miércoles, 28 de mayo de 2008

Lucy


Dos recientes hallazgos amplían nuestros conocimientos sobre cómo nos pusimos en pie El estudio de la bipedestación es una de las grandes líneas de trabajo de la paleoantropología. Dos recientes hallazgos permitirán, según sus autores, dar importantes aportaciones para conocer cómo fue ese largo proceso que nos permite ver el mundo desde una cierta altura. Esos fósiles tan prometedores están datados en torno a los cuatro millones de años, el límite a partir del cual se abre una gran zona oscura del estudio de nuestro pasado más remoto por la escasez de restos materiales. Oviedo, Andrés MONTES El sencillo movimiento de ponerse en pie tiene tras de sí al menos cinco millones de años de evolución. Es un proceso muy anterior a la aparición del género humano, una presencia que data de unos dos millones y medio de años. El bipedismo, mantenernos sobre dos pies, constituye una de las singularidades cruciales de nuestra especie, junto con el tamaño del cerebro y el buen partido que, pese a tantos dislates, le sacamos. El principio fue poner cabeza erguida y lo más lejos posible del suelo. Ahí empezó la larga carrera humana. Richard Leakey, una de las principales figuras de la paleoantropología mundial y miembro de una saga familiar en la que todos sus miembros han hecho méritos para estar en los libros, asegura que «el primer humano fue un simio bípedo». Leakey, en un estudio que firma junto a Roger Lewin, considera que «el árbol humano arraigó hace 7,5 millones de años, pero no hay evidencia fósil entre ese momento y hace cuatro millones de años». Conviene aclarar que cuando hablan de «árbol humano» aluden a nuestros probables ancestros más remotos, no a la aparición de nuestro género como tal. Desde que ambos escribieron esas palabras hace ya una década, hubo hallazgos tan relevantes como controvertidos. Es el caso de «Toumaï», el que quizá fue el primer homínido, localizado en 2001 y con una datación entre los seis y los siete millones de años. Son aportaciones, discusiones al margen, trascendentes por su excepcionalidad y por lo que pueden contribuir a llenar ese amplio período de sombra en el estudio de nuestra evolución. Lo que se puede afirmar es que levantarnos sobre dos pies no fue un acontecimiento repentino ni la bendición para una especie elegida. Salvador Moyá, uno de los «padres» de «Pau», un antropoide de hace trece millones de años hallado en Cataluña y que se supone es el último antepasado común entre los humanos y los grandes monos, considera que «el bipedismo ha evolucionado más de una vez en los primates y plantea la duda de si no ha podido pasar lo mismo en el seno de los homínidos». Queda claro, a efectos de relacionar nuestras dos principales marcas biológicas de identidad, que, en palabras de Moyá, «el bipedismo precedió a cualquier modificación del tamaño cerebral y, por supuesto, a cualquier manifestación cultural». Que una cosa haya ocurrido antes no significa que sea causa de la otra y, para evitar confusiones, hay que decir que no existe un nexo causal entre el andar erguido y el desarrollo de nuestro cerebro. Para Moyá, «los australopitecos son la prueba de que no existe una relación directa entre el tamaño del cerebro y el bipedismo, ya que este último precedió en más de un millón de años a cualquier modificación relevante del cerebro». Sin embargo, de no habernos puesto en pie no seríamos hoy lo que somos. «El bipedismo fue un requisito previo para la evolución de un ser de gran cerebro: esta postura permitía un adecuado equilibrio de la pesada cabeza y dejaba las manos libres para la fabricación de instrumentos», concluye el investigador catalán. Cambio de entorno En ese proceso de ponerse en pie, hay primero, hace unos siete millones de años, un cambio de entorno: la aparición de la sabana y el retroceso de los grandes bosques en toda la zona oriental del valle del Rift. La reducción de la vida arborícola y la posibilidad de explotar nuevos nichos alimenticios con la liberación progresiva de la mano, que al dejar de tener funciones locomotoras se refina y adquiere nuevas potencialidades, abrían el camino del éxito evolutivo a aquellos homínidos que comenzaban a adoptar la postura erguida. Éste sería, muy en síntesis, el proceso seguido. El principal defensor de la hipótesis de que una gran alteración ecológica, como consecuencia del hundimiento del Rift, propició el desarrollo de la bipedestación es el paleoantropólogo francés Yves Coppens, «padre», junto con Donald Johanson y Maurice Taieb, de una de las criaturas que más nos ha enseñado sobre nuestro particular alzamiento. El