viernes, 3 de diciembre de 2010

AL HABLAR EN UN SEGUNDO IDIOMA PENSAMOS DISTINTO, EN MAS DE UN SENTIDO


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La lengua que hablamos puede influir no sólo en nuestros pensamientos, sino también en nuestras preferencias implícitas. Esa es la conclusión a la que se ha llegado en un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Harvard, quienes descubrieron en sus experimentos que las opiniones de las personas bilingües de diferentes grupos étnicos se veían afectadas por el idioma en que se hacía un test para evaluar sus prejuicios y predilecciones.
"A Carlomagno se le atribuye la frase de que hablar otro idioma es poseer otra alma", señala Oludamini Ogunnaike, del equipo de investigación. "Este estudio sugiere que el lenguaje es mucho más que un medio para expresar pensamientos y sentimientos. Nuestro trabajo sugiere que el lenguaje crea y da forma a nuestras ideas y sentimientos".

Las actitudes implícitas, con sus asociaciones positivas o negativas, que las personas pueden poseer inconscientemente, han servido para predecir el comportamiento hacia los miembros de distintos grupos sociales. Las investigaciones recientes han demostrado que estas actitudes son muy maleables y susceptibles a factores como el clima, la cultura popular, o, ahora también, el idioma que la persona hable.

Ogunnaike, Mahzarin R. Banaji, y Yarrow Dunham, ahora en la Universidad de California en Merced, utilizaron el conocido Test de Asociación Implícita, donde los participantes clasifican rápidamente las palabras que aparecen en una pantalla o se reproducen a través de auriculares. En la prueba se permite a los participantes sólo una fracción de segundo para clasificar palabras y, por tanto, no tienen tiempo suficiente como para pensar detenidamente en sus respuestas.

Los investigadores aplicaron este examen en dos escenarios diferentes: en Marruecos, a los bilingües que hablan árabe y francés, y en Estados Unidos a los latinos que hablan inglés y español.

En Marruecos, los participantes que hicieron el Test de Asociación Implícita en árabe mostraron mayor preferencia por otros marroquíes. Cuando hicieron el examen en francés, esa diferencia desapareció. Del mismo modo, en Estados Unidos, los participantes que hicieron la prueba en español mostraron una mayor preferencia por otros hispanos. Pero, al hacerla en inglés, esa preferencia desapareció.

"Fue muy impactante ver cómo una persona podía completar la misma prueba, tras un intervalo breve de tiempo, y mostrar resultados tan diferentes”, confiesa Ogunnaike. "Es como preguntarle en inglés a un amigo si le gustan los helados, y al cabo de un rato volvérselo a preguntar en francés y recibir una respuesta diferente. "

La mente no es feliz cuando divaga

LA MENTE NO ES FELIZ CUANDO DIVAGA PDF Imprimir E-mail


El 46,9% de las horas que pasamos despiertos pensamos en algo distinto a la actividad que en ese momento se desarrolla y, por lo general, estas excursiones de la mente no resultan muy agradables. Así lo indica un estudio, realizado gracias a una aplicación web de iPhone, que recoge 250.000 pensamientos, sensaciones y acciones registrados por los sujetos a lo largo de sus quehaceres cotidianos.
"La mente humana es una mente errabunda, y una mente errabunda no es feliz", explican Matthew A. Killingsworth y Daniel T. Gilbert, directores de la investigación y psicólogos de la Universidad de Harvard (EE UU). "La capacidad de pensar en algo distinto a la situación en que se está inmerso es un logro cognitivo que tiene su coste emocional".

Pasamos casi la mitad de nuestro tiempo de vigilia pensando en otras cosas distintas del entorno que nos rodea. La investigación, publicada en la revista Science, muestra que el modo innato de funcionamiento del cerebro humano es dejar que la mente deambule.

A diferencia de otros animales, los humanos pasamos mucho tiempo pensando en algo distinto a lo que nos rodea en ese instante: contemplamos sucesos del pasado, sucesos que podrían ocurrir en el futuro o que tal vez jamás tendrán lugar.

Para observar este comportamiento, Killingsworth desarrolló una aplicación web de iPhone que se ponía en contacto con 2.250 voluntarios en intervalos aleatorios y les preguntaba cómo de contentos estaban, qué estaban haciendo en ese momento y si tenían la mente puesta en su actividad o pensaban en algo distinto, ya fuese agradable, neutro o desagradable.

Los sujetos podían elegir entre 22 actividades generales, como caminar, comer, comprar y ver la televisión. En promedio, los participantes informaron de que sus mentes pasaban el 46,9% del tiempo divagando, sin que ese porcentaje descendiese nunca por debajo del 30% al realizar ninguna actividad, salvo mantener relaciones sexuales.

Killingsworth y Gilbert descubrieron que el mayor nivel de felicidad se alcanzaba durante las relaciones sexuales, al hacer ejercicio o mantener una conversación. Cuando descansaban, trabajaban o utilizaban un ordenador personal en casa, es cuando más infelices eran.

"La deambulación o divagación de la mente es un excelente indicador que predice la felicidad de las personas", explica Killingsworth. "De hecho, la frecuencia con que nuestro pensamiento abandona el presente y adónde tiende a ir predice mejor nuestra felicidad que las actividades en que estamos involucrados".

Los investigadores calcularon que solamente un 4,6% de la felicidad de un individuo en un momento dado era atribuible a la actividad específica que estaba llevando a cabo, mientras que la tendencia a deambular y divagar de la mente era responsable aproximadamente de un 10,8% de su felicidad.

Los análisis de desfase temporal realizados por los investigadores apuntan a que la tendencia a divagar y deambular de la mente era en general la causa y no la consecuencia de la infelicidad de los sujetos. (SINC)

martes, 23 de noviembre de 2010

La cultura rige también la actividad del cerebro


La cultura, así como el nivel de identificación que tengamos con ella, no sólo condiciona nuestros comportamientos, sino que también rige los patrones de la actividad neuronal, según un estudio llevado a cabo en Estados Unidos con individuos de dos grupos culturales diferentes. A través de imágenes de resonancia magnética funcional, la investigación descubrió enormes diferencias entre los patrones neuronales de ambos grupos culturales, así como la gran actividad neuronal que se despliega en las áreas cerebrales relacionadas con la atención, cuando se emiten juicios alejados de nuestra cosmovisión cultural. Por Yaiza Martínez. 

La cultura condiciona la forma en que usamos el cerebro, señala un estudio del McGovern Institute for Brain Research, del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por un equipo de investigadores de la Stony Brook University de Nueva York, del MIT, y de la Stanford University de California.

A esta conclusión han llegado los científicos a partir de una serie de exploraciones de resonancia magnética funcional (fMRI -tecnología que permite medir la respuesta hemodinámica (respuesta de regulación dinámica del flujo de sangre) vinculada a la actividad neuronal- de los cerebros de 20 personas, 10 de ellas orientales recién llegados a Estados Unidos, y otras 10 de origen norteamericano, informa el MIT en un comunicado.

Los resultados obtenidos de dichas exploraciones han demostrado por vez primera que la cultura en que crecemos, así como el nivel de identificación que tengamos con ella, influye en los patrones de la actividad cerebral de nuestras neuronas. Los científicos han publicado un artículo al respecto en la revista especializada Psychological Science.

Memoria y percepción condicionadas

En ella explican que investigaciones anteriores sobre el comportamiento, en las que se ha basado el presente estudio, habían demostrado que las personas procedentes de contextos culturales occidentales rinden mejor en tareas en las que se enfatizan las dimensiones independientes (absolutas) en lugar de las dimensiones interdependientes (relativas), y que exactamente a la inversa sucede con las personas que proceden de contextos orientales.

Así, el hecho de que la cultura americana, de valores individualistas, acentúe la independencia de los objetos en relación a sus contextos, mientras que en las sociedades de Extremo Oriente se acentúe lo colectivo y la interdependencia contextual de los objetos, afecta a las percepciones.

