9 de Junio de 2010. Mire usted fijamente a la cara de un desconocido durante mucho rato y probablemente ocurran dos cosas: se sentirá incómodo, y tendrá la sensación de que al desconocido no le gusta que le mire con tanta insistencia. Para la mayoría de las personas, ese tipo de percepción social aparece de modo natural. Pero no ocurre así para quienes tienen el síndrome de Williams.
Esta enfermedad genética, que afecta a una entre cada 7.500 personas aproximadamente, crea una amplia variedad de anomalías físicas, problemas de aprendizaje y rarezas en la conducta, incluyendo una fascinación anómala hacia los rostros.
Tal como señala el Dr. Allan Reiss, profesor de psiquiatría y ciencias de la conducta en la Universidad de Stanford, quien ha estudiado el síndrome de Williams durante casi 25 años, las personas con este síndrome exhiben un perfil de conducta social que, en ciertos aspectos, es el opuesto al que se suele asociar al autismo. Los individuos con el síndrome de Williams se sienten más impulsados a relacionarse socialmente con otros, particularmente en interacciones cara a cara.El equipo de investigación realizó escaneos de resonancia magnética funcional por imágenes en 16 adultos con el síndrome de Williams, y se descubrió que sus cerebros muestran una enorme cantidad de actividad en la corteza fusiforme, una región cerebral que procesa información sobre rostros.
Los adultos con este síndrome también emplean casi el doble de su corteza fusiforme para procesar rostros, en comparación con adultos sanos.
Dado que todas las personas con el síndrome de Williams carecen de los mismos genes, los investigadores están usando sus hallazgos para averiguar si la mayor actividad cerebral que han detectado es consecuencia de la configuración genética del individuo.
Y las respuestas, que los investigadores esperan obtener con más experimentos que ya están planeando, pueden ayudar a determinar el grado en el que la genética moldea las conductas sociales en el síndrome de Williams. Información adicional en:
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