hallazgo de «Lucy», para la que se acuñaría la especie de Australopithecus afarensis, hace más de treinta fue un acontecimiento. Leakey fija su importancia al señalar que «hasta que apareció el esqueleto de "Lucy" los antropólogos no tenían pruebas tangibles de bipedismo en una especie humana que tuviera más de dos millones de años de antigüedad. Los huesos de la pelvis, las piernas y los pies de "Lucy" resultaron pistas vitales». «Lucy» fue «la prehumana más hermosa de las sabanas del Afar etíope, que acababa de cumplir una veintena hace tres millones de años cuando falleció trágicamente ahogada en el lago de Hadar», según la retrata Coppens en el prólogo a su último libro, «La rodilla de "Lucy"», recién aparecido en España. Con poco más de un metro de altura y en torno a los veinte kilos de peso y un cerebro pequeño, «Lucy» adquirió pronto cierto aire de icono sobre nuestros orígenes. Sabemos que se mantenía erguida, aunque no podía permanecer mucho tiempo inmóvil en esa postura por ciertas peculiaridades de su constitución, y su locomoción era bípeda pero desequilibrada, lo que la obligaría a andar al trote para recuperar con rapidez cierta estabilidad, según establece Yves Coppens. El fémur de «Lucy» es «la bisagra de oro (y de hueso) entre el bípedo y el arborícola», apunta su padre científico, para quien su estructura ósea viene a demostrar que no surgió «de una vez por todas, un buen día, un único bipedismo del que nosotros somos los herederos, sino que este tipo de locomoción se había presentado varias veces... y cada uno de esos bipedismos había vivido su propia historia». Para Coppens, la que ha sido su objeto de estudio durante más de un cuarto de siglo hace evidente la evolución del ser humano a partir de los primates. Hoy «Lucy» ha quedado desplazada de nuestro linaje directo en favor de un primo hermano suyo, el Australopithecus anamensis. El propio Coppens reconoce que el anamensis «es quizá la respuesta correcta a la investigación de cuál es el australopiteco que dio lugar realmente al género Homo». Pese a ello, «en lo que encierra su símbolo, "Lucy" sigue siendo incontestablemente ese ancestro de la humanidad que hemos creído». «Lucy» conserva, sin embargo, todavía su estatuto de hito de la paleoantropología, tanto por el número de fragmentos disponibles para la reconstrucción de su esqueleto -más de medio centenar de piezas, algo inusual en especímenes de tanta antigüedad- como por el hecho de poner la marca temporal muy atrás, en los 3.180.000 años que ofrece la última datación. Dos hallazgos Ahora dos hallazgos, anunciados con apenas tres días de diferencia, amenazan con desbancarla de esa posición. El primero de ellos es un vecino suyo, localizado a 60 kilómetros de donde en 1974 apareció ella, en las colinas de Afar, en Etiopía. Bruce Latimer, especialista del Museo de Historia Natural de Cleveland, Ohio, responsable del hallazgo junto al etíope Yohannes Haile-Selassie, asegura haber encontrado allí «el bípedo más antiguo del mundo», con una datación de cuatro millones de años. Latimer pronostica que ese fósil «revolucionará la manera en que entendemos la evolución humana» y apunta dos detalles. Su espécimen «tiene piernas más largas que "Lucy" y es más antiguo que ella, lo cual es extraño», al tiempo que señala que «con sólo observar la forma del tobillo podemos asegurar que era bípedo». Haile-Selassie, por su parte, muestra su confianza en que «los nuevos descubrimientos permitan completar la brecha sobre el período de la evolución anterior a "Lucy"». Quizás por el anuncio de este hallazgo, y por efecto de la competencia que puede ser determinante en el devenir de la ciencia, apenas tres días después, en Viena, un equipo de antropólogos dio a conocer la existencia de un fémur -pieza capital en este tipo de investigaciones- también localizado en Etiopía y con una antigüedad que oscila entre los 3,75 y los 4,5 millones de años. Horst Seidler, el jefe del equipo responsable del descubrimiento, considera que ese fémur perteneció con toda probabilidad a un australopiteco que andaba erguido y se encontraba en una fase de transición entre la marcha a cuatro patas y la bípeda. «Lo probable es que anduvieran sobre dos pies, pero todavía estaban muy capacitados para escalar árboles», afirma Seidler, quien cuestiona la importancia de una alteración ecológica de gran magnitud y la propagación de la sabana como origen de la bipedestación y se inclina más por pensar que fue la liberación de las manos y sus consiguientes ventaja evolutiva lo que propició este cambio.

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