Dichas investigaciones anteriores habían demostrado asimismo que estas diferencias culturales pueden influir también en la memoria. En el origen de la presente investigación estaba la pregunta de si estas diferencias culturales podrían condicionar incluso la actividad neuronal del cerebro.

Para descubrirlo, los científicos, liderados por John Gabrieli, del McGovern Institute for Brain del MIT, pidieron a los participantes en la investigación que realizaran rápidos juicios de percepción de una serie de imágenes presentadas, al mismo tiempo que sus cerebros eran escaneados con la fMRI.

Cultura en la actividad cerebral

Según explica la Stony Brooks University, las respuestas de los participantes, simultáneas a la medición de su actividad cerebral, sirvieron para medir su percepción de la independencia o interdependencia de los objetos.

Las imágenes presentadas consistían en diagramas consecutivos en los que había una línea vertical dentro de una caja. A los participantes se les mostró una serie de estos dibujos para que emitieran su juicio de percepción en función de dos reglas: una de ellas les exigía ignorar el contexto y definir la longitud de la línea sin tener en cuenta el tamaño de los cuadrados (juicio absoluto). La otra regla consistía en tener en cuenta el contexto, y comparar las proporciones de las líneas con los cuadrados en los que estaban (juicio relativo).

Los cerebros de todos los participantes fueron sometidos a las mediciones del escáner mientras realizaban estos juicios aplicando los dos tipos de reglas. La intención era descubrir si los patrones de actividad cerebral diferían según una u otra norma de atención.

Las tareas eran lo suficientemente fáciles como para que los dos grupos las llevaran a cabo correctamente, pero sí hubo diferencia en la actividad cerebral medida. Los individuos de ambos grupos mostraron patrones de actividad cerebral distintos en el momento de realizarlas: la activación de determinadas áreas del cerebro era mucho menor cuando los juicios emitidos coincidían con los valores de sus culturas.

Implicación cultural y percepción

Según el artículo aparecido en Psychological Science, “en cada grupo, la activación en las regiones frontal y parietal del cerebro, que se sabe están asociadas al control de la atención, fue mayor durante la emisión de juicios no-preferidos culturalmente que durante la emisión de juicios preferidos culturalmente”.

Los científicos quedaron sorprendidos por la magnitud de la diferencia de los patrones neuronales entre ambos grupos culturales, así como de la enorme actividad neuronal vinculada al sistema de atención del cerebro que se ponía en marcha cuando los participantes emitían juicios alejados de su cosmovisión cultural.

Profundizando más en este fenómeno, los investigadores descubrieron que en aquellos individuos más identificados con su cultura, el efecto neuronal de los juicios que les resultaban “extraños”, se acentuaba aún más que en el resto de individuos de su misma cultura, pero menos implicados en ella.

Utilizando una serie de cuestionarios de preferencias y valores en las relaciones sociales de los participantes, calibraron su grado de identificación con su propia cultura. Así, pudo demostrarse que, en ambos grupos, una identificación más fuerte se correspondía con un patrón más intenso de activación cerebral específico de cada cultura.

De esta manera, explican los investigadores, “el trasfondo cultural individual, así como el grado en que un individuo da crédito a sus valores culturales, modera la activación de las redes del cerebro implicadas, incluso durante la realización de tareas visuales y de atención muy simples”.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Los macacos saben hacer amigos

Los macacos macho de la especie Macaca assamensis establecen relaciones cercanas y estables con otros machos de su grupo con los que no están emparentados. Estas relaciones son parecidas a las de amistad en seres humanos, y la motivación para mantener estos lazos es de naturaleza política, según revela un artículo publicado en la revista Current Biology.

Oliver Schülke, de la Universidad Georg August-Göttingen de Alemania, y su equipo se centraron en estudiar el comportamiento de los machos salvajes de la familia del macaco de Assam (Macaca assamensis), que viven en Tailandia. El estudio demuestra que los machos mantienen relaciones sociales con otros machos, pasan tiempo juntos y se asean unos a otros. Además, los científicos comprobaron que los machos con vínculos más fuertes con otros machos tienden a formar coaliciones que predecían un futuro dominio social. Y que la fuerza de los lazos sociales de los machos estaba vinculada directamente con el número de crías que tenían. “Por primera demostramos que el hecho de tener amigos íntimos otorga más éxito a los machos en lo que se refiere al estatus social y a la paternidad”, afirman los autores.

“Hemos demostrado que las ventajas de las relaciones sociales se acumulan a través de la manipulación de las relaciones propias y ajenas, y esa es una buena definición de política”, puntualiza Schülke. Según el científico, “estos lazos no afectan directamente al acceso a recursos, sino que también ayudan a los machos a subir posiciones en la escala social y a permanecer ahí arriba a costa de que otros machos pierdan su estatus”.

El placer disminuye el estrés

Un estudio de la Universidad de Cincinnati (EE UU) revela que las actividades placenteras, como el sexo o la comida, reducen el estrés inhibiendo la respuesta de ansiedad en nuestro cerebro. El efecto dura hasta siete días, según afirman los autores en el último número de la revista PNAS.

En sus experimentos, la investigadora Yvonne Ulrich-Lai y sus colegas del Laboratorio de Neurobiología del Estrés suministraron una solución de agua con azúcar a un grupo de ratas durante dos semanas para, a continuación, estudiar su respuesta fisiológica y su comportamiento ante situaciones de estrés. En comparación con los roedores que no habían tomado azúcar, mostraban un ritmo cardíaco disminuido y menos nivel de hormonas del estrés en su sangre. Los mismos efectos aparecían cuando el agua estaba edulcorada con sacarina. “Son las propiedades placenteras de las comidas apetecibles, y no las calorías, las que reducen el estrés”, asegura Ulrich-Lai.

Los científicos registraron también la actividad de una estructura cerebral, el del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HPA), que responde en situaciones de estrés. Y comprobaron que el cerebro de las ratas expuestas a actividades placenteras, como consumir bebidas dulces o practicar sexo, respondía con menos intensidad al estrés que el de sus compañeras.

¿Qué excita a las mujeres?

Lorena Sánchez
El pincel es fino. La hembra parece relajada. El clítoris, claramente visible. Mayte Parada, investigadora del Laboratorio de Neurobiología de la Universidad de Concordia (Canadá), levanta la cola de la rata para que se aprecie el foco de su investigación. El epicentro del placer de la hembra, de esta y otras especies cercanas, apunta ahí, al clítoris.
Esta díscola cápsula aglutina más de ocho mil terminaciones nerviosas, y en ella podría encontrarse el velado secreto de la sexualidad femenina. Muchos y muchas estarían de acuerdo con esa afirmación. Más aún si agregamos que el 90% de las mujeres necesita estimulación clitoridiana para que se produzca el gran apagón. Pero no podía ser tan fácil resolver un enigma que cada año produce más textos científicos que la teoría de cuerdas.
Mayte Parada es una de los centenares de ilustres investigadores que tratan de desmadejar el ovillo del sexo rosa. ¿Qué quieren las mujeres en el sexo? Sus ratas son afortunadas en el mundo de los laboratorios. Parada les inyecta hormonas que predisponen a las hembras a la cópula, provocando su ovulación. Después, les estimula el clítoris con el pincel impregnado en un aroma cargante. “El clítoris es un órgano que envía señales a áreas específicas del cerebro que regulan el comportamiento sexual de la hembra. Hemos descubierto que solo asocia la estimulación con placer si se hace con roces alternos (distribuidos en el tiempo), no constantes. El área preoccipital (MPIO) responde con mucha más actividad a la estimulación entrecortada, y no ante el estimulo constante”. Vaya con las ratas. Si les dan a elegir, se quedan con el macho impregnado con el mismo aroma.
“Esto nos dice que la estimulación del clítoris ayuda a asociar esa experiencia positiva con un macho específico. El clítoris de la rata funciona como un órgano de placer y de aprendizaje.” Si la rata se lo pasa bien, y no le ocurre con cualquier pincel, recuerda al macho que tenía el olor adecuado. “Estos estudios”, explica Mayte, “son un primer paso para entender la función del clítoris en el comportamiento sexual de la mujer”.

