viernes, 13 de noviembre de 2009

La Alta Temperatura Corporal de los Mamíferos Pudo Evolucionar Como Protección Contra los Hongos

Una nueva investigación muestra que la elevada temperatura corporal de los mamíferos, los familiares 37 grados centígrados en las personas, es demasiado alta para que la inmensa mayoría de hongos potencialmente invasores sobrevivan.
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Las cepas de hongos sufren una gran pérdida de capacidad de crecimiento conforme la temperatura sube hasta la de los mamíferos.

Arturo Casadevall, catedrático y profesor de microbiología e inmunología en la Academia Albert Einstein de Medicina, dependiente de la Universidad Yeshiva, llevó a cabo el estudio en colaboración con Vincent A. Robert del Centro de Biodiversidad Fúngica, en Utrecht, Países Bajos.

Este estudio parece apoyar la idea de que nuestras altas temperaturas pueden haber evolucionado para protegernos contra las enfermedades fúngicas. Ser de sangre caliente y, por tanto, eludir la mayoría de infecciones por hongos, es un rasgo que puede ayudar a explicar el gran éxito de los mamíferos después de la era de los dinosaurios.

Hay aproximadamente un millón y medio de especies de hongos. De éstas, sólo unos pocos centenares son patógenos para los mamíferos. Las infecciones por hongos en las personas son a menudo el resultado de una deficiencia en el sistema inmunitario.

En cambio, nada menos que unas 270.000 especies de hongos son patógenas para los vegetales y 50.000 especies infectan a los insectos. Las ranas y otros anfibios son propensos a hongos patógenos, uno de los cuales está actualmente causando estragos entre las ranas de todas partes del mundo. Los hongos también son importantes en la descomposición de las plantas.

En este estudio, se investigó cómo 4.082 cepas de hongos de la colección de Utrecht crecían sometidas a temperaturas que variaban desde las frías hasta las tórridas. Se comprobó que casi todas las cepas de hongos crecieron bien en temperaturas de hasta 30 grados centígrados. Sin embargo, por encima de esa barrera, el número de especies que no sucumbían al calor disminuyó en un 6 por ciento por cada grado centígrado que aumentaba. La mayoría no podía crecer a las temperaturas corporales de los mamíferos. Los que sí lo consiguieron con las temperaturas más altas, procedían a menudo de portadores de sangre caliente.

Información adicional en:

* Scitech News

jueves, 12 de noviembre de 2009

ADEMAS DEL SER HUMANO, ALGUNOS OTROS ANIMALES TAMBIEN POSEEN METACOGNICION

El psicólogo J. David Smith de la Universidad de Buffalo, quien ha llevado a cabo estudios extensos sobre la cognición animal, explica que existen cada vez más evidencias de que algunos animales presentan paralelismos funcionales con la metacognición consciente humana, es decir, que poseen la misma habilidad humana de reflexionar sobre sus estados mentales, monitorizarlos o regularlos. Entre estas especies están los delfines y los monos macacos.

Smith ha llegado a esta conclusión después de analizar los resultados de diversos estudios previos, y cree que ya hay evidencias suficientes como para afirmar sin lugar a dudas que algunos animales poseen la citada habilidad, que incluye lo que suele denominarse como "autoconsciencia".

Smith se remite a los resultados de un experimento con un delfín llamado Natua. Cuando no estaba seguro, el delfín claramente dudaba ante las dos posibles respuestas, pero cuando estaba seguro, nadaba hacia su elección de inmediato y a gran velocidad.

Por el contrario, en varios estudios realizados con palomas, éstas no han mostrado tener capacidad metacognitiva alguna. Además, diversos estudios recientes realizados con monos capuchinos han demostrado que estos apenas tienen dicha capacidad.

Estos últimos resultados plantean interrogantes importantes sobre el surgimiento de una mente reflexiva o extendida en el orden de los primates.

Esta nueva área de investigación abre una ventana hacia la capacidad de reflexionar en los animales, lo que podría ayudar a esclarecer el surgimiento filogenético de la misma y permitir a los científicos rastrear los antecedentes de la consciencia humana.

Smith, profesor del Centro de Ciencias Cognitivas y del departamento de psicología en la Universidad de Buffalo, es conocido por sus investigaciones y publicaciones en el campo de la cognición animal.

