viernes, 3 de diciembre de 2010

AL HABLAR EN UN SEGUNDO IDIOMA PENSAMOS DISTINTO, EN MAS DE UN SENTIDO


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La lengua que hablamos puede influir no sólo en nuestros pensamientos, sino también en nuestras preferencias implícitas. Esa es la conclusión a la que se ha llegado en un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Harvard, quienes descubrieron en sus experimentos que las opiniones de las personas bilingües de diferentes grupos étnicos se veían afectadas por el idioma en que se hacía un test para evaluar sus prejuicios y predilecciones.
"A Carlomagno se le atribuye la frase de que hablar otro idioma es poseer otra alma", señala Oludamini Ogunnaike, del equipo de investigación. "Este estudio sugiere que el lenguaje es mucho más que un medio para expresar pensamientos y sentimientos. Nuestro trabajo sugiere que el lenguaje crea y da forma a nuestras ideas y sentimientos".

Las actitudes implícitas, con sus asociaciones positivas o negativas, que las personas pueden poseer inconscientemente, han servido para predecir el comportamiento hacia los miembros de distintos grupos sociales. Las investigaciones recientes han demostrado que estas actitudes son muy maleables y susceptibles a factores como el clima, la cultura popular, o, ahora también, el idioma que la persona hable.

Ogunnaike, Mahzarin R. Banaji, y Yarrow Dunham, ahora en la Universidad de California en Merced, utilizaron el conocido Test de Asociación Implícita, donde los participantes clasifican rápidamente las palabras que aparecen en una pantalla o se reproducen a través de auriculares. En la prueba se permite a los participantes sólo una fracción de segundo para clasificar palabras y, por tanto, no tienen tiempo suficiente como para pensar detenidamente en sus respuestas.

Los investigadores aplicaron este examen en dos escenarios diferentes: en Marruecos, a los bilingües que hablan árabe y francés, y en Estados Unidos a los latinos que hablan inglés y español.

En Marruecos, los participantes que hicieron el Test de Asociación Implícita en árabe mostraron mayor preferencia por otros marroquíes. Cuando hicieron el examen en francés, esa diferencia desapareció. Del mismo modo, en Estados Unidos, los participantes que hicieron la prueba en español mostraron una mayor preferencia por otros hispanos. Pero, al hacerla en inglés, esa preferencia desapareció.

"Fue muy impactante ver cómo una persona podía completar la misma prueba, tras un intervalo breve de tiempo, y mostrar resultados tan diferentes”, confiesa Ogunnaike. "Es como preguntarle en inglés a un amigo si le gustan los helados, y al cabo de un rato volvérselo a preguntar en francés y recibir una respuesta diferente. "

La mente no es feliz cuando divaga

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El 46,9% de las horas que pasamos despiertos pensamos en algo distinto a la actividad que en ese momento se desarrolla y, por lo general, estas excursiones de la mente no resultan muy agradables. Así lo indica un estudio, realizado gracias a una aplicación web de iPhone, que recoge 250.000 pensamientos, sensaciones y acciones registrados por los sujetos a lo largo de sus quehaceres cotidianos.
"La mente humana es una mente errabunda, y una mente errabunda no es feliz", explican Matthew A. Killingsworth y Daniel T. Gilbert, directores de la investigación y psicólogos de la Universidad de Harvard (EE UU). "La capacidad de pensar en algo distinto a la situación en que se está inmerso es un logro cognitivo que tiene su coste emocional".

Pasamos casi la mitad de nuestro tiempo de vigilia pensando en otras cosas distintas del entorno que nos rodea. La investigación, publicada en la revista Science, muestra que el modo innato de funcionamiento del cerebro humano es dejar que la mente deambule.

A diferencia de otros animales, los humanos pasamos mucho tiempo pensando en algo distinto a lo que nos rodea en ese instante: contemplamos sucesos del pasado, sucesos que podrían ocurrir en el futuro o que tal vez jamás tendrán lugar.

Para observar este comportamiento, Killingsworth desarrolló una aplicación web de iPhone que se ponía en contacto con 2.250 voluntarios en intervalos aleatorios y les preguntaba cómo de contentos estaban, qué estaban haciendo en ese momento y si tenían la mente puesta en su actividad o pensaban en algo distinto, ya fuese agradable, neutro o desagradable.

Los sujetos podían elegir entre 22 actividades generales, como caminar, comer, comprar y ver la televisión. En promedio, los participantes informaron de que sus mentes pasaban el 46,9% del tiempo divagando, sin que ese porcentaje descendiese nunca por debajo del 30% al realizar ninguna actividad, salvo mantener relaciones sexuales.

Killingsworth y Gilbert descubrieron que el mayor nivel de felicidad se alcanzaba durante las relaciones sexuales, al hacer ejercicio o mantener una conversación. Cuando descansaban, trabajaban o utilizaban un ordenador personal en casa, es cuando más infelices eran.

"La deambulación o divagación de la mente es un excelente indicador que predice la felicidad de las personas", explica Killingsworth. "De hecho, la frecuencia con que nuestro pensamiento abandona el presente y adónde tiende a ir predice mejor nuestra felicidad que las actividades en que estamos involucrados".

Los investigadores calcularon que solamente un 4,6% de la felicidad de un individuo en un momento dado era atribuible a la actividad específica que estaba llevando a cabo, mientras que la tendencia a deambular y divagar de la mente era responsable aproximadamente de un 10,8% de su felicidad.

Los análisis de desfase temporal realizados por los investigadores apuntan a que la tendencia a divagar y deambular de la mente era en general la causa y no la consecuencia de la infelicidad de los sujetos. (SINC)