Me pido un combinado

El botón rojo, el clítoris, según todos los protocolos es un buen punto de partida para acabar con la guerra fría en las alcobas. Pero no está solo. Y aquí comienzan las complicaciones. Otras áreas genitales merecerían un tratamiento semejante. Según la región de donde proceda la señal que llega al cerebro, la sensación de orgasmo es distinta, y de ahí que sea común hablar de orgasmos clitoridianos, vaginales y “combinados”. Para acertar en la diana, hay que hacer un máster con mucha práctica; es decir, “masturbarse mucho”, recomiendan los sexólogos.
La senda por la que los impulsos nerviosos viajan de los genitales al cerebro es la médula espinal. Barry Komisaruk, especialista en psicobiología, relata en su libro La ciencia del orgasmo, publicado por la Universidad Johns Hopkins (EEUU), el caso de una mujer con una lesión en la médula que “crepitaba” al estimularse con un vibrador a la altura de las cervicales.
Komisaruk y sus colegas hicieron numerosas investigaciones de campo con voluntarias. “Creo que una de nuestras grandes sorpresas”, explica, “fue cuando encontramos mujeres que tenían orgasmos sin ninguna estimulación física. Alcanzaban el clímax (the big O) solo con la imaginación”. Algunas recreaban escenas eróticas; otras, paisajes… y una de ellas imaginaba ondas de energía que recorrían su cuerpo sinuosamente, enredándose en el vértice que formaba el ángulo de sus piernas. Komisaruk asegura que si estas mujeres pueden alcanzar el orgasmo solo con la imaginación, se debe a que el pistoletazo de salida de una buena carrera no está en el clítoris, sino detrás de los ojos. El “barrio rojo” del cerebro está perfectamente localizado. Algunos enfermos de párkinson, con implantes eléctricos ubicados en esa área para controlar los temblores característicos de la enfermedad, experimentan orgasmos o sensaciones muy parecidas de forma espontánea.
Para lubricar el cerebro hacen falta todos esos complementos intangibles que las mujeres piden con denuedo: “Imaginación, fantasía, sentirse deseada…” King Kong, el gorila, los tenía todos. En la versión sin censuras del filme, la bestia, colosal y peluda, sujeta a la bella Ann. King Kong, con esa manaza hecha para aplastar rocas, le quita la ropa muy despacio, mientras la música del metraje enciende la imaginación, y la mira con un gesto inconfundible: ¡la adora! El invencible Kong hace jirones el sedoso vestido, se lo lleva a la boca y lo olfatea como un fetiche. La sexy rubia se mueve como una anguila en las manos de su captor. Censuraron la escena por su carga erótica. Le quitaron la música, dejaron a Ann con el vestido intacto y añadieron unos alaridos de terror que aniquilaban cualquier reducto de tensión sexual. Da igual que King Kong sea un gorila peludo. Lo que acaban de demostrar en Toronto es que a la mujer, más que el personaje de la acción, lo que le excita es el contexto.
Meredith Chivers, de la Universidad de Toronto (Canadá), investigó las diferencias entre hombres y mujeres ante los estímulos sexuales. Las voluntarias observaron varios modelos de imágenes: parejas haciendo el amor, hombres desnudos haciendo deporte, mujeres desnudas, y también bonobos y chimpancés copulando al sol entre ramas y hojarasca.

Hay excitacion... y excitación

Las voluntarias de la doctora Chievers tenían que pulsar una barra de ordenador para indicar lo que les parecía excitante. Por otro lado, un pletismógrafo vaginal medía el aumento de la presión sanguínea de la pared del útero y del flujo. Según Meredith, las mujeres se excitaron físicamente, es decir, el pletismógrafo “pitó” con las imágenes de hombres y mujeres, tanto hetero como homo, haciendo el amor. También con los vídeos porno de bonobos copulando. Nada que ver con lo que pasaba por sus cabezas. Las mujeres solo reconocieron excitación sexual ante las imágenes de parejas. Para los hombres, sin embargo, excitación mental y genital son la misma cosa. Las mujeres tienen síntomas físicos de “deseo”, sin que por eso tenga que haber impepinablemente deseo erótico.
Si hay una “misión” hasta ahora imposible para los sexólogos, es encontrar el afrodisíaco perfecto que active ese deseo erótico. La ostra definitiva. Hay estudios sobre el café, el vino, el chocolate… Sin embargo, uno de ellos acaba de demostrar que la administración de un placebo mejora la falta de excitación de algunas mujeres. Creer que estaban tomando una píldora para la libido sirvió para que obtuviesen beneficios. El estudio se publico en Journal of Sexual Medicine, y era parte de una investigación que evaluaba los efectos del medicamento tadalafilo (Cialis) para los problemas de falta de deseo en las mujeres. Este producto pertenece a la familia de Viagra y Levitra, para la erección en varones. Había indicios de que favorecería la vasodilatación de la vagina y la lubricación. No resistió la comparación con un placebo, o sea, una pastilla de “nada”.
“Yo creo que las mujeres no saben lo que quieren en el sexo…”, lo dice Juan, un amigo felizmente casado. “Ah! ¿Pero es que quieren sexo?”, esto lo pregunta Manolo, también casado y satisfecho. Sigmund Freud lo decía de otro modo: “La gran cuestión que nunca ha sido respondida y que no he podido responder, a pesar de 30 años de investigación sobre la mente femenina, es ¿qué desean las mujeres?”
El doctor Pedro La Calle, ginecólogo y sexólogo del centro Galena Salud, en Madrid, tiene una respuesta. Asegura que vivimos días gloriosos para un investigador de la sexualidad humana: “Es un momento de cambios profundos, y uno de los más interesantes es el de la comprensión del deseo en la mujer”. Las ganas de sexo siguen siendo un motivo de consulta, pero ahora se aborda de otra manera: “Algunas autoras han propuesto un modelo distinto para interpretarlo, en el que se habla, más que de deseo, de interés en la relación sexual en el momento en que esta comienza, y no antes. El deseo previo a la relación se considera más propio del modelo masculino”.
Ana Belen Carmona, psicóloga y sexóloga de la Asociación Lasexología.com, lo explica de otro modo: “Cuando una pareja viene a consulta y nos dice que ‘ella no tiene deseo’, preguntamos: ‘Deseo, ¿de qué?’ Si hablamos de deseo de coito, pues es probable que los hombres lo tengan de forma más explícita y clara. Pero el gran problema es que lo que desea la mujer hasta ahora no se considera sexualidad; lo llaman cariño, afecto... Parece sexo de segunda división. Si hablamos de caricias, contacto físico… te diría que el deseo es mayor en las mujeres. Ese deseo de la mujer es tan importante como el del hombre. A los ‘preámbulos’ deberíamos quitarles el prefijo ‘pre’ y entender que eso ya es sexo, y del bueno. Al hombre aún le cuesta entrar ahí…”
Veamos qué dicen ellas: “A mí me gustan los juguetes, mucha masturbación, alcohol, los dos tipos de orgasmo… Me gusta a la hora del aperitivo y después de comer. Que no me despierten por la mañana para hacer el amor… ¡me pone de una mala leche!” Así responde Adela, 35 años. Lucía, 33: “No concibo el sexo sin preliminares… y largos. Si estoy en la cama con alguien que se salta el ‘calentamiento’, no entro en juego”. Paloma, 24 años: “Me gusta sentir que me han elegido a mí, que en ese momento soy alguien especial, aunque se trate de un polvo en el baño de la discoteca y ambos sepamos que no volveremos a vernos”.
Tanto el doctor La Calle como la doctora Carmona hablan de un momento de emancipación sexual de la mujer. Lo confirman los éxitos de la pornografía para mujeres de , la saludable venta de novela erótica femenina, las 335 asesoras de La Maleta Roja que organizan reuniones a puerta cerrada con las madres de las AMPA de los coles o las compañeras de trabajo ofreciendo productos que parecen joyas para llevar en el bolso. El curso de Enriquecimiento erótico, online, impartido por Lasexología.com que dirige Ana Carmona, por 200 euros, va como la seda. Erika Lust
La erótica de la mujer mejora, dicen los expertos. “Llevamos una década manejando las cifras de un trabajo poblacional que se hizo en EEUU y que arrojaba como resultado que en un 43% de las mujeres podía tener problemas sexuales. Ahora, dentro del grupo para la Investigación de la Respuesta Sexual de la Universidad de Almería hemos obtenido datos muy distintos. Encontramos que el porcentaje de mujeres con probabilidad de problema sexual está entre un 9 y un 11 por ciento… Son datos que coinciden con otros estudios internacionales. Y parecen mucho más realistas que los de hace diez años”.
¿Mejora, entonces, nuestro entendimiento en la alcoba? El profesor La Calle carraspea antes de contestar: “Verás, no hay datos científicos, porque los criterios han cambiado de 2000 a 2010. Mi opinión como experto es que se ve que la mujer está evolucionando, pero no el hombre; o al menos, su proceso de evolución erótica es más tímido”. La mujer ha dejado de querer en la cama príncipes azules que la rescaten del dragón, para quedarse con el dragón que escupe fuego. Y además, le basta con imaginarlo.
Lorena Sánchez