Tanto él como sus colegas fueron los pioneros en el estudio de la metacognición en los animales no humanos, y han hecho algunos de los descubrimientos más importantes en esta área, incluyendo muchos realizados durante experimentos en los que participaron monos entrenados para utilizar joysticks y efectuar así tareas con un ordenador.

Scitech News

COLOR Y FORMA, PERCEPCIONES SEPARADAS EN EL CEREBRO

Normalmente tendemos a pensar que el color es un atributo fundamental de un objeto: un automóvil rojo, un lago azul, un flamenco rosa... Sin embargo, una nueva investigación sugiere que nuestra percepción del color es maleable, y se apoya mucho en procesos biológicos de los ojos y el cerebro.


Los mecanismos neuronales del cerebro son eficientes en asociar cada color con el objeto al que pertenece, para evitar mezclas indebidas, de forma que no se vea erróneamente un flamenco azul en un lago rosa. ¿Pero qué sucede cuando un color pierde el objeto al que está asociado? Una nueva investigación de la Universidad de Chicago ha demostrado por primera vez que en lugar de desaparecer junto al objeto perdido, el color se pega sobre una región de algún otro objeto a la vista, un hallazgo que revela una nueva propiedad básica de la visión.

La investigación muestra que el cerebro procesa la forma de un objeto y su color mediante dos vías diferentes y, a pesar de que la forma y el color de un objeto normalmente están vinculados, la representación neural del color puede sobrevivir sin la forma. Cuando eso ocurre, el cerebro establece un nuevo vínculo que liga el color a otra forma visible.

"El color está en el cerebro. Se construye tal y como se construyen los significados de las palabras. Sin los procesos neurales del cerebro, no seríamos capaces de entender los colores de los objetos más de lo que podríamos entender palabras de un idioma que escuchamos pero que no conocemos", explica Steven Shevell, psicólogo de la Universidad de Chicago especializado en temas relativos al color y la visión, y que es coautor del nuevo estudio, en el cual también intervino Wook Hong.

Scitech News

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La envidia produce dolor y tiñe de verde a quien la siente

El deseo de lo ajeno activa las mismas zonas cerebrales del daño físico. Además, ante al fracaso del otro, 'se disparan' los centros cerebrales del placer.

Quien siente envidia suele avergonzarse e intentar disimularlo. Pero, aunque se esfuerce por padecer en silencio, las más de las veces su propio cuerpo lo delata: el rencor lo hace retorcerse tanto como cuando es sometido a un dolor físico, e incluso su cerebro puede teñirse de verde.

Y es que la envidia se sube a la cabeza. Así, lo comprobó un equipo de neurólogos del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Inage-Ku, en Japón, que identificó que ese intenso sentimiento activa los mismos circuitos neuronales del dolor.

Con máquinas de resonancia magnética funcional para observar el cerebro en acción y un guion repleto de drama para que el centenar de participantes en el experimento sintieran envidia, los investigadores se dedicaron más de dos años a la tarea.

“El deseo de tener lo que otros tienen estimula la corteza cingulada anterior dorsal del cerebro, es decir, la misma región que se activa cuando se padece dolor físico”, afirmó Hidehiko Takahashi, autor principal del estudio publicado en la revista Science .

Según Takahashi, cuanto mayor es el arrebato de envidia, más intenso es el flujo sanguíneo en esa región neuronal. Por eso, aunque el envidioso intente controlarse, no consigue evitar que su cuerpo se contraiga o su ceño se frunza.

Además, la resonancia magnética mostró que, cuando la sangre se acumula en esa zona cerebral, el órgano se torna verdoso.

“La asociación entre dolor y envidia estaba ya en la sabiduría popular, pero hasta ahora no tenía una explicación científica”, manifestó el experto.

Y ¿por qué a mí no?

Al intentar inducir a la envidia a quienes eran objeto de investigación, los científicos comprobaron lo que, hace siglos, sostienen los filósofos.

“Los alfareros envidian a los alfareros”, escribió Aristóteles hace 2.300 años, y los neurólogos japoneses también consiguieron una mayor respuesta cerebral cuando los objetos de investigación se comparaban con personas de su misma condición.

“Más que cuando se piensa en los bienes o la belleza de los ricos y famosos, la envidia se dispara cuando una persona se compara con aquellos a quienes considera sus iguales –del mismo sexo, edad, clase social y currículum vitae–”, explicó Takahashi.

