A menudo se considera al altruismo como una cualidad
exclusiva de los seres humanos. Muchos propietarios de un animal que
tiene una alta inteligencia, como por ejemplo un perro, un gato o un
pájaro, no están de acuerdo con esa idea de que sólo la especie humana
puede tener los sentimientos que impulsan a la conducta altruista.
Más allá de los casos clásicos de animales salvando la vida a
humanos y protagonizados por los animales domésticos más comunes pero
también por delfines, elefantes y hasta gorilas, crece el número de
estudios científicos que demuestran la existencia de altruismo en otras
especies animales.
Ya se ha demostrado, por ejemplo, que los chimpancés tienen una
inclinación natural hacia el comportamiento prosocial. El hallazgo, del
que ya hablamos tiempo atrás desde NCYT, contradice las conclusiones de
estudios anteriores que describían a los chimpancés como reacios a
comportarse de modo altruista, y que llevaron a creer que el altruismo
humano surgió como una rareza evolutiva y sólo en los últimos seis
millones de años, después de que los seres humanos se separaran
evolutivamente de los simios.
Incluso los reptiles pueden ser altruistas. Por ejemplo, se sabe de
al menos una especie común de lagartijas que muestra comportamientos
altruistas en algunos de sus individuos, los cuales, sin tener
parentesco y pese a ser del mismo sexo, forman pequeñas sociedades
cooperativas, a menudo de sólo dos individuos, para proteger sus
territorios. Estas sociedades suelen ser mutuamente beneficiosas,
permitiendo a ambos amigos engendrar más crías de las que podrían si
actuasen por separado. Bajo ciertas circunstancias, sin embargo, un
macho en el dúo de machos puede llegar a engendrar pocas crías o ninguna
como resultado de proteger a su socio de las violentas incursiones de
otros machos de la misma especie, más agresivos y sin lazos de amistad
con ellos. Este tipo de cooperación, en la cual un individuo puede
llegar a soportar todos los costos mientras que otro individuo no
emparentado recibe los beneficios, se llama "altruismo verdadero."
El caso más nuevo de altruismo animal tiene como protagonistas a
roedores. Y es también uno de los más contundentes. En experimentos con
ratas de laboratorio, se comprobó recientemente la existencia de
conducta altruista basada en la empatía. Estos animales liberaban, en
reiteradas ocasiones, a un compañero sin más lazos que la convivencia
mutua, de un tubo en el que estaba encerrado.
Los resultados de esta última investigación colocan el origen del
comportamiento altruista prosocial en un punto más antiguo de lo que se
creía en el árbol genealógico evolutivo.
Hay muchos textos en la literatura científica que respaldan la idea
de que la empatía no es exclusiva de los seres humanos, y se ha
demostrado también en simios, pero en los roedores no estaba muy clara,
hasta ahora, la existencia de altruismo basado en la empatía. El equipo
de los psicólogos Jean Decety, Inbal Ben-Ami Bartal y Peggy Mason, de la
Universidad de Chicago, ha verificado, en una serie de experimentos,
que los roedores deciden ayudar a sus congéneres, movidos por su
empatía.
Momento de uno de los experimentos. Foto: Inbal Ben-Ami Bartal.
En los experimentos, dos roedores que habían vivido juntos (en una
jaula acogedora que les servía de vivienda en el laboratorio) y que por
tanto se conocían, eran sometidos a situaciones muy distintas: Uno era
colocado en un tubo cerrado, del que sólo se podía salir por una puerta
que sólo se podía abrir desde fuera. El segundo vagaba libre en la
vivienda, pudiendo circular alrededor del tubo cerrado, siendo capaz de
ver y escuchar a su compañero atrapado, pero sin estar obligado a
ayudarle.
Los investigadores observaron que el cobaya libre actuaba más
agitadamente cuando su compañero estaba atrapado dentro del tubo, en
comparación con su actividad cuando el tubo estaba vacío. Esta respuesta
ofrece evidencia de un "contagio emocional", un fenómeno frecuentemente
observado en humanos y animales, en el que un individuo comparte el
miedo, la angustia o incluso, hasta cierto punto, el dolor, sufridos por
otro sujeto.