viernes, 5 de noviembre de 2010

PROCEDENCIA CULTURAL DEL OBSERVADOR Y PERCEPCION DE LAS EMOCIONES


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¿Desea saber cómo se siente un japonés? Preste atención al tono de su voz, no a su rostro. De todas maneras, esto es lo que haría otro japonés. Un nuevo estudio ha examinado cómo los holandeses y los japoneses evalúan las emociones de otros, y ha descubierto que los holandeses prestan más atención a la expresión facial que los japoneses.
"Como los humanos somos animales sociales, es importante que comprendamos el estado emocional de otras personas para mantener buenas relaciones", subraya Akihiro Tanaka del Instituto Waseda para Estudios Avanzados en Japón.

La mayoría de las investigaciones acerca de la comprensión del estado emocional de otros se ha realizado sobre las expresiones faciales. De ahí que Tanaka y sus colegas en Japón y Holanda se propusieran averiguar cómo el tono vocal y las expresiones faciales interactúan en la transmisión de emociones entre dos personas.

Para el estudio, Tanaka y sus colaboradores elaboraron un vídeo de actores diciendo una frase con un significado neutral de dos maneras distintas: con enojo y con alegría. Esto se hizo tanto en japonés como en holandés. Luego manipularon los vídeos de modo que también contuvieran grabaciones de alguien diciendo la frase enfadado pero con un rostro feliz, y diciéndola en tono alegre pero con cara de enojo.

Los voluntarios miraron los vídeos en su idioma nativo y en el otro idioma, y se les preguntó si la persona estaba feliz o enojada. Los investigadores descubrieron que los participantes japoneses prestaban mayor atención a la voz que los holandeses.

Esto tiene sentido al considerar las diferencias entre la forma de comunicarse de los holandeses y la de los japoneses, tal como señala Tanaka. Los japoneses tienden a ocultar sus emociones negativas recurriendo a sonreír, pero es más difícil ocultar las emociones negativas en la voz. Por lo tanto, los japoneses pueden estar acostumbrados a prestar atención a los matices de la voz de su interlocutor en busca de pistas emocionales. Esta diferencia podría provocar confusiones cuando un holandés, quien está acostumbrado a que el tono de voz y la expresión del rostro coincidan, habla con un japonés. El holandés puede ver un rostro sonriente y pensar que todo está bien, pasando por alto el tono disgustado en la voz.

Los resultados de este estudio podrían contribuir a una mejor comunicación entre culturas diferentes.
Scitech News

EL HUMOR Y LAS TRANSGRESIONES DEL CODIGO MORAL

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¿Qué hace que algo resulte gracioso? Los filósofos desde Platón han estado debatiendo sobre esa cuestión. Dos psicólogos ahora consideran que han encontrado una fórmula posible: El humor es el resultado de una transgresión benigna del orden establecido.
Muchas de las viejas teorías sobre las raíces del humor se han quedado cortas de un modo u otro, argumenta A. Peter McGraw, de la Universidad de Colorado en Boulder, quien ha realizado el estudio junto a Caleb Warren.

Freud pensó que el humor era resultado de una liberación de tensión, otra teoría sostiene que el humor proviene de la incongruencia, e incluso otra defiende que es el resultado de un sentido de superioridad.

Los autores del nuevo estudio, sin embargo, hacen notar que todo esto podría aparecer si accidentalmente alguien mata a su esposa, y en cambio eso no sería gracioso. Ellos piensan que una situación con esos ingredientes básicos podría  resultar graciosa sólo si es benigna o al menos parece serlo.

En uno de los experimentos para poner a prueba su hipótesis, los investigadores comprobaron si apreciar como benigna una violación moral la hacía más graciosa. En su experimento, los participantes leyeron sobre una situación en que una iglesia, o bien una entidad financiera, sorteaba un vehículo todoterreno para así atraer nuevos feligreses o nuevos clientes. A los participantes no les pareció escandalosa esa situación cuando la protagonizaba la entidad financiera. Sin embargo, cuando era la iglesia la que intentaba atraer miembros con la rifa, hubo gente que se sintió indignada.

Se comprobó que la apreciación personal de si esa situación en el caso de la iglesia era o no cómica dependía en parte de si la persona solía acudir a una iglesia. Quienes habitualmente no asistían a ella eran más propensos a pensar que la rifa organizada por la iglesia causaba risa.

Los investigadores piensan que esto es el resultado de que quienes no suelen ir a la iglesia acostumbran a ser personas que no se sienten particularmente comprometidas con el carácter sagrado asociado a  las iglesias, así que para ellas la violación moral del caso de la rifa resulta benigna.

Otro experimento confirmó que las personas que tienen mayor distancia psicológica respecto a una violación moral son más propensas a que ésta les parezca divertida.
Scitech News

EL MOTIVO NEURONAL DE LA DIFICULTAD EN TOMAR DECISIONES


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Un nuevo estudio a cargo de especialistas de la Universidad de Colorado en Boulder aporta datos esclarecedores sobre los mecanismos cerebrales que nos permiten tomar decisiones, y a la postre podría resultar útil para mejorar los tratamientos de millones de personas que sufren los efectos de trastornos de ansiedad.
En el estudio, la profesora Yuko Munakata de la mencionada universidad y sus colaboradores han comprobado que la "inhibición neuronal", un proceso que aparece cuando una neurona suprime la actividad en otra, es un aspecto crítico en nuestra capacidad para tomar decisiones.

Desde hace mucho tiempo, los científicos han tratado de determinar por qué las personas con ansiedad pueden quedarse paralizadas al tener que tomar una decisión con muchas opciones potenciales. Munakata considera que la razón es que esas personas con ansiedad tienen una menor inhibición neuronal en sus cerebros, lo cual las conduce a experimentar mayores dificultades para tomar decisiones.

En el estudio, el equipo de Munakata preparó una simulación de red neuronal (un modelo informático del cerebro) para comprobar la idea de que la inhibición neuronal en el cerebro desempeña un papel fundamental en la toma de decisiones.

Los investigadores descubrieron que si incrementaban la cantidad de inhibición en el cerebro simulado, entonces el sistema era mucho mejor para tomar decisiones difíciles. Si disminuían la inhibición en el cerebro, entonces a la simulación le resultaba mucho más difícil tomar decisiones.