Por otro lado, la investigación, en la que también participaron psiquiatras, documentó que las personas sometidas a este estudio, cuando se les pedía verbalizar su rencor, lo hacían en dos direcciones: “mientras que la mitad se identificaba con la frase 'Yo quiero tener lo mismo que tiene aquel'; los demás sintetizaban su sentimiento con la expresión 'Yo no quiero que aquel tenga más que yo'”.

Para los científicos, esas expresiones sugieren que la envidia cumple un profundo rol social: sirve de acicate para superarse y ayuda a no derrochar lo que ya se ha conseguido.

El placer de ver fracasar

No todo es dolor en la mente de los envidiosos. Con la máquina de resonancia magnética se evidenció que solo imaginar a la persona envidiada cayendo en desgracia hace sentir un placer semejante al de comer un chocolate o mantener una relación sexual.

“Así como la envidia es dolorosa, ver fracasar a otros genera una descarga de dopamina que activa los centros del placer del cuerpo estriado del cerebro”, señaló Takahashi, quien recordó el refrán: “Las desgracias de los otros saben a miel”.

Finalmente, la investigación descubrió que la magnitud del dolor generado por la envidia tiene una correlación neurológica con la intensidad del placer de “ver” al otro fracasar

“La envidia funciona, entonces, de forma similar a los sistemas cerebrales que procesan necesidades, y que hacen que, cuanto más hambriento o sediento esté uno, más placentero será comer o beber”, dijo Takahashi, que manifestó su disposición a seguir investigando las respuestas neuronales de otros sentimientos.

En el cerebro social está la base neurológica de las relaciones humanas

Los seres sociales necesitan conocer,
inmediatamente,
si el “otro” es amigo
o enemigo.
Susan Fiske,
Princeton University, 2009.

Si el contacto social (sea cálido, frío o indiferente) fue, en la última entrega de este blog, el motivo de reflexiones, la 3ª Reunión anual de la Social & Affective Neuroscience Society, celebrada en Nueva York, del 9 al 11 de Octubre, ha propiciado que, en esta semana, el interés por lo social, en cuanto tercer componente básico de un estado de salud, siga ocupando nuestra atención. Aunque, en esta ocasión, extendida a aquellas estructuras y funciones cerebrales en las que se sustentan las relaciones sociales, todas ellas incluidas en la expresión, que ha hecho fortuna, de cerebro social (“social brain”).

Es ésta una denominación sintética, que engloba a las extensas y complejísimas conexiones neurológicas que son básicas para el comportamiento en sociedad, y, mediante las cuales, se intenta comprender los estados mentales del “otro”, e interpretar si sus intenciones son “buenas” o “malas”, así como si se le supone capacidad suficiente para llevarlas a cabo (Sarah Jayne Blakemore, University College, Londres). Como ha escrito Matthew Lieberman (UCLA), una de las figuras relevantes de la reunión celebrada en Nueva York, “los seres humanos pasamos una gran parte de nuestra vida pensando y reaccionando sobre los pensamientos, sentimientos, intenciones y conductas de los otros”.

Al fin y al cabo, los seres humanos somos entes sociales que han de aprender a comportarse con los “otros” mediante la educación pertinente en un contexto cultural determinado, y, de modo muy especial, durante el periodo crítico de la adolescencia. Estos comportamientos sociales asientan y transcurren en aquellas estructuras y circuitos cerebrales que, tras el procesamiento de la información social recibida (visual y semántica), sacan las conclusiones que conducen a las conexiones sociales establecidas entre personas. No sólo a las surgidas tras la primera impresión, sino a las relaciones interpersonales mucho más duraderas, profundas y determinantes.

Así sucede, como ejemplos, cuando se alcanza la empatía, una sintonía afectiva con otra persona, o la persuasión, que es lo que ocurre cuando una persona motiva a otra o a un grupo para compartir sus creencias, deseos y conductas. En el polo opuesto a la cercanía social, está la envidia, como “ tristeza o pesar del bien ajeno”, con su contrapartida, la alegría provocada por la desgracia del “otro” (“schadenfreude”) y, en grado extremo, con la pasión del resentimiento.

