miércoles, 27 de mayo de 2009

El cerebro y la vigencia del vudú

Por Sharon Begley
Los “médicos” vudú creen que se puede dañar a una persona clavándole agujas al muñeco que la representa. Los especialistas en neurociencia social, un campo que busca la raíz cerebral de las interacciones sociales, piensan que la activación selectiva de determinada área del cerebro también tiene efectos precisos. Y puede explicar sentimientos tales como el prejuicio, el juicio moral, el temor y el rechazo social. Para Hal Pashler y Ed Vul, psicólogos de la Universidad de California en San Diego y el MIT, respectivamente, hay mucho de vudú en esa ciencia: en un trabajo que van a publicar este año en Perspectives of Psychological Science, puntualizan que los métodos y análisis son tan deficientes que los neurocientíficos deben dar marcha atrás, repetir sus experimentos y “corregir el registro”.

Las críticas se basan tanto en argumentos científicos como psicológicos y sociales. El público y la prensa están enamorados de las imágenes cerebrales. Y no es que se trate de hallazgos específicos que pueden asimilar (nadie va por la vida diciendo: “Mi corteza cingulada anterior es muy activa; seguro que estoy sintiendo rechazo social”), sino de algo mucho más profundo. La actividad cerebral se percibe como experiencias reales, como sentimientos o pensamientos. Cuando los escaneos revelan que el cerebro de los adictos se “ilumina” cuando ven los utensilios que utilizan en su hábito, el común de la gente considera la adicción como algo real, más biológico que cuando el adicto sólo dice que le dan ganas cuando ve una droga.

Las imágenes cerebrales comunican el mensaje equivocado (y la prensa tiene mucha de la culpa) de que pensamientos, emociones y respuestas son inmutables, lo que determina en buena medida la opinión que tenemos de nosotros mismos y de los demás, sobre todo cuando tomamos en cuenta el libre albedrío. Se acerca el día en que las imágenes cerebrales se utilicen para predecir conductas, actitudes y aptitudes. ¿Es posible que, en un futuro, las organizaciones de ayuda humanitaria utilicen escáneres para identificar la actividad del cerebro de un aspirante cuando observa imágenes de sufrimiento? ¿Acaso el Ejército exigirá escaneos para determinar la angustia que experimentan los reclutas al pensar en el dolor? Por desgracia, “los tipos de datos que ofrecen los artículos sobre imágenes cerebrales no consiguen comunicar con exactitud la capacidad de predicción de las imágenes”, dice el neurocientífico Russ Poldrack, de la UCLA. Sin embargo, cuando un inexperto se entera de la estrecha correlación entre la actividad cerebral y los sentimientos, no la entiende. El año pasado, una corte india sentenció a una mujer a cadena perpetua porque un escaneo cerebral indicó que conocía detalles sobre un asesinato que sólo el asesino podía saber. En EE. UU. hay compañías que comercializan un “detector de mentiras” que usa imágenes cerebrales.

El núcleo de los ataques contra las neuroimágenes puede comprenderse con las estadísticas (si le
desagradan, pase a la página siguiente). Muchos estudios afirman que hay una alta correlación entre los patrones de actividad cerebral y algunos pensamientos o sentimientos. La correlación de “1” se considera perfecta y significa que cuando aparece una cosa (un patrón de actividad cerebral), siempre surge la segunda (por ejemplo, sentimientos de angustia). Muchos estudios han publicado correlaciones de 0,8, 0,9 o más, una cifra que es “demasiado buena para ser verdad”, apunta Andrew Gelman, de la Universidad de Columbia: las mediciones subyacentes (de personalidad o patrones de actividad cerebral) tienen menor correlación interna que la propuesta, así que no pueden correlacionarse con otras. Aunque muchas de las asociaciones publicadas quizá reflejen algo real (a estas alturas, es imposible saberlo), los críticos argumentan que “una considerable cantidad” de los datos obtenidos podría ser “completamente ilusoria”. Interrogué a los estadísticos acerca de esta crítica y todos concuerdan. “Las correlaciones de 0,9 no son creíbles en ningún contexto de ciencias sociales”, dice William Eddy, de Carnegie Mellon.

Los neurocientíficos acusados de practicar “vudú” no se cruzaron de brazos y respondieron con blogs. Aunque en algunos casos, no le hacen favor alguno a su causa. Algunas defensas, comenta Gelman, son muy malas y les hacen quedar como tontos “porque se metieron con estadísticas que desconocen”. Pero la réplica de Matthew Lieberman y colegas de la UCLA que se va a publicar junto con el artículo crítico presenta argumentos que incluyen el hecho de que su trabajo va más allá de las correlaciones. En todo caso, los autores reconocen que algunas de las mismas fueron exageradas.

Una vez calmados los ánimos, la contienda podría conducir a una mejor calidad de los estudios de neuroimágenes. Los científicos saben evitar las correlaciones “vudú”, apunta Poldrack, “aunque la solución podría ser incómoda”: haría que las estadísticas se convirtieran en humo “a menos que tengan un efecto superfuerte”. Como cabe suponer, los científicos se muestran recelosos de usar una herramienta tan rigurosa que invalide sus descubrimientos legítimos, dice Poldrack. En su laboratorio, el artículo crítico “me hizo repensar la forma en que presentaremos los resultados. Y muchas instituciones de investigación, incluida la mía, estamos analizando viejos datos para verificar que las conclusiones fueron válidas”. ¿Quién dijo que el vudú no funciona?

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