Mediante su modelo, los autores del estudio determinaron qué mecanismos cerebrales estaban involucrados en la selección de palabras. Entonces comprobaron las predicciones del modelo en personas, pidiéndoles que pensaran en el primer verbo que les viniera a la mente cuando se les mostrara un sustantivo.

En los experimentos, se constató que cuanto más aguda era la ansiedad, peor resultaba ser la capacidad de la persona para tomar decisiones, y más atípica era la actividad en su corteza prefrontal ventrolateral izquierda.
Scitech News

LA "VOZ INTERIOR" INTERVIENE EN EL AUTOCONTROL


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Psicología
Lunes, 25 de Octubre de 2010 08:54
Hablar con uno mismo puede que no sea algo malo, sobre todo cuando se trata de ejercitar el autocontrol. Una nueva investigación en la Universidad de Toronto Scarborough, en Canadá, muestra que el uso de nuestra "voz interior" desempeña un papel importante en el control del comportamiento impulsivo.
Muy a menudo nos autoenviamos mensajes mentales con la intención de autocontrolarnos, ya sea para seguir corriendo cuando estamos cansados, para dejar de comer pese a desear tomar otro pedazo de pastel, o para controlarnos ante alguien y así evitar entablar con esa persona una discusión acalorada.

Alexa Tullett y Michael Inzlicht, ambos de la citada universidad, deseaban descubrir si hablarnos a nosotros mismos con esta "voz interior" realmente ayuda. Para averiguarlo, sometieron los participantes a una serie de pruebas de autocontrol. Por ejemplo, en una de las pruebas, a los participantes se les encargó que si veían aparecer cierto símbolo en la pantalla presionaran un botón. Si veían un símbolo diferente, debían abstenerse de presionarlo. Este test sirve para medir el grado de autocontrol debido a que las situaciones que exigen apretar el botón superan ampliamente en número a las que exigen no apretarlo, lo que acarrea que oprimir el botón sea una respuesta impulsiva.

Posteriormente, el equipo incluyó en los experimentos una serie de medidas para bloquear el uso de la "voz interior" en los participantes mientras realizaban la labor exigida en la prueba. El motivo de esta inclusión era verificar si la "voz interior" influía en la eficiencia de los sujetos. Con el fin de bloquear sus "voces interiores", se pidió a los participantes que repitieran una y otra vez una palabra mientras realizaban la tarea. Esto evitó que se hablaran a sí mismos durante el experimento.

A través de una serie de pruebas, Tullett e Inzlicht descubrieron que las personas actuaban más impulsivamente cuando no podían usar sus voces interiores, o hablarse a sí mismas durante las pruebas. Al no ser capaces de verbalizar mensajes dirigidos a sí mismas, no eran capaces de ejercer la misma cantidad de autocontrol que cuando podían hablar con ellas mismas durante el proceso.

"Siempre se ha sabido que las personas tienen diálogos internos con ellas mismas, pero, hasta ahora, nunca habíamos conocido la función tan importante que estos diálogos desempeñan", concluye Tullett. "Este estudio muestra que hablar con nosotros mismos mediante esta "voz interior" realmente nos ayuda a ejercer el autocontrol y evita que tomemos decisiones impulsivas".
Scitech News

LA CAUSA DE QUE EL AUTISMO SEA MAS FRECUENTE EN HOMBRES QUE EN MUJERES

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Neurología
Viernes, 29 de Octubre de 2010 16:06
Una nueva investigación del Centro para las Adicciones y la Salud Mental (CAMH) y el Hospital Pediátrico SickKids, ambos en Toronto, Canadá, aporta pistas adicionales respecto a por qué los trastornos del espectro autista (ASD, por sus siglas en inglés) afectan cuatro veces más a los varones que a las mujeres.
Foto: CAMH
Los autores del estudio han descubierto que los hombres que tienen alteraciones específicas del ADN en el único cromosoma X que portan están sometidos a un alto riesgo de desarrollar ASD.

Los trastornos del espectro autista son una alteración neurológica que afecta al funcionamiento del cerebro, resultando en problemas con la comunicación y la interacción social, patrones anormales de comportamiento, y a menudo, déficits intelectuales. Aunque todavía no se conocen todas las causas de los ASD, las sucesivas investigaciones apuntan cada vez más hacia factores genéticos. En los últimos años, algunos genes involucrados en los ASD han sido identificados.

El equipo de investigación que ha realizado el nuevo estudio fue dirigido por los doctores John B. Vincent y Stephen Scherer. Los científicos analizaron las secuencias genéticas de 2.000 personas con ASD y de otras aquejadas de discapacidad intelectual, y compararon los resultados con los de control, obtenidos de miles de individuos de la población. Descubrieron que aproximadamente un uno por ciento de los niños con ASD tenía mutaciones en el gen PTCHD1, del cromosoma X. No se encontraron mutaciones similares en los miles de varones del grupo de control. También se constató la situación de que hermanas con la misma mutación no parecen estar afectadas en modo alguno.

Los investigadores creen que el gen PTCHD1 desempeña un papel en una vía neurobiológica que suministra información a las células durante el desarrollo del cerebro. Esta mutación específica puede interrumpir procesos cruciales del desarrollo, contribuyendo a la aparición del autismo.
Scitech News

jueves, 4 de noviembre de 2010

martes, 26 de octubre de 2010

Morals Without God?

By FRANS DE WAAL

I was born in Den Bosch, the city after which Hieronymus Bosch named himself. [1] This obviously does not make me an expert on the Dutch painter, but having grown up with his statue on the market square, I have always been fond of his imagery, his symbolism, and how it relates to humanity’s place in the universe. This remains relevant today since Bosch depicts a society under a waning influence of God.
His famous triptych with naked figures frolicking around — “The Garden of Earthly Delights” — seems a tribute to paradisiacal innocence. The tableau is far too happy and relaxed to fit the interpretation of depravity and sin advanced by puritan experts. It represents humanity free from guilt and shame either before the Fall or without any Fall at all. For a primatologist, like myself, the nudity, references to sex and fertility, the plentiful birds and fruits and the moving about in groups are thoroughly familiar and hardly require a religious or moral interpretation. Bosch seems to have depicted humanity in its natural state, while reserving his moralistic outlook for the right-hand panel of the triptych in which he punishes — not the frolickers from the middle panel — but monks, nuns, gluttons, gamblers, warriors, and drunkards.
Garden of Earthly Delights Park 
 
Hieronymus Bosch Hieronymus Bosch’s “Garden of Earthly Delights” depicts hundreds of erotic naked figures carrying or eating fruits, but is also full of references to alchemy, the forerunner of chemistry. The figures on the right are embedded in glass tubes typical of a bain-marie, while the two birds supposedly symbolize vapors.
Five centuries later, we remain embroiled in debates about the role of religion in society. As in Bosch’s days, the central theme is morality. Can we envision a world without God? Would this world be good? Don’t think for one moment that the current battle lines between biology and fundamentalist Christianity turn around evidence. One has to be pretty immune to data to doubt evolution, which is why books and documentaries aimed at convincing the skeptics are a waste of effort. They are helpful for those prepared to listen, but fail to reach their target audience. The debate is less about the truth than about how to handle it. For those who believe that morality comes straight from God the creator, acceptance of evolution would open a moral abyss.