Pues bien, en las dos últimas décadas, el creciente desarrollo de las investigaciones en las que se utilizan las más avanzadas técnicas para la obtención de imágenes del cerebro en plena relación social (como la resonancia nuclear magnética funcional) están permitiendo poner de manifiesto la correlación entre los estados emocionales surgidos de las relaciones sociales (empatía, persuasión envidia, etc.) y estructuras neurológicas específicas del cerebro. Los más recientes hallazgos, de lo que se entiende como cerebro social, órgano del cuerpo humano que no sólo interviene en las interacciones sociales, sino que también sirve como repositorio donde se guardan los resultados de esas interacciones, han sido presentados en la citada reunión anual de la Social & Affective Neuroscience Society a la que hemos hecho referencia.

Así, por ejemplo, se ha demostrado que mientras la envidia activa el circuito cerebral relacionado con el dolor, el placer provocado por la desgracia del “otro” pone en marcha el circuito neural relacionado con las recompensas. Hidehiko Takahashi, en un artículo publicado en el mes de febrero de este año en la revista Science, ha sintetizado las relaciones entre la envidia y el placer por el mal ajeno con un preciso titulo: When Your Gain Is My Pain and Your Pain Is My Gain: Neural Correlates of Envy and Schadenfreude (Cuando tu ganancia es mi dolor y tu dolor es mi ganancia: correlaciones neurológicas de la envidia y de la “schadenfreude”).

El desarrollo del cerebro social, básico para la convivencia humana, tiene en la adolescencia su etapa clave. Durante esta edad de la vida, el cerebro social puede ser refinado en determinadas áreas, pero también puede terminar confundido y deshumanizado, según hayan sido sus interacciones sociales, ya que éstas condicionan modificaciones anatómicas y fisiológicas, positivas o negativas, según las circunstancias ambientales. Es en esta fase donde se configura como trascendental el papel de la educación para vivir en sociedad, no sólo en el ámbito escolar sino, de modo muy especial, en el ámbito familiar. Una educación fundamentada en el cultivo, en libertad, del pensar por sí mismo, con un pensamiento crítico, que siempre se hace preguntas y busca evidencias, así como en la autoexigencia y en la disciplina personal.

Los recientes avances logrados en las neurociencias sociales confirman el buen sentido de una declaración publicada en el año 2002, en la revista Academic Psychiatry, por el GAP (Group for the Advancement of Psychiatry) en la que se establecía que “en contraste con el modelo biopsicosocial convencional, la unificación de la psiquiatría debería sustentarse en el concepto de cerebro social, el cual pone el énfasis en la aceptación de que todos los factores psicológicos y sociales son biológicos”.