Mientras que el contagio emocional es la forma más simple de
empatía, las acciones posteriores de los roedores claramente constituyen
conductas de ayuda activa, una expresión mucho más compleja de la
empatía. Después de varias sesiones diarias de encierro en el tubo, el
cobaya libre aprendió a abrir la puerta del tubo para liberar a su
compañero. Aunque lo hacía con lentitud al principio, una vez que el
roedor descubría la forma de liberar a su compañero, entraba en acción
casi inmediatamente cada vez que éste era encerrado en el tubo.
Es importante aclarar que los investigadores no adiestraron a los
roedores para que aprendieran a abrir la puerta del tubo. Éstos lo
aprendieron por su propia cuenta, motivados por sus impulsos internos de
buscar un modo de liberar a su compañero.
De izquierda a derecha: Jean Decety, Inbal Ben-Ami Bartal y Peggy Mason: Foto: Megan E. Doherty.
Para emprender esa acción, no había pues ninguna otra razón que no
fuese la de terminar con la angustia de los congéneres atrapados.
Como prueba del poder de este impulso altruista, otro experimento
fue diseñado para que los roedores libres eligiesen entre liberar a su
compañero o darse un festín de chocolate. Dos tubos fueron colocados en
la jaula-vivienda con el roedor libre: Uno que contenía a su compañero, y
otro que albergaba varios trocitos de chocolate. Aunque el roedor libre
tenía la opción de comerse todo el chocolate antes de liberar a su
compañero, el animal no mostraba una mayor tendencia a abrir el
contenedor del chocolate antes que la puerta del tubo donde estaba
atrapado su amigo.
Esto es una demostración inequívoca de que ayudar a su compañero
era tan importante como pudiera serlo obtener una comida sabrosa sin
tener que compartirla.
Al haberse establecido este modelo de comportamiento empático, los
investigadores están ahora llevando a cabo experimentos adicionales.
Debido a que no todas las ratas de laboratorio aprendieron a abrir la
puerta y liberar a su compañera, los nuevos experimentos y análisis van
encaminados a comparar estos individuos con los que sí se las arreglaron
para liberar a su compañero, con el fin de buscar el origen biológico
de las diferencias de comportamiento. Los primeros resultados sugieren
que las hembras tienen más probabilidades que los machos de esforzarse
con éxito en el reto de hallar un modo de liberar a su congénere. Esto
último quizás refleja el importante papel de la empatía en la
maternidad, lo que podría proporcionar otra vía de estudio.
Jaak
Panksepp es una autoridad internacional en el estudio de las emociones
experimentadas por los animales. Foto: Washington State University.
El tema del altruismo de los animales lo conoce bien Jaak Panksepp,
especialista en Ciencia del Bienestar Animal y profesor de Veterinaria y
Anatomía Comparada, Farmacia y Fisiología, en la Universidad Estatal de
Washington.
Panksepp cree que el Ser Humano no tiene el monopolio de las
emociones, sino que la desesperación, la alegría y el amor son
respuestas arcaicas y elementales que han ayudado a todo tipo de
criaturas a sobrevivir y prosperar en el mundo natural.
Nacido en Estonia, Panksepp ha sido pionero en la investigación
sobre cómo las emociones surgen de las partes profundas y más antiguas
del cerebro. Y es un impulsor de una nueva especialidad científica que
él define como "Neurociencia Afectiva". Ésta consiste en el estudio de
los procesos básicos para crear y controlar los estados de ánimo, los
sentimientos y las actitudes en personas y animales.
Panksepp denuncia que aún hay bastante oposición en la comunidad
científica hacia la noción de que los animales tienen experiencias
afectivas y que éstas pueden y deben ser estudiadas de manera empírica.
