el transcurso de la evolución el correr, una rama dio origen por un lado al tarsero actual, un pequeño primate nocturno y arborícola de grandes ojo y otra rama tuvo como frutos a los antropoides (grandes monos sin cola), un grupo vasto que incluye entre otros a los chimpancés, gorilas, orangutanes y humanos.
Este hallazgo también coloca apunta a Asia como el lugar de origen de los primates y cuestiona la tesis tradicional de que fue África.

miércoles, 5 de junio de 2013

Existen diferencias estructurales en el cerebro de las personas con migraña

Los individuos que padecen migraña podrían presentar ciertas diferencias estructurales en áreas del cerebro relacionadas con el dolor, según un estudio publicado en Radiology. Usando imágenes de resonancia magnética (RM), los investigadores hallaron que en unas regiones específicas del cerebro relacionadas con el procesamiento del dolor, los 63 pacientes migrañosos de la muestra mostraban una corteza más fina y más pequeña en comparación con 18 adultos sanos (p < 0,01).
Los investigadores creen que ciertos aspectos del desarrollo cerebral podrían hacer que algunas personas sean más vulnerables a desarrollar migrañas, y también que los ataques de migraña producen más cambios en el cerebro. Es decir, los pacientes con migraña tendrían un cerebro que no sólo funcionarían de forma diferente, sino que en realidad también tendría un aspecto estructural distinto. Alrededor del 30% de las personas con migrañas recurrentes también padecen molestias sensoriales (auras) justo antes del inicio del dolor de cabeza.
El estudio concluye que no se sabe si estos cambios del cerebro son dinámicos, es decir, si cambian con el tiempo, pero los investigadores seguirán a estos pacientes para comprobar si los patrones estructurales de su cerebro se mantiene estables o tienden a cambiar.

Frustración y enojo en chimpancés

Científicos estadounidenses han descubierto que los chimpancés y bonobos reaccionan emocionalmente cuando toman decisiones equivocadas, de un modo muy similar a los seres humanos.

Un estudio coordinado por Brian Hare, de la Universidad de Duke (EE UU), indica que los simios muestran señales de disgustos y tienen fuertes pataletas y rabietas cuando, después de asumir un riesgo, fracasan.

Para demostrarlo, los primatólogos diseñaron dos juegos de toma de decisiones para monos que viven en santuarios africanos: uno para poner a prueba su paciencia y el otro para evaluar la toma de riesgos. Así detectaron que las dos especies exhibían respuestas emocionales ante el resultado de sus elecciones, si bien los chimpancés eran más pacientes y más proclives a asumir riesgos. Cuando la opción escogida no daba el resultado que esperaban, se producía una respuesta emocional negativa, lanzando gritos similares a lamentos y "pucheros", a la vez que se rascaban compulsivamente y daban golpes en el suelo similares a las pataletas de un niño que no obtiene lo que desea.

En un artículo que publica PLOS ONE, los investigadores concluyen que, como los humanos, otros los simios exhiben respuestas emocionales tras conocer los resultados de su la toma de decisiones. "Psicólogos y economistas han detectado que las emociones juegan un papel crítico dando forma al modo en que los seres humanos tomamos decisiones complejas, como si ahorramos una suma de dinero o la invertimos", explica Alexandra Rosati, coautora del estudio, que asegura que los sentimientos de frustración y lamentación también aparecen en primates cuando las decisiones que han tomado afectan a su principal recurso, que en su caso no es el dinero sino la comida.