Autor: Profesor Cristóbal Pera

Misterios de la conducta social

Las neurociencias comienzan a dar respuestas a preguntas como por qué lloramos, ayudamos a otros o tenemos gestos altruistas
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En La naranja mecánica , de Stanley Kubrick, un grupo de jóvenes deambula por la ciudad moliendo a palos a sus víctimas.
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La escena de ficción, oscura parábola que en 1971 se acercaba a la escalofriante violencia de ciertos hechos de la actualidad, sólo parecía justificable por la imaginación del novelista que diseñó esa trama:
Anthony Burgess.
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Sin embargo, hace un par de años, el neurobiólogo francés Jean Decety descubrió que si les mostraba a adolescentes con problemas de conducta videos de personas golpeadas, se les activaban los circuitos cerebrales de la empatía, pero también los centros del placer...
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La agresividad, la empatía, la preocupación por los demás, el altruismo, la ética y la moral son engranajes centrales de la vida de nuestras sociedades.
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En los últimos años las neurociencias han empezado a desentrañar estos complejos procesos cognitivos que nos vinculan con nuestra familia y nuestros descendientes, y a la sociedad en su conjunto.
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Algunos de los más destacados protagonistas de esta verdadera "revolución del cerebro" estuvieron días atrás en Buenos Aires en el Simposio Internacional de Neurociencias Cognitivas y Neuropsiquiatría, organizado por el Instituto de Neurociencias Cognitivas (Ineco).
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"La cognición social procura entender y explicar cómo los pensamientos, las sensaciones y el comportamiento del individuo se ven influidos por la presencia real o imaginaria de otros -explica Facundo Manes, director de Ineco y del Centro de Neurociencias de la Fundación Favaloro-.
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Los trabajos realizados en este ámbito son diversos e incluyen paradigmas diferentes; por ejemplo, el reconocimiento de expresiones faciales y el procesamiento de emociones.
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La teoría de la mente es la capacidad humana de darse cuenta de que otras personas tienen deseos y creencias diferentes de las nuestras y que su comportamiento puede ser explicado en función de ellos.
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Esta capacidad de reconocer la naturaleza de nuestras creencias y la de los demás es vital para la vida en sociedad y para la transmisión de la cultura."
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Según explica Manes, los sustratos neurales que subyacen a estos procesos son poco conocidos, pero las investigaciones están empezando a descubrirlos.
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Ninguno se asienta en una estructura única, sino en varias áreas del cerebro que actúan integrada y alternadamente.
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Algo de eso ocurre en la gestación de una conducta moral.
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"No hay regiones de la mente dedicadas a la moral -dice Jorge Moll, del Centro para las Neurociencias LABS-D´Or, de Río de Janeiro-.
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Para cualquier proceso cognitivo se necesita la orquestación de diferentes tipos de conocimiento que trabajan juntos.
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¿Cómo emerge el cerebro moral de la interacción entre factores culturales y biológicos? Aunque todavía está en su infancia en este tema, la neurociencia cognitiva tiene algunas respuestas.
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Por ejemplo, hay estudios que muestran que pacientes que exhiben daño focalizado en un área del córtex prefrontal tienen déficits en los comportamientos de orgullo, vergüenza y arrepentimiento, y otros que están asociados con dificultades para atribuir intencionalidad.
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"Mostramos en personas sanas que las decisiones altruistas, tales como donar dinero a la caridad, activan en nosotros los mismos circuitos cerebrales que ganar dinero -dice Moll-.
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Es más:
detectamos que existe una región específica del cerebro para las donaciones, lo que sugiere que donar dinero, pero no ganarlo para nosotros mismos, está vinculado con las respuestas de cohesión social."
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El primer escalón para el comportamiento moral es la empatía.
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"La chispa de la consideración por los demás", define Jean Decety, editor en jefe del Journal of Social Neuroscience y director del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva Social de la Universidad de Chicago.
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Y agrega:
"¿Por qué es tan importante?
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Porque se la considera la argamasa de la cohesión social, y hay una asociación entre empatía y moral. La experiencia de la empatía nos llea a comportarnos de forma moral.
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Pero aunque frecuentemente la gente piensa que tener mucha empatía es algo bueno, yo digo que tiene que ser regulada, porque puede agotar nuestros recursos emocionales."
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La empatía es la habilidad natural de compartir y apreciar los sentimientos de otros. Es una condición necesaria, pero no suficiente para la compasión.
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"La primera está centrada en el propio individuo; la segunda está centrada en el otro", dice Decety. Según esta definición, la empatía es neutral; es buena, pero también puede conducir a la crueldad.
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Tanto la moral como la empatía son producto de la evolución; las compartimos con casi todos los mamíferos y surgen muy pronto en la vida.
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A las 18 horas de nacer, si un bebe llora en la nursery, los demás se ponen a llorar.
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Esa resonancia emocional es innata y abre el camino a la empatía y la moral.
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Para desmontar sus componentes, Decety la estudia a partir de la red social del dolor.
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"¿Por qué lloramos? -se pregunta-.
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¿Por qué tenemos que expresar dolor?
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El dolor es un mecanismo homeostático para mantener el cuerpo en buen estado.
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Pero a través de la selección natural, el sistema del dolor respalda y motiva la capacidad de cohesión social. Si uno quiere a alguien, se siente mal cuando esa persona sufre."
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Decety descubrió que la empatía no siempre nos mueve a actuar, sino que al ver a personas en una situación que les produce dolor, se activan circuitos cerebrales vinculados con el peligro, y la primera reacción es de evitación.
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Para trabajar con eso diariamente, como les sucede a los médicos, es necesario regular la empatía, y el investigador pudo probar que en ellos bastan estímulos de 2,2 segundos para que se active una región del córtex prefrontal que regula la emoción en la ínsula y la amígdala.
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Debido a la plasticidad de nuestro cerebro, tanto nuestro sentido de la empatía como de la moral pueden modificarse frente a las experiencias tempranas, la cultura y la educación.
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"Los circuitos son innatos, pero también responden a la experiencia personal", afirma Josef Parvizi, de la Universidad de Stanford.
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"El abuso social y el abandono pueden alterar las conexiones cerebrales de un niño -dice Moll-.
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Donde un chico que fue bien cuidado podría mostrar generosidad, otro puede tener sus circuitos guiados por la supervivencia, el dominio.
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Si uno abandona a los niños en ambientes de violencia, ¿qué obtiene después de 15 años?
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Un cerebro cableado para la violencia.
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Esto acrecienta la responsabilidad de la sociedad."
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"Por la evolución tenemos sistemas en el cerebro desde el nacimiento que buscan las interacciones sociales -concluye Decety-.
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Nosotros tratamos de entender por qué nos preocupan los demás, por qué a veces la empatía no funciona o hay problemas entre grupos.
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Somos todos de la misma especie y no hay forma en que podamos sobrevivir sin los demás."
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TOMAR LA DECISIÓN CORRECTA
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Antonio Damasio y Antoine Bechara observaron que pacientes con daño en su córtex prefrontal pueden detectar las implicancias de una situación social, pero no tomar decisiones apropiadas.
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"Mostramos que individuos normales desarrollan respuestas galvánicas, de piel, cuando contemplan una decisión arriesgada, y comienzan a elegir ventajosamente antes de ser conscientes de la mejor estrategia, pero pacientes con daño en el córtex prefrontal se comportan como si fueran insensibles a las consecuencias futuras; se guían por la recompensa inmediata -dijo Bechara-.
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Este mecanismo podría vincularse con las adicciones."