Argumenta que, pese a ello, los avances recientes en neurociencia están
permitiendo a muchos científicos examinar cómo los sentimientos de los
animales influyen en su conducta, su memoria y su capacidad de
aprendizaje.
Panksepp expresa sus fascinantes puntos de vista en esta entrevista
realizada por la oficina de prensa de la Universidad Estatal de
Washington y que nos brinda Eric Sorensen:
Los seres humanos creemos que somos los animales con los mejores
sentimientos y seguramente con una mayor capacidad para la empatía que
otras criaturas. ¿Es ésta una suposición errónea? ¿Por qué?
No cabe duda de que todos los animales tienen sentimientos. La
ciencia lo apoya. Y todos nuestros sentimientos básicos más fuertes
provienen de redes cerebrales que compartimos con todos los mamíferos.
Lamentablemente, en la actualidad no podemos comparar científicamente la
intensidad o la grandeza de los sentimientos entre especies.
Sin embargo, debido a que tenemos una mayor capacidad para
pensar, podemos hacer más con nuestras emociones que otros animales.
Podemos componer música, escribir poesía... Y debido a nuestras
habilidades mentales superiores, tenemos también una mayor capacidad
tanto para mostrar empatía hacia los extraños como también crueldad.
Jaak Panksepp (derecha) con Eric Sorensen. Foto: Washington State University.
Si he entendido bien, la lógica de atribuir empatía a los animales
nace de la forma en que nuestro cerebro refleja nuestra evolución.
Nuestros pensamientos, y sentimientos de orden superior, radican en las
capas externas más recientemente evolucionadas, pero la clave es que las
emociones básicas están ubicadas a mayor profundidad, en el centro. Y
aunque un animal tenga un cerebro más rudimentario, éste todavía ejerce
funciones básicas que pueden incluir la empatía. ¿Es correcto?
De hecho, los mamíferos compartimos las herramientas básicas
para los sentimientos y el aprendizaje y quizás incluso el pensamiento.
La empatía se refleja en todos estos niveles. Pero nuestra capacidad de
empatía probablemente se derrumbaría sin las emociones básicas que
compartimos con otros mamíferos.
El contagio emocional, una forma primitiva de sentimientos de
empatía, parece universal entre los mamíferos. La capacidad de imaginar
lo que otros a nuestro alrededor piensan y sienten, parece estar mucho
más desarrollada en nosotros que en cualquier otra criatura, salvo
algunas como los delfines, cuyos cerebros son grandes y complejos,
similares a los nuestros. De hecho, en los delfines ciertas áreas
cerebrales, asociadas a las emociones, son mayores que las nuestras, y
probablemente son necesarias para formas superiores de empatía y
sentimientos positivos hacia los demás.
¿Por qué se resiste la gente a la noción de que los animales pueden tener experiencias afectivas?
No creo que los amantes de los animales tengan muchas dudas
sobre el hecho de que estos tienen sentimientos. La mayoría de los
científicos sí tiene un poco más de dudas. Hasta ahora, la comunidad
científica no ha llegado a un consenso sobre cómo estudiar los distintos
tipos de sentimientos básicos que tenemos los humanos, y que
seguramente tienen muchos otros animales.
Los seres humanos podemos tener una mayor capacidad de compasión y
de empatía debido en parte a nuestra conciencia, pero a veces nos
comportamos peor que las ratas. Si se logra conocer a fondo la capacidad
instintiva de la empatía en los demás animales, ¿este conocimiento nos
ayudaría a ser más humanos en el sentido humanístico?
Sí, creo que cuanto más sepamos sobre las emociones de otros
animales, más entenderemos nuestras propias emociones. Sin los sistemas
emocionales arcaicos que compartimos todos los mamíferos, nuestra
capacidad de conciencia estaría drásticamente mermada. Cuanto más
sepamos sobre nuestras emociones animales, que sustentan al resto de
nuestra maquinaria mental, más ideas tendremos acerca de cómo ser
mejores personas.