Guéguen, Nicolas
«La risa es propia del hombre.» La
frase pertenece a Henri Bergson (1859-1941), premio nóbel de Literatura
en 1927 y autor, entre otras obras, de La risa (1899). En
cierto modo, el autor tiene razón. Aunque se ha demostrado que otros
animales (en especial los bonobos) exhiben una actividad parecida a la
risa humana, el reírse consiste, desde un punto de vista social, en un
rasgo de nuestra especie. Sin duda, el hombre es el primate más social, y
el que más se ríe. Parece que la función principal de esta respuesta
biológica reside en consolidar los lazos en el seno del grupo. Los
experimentos científicos confirman cada vez más esta concepción. Ya que
la salud del grupo, por lo general, equivale a la de sus miembros, poco a
poco se va desentrañando que la risa resulta beneficiosa para el
organismo, para superar el estrés y las enfermedades. ¿Cuáles son sus
beneficios para el individuo? ¿Y para el grupo?
Todos hemos experimentado el irresistible contagio de
un ataque de risa. Algunos psicólogos y neurocientíficos, entre ellos
Robert Provine, de la Universidad de Maryland, o Christian Hempelmann,
experto en lingüística computacional, han descrito incluso «epidemias de
risa». La más espectacular afectó a dos pueblos de la antigua Tanganica
y de Uganda en la década de los sesenta del siglo xx. Según cuenta
Provine, en una escuela fronteriza de misioneros de Tanzania, tres
alumnas comenzaron a reírse a la vez. Sus carcajadas contagiaron
rápidamente a 95 de las 159 estudiantes presentes. Cuando las escolares
regresaron a Nshamba, pueblo en el que vivían, «infectaron» su acceso de
risa a 217 de los 10.000 habitantes del lugar, sobre todo entre los
adultos. Otro foco de risa estalló en la escuela del pueblo vecino de
Kanyangereka. Tampoco tardó en extenderse entre las madres y los
parientes cercanos de los alumnos. En total, la epidemia afectó a
alrededor de 1000 personas entre Tanzania y Uganda.