viernes, 9 de abril de 2010

LA DIFICULTAD DE CONOCERSE BIEN A UNO MISMO


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Psicología
Martes, 06 de Abril de 2010 09:22
Todos sabemos que uno mismo no suele ser el mejor juez para autodefinirse como persona, al menos en algunos aspectos de su forma de ser. Un nuevo estudio profundiza ahora en la cuestión.

Foto: WUSTL

La psicóloga Simine Vazire, de la Universidad de Washington en San Luis, ha comprobado que uno mismo es capaz de evaluar sus pensamientos y sentimientos interiores, o sus posibles rasgos neuróticos como la ansiedad, con mayor precisión que sus amigos, en tanto que estos son mejores para evaluar rasgos relacionados con el intelecto, como la inteligencia y la creatividad. En cuanto a los desconocidos, resulta que son tan expertos como nuestros amigos y nosotros mismos para valorar lo introvertidos o extrovertidos que somos.  Cómo nos gustaría ser y cómo somos en realidad, son dos cosas muy diferentes, aunque haya gente que tienda a mezclarlas.
 La personalidad, dice Vazire, está presente en muchas de las cosas que hacemos, como por ejemplo al elegir la ropa, al organizar la habitación, y en los perfiles en Facebook. En todo aquello que hacemos dejamos una huella de nuestra personalidad, a menudo involuntariamente. Toda persona proporciona indicios de su personalidad que ni siquiera ella misma ve.
 La personalidad se compone de los rasgos subyacentes que gobiernan la conducta. Para poner a prueba el modelo que desarrolló Vazire, ella recurrió a 165 voluntarios a quienes se les encargaron varias tareas. Para obtener una medida objetiva de la conducta, fueron sometidos a una prueba de coeficiente de inteligencia; se les hizo participar en un grupo de discusión sin líder con el fin de ver quien emergía como tal; y pasaron además por una prueba de estrés social. Cada participante también evaluó a miembros del grupo y a sí mismo en un formulario sobre 40 rasgos de la personalidad.
 El modelo de Vazire predijo correctamente que las autoevaluaciones serían más precisas para las cosas internas, como por ejemplo los pensamientos y sentimientos, la tristeza y la ansiedad, que las evaluaciones de amigos y extraños.
 En cuanto a las descripciones sobre uno mismo, la dificultad en que sean precisas se da sobre todo en rasgos como la inteligencia, el atractivo y la creatividad. Ello se debe, según Vazire, a que uno es mejor juzgando la inteligencia de los amigos que la propia, porque admitir que nuestros amigos no son brillantes no nos hace sentirnos amenazados, como sí sucede al admitir que no somos brillantes.
Scitech News

LA CONEXION ENTRE CIERTAS REGIONES CEREBRALES DETERMINA LA INTELIGENCIA GENERAL


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Neurología
Miércoles, 07 de Abril de 2010 09:26
Un equipo de neurólogos ha mapeado las estructuras cerebrales que afectan a la inteligencia general. El estudio agrega una nueva perspectiva sobre una cuestión muy controvertida: ¿Qué es la inteligencia, y cómo podemos medirla?

Foto: PNAS

El equipo está formado por científicos de la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad del Sur de California (USC), el Instituto Tecnológico de California (Caltech), y la Universidad de Iowa. Entre ellos, figuran Jan Glascher y Ralph Adolphs.  Los científicos examinaron un gran conjunto de datos de 241 pacientes con lesión cerebral a los que se sometió a pruebas de Coeficiente Intelectual. Los investigadores cartografiaron la zona de la lesión cerebral de cada paciente y correlacionaron esa información con las puntuaciones obtenidas en las pruebas de Coeficiente Intelectual, formando así un mapa de las regiones cerebrales que más influyen en la inteligencia.
 La inteligencia general ha sido un concepto muy polémico. Pero la idea básica subyacente es indiscutible: Hay personas de inteligencia muy alta en todos los aspectos y sobradamente demostrada, y también personas en el extremo contrario. Por tanto, la pregunta obvia es si tal capacidad podría depender de regiones específicas del cerebro.
 Los autores de la nueva investigación han llegado a la conclusión de que, en vez de residir en una sola estructura, la inteligencia general está determinada por una red de regiones en ambos hemisferios cerebrales.
 Las regiones y conexiones importantes identificadas por los investigadores concuerdan bastante con lo sugerido por una teoría existente sobre la inteligencia, la Teoría de la Integración Parieto-frontal. Según esta teoría, la inteligencia general depende de la capacidad del cerebro para integrar diferentes tipos de procesamiento, como por ejemplo la memoria de trabajo.
 Lo descubierto abre la puerta a futuras investigaciones sobre cómo interactúan el cerebro, la inteligencia y el entorno.
Scitech News

Nueva especie de homínido aparece en cueva de Sudáfrica


Equipo de expertos encontró clavículas, cráneos, dientes y otros huesos

Su análisis podría ayudar a entender el árbol evolutivo de los seres humanos


Alejandra Vargas M. alevargas@nacion.com 08:52 a.m. 08/04/2010
Una especie de homínido descubierta en una cueva de Sudáfrica podría ayudar a dilucidar nuevas pistas sobre el árbol evolutivo de los seres humanos.
Este es el cráneo de la nueva especie Australopithecus sedibaque fue hallada en Sudáfrica. El nombre “sediba” significa “fuente natural” en una lengua sudafricana llamada “sesotho”.Science para LN

Así lo revelaron ayer dos estudios científicos liderados por Lee Berger, de la Universidad de Witwatersrand, y Paul Dirks, de la Universidad James Cook, de Australia, y publicados en la revista Science.
La nueva especie fue bautizada como Australopithecus sediba. Esta tenía brazos largos similares a los que tienen los simios, pero manos cortas y fuertes.
La especie tenía además un cerebro de apenas entre 420 y 450 centímetros cúbicos –muy inferior al de los humanos modernos–, pero contaba con piernas largas con las que podía dar pasos largos y hasta correr. Fósiles reveladores. El descubrimiento se produjo, en agosto del 2008, en una región sudafricana conocida como “Cuna de la humanidad” por la gran cantidad de descubrimientos científicos que se han hecho allí.
En el sitio se encontraron restos de dos esqueletos: un joven de unos diez años y una mujer de unos 30, que vivieron en un período que se ubicó entre hace 1,95 millones de años y 1,78 millones de años.
Del niño se recuperó una clavícula y el cráneo; y de la mujer, restos del cráneo y otros huesos del cuerpo.
El análisis óseo reveló que la hembra probablemente pesaba unos 33 kilos y el joven unos 27 kilos. Ambos medían 1,27 metros de altura al morir.
No se sabe a ciencia cierta si había un vínculo entre ambos, ni tampoco la razón de su muerte, aunque los científicos especulan que cayeron a un foso buscando agua durante una sequía. Llenar el vacío. La recién documentada especie Australopithecus sediba era un caminador vertical que compartía varios rasgos físicos con la primera especie Homo conocida por los científicos, y se espera que su introducción en el registro fósil ayude a responder algunas preguntas claves sobre lo que significa ser humano.
Por ejemplo, los expertos esperan entender mejor cómo los homínidos pasaron de ser seres pequeños, que incluso se colgaban de los árboles, a ser mucho más grandes y erguidos, que caminaban con las dos patas y tenían un cerebro más desarrollado.
“La descripción que está emergiendo es la de un homínido con una estructura ósea similar a la de la especie Homo más antigua”, señala el estudio. Sin embargo, los expertos se apuran a aclarar que esta especie empleó su esqueleto más como otra especie llamada Australopithecus, homínido que vivió en África hace unos 3,9 millones de años, y que poco a poco fue dejando atrás algunas de sus características de primates y a erguir su cuerpo al caminar.
El ícono de estos es el fósil llamado Lucy, descubierto en 1974 en Etiopía.
Lo curioso aquí es que la nueva especie Australopithecus sediba representa a un homínido que apareció aproximadamente un millón de años después que Lucy, y sus características implican que la transición de los primeros homínidos al género Homo ocurrió en etapas muy lentas, con varias especies tipo Homo emergiendo primero.
“No es posible establecer la posición filogenética precisa del Australopithecus sediba en relación con varias especies asignadas al Homo primitivo, pero se puede concluir que comparte más características derivadas con el Homo primitivo que con cualquier otra especie de Australopithecus conocida. Por eso, representa un ancestro candidato para el género”, dijo Berger, uno de los autores del hallazgo.

lunes, 5 de abril de 2010

Next Big Thing in English: Knowing They Know That You Know

To illustrate what a growing number of literary scholars consider the most exciting area of new research, Lisa Zunshine, a professor of English at the University of Kentucky, refers to an episode from the TV series “Friends.”
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Haskins Laboratories
An M.R.I. of a brain highlighting areas used during reading.
(Follow closely now; this is about the science of English.) Phoebe and Rachel plot to play a joke on Monica and Chandler after they learn the two are secretly dating. The couple discover the prank and try to turn the tables, but Phoebe realizes this turnabout and once again tries to outwit them.
As Phoebe tells Rachel, “They don’t know that we know they know we know.”
This layered process of figuring out what someone else is thinking — of mind reading — is both a common literary device and an essential survival skill. Why human beings are equipped with this capacity and what particular brain functions enable them to do it are questions that have occupied primarily cognitive psychologists.
Now English professors and graduate students are asking them too. They say they’re convinced science not only offers unexpected insights into individual texts, but that it may help to answer fundamental questions about literature’s very existence: Why do we read fiction? Why do we care so passionately about nonexistent characters? What underlying mental processes are activated when we read?
Ms. Zunshine, whose specialty is 18th-century British literature, became familiar with the work of evolutionary psychologists while she was a graduate student at the University of California, Santa Barbara in the 1990s. “I thought this could be the most exciting thing I could ever learn,” she said.
At a time when university literature departments are confronting painful budget cuts, a moribund job market and pointed scrutiny about the purpose and value of an education in the humanities, the cross-pollination of English and psychology is a providing a revitalizing lift.
Jonathan Gottschall, who has written extensively about using evolutionary theory to explain fiction, said “it’s a new moment of hope” in an era when everyone is talking about “the death of the humanities.” To Mr. Gottschall a scientific approach can rescue literature departments from the malaise that has embraced them over the last decade and a half. Zealous enthusiasm for the politically charged and frequently arcane theories that energized departments in the 1970s, ’80s and early ’90s — Marxism, structuralism, psychoanalysis — has faded. Since then a new generation of scholars have been casting about for The Next Big Thing.
The brain may be it. Getting to the root of people’s fascination with fiction and fantasy, Mr. Gottschall said, is like “mapping wonderland.”
Literature, like other fields including history and political science, has looked to the technology of brain imaging and the principles of evolution to provide empirical evidence for unprovable theories.
Interest has bloomed during the last decade. Elaine Scarry, a professor of English at Harvard, has since 2000 hosted a seminar on cognitive theory and the arts. Over the years participants have explored, for example, how the visual cortex works in order to explain why Impressionist paintings give the appearance of shimmering. In a few weeks Stephen Kosslyn, a psychologist at Harvard, will give a talk about mental imagery and memory, both of which are invoked while reading.
Ms. Zunshine said that in 1999 she and about 10 others won approval from the Modern Language Association to form a discussion group on cognitive approaches to literature. Last year their members numbered more than 1,200. Unlike Mr. Gottschall, however, Ms. Zunshine sees cognitive approaches as building on other literary theories rather than replacing them.
Ms. Zunshine is particularly interested in what cognitive scientists call the theory of mind, which involves one person’s ability to interpret another person’s mental state and to pinpoint the source of a particular piece of information in order to assess its validity.
Jane Austen’s novels are frequently constructed around mistaken interpretations. In “Emma” the eponymous heroine assumes Mr. Elton’s attentions signal a romantic interest in her friend Harriet, though he is actually intent on marrying Emma. She similarly misinterprets the behavior of Frank Churchill and Mr. Knightly, and misses the true objects of their affections.
