Un estudio publicado esta semana ofrece uno de los primeros ejemplos más allá del Homo sapiens
de cómo la cultura puede modelar la evolución de una especie hasta
diferenciarla de otros grupos, tanto como se diferencian un esquimal de
un japonés o un cazador y recolector de un agricultor. Los humanos,
viene a concluir el trabajo, no somos los únicos capaces de cambiar
nuestra biología gracias a comportamientos aprendidos de nuestros
mayores.
El estudio, publicado en Nature Communications,
se centra en las orcas, el mayor de los delfines y uno de los mamíferos
más inteligentes y sociales. Investigadores de siete países han
analizado el genoma de 50 individuos de cinco poblaciones repartidas por
el Pacífico, el Ártico y Antártico. Las orcas son cazadores versátiles y
especializados en nichos muy concretos. Algunos grupos han aprendido a
vivir solo de peces en un territorio bastante limitado del Pacífico
Norte mientras otros recorren zonas mucho más amplias del mismo océano
atrapando solo otros mamíferos marinos, sin apenas interactuar o
competir un grupo con otro.También hay orcas especializadas en aves y
otras en reptiles. Cerca del estrecho, en Gibraltar, viven dos grupos
fascinantes de estos animales. Uno lleva cazando atunes durante
generaciones sin prestar atención a los humanos que faenan en esas
aguas. El otro ha aprendido a seguirlos y comerse solo los que atrapan los pescadores de palangre. Ninguno de los dos grupos cambia su estrategia.
Los resultados del estudio apuntan a que el ancestro de
todas las orcas vivió hace unos 250.000 años. Desde entonces estos
mamíferos se han extendido por todos los océanos, del Ártico a la
Antártida, adaptándose a cada entorno, “una diversificación muy rápida
en una escala temporal comparable a la de los humanos modernos”, dice el
estudio. El trabajo apunta a que los diferentes grupos de orcas
actuales, bien diferenciados genéticamente, provienen de un grupo
fundador de unos pocos cientos de individuos. La separación comenzó
justo después de un episodio de reducción de la población, un cuello de
botella que les obligó a buscar nuevas formas de sobrevivir. Y desde
entonces, esas nuevas especializaciones han surgido en varias ocasiones.
En Gibraltar viven dos grupos fascinantes de
estos animales. Uno lleva cazando atunes durante generaciones sin
prestar atención a los humanos que faenan en esas aguas. El otro ha
aprendido a seguirlos y comerse solo los que atrapan los pescadores de
palangre
Los autores del trabajo definen la cultura como una
información que modifica el comportamiento y se puede transmitir de
“unos individuos a otros por o el aprendizaje”. Su conclusión es que, al
igual que en los humanos, las orcas han creado su propia cultura, la
han transmitido de generación en generación y eso ha acabado por cambiar
sus genes aportándoles nuevas adaptaciones a su entorno, ya sean aguas
gélidas o una nueva dieta.
“Este es uno de los primeros casos en los que hemos
descubierto cómo el comportamiento aprendido determina la evolución y no
al revés”, explica a Materia Jochen Wolf, biólogo evolutivo de
la Universidad de Uppsala (Suecia) y autor principal del estudio. “Esto
es muy comparable a los humanos y nos muestra que nos somos el único
animal que evoluciona gracias a la cultura”, resalta.
Matriarcado
Se sabe que los primeros agricultores desarrollaron
adaptaciones genéticas para tolerar la lactosa por el consumo continuado
de productos lácteos. También que los inuit de Groenlandia eran gentes
del Este de Asia que conquistaron el Ártico gracias a su capacidad para
transmitir culturalmente nuevas técnicas de caza y supervivencia. Esa
adaptación cultural provocó nuevas adaptaciones genéticas, como digerir
mejor las grasas y aguantar las gélidas temperaturas del Ártico. En su
estudio, Wolf y el resto de su equipo señalan varias adaptaciones
similares que habrían surgido en las orcas y que les ayudan a vivir en
aguas más frías o consumir solo un tipo de presas frente a otras.
El estudio resalta que, al igual que los humanos, las orcas
también tienen un largo periodo de aprendizaje en el que la cría no se
separa de la madre u otras hembras del grupo. Son ellas las que
transmiten la cultura en esta especie, en parte porque viven mucho
tiempo después de haber perdido la capacidad reproductora (las abuelas
también enseñan). Para Wolf, hasta ahora la ciencia se ha centrado casi
en exclusiva en los humanos en este tipo de estudios. En trabajo resalta
que resultados como este invitan a buscar nuevas especies en las que la
transmisión cultural haya impulsado la evolución.
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