lunes, 9 de noviembre de 2009

EL AREA DEL CEREBRO QUE SE OCUPA DE LA RELIGION

Lunes, 09 de Noviembre de 2009 10:02

En asuntos de religión, los creyentes y los no creyentes parecen pensar muy distinto. Pero en el ámbito exclusivamente cerebral, ¿existen diferencias entre creer en Dios, creer que el Sol es una estrella, o creer que el 4 es un número par?

Pese al amplio impacto histórico de la fe religiosa, se sabe muy poco de su relación cerebral con las creencias en cosas más materiales. Y tampoco ha estado claro si los sujetos con convicciones religiosas difieren de los no creyentes en su forma de evaluar afirmaciones o hechos.

En el primer estudio de neuroimaginología en el que se comparan sistemáticamente la fe religiosa con el conocimiento ordinario, unos investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y la Universidad del Sur de California, han descubierto que aunque el cerebro humano responde de maneras muy diferentes ante declaraciones religiosas y no religiosas, el proceso de creer o no en una afirmación, sea religiosa o no, parece ser controlado por las mismas áreas cerebrales.

El estudio también desvela que los creyentes cristianos y los no creyentes utilizan las mismas regiones cerebrales para juzgar la veracidad de declaraciones religiosas o de otros temas. Los resultados de esta investigación podrían representar un avance importante en la psicología de la religión.

Los autores principales del estudio son Sam Harris (UCLA) y Jonas Kaplan (Universidad del Sur de California).

En el estudio se examinó a 30 adultos (15 cristianos devotos y 15 no creyentes), quienes fueron sometidos a 3 escaneos mediante resonancia magnética funcional por imágenes (fMRI), mientras evaluaban afirmaciones religiosas o no religiosas y las clasificaban como “ciertas” o “falsas”. Los afirmaciones fueron elaboradas de manera que llevaran a un acuerdo casi perfecto entre los dos grupos durante las valoraciones de declaraciones no religiosas (por ejemplo, “las águilas existen”); y a un desacuerdo casi perfecto durante las valoraciones de afirmaciones religiosas (por ejemplo, “los ángeles existen”).

Una región cerebral conocida como la corteza prefrontal ventromedial, mostró una mayor actividad cuando los individuos creían en dogmas religiosos, incluyendo el nacimiento de Jesucristo sin que la Virgen María perdiera su virginidad. También mostró mayor actividad cuando los sujetos creían en la veracidad de afirmaciones sobre hechos ordinarios.

Aunque las afirmaciones sobre religión aceptadas por los creyentes fueron rechazadas por los no creyentes, y viceversa, los cerebros de ambos mostraron los mismos patrones de actividad al creer verdadero algo y al creerlo falso.

El resultado de una comparación de todas las afirmaciones religiosas con todas las de temas cotidianos sugiere que los pensamientos religiosos están más asociados con las regiones cerebrales que controlan las emociones, la autorrepresentación y el conflicto cognitivo, tanto en creyentes como en no creyentes, mientras que los pensamientos sobre hechos ordinarios se basan más en las redes de evocación de recuerdos.

Scitech News