Our Vaunted Frontal Lobe
Echoing this view, Reverend Al Sharpton opined in a recent videotaped debate: “If there is no order to the universe, and therefore some being, some force that ordered it, then who determines what is right or wrong? There is nothing immoral if there’s nothing in charge.” Similarly, I have heard people echo Dostoevsky’s Ivan Karamazov, exclaiming that “If there is no God, I am free to rape my neighbor!”
Perhaps it is just me, but I am wary of anyone whose belief system is the only thing standing between them and repulsive behavior. Why not assume that our humanity, including the self-control needed for livable societies, is built into us? Does anyone truly believe that our ancestors lacked social norms before they had religion? Did they never assist others in need, or complain about an unfair deal? Humans must have worried about the functioning of their communities well before the current religions arose, which is only a few thousand years ago. Not that religion is irrelevant — I will get to this — but it is an add-on rather than the wellspring of morality.
Deep down, creationists realize they will never win factual arguments with science. This is why they have construed their own science-like universe, known as Intelligent Design, and eagerly jump on every tidbit of information that seems to go their way. The most recent opportunity arose with the Hauser affair. A Harvard colleague, Marc Hauser, has been accused of eight counts of scientific misconduct, including making up his own data. Since Hauser studied primate behavior and wrote about morality, Christian Web sites were eager to claim that “all that people like Hauser are left with are unsubstantiated propositions that are contradicted by millennia of human experience” (Chuck Colson, Sept. 8, 2010). A major newspaper asked “Would it be such a bad thing if Hausergate resulted in some intellectual humility among the new scientists of morality?” (Eric Felten, Aug. 27, 2010). Even a linguist could not resist this occasion to reaffirm the gap between human and animal by warning against “naive evolutionary presuppositions.”
These are rearguard battles, however. Whether creationists jump on this scientific scandal or linguists and psychologists keep selling human exceptionalism does not really matter. Fraud has occurred in many fields of science, from epidemiology to physics, all of which are still around. In the field of cognition, the march towards continuity between human and animal has been inexorable — one misconduct case won’t make a difference. True, humanity never runs out of claims of what sets it apart, but it is a rare uniqueness claim that holds up for over a decade. This is why we don’t hear anymore that only humans make tools, imitate, think ahead, have culture, are self-aware, or adopt another’s point of view.
If we consider our species without letting ourselves be blinded by the technical advances of the last few millennia, we see a creature of flesh and blood with a brain that, albeit three times larger than a chimpanzee’s, doesn’t contain any new parts. Even our vaunted prefrontal cortex turns out to be of typical size: recent neuron-counting techniques classify the human brain as a linearly scaled-up monkey brain.[2] No one doubts the superiority of our intellect, but we have no basic wants or needs that are not also present in our close relatives. I interact on a daily basis with monkeys and apes, which just like us strive for power, enjoy sex, want security and affection, kill over territory, and value trust and cooperation. Yes, we use cell phones and fly airplanes, but our psychological make-up remains that of a social primate. Even the posturing and deal-making among the alpha males in Washington is nothing out of the ordinary.

The Pleasure of Giving
Charles Darwin was interested in how morality fits the human-animal continuum, proposing in “The Descent of Man”: “Any animal whatever, endowed with well-marked social instincts … would inevitably acquire a moral sense or conscience, as soon as its intellectual powers had become as well developed … as in man.”
Unfortunately, modern popularizers have strayed from these insights. Like Robert Wright in “The Moral Animal,” they argue that true moral tendencies cannot exist — not in humans and even less in other animals — since nature is one hundred percent selfish. Morality is just a thin veneer over a cauldron of nasty tendencies. Dubbing this position “Veneer Theory” (similar to Peter Railton’s “moral camouflage”), I have fought it ever since my 1996 book “Good Natured.” Instead of blaming atrocious behavior on our biology (“we’re acting like animals!”), while claiming our noble traits for ourselves, why not view the entire package as a product of evolution? Fortunately, there has been a resurgence of the Darwinian view that morality grew out of the social instincts. Psychologists stress the intuitive way we arrive at moral judgments while activating emotional brain areas, and economists and anthropologists have shown humanity to be far more cooperative, altruistic, and fair than predicted by self-interest models. Similarly, the latest experiments in primatology reveal that our close relatives will do each other favors even if there’s nothing in it for themselves.
Chimpanzees 
 
Frans de Waal Maintaining a peaceful society is one of the tendencies underlying human morality that we share with other primates, such as chimpanzees. After a fight between two adult males, one offers an open hand to his adversary. When the other accepts the invitation, both kiss and embrace.
Chimpanzees and bonobos will voluntarily open a door to offer a companion access to food, even if they lose part of it in the process. And capuchin monkeys are prepared to seek rewards for others, such as when we place two of them side by side, while one of them barters with us with differently colored tokens. One token is “selfish,” and the other “prosocial.” If the bartering monkey selects the selfish token, it receives a small piece of apple for returning it, but its partner gets nothing. The prosocial token, on the other hand, rewards both monkeys. Most monkeys develop an overwhelming preference for the prosocial token, which preference is not due to fear of repercussions, because dominant monkeys (who have least to fear) are the most generous.
Even though altruistic behavior evolved for the advantages it confers, this does not make it selfishly motivated. Future benefits rarely figure in the minds of animals. For example, animals engage in sex without knowing its reproductive consequences, and even humans had to develop the morning-after pill. This is because sexual motivation is unconcerned with the reason why sex exists. The same is true for the altruistic impulse, which is unconcerned with evolutionary consequences. It is this disconnect between evolution and motivation that befuddled the Veneer Theorists, and made them reduce everything to selfishness. The most quoted line of their bleak literature says it all: “Scratch an ‘altruist,’ and watch a ‘hypocrite’ bleed.”[3]
It is not only humans who are capable of genuine altruism; other animals are, too. I see it every day. An old female, Peony, spends her days outdoors with other chimpanzees at the Yerkes Primate Center’s Field Station. On bad days, when her arthritis is flaring up, she has trouble walking and climbing, but other females help her out. For example, Peony is huffing and puffing to get up into the climbing frame in which several apes have gathered for a grooming session. An unrelated younger female moves behind her, placing both hands on her ample behind and pushes her up with quite a bit of effort, until Peony has joined the rest.
We have also seen Peony getting up and slowly move towards the water spigot, which is at quite a distance. Younger females sometimes run ahead of her, take in some water, then return to Peony and give it to her. At first, we had no idea what was going on, since all we saw was one female placing her mouth close to Peony’s, but after a while the pattern became clear: Peony would open her mouth wide, and the younger female would spit a jet of water into it.
calming embrace 
 
Frans de Waal A juvenile chimpanzee reacts to a screaming adult male on the right, who has lost a fight, by offering a calming embrace in an apparent expression of empathy.
Such observations fit the emerging field of animal empathy, which deals not only with primates, but also with canines, elephants, even rodents. A typical example is how chimpanzees console distressed parties, hugging and kissing them, which behavior is so predictable that scientists have analyzed thousands of cases. Mammals are sensitive to each other’s emotions, and react to others in need. The whole reason people fill their homes with furry carnivores and not with, say, iguanas and turtles, is because mammals offer something no reptile ever will. They give affection, they want affection, and respond to our emotions the way we do to theirs.
Mammals may derive pleasure from helping others in the same way that humans feel good doing good. Nature often equips life’s essentials — sex, eating, nursing — with built-in gratification. One study found that pleasure centers in the human brain light up when we give to charity. This is of course no reason to call such behavior “selfish” as it would make the word totally meaningless. A selfish individual has no trouble walking away from another in need. Someone is drowning: let him drown. Someone cries: let her cry. These are truly selfish reactions, which are quite different from empathic ones. Yes, we experience a “warm glow,” and perhaps some other animals do as well, but since this glow reaches us via the other, and only via the other, the helping is genuinely other-oriented.

