Si la forma en nuestros antepasados comieron, cocinaron, exploraron e interactuaron con los demás pudo influenciar nuestros genes. Entonces, ¿cómo afectarán a nuestros niños las nuevas tecnologías y las costumbres actuales?
Uno no debería poder tomar leche. Nuestros ancestros no
podían hacerlo. Fue sólo hace 9.000 años que los humanos adquirimos la
habilidad de hacerlo sin enfermarnos.
Los niños podían tomarla. Pero no fue hasta que el
hombre se dedicó a la producción de lácteos, que los adultos adquirieron
la capacidad de digerir bien la leche.
Resulta ser que las sociedades con una historia de
producción y consumo de lácteos tienen una tasa mucho más alta de
tolerancia a la lactosa -y de su gen asociado- que aquellas que no.
El consumo de leche es sólo uno de los ejemplos en que
las tradiciones y las prácticas culturales pueden influir en el rumbo de
la evolución del hombre.
Tradicionalmente se pensaba que la cultura y la genética
eran dos procesos separados, pero cada vez más los investigadores se
han dado cuenta que están íntimamente relacionadas, y que cada una
influye en la progresión natural de la otra.
A esto los científicos le llaman "coevolución genético-cultural". Pero, ¿por qué es importante?
Si logramos determinar cómo la cultura afecta nuestra
composición genética -y cómo estos procesos se aplican a otras
criaturas- entonces podremos entender mejor cómo la forma en que hoy
actuamos como sociedad influye nuestro futuro.
Otro ejemplo de cómo la cultura ha jugado un papel en la
evolución genética es la relación que hay entre el cultivo de ñame y la
resistencia a la malaria.
La lucha contra la malaria se libra en buena parte de
África. Según en Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos
(CDC por sus siglas en inglés), en 2010 se registraron unos 219 millones
de casos de malaria en todo el mundo, 660.000 de esos afectados
murieron. Más del 90% de los muertos vivía en África.
Sin embargo, algunas personas parecen tener una defensa
natural contra esta enfermedad. Sus glóbulos rojos tienen forma de
medialuna o de hoz, en lugar de discos aplanados. Esta anomalía produce
anemia falciforme que puede tapar los vasos sanguíneos, lo que produce
dolor y daños en los órganos.
¿Malaria o anemia?
En algunas poblaciones de África se ha desarrollado resistencia a la malaria debido a los cultivos de ñame.
En circunstancias normales, la evolución mantiene el
índice de esta enfermedad en valores mínimos porque además de ser muy
dañina puede reducir la expectativa de vida.
No obstante, debido a una peculiaridad biológica, el gen
de la anemia falciforme puede proteger contra la malaria. Por lo tanto,
en aquellas partes del mundo donde la tasa de infección de malaria es
extremadamente alta, como en África, la selección natural puede
favorecer a la anemia.
En el juego de la vida es preferible la protección contra la malaria, incluso con el riesgo potencial de sufrir esta afección.
Y aquí es donde está el dato interesante: aquellas
comunidades que cultivan ñame tienen tasas más altas del gen de la
anemia que otras cercanas donde tienen otro tipo de producción agrícola.
Para poder cultivar ñames hay que talar árboles. "La
tala aumentó la cantidad de agua de lluvia estancada, lo cual
proporcionó un mejor campo de cultivo a los mosquitos portadores de la
malaria", escribe enNature Reviews Genetics el biólogo Kevin Laland de
la University of St. Andrews. Más mosquitos implican más malaria, lo
cual hizo que las células de la anemia se adaptaran.
Si bien es la anemia falciforme la que protege contra la
malaria, fue un comportamiento exclusivamente humano -el cultivo de
ñame- el que le permitió que la evolución actuara.
No todos los ejemplos de coevolución genético-cultural son beneficiosos.
Los polinesios, por ejemplo, tienen una preponderancia de diabetes tipo 2. Es una de las más elevadas a nivel mundial.
Un grupo de investigadores descubrió que los polinesios
tienen una alta tasa de una mutación de un gen llamado PPARGC1A y que
este podría ser el responsable, al menos en parte, de los altos índices
de diabetes tipo 2.
¿Por qué están tan afectados por esta enfermedad?
Especialistas sugieren que puede estar relacionado con la costumbre de
exploradores de sus ancestros.
"Metabolismo ahorrativo"
El pasado de los polinesios pudo haber influido en que hoy en día haya altos índices de diabetes 2.
A medida que los polinesios se asentaban en las islas
del Pacífico, debían soportar largos viajes por mar abierto y resistir
el frío y el hambre. Dichas condiciones podrían haber favorecido un
"metabolismo ahorrativo" que les permitiera crear con la comida
disponible más rápido depósitos de grasa.
La selección natural pudo haber incrementado la
frecuencia de las mutaciones genéticas asociadas. Pero el metabolismo
que pudo haber ayudado a esos exploradores, podría ser hoy en día una de
las causas de obesidad y diabetes tipo 2 en los individuos de la
sociedad actual que cuentan con constantes fuentes de nutrición.
Entonces los polinesios de hoy pueden haber heredado una
susceptibilidad a la diabetes tipo 2. No por vivir un estilo de vida
sedentario, sino porque sus ancestros decidieron subirse a unas canoas y
salir a explorar el planeta.
Si bien estos ejemplos son los que mejor explican la coevolución genético-cultural, expertos han identificado otros.
La domesticación de las plantas puede haber dado un
empujón a los genes que nos permiten neutralizar ciertos compuestos
químicos dañinos que están presentes en las plantas que comemos.
La invención de la cocina pudo haber alterado la
evolución de nuestras mandíbulas y esmalte dental. Mientras que la
aparición del lenguaje y cognición social compleja pudo haber hecho que
la selección natural acelerara el desarrollo del cerebro humano y
sistemas nerviosos.
La influencia cultural en nuestra evolución avanza con rapidez. Sin embargo, actualmente es imposible predecir cómo será.
¿Qué tipo de adaptaciones genéticas veremos como
resultado de nuestra cultura tecnológica? ¿Cómo afectarán las interfaces
humano-máquina, como las prótesis robóticas o los implantes neurales, a
nuestra genética? ¿Obtendrán las culturas propensas a los deportes
violentos adaptaciones contra los traumatismos de cráneo?
No tiene sentido seguir pensando que la genética y la cultura son dos grandes monolitos separados que no interactúan entre sí.
El problema reside en identificar en cómo uno influencia
al otro. "Este es el gran reto del campo de la coevolución
genético-cultural y es un reto formidable", escribe Laland.