jueves, 9 de mayo de 2013

El poder curativo de la risa

 Guéguen, Nicolas

«La risa es propia del hombre.» La frase pertenece a Henri Bergson (1859-1941), premio nóbel de Literatura en 1927 y autor, entre otras obras, de La risa (1899). En cierto modo, el autor tiene razón. Aunque se ha demostrado que otros animales (en especial los bonobos) exhiben una actividad parecida a la risa humana, el reírse consiste, desde un punto de vista social, en un rasgo de nuestra especie. Sin duda, el hombre es el primate más social, y el que más se ríe. Parece que la función principal de esta respuesta biológica reside en consolidar los lazos en el seno del grupo. Los experimentos científicos confirman cada vez más esta concepción. Ya que la salud del grupo, por lo general, equivale a la de sus miembros, poco a poco se va desentrañando que la risa resulta beneficiosa para el organismo, para superar el estrés y las enfermedades. ¿Cuáles son sus beneficios para el individuo? ¿Y para el grupo?
Todos hemos experimentado el irresistible contagio de un ataque de risa. Algunos psicólogos y neurocientíficos, entre ellos Robert Provine, de la Universidad de Maryland, o Christian Hempelmann, experto en lingüística computacional, han descrito incluso «epidemias de risa». La más espectacular afectó a dos pueblos de la antigua Tanganica y de Uganda en la década de los sesenta del siglo xx. Según cuenta Provine, en una escuela fronteriza de misioneros de Tanzania, tres alumnas comenzaron a reírse a la vez. Sus carcajadas contagiaron rápidamente a 95 de las 159 estudiantes presentes. Cuando las escolares regresaron a Nshamba, pueblo en el que vivían, «infectaron» su acceso de risa a 217 de los 10.000 habitantes del lugar, sobre todo entre los adultos. Otro foco de risa estalló en la escuela del pueblo vecino de Kanyangereka. Tampoco tardó en extenderse entre las madres y los parientes cercanos de los alumnos. En total, la epidemia afectó a alrededor de 1000 personas entre Tanzania y Uganda.

martes, 7 de mayo de 2013

Una dieta a base de cerebro de antílope aceleró la evolución de la especie humana

El consumo de cerebro de antílopes y de ñus dio al 'Homo erectus' la energía suficiente para avanzar en el desarrollo de la especie humana. Es la tesis que sostiene un estudio dirigido por el antropólogo Joseph Ferraro, de la Universidad de Baylor, en Waco (Tejas), tras analizar unos fósiles de animales hallados en la excavación de Kanjera Sur, en Kenia.
Escavación arqueológica en Kenia, en una imagen de archivo.
Según la investigación, uno de los primeros miembros del género 'Homo' que vivió en el este de África hace dos millones de años, probablemente un 'Homo erectus', además de cazar gacelas y otros animales de tamaño relativamente pequeño, practicaban la carroña y aprovechaban los restos que grandes predadores dejaban de antílopes y ñus para comerse sus cerebros. Los científicos sostienen que esto aportaba a su dieta un extra de grasa y nutrientes. Ello habría dado al Homo Erectus la energía necesaria para evolucionar hacia un tamaño mayor de cuerpo y de cerebro y para aumentar su capacidad para recorrer mayores distancias, según explica Ferraro en la revista ScienceNews.
Los científicos han llegado a este conclusión después de analizar huesos de animales --en la excavación se ha encontrado un elevado número de cráneos, en los que había marcas de cortes realizados con instrumentos de piedra--. Los científicos creen que ello prueba que el hombre consumía este tipo de carne. A juicio de Ferraro, el elevado número de cráneos y mandíbulas de antílopes y animales de tamaño similar permite pensar en un escenario en el que los homínidos comían las cabezas que los grandes felinos dejaban tras despedazar el resto del cuerpo.

Cautela

El hallazgo hay que tomarlo todavía con cautela ya que, según apunta el antropólogo Henry Bunn, de la Universidad de Wisconsin-Madison, que dirigió una excavación en Kanjera Sur en el 2010, resulta difícil distinguir a partir de fósiles si los restos son el producto de una caza o de una carroña. El antropólogo Manuel Domínguez-Rodrigo, de la Complutense de Madrid,  también apunta que la elevada presencia de calaveras podría ser casual.