Bottom-Up Morality
A few years ago Sarah Brosnan and I demonstrated that primates will happily perform a task for cucumber slices until they see others getting grapes, which taste so much better. The cucumber-eaters become agitated, throw down their measly veggies and go on strike. A perfectly fine food has become unpalatable as a result of seeing a companion with something better.
We called it inequity aversion, a topic since investigated in other animals, including dogs. A dog will repeatedly perform a trick without rewards, but refuse as soon as another dog gets pieces of sausage for the same trick. Recently, Sarah reported an unexpected twist to the inequity issue, however. While testing pairs of chimps, she found that also the one who gets the better deal occasionally refuses. It is as if they are satisfied only if both get the same. We seem to be getting close to a sense of fairness.
Such findings have implications for human morality. According to most philosophers, we reason ourselves towards a moral position. Even if we do not invoke God, it is still a top-down process of us formulating the principles and then imposing those on human conduct. But would it be realistic to ask people to be considerate of others if we had not already a natural inclination to be so? Would it make sense to appeal to fairness and justice in the absence of powerful reactions to their absence? Imagine the cognitive burden if every decision we took needed to be vetted against handed-down principles. Instead, I am a firm believer in the Humean position that reason is the slave of the passions. We started out with moral sentiments and intuitions, which is also where we find the greatest continuity with other primates. Rather than having developed morality from scratch, we received a huge helping hand from our background as social animals.
At the same time, however, I am reluctant to call a chimpanzee a “moral being.” This is because sentiments do not suffice. We strive for a logically coherent system, and have debates about how the death penalty fits arguments for the sanctity of life, or whether an unchosen sexual orientation can be wrong. These debates are uniquely human. We have no evidence that other animals judge the appropriateness of actions that do not affect themselves. The great pioneer of morality research, the Finn Edward Westermarck, explained what makes the moral emotions special: “Moral emotions are disconnected from one’s immediate situation: they deal with good and bad at a more abstract, disinterested level.” This is what sets human morality apart: a move towards universal standards combined with an elaborate system of justification, monitoring and punishment.

At this point, religion comes in. Think of the narrative support for compassion, such as the Parable of the Good Samaritan, or the challenge to fairness, such as the Parable of the Workers in the Vineyard, with its famous conclusion “The last will be first, and the first will be last.” Add to this an almost Skinnerian fondness of reward and punishment — from the virgins to be met in heaven to the hell fire that awaits sinners — and the exploitation of our desire to be “praiseworthy,” as Adam Smith called it. Humans are so sensitive to public opinion that we only need to see a picture of two eyes glued to the wall to respond with good behavior, which explains the image in some religions of an all-seeing eye to symbolize an omniscient God.
The Atheist Dilemma
Over the past few years, we have gotten used to a strident atheism arguing that God is not great (Christopher Hitchens) or a delusion (Richard Dawkins). The new atheists call themselves “brights,” thus hinting that believers are not so bright. They urge trust in science, and want to root ethics in a naturalistic worldview.
While I do consider religious institutions and their representatives — popes, bishops, mega-preachers, ayatollahs, and rabbis — fair game for criticism, what good could come from insulting individuals who find value in religion? And more pertinently, what alternative does science have to offer? Science is not in the business of spelling out the meaning of life and even less in telling us how to live our lives. We, scientists, are good at finding out why things are the way they are, or how things work, and I do believe that biology can help us understand what kind of animals we are and why our morality looks the way it does. But to go from there to offering moral guidance seems a stretch.
Even the staunchest atheist growing up in Western society cannot avoid having absorbed the basic tenets of Christian morality. Our societies are steeped in it: everything we have accomplished over the centuries, even science, developed either hand in hand with or in opposition to religion, but never separately. It is impossible to know what morality would look like without religion. It would require a visit to a human culture that is not now and never was religious. That such cultures do not exist should give us pause.
Bosch struggled with the same issue — not with being an atheist, which was not an option — but science’s place in society. The little figures in his paintings with inverted funnels on their heads or the buildings in the form of flasks, distillation bottles, and furnaces reference chemical equipment.[4] Alchemy was gaining ground yet mixed with the occult and full of charlatans and quacks, which Bosch depicted with great humor in front of gullible audiences. Alchemy turned into science when it liberated itself from these influences and developed self-correcting procedures to deal with flawed or fabricated data. But science’s contribution to a moral society, if any, remains a question mark.
Other primates have of course none of these problems, but even they strive for a certain kind of society. For example, female chimpanzees have been seen to drag reluctant males towards each other to make up after a fight, removing weapons from their hands, and high-ranking males regularly act as impartial arbiters to settle disputes in the community. I take these hints of community concern as yet another sign that the building blocks of morality are older than humanity, and that we do not need God to explain how we got where we are today. On the other hand, what would happen if we were able to excise religion from society? I doubt that science and the naturalistic worldview could fill the void and become an inspiration for the good. Any framework we develop to advocate a certain moral outlook is bound to produce its own list of principles, its own prophets, and attract its own devoted followers, so that it will soon look like any old religion.


Frans de Waal’s essay is the subject of this week’s forum discussion among the humanists and scientists at On the Human, a project of the National Humanities Center.
Also, view an excerpt from a Bloggingheads.tv discussion about this post between Frans de Waal and Robert Wright, author of “The Moral Animal.”


Or watch the entire discussion at Bloggingheads.tv.

NOTES
[1] Also known as s’Hertogenbosch, this is a 12th-century provincial capital in the Catholic south of the Netherlands. Bosch lived from circa 1450 until 1516.
[2] Herculano-Houzel, Suzana (2009). The human brain in numbers: A linearly scaled-up primate brain. Frontiers in Human Neuroscience 3: 1-11.
[3] Ghiselin, Michael (1974). The Economy of Nature and the Evolution of Sex. Berkeley, CA: University of California Press.
[4] Dixon, Laurinda (2003). Bosch. London: Phaidon.


Frans de Waal
Frans B. M. de Waal is a biologist interested in primate behavior. He is C. H. Candler Professor in Psychology, and Director of the Living Links Center at the Yerkes National Primate Research Center at Emory University, in Atlanta, and a member of the National Academy of Sciences and the Royal Dutch Academy of Sciences. His latest book is “The Age of Empathy.”

miércoles, 6 de octubre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

Aspectos de la personalidad infantil que pueden ayudar a predecir como será la personalidad adulta

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Los rasgos de personalidad observados en la infancia son un buen indicador de cómo será el comportamiento de esa persona cuando sea adulta, según sugieren los resultados de una nueva investigación.
Usando datos de un estudio de la década de 1960 sobre aproximadamente 2.400 niños, alumnos de enseñanza primaria en Hawái, pertenecientes a diversas etnias, los autores de la nueva investigación, de la Universidad de California en Riverside, el Instituto de Investigación de Oregón y la Universidad de Oregón, compararon las clasificaciones de personalidad de los estudiantes realizadas por sus profesores, con las entrevistas grabadas en video de 144 de esas personas 40 años después.

Lo que descubrieron fue sorprendente.

En muchos aspectos, en la madurez seguimos siendo la persona que éramos en la infancia. Esto demuestra la importancia de comprender la personalidad porque nos sigue a donde vayamos a través del tiempo y de los diferentes contextos.

Los investigadores examinaron cuatro atributos de la personalidad: fluidez verbal, adaptabilidad, impulsividad y falta de confianza en uno mismo. Descubrieron lo siguiente:

- Los niños con gran fluidez verbal, definidos como muy habladores, tendían, como adultos de mediana edad, a hablar con fluidez y a tratar de controlar la situación. Los niños clasificados por sus profesores como de escasa fluidez verbal, cuarenta años después fueron clasificados por los investigadores como adultos siempre en busca de consejo, dándose por vencidos al enfrentarse a obstáculos, y exhibiendo habilidades sociales limitadas.

- Los niños evaluados como muy adaptables, o sea definidos como capaces de desenvolverse bien en situaciones nuevas, tendían, como adultos de edad media, a comportarse con simpatía y a hablar con fluidez. Aquellos que recibieron menor puntuación en su capacidad de adaptación como niños, fueron observados en su madurez diciendo cosas negativas de sí mismos, buscando consejo y exhibiendo habilidades sociales limitadas.