Humans can comfortably keep track of three different mental states at a time, Ms. Zunshine said. For example, the proposition “Peter said that Paul believed that Mary liked chocolate” is not too hard to follow. Add a fourth level, though, and it’s suddenly more difficult. And experiments have shown that at the fifth level understanding drops off by 60 percent, Ms. Zunshine said. Modernist authors like Virginia Woolf are especially challenging because she asks readers to keep up with six different mental states, or what the scholars call levels of intentionality.
Perhaps the human facility with three levels is related to the intrigues of sexual mating, Ms. Zunshine suggested. Do I think he is attracted to her or me? Whatever the root cause, Ms. Zunshine argues, people find the interaction of three minds compelling. “If I have some ideological agenda,” she said, “I would try to construct a narrative that involved a triangularization of minds, because that is something we find particularly satisfying.”
Ms. Zunshine is part of a research team composed of literary scholars and cognitive psychologists who are using snapshots of the brain at work to explore the mechanics of reading. The project, funded by the Teagle Foundation and hosted by the Haskins Laboratory in New Haven, is aimed at improving college-level reading skills.
“We begin by assuming that there is a difference between the kind of reading that people do when they read Marcel Proust or Henry James and a newspaper, that there is a value added cognitively when we read complex literary texts,” said Michael Holquist, professor emeritus of comparative literature at Yale, who is leading the project.
The team spent nearly a year figuring how one might test for complexity. What they came up with was mind reading — or how well an individual is able to track multiple sources. The pilot study, which he hopes will start later this spring, will involve 12 subjects. “Each will be put into the magnet” — an M.R.I. machine — “and given a set of texts of graduated complexity depending on the difficulty of source monitoring and we’ll watch what happens in the brain,” Mr. Holquist explained.
At the other end of the country Blakey Vermeule, an associate professor of English at Stanford, is examining theory of mind from a different perspective. She starts from the assumption that evolution had a hand in our love of fiction, and then goes on to examine the narrative technique known as “free indirect style,” which mingles the character’s voice with the narrator’s. Indirect style enables readers to inhabit two or even three mind-sets at a time.
This style, which became the hallmark of the novel beginning in the 19th century with Jane Austen, evolved because it satisfies our “intense interest in other people’s secret thoughts and motivations,” Ms. Vermeule said.
The road between the two cultures — science and literature — can go both ways. “Fiction provides a new perspective on what happens in evolution,” said William Flesch, a professor of English at Brandeis University.
To Mr. Flesch fictional accounts help explain how altruism evolved despite our selfish genes. Fictional heroes are what he calls “altruistic punishers,” people who right wrongs even if they personally have nothing to gain. “To give us an incentive to monitor and ensure cooperation, nature endows us with a pleasing sense of outrage” at cheaters, and delight when they are punished, Mr. Flesch argues. We enjoy fiction because it is teeming with altruistic punishers: Odysseus, Don Quixote, Hamlet, Hercule Poirot.
“It’s not that evolution gives us insight into fiction,” Mr. Flesch said, “but that fiction gives us insight into evolution.”
An earlier version of this article misstated the name of the university where Lisa Zunshine is a professor of English and misidentified the university where she was a graduate student.

How your brain remembers the future

IT'S like remembering the future. Our brain generates predictions of likely visual inputs so it can focus on dealing with the unexpected.
Predictable sights trigger less brain activity than unfamiliar stimuli, bolstering the view that the brain is not merely reactive, but generates predictions based on the recent past. "The brain expects to see things and really just wants to confirm it now and again," says Lars Muckli at the University of Glasgow, UK.
He and Arjen Alink at the Max Planck Institute for Brain Research in Frankfurt, Germany, asked 12 volunteers to focus on a cross on a screen, above and below which bars flashed on and off to create the illusion of movement. To test a predictable stimulus, a third bar would appear in a position timed to fit in with the illusion of smooth movement. For the unpredictable stimulus it would appear out of sync. fMRI scans showed that the unpredictable stimulus increased the activity in parts of the brain which deal with the earliest stages of visual processing (Journal of Neuroscience, vol 30, p 2960).
The finding supports the "Bayesian brain" theory, which sees the brain as making predictions about the world which it updates when new information comes in.