- Los alumnos calificados como impulsivos, en su madurez eran propensos a hablar alto, exhibir un amplio abanico de intereses y ser muy conversadores. Aquellos que en su infancia recibieron una puntuación baja en este rasgo de personalidad, en su madurez fueron clasificados por los investigadores como sujetos temerosos o tímidos, manteniendo siempre las distancias con los demás y expresando inseguridad.

- Los niños cuyos profesores los definieron como tendentes a minimizarse a sí mismos, es decir restar importancia a sus propios méritos y nunca fanfarronear, en la madurez presentaban una tendencia a expresar sentimientos de culpa, buscar apoyo en otras personas, decir cosas negativas sobre sí mismos y expresar inseguridad. Aquellos que en su infancia fueron clasificados con una baja puntuación en este rasgo de personalidad, fueron observados como adultos hablando alto y mostrando una conducta condescendiente hacia sí mismos.

La conclusión parece obvia: Aunque los eventos de la vida influyen sobre nuestro comportamiento, la personalidad que reside en cada uno de nosotros, y que es parte de nuestra biología, desempeña un papel crucial en determinar nuestra conducta.

Las investigaciones futuras sobre este tema tal vez permitan profundizar en la cuestión de hasta qué punto podemos cambiar nuestra personalidad.

En la investigación han intervenido Christopher S. Nave, Ryne A. Sherman y David C. Funder, (todos de la Universidad de California en Riverside), Sarah E. Hampson (Instituto de Investigación de Oregón), y Lewis R. Goldberg (Universidad de Oregón).
Scitech News

COMO LAS SENSACIONES TACTILES PUEDEN INFLUIR SUBLIMINALMENTE EN LOS JUICIOS DE VALOR

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Un nuevo estudio revela que en las interacciones entre personas pueden influir fuertemente, aunque de modo inconsciente, los atributos físicos de objetos de importancia secundaria presentes en el escenario.
Foto: Kris Snibbe/Harvard Staff Photographer
La investigación fue conducida por psicólogos en la Universidad Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad Yale. Los resultados del trabajo sugieren que el contacto físico, y conviene tener en cuenta que el tacto es el primero de nuestros sentidos que se desarrolla, podría continuar funcionando a lo largo de la vida como una base sobre la cual construimos nuestras valoraciones y decisiones sociales.

En bastantes aspectos, el tacto sigue siendo el sentido más subestimado en las investigaciones sobre el comportamiento. Así lo cree Christopher C. Nocera, del Departamento de Psicología de la Universidad Harvard. Se sabe que los saludos que incluyen el contacto físico, tales como un apretón de manos y besos en las mejillas, pueden tener influencias importantes en nuestras interacciones sociales, de forma inconsciente.

Nocera dirigió la investigación junto a Joshua M. Ackerman (del MIT), y John A. Bargh (de la Universidad Yale).

Ellos realizaron una serie de experimentos en los que se comprobaba cómo el peso de los objetos, su textura y su dureza pueden influir inconscientemente en los juicios de valor sobre eventos y situaciones no relacionados directamente con tales objetos.

Por ejemplo, para comprobar los efectos del peso, metafóricamente asociado con la seriedad y la importancia, se hizo que los sujetos de estudio utilizaran tanto sujetapapeles ligeros como pesados mientras evaluaban currículos. A los candidatos cuyos currículos los leyeron en un sujetapapeles pesado los juzgaron como mejor cualificados, y hasta calificaron su propia precisión en la tarea de selección como más importante.

En otro experimento, los participantes ordenaron piezas de rompecabezas ásperas o suaves antes de escuchar una historia sobre una interacción social. Quienes trabajaron con los rompecabezas ásperos fueron más propensos a describir la interacción en la historia como descoordinada y áspera.

Otro de los experimentos también tuvo resultados significativos. Sujetos sentados en sillas duras o blandas regatearon el precio de un automóvil nuevo. Los sujetos sentados en sillas duras fueron menos flexibles.

Nocera y sus colegas creen que estos experimentos sugieren que la información adquirida a través del tacto ejerce una amplia influencia sobre la cognición, aunque generalmente de modo imperceptible.

Las primeras impresiones parecen estar muy influenciadas por el entorno táctil. Debido a ello, conocer a fondo esa influencia del entorno táctil podría ser especialmente importante para negociadores, encuestadores, sujetos que acuden a entrevistas de trabajo para optar a un empleo y quienes les atienden en ellas, y personas interesadas en la comunicación interpersonal. La utilización de "estrategias táctiles" podría representar una nueva frontera en la influencia y la comunicación sociales.
Scitech News

martes, 31 de agosto de 2010

Humans still evolving as our brains shrink


Decrease has been happening over last 5,000 years, researcher says

Image: Human brain
dreamstime
Weighing in at an average of 2.7 pounds, the human brain packs a whopping 100 billion neurons. Every minute, about three soda cans' worth of blood flow through the brain.
By Charles Q. Choi
Evolution in humans is commonly thought to have essentially stopped in recent times. But there are plenty of examples that the human race is still evolving, including our brains, and there are even signs that our evolution may be accelerating.
Comprehensive scans of the human genome reveal that hundreds of our genes show evidence of changes during the past 10,000 years of human evolution.
"We know the brain has been evolving in human populations quite recently," said paleoanthropologist John Hawks at the University of Wisconsin at Madison.
Surprisingly, based on skull measurements, the human brain appears to have been shrinking over the last 5,000 or so years.
"When it comes to recent evolutionary changes, we currently maybe have the least specific details with regard the brain, but we do know from archaeological data that pretty much everywhere we can measure — Europe, China, South Africa, Australia — that brains have shrunk about 150 cubic centimeters, off a mean of about 1,350. That's roughly 10 percent," Hawks said.
"As to why is it shrinking, perhaps in big societies, as opposed to hunter-gatherer lifestyles, we can rely on other people for more things, can specialize our behavior to a greater extent, and maybe not need our brains as much," he added.
Mutations against malaria
In contrast to our limited but growing knowledge regarding the modern evolution of the human brain, the best example we see of evolution of humans in recent history is linked with malaria, Hawks said.

miércoles, 25 de agosto de 2010

La Relación del Ser Humano Con el Perro Está Cambiando Drásticamente el Cerebro de Este

Por primera vez, se ha demostrado científicamente que la cría selectiva de perros domésticos no sólo está transformando radicalmente la apariencia de estos animales, sino que también está generando grandes cambios en el cerebro canino.

Según los investigadores, los cerebros de muchas razas de perros de hocico corto han rotado hacia delante tanto como 15 grados, mientras que la región cerebral que controla el olor, se ha reubicado.

Las grandes variaciones en el tamaño y la forma del cráneo del perro son el resultado de más de 12.000 años de cría en busca de características funcionales y estéticas.

El descubrimiento de esta importante reorganización del cerebro canino hace que nos preguntemos sobre su impacto en el comportamiento del perro.


El equipo del Dr. Michael Valenzuela, formado por investigadores de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, y la Universidad de Sídney, utilizó imágenes obtenidas por resonancia magnética para examinar los cerebros de una amplia gama de razas. Descubrieron correlaciones fuertes e independientes entre el tamaño y forma del cráneo de un perro, y la rotación del cerebro y el posicionamiento del lóbulo olfativo.

Ningún otro animal ha contado con el nivel de afecto y compañerismo humanos como el perro, ni ha sido sometido a una influencia sistemática y deliberada en su biología a través de la cría. La propia diversidad canina sugiere un nivel notable de plasticidad en el genoma canino.

Tal como el Dr. Valenzuela indica, los canes parecen ser increíblemente sensibles a la intervención humana a través de la cría. Es asombroso que el cerebro de un perro pueda adaptarse a diferencias tan grandes en la forma del cráneo a través de este tipo de cambios. Es algo que no se ha registrado en otras especies.

El siguiente paso obvio en esta línea de investigación, será tratar de averiguar si estos cambios en la organización cerebral también están vinculados a diferencias sistemáticas en las funciones cerebrales de los perros